Un nuevo impulso para el arte contemporáneo

Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona © Eva Parey

El circuito de centros públicos dedicados a promover las artes visuales en Barcelona se ha ampliado y renovado con relevos generacionales en sus direcciones. Santa Mònica, Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona, La Virreina Centre de la Imatge y La Capella comparten una idea del arte como espacio para el debate crítico de la realidad. Sus responsables nos lo cuentan.

La Virreina Centre de la Imatge © Vicente Zambrano González La Virreina Centre de la Imatge © Vicente Zambrano González

El efervescente panorama artístico de Barcelona vive un momento de nuevas oportunidades. El circuito de centros públicos dedicados a promoverlo se ha ampliado y se ha renovado con relevos generacionales en las direcciones. El Santa Mònica, que depende del Departamento de Cultura de la Generalitat, y la Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona, La Virreina Centre de la Imatge y La Capella, las tres municipales, comparten muchas cosas: una idea del arte como espacio para el debate crítico de la realidad y como una herramienta de transformación social y unas maneras de trabajar una escena plural y compleja que ha sido desatendida durante muchos años.

Ha costado llegar hasta aquí. El desmantelamiento del Santa Mònica en 2007, a las puertas de la hecatombe económica mundial, dejó el ecosistema de las artes visuales de todo el país en una situación muy crítica. Los artistas de media carrera fueron las principales víctimas de aquella drástica decisión política: se quedaron de repente a la intemperie y para muchos la única opción fue irse fuera. Las protestas del sector no impidieron que el vacío del centro de arte se prolongara durante más de una década, un caso inaudito en las grandes y no tan grandes ciudades del mundo, y toda la presión cayó en los espacios más pequeños dedicados al arte emergente. “El sistema se sostuvo sobre esta base precarizada, que vivió dentro de un bucle sin salida durante demasiado tiempo”, explica Joana Hurtado (Barcelona, 1979), que dirigió uno de estos espacios, Can Felipa, hasta que en 2019 ganó el concurso público para dirigir el Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona.

La Capella © Arxiu La Capella / Pep La Capella © Arxiu La Capella / Pep

La apertura de la kunsthalle de Barcelona en el antiguo recinto fabril de Sant Andreu rehabilitó la función que había cumplido el Santa Mònica desde los años ochenta. Y en un marco nuevo: se conecta con las entidades sociales, educativas, culturales y la fábrica de creación que también se alojan en este complejo patrimonial que pronto emprenderá las últimas fases de su transformación. Más que de generaciones o edades, Hurtado prefiere hablar de trayectorias y visibilidad. “Tenemos la responsabilidad de explicar quiénes son estos nombres que ya tienen una trayectoria y que aún no han recibido un reconocimiento público, ya sean artistas o comisarios, de media carrera o no”, apunta.

El sector nunca se ha cansado de reivindicar la restitución del Santa Mònica, que en los últimos años ha sido un confuso cajón de sastre de propuestas culturales sin ninguna directriz. Finalmente, a principios de 2021 se nombró, también a través de un concurso, a Enric Puig Punyet (Mataró, 1980) para dirigir la nueva etapa del centro de arte. Puig Punyet, que proviene de la fábrica de creación La Escocesa, está ensayando un modelo de institución innovadora y experimental, sin prácticamente equivalencias en ninguna otra parte, lo que hace más difícil definirla. El Santa Mònica, que se inauguró con motivo de la Mercè, aspira a ser una plataforma de impulso de los artistas de media carrera con una metodología que se centra en procesos de creación abiertos e impredecibles. “Nuestra apuesta es por el trabajo comunitario y el aprendizaje mutuo, conectando disciplinas, sectores, no solo artísticos, territorios y generaciones diferentes. A los artistas no les tiene que aportar solo una exposición más en su currículum, sino canales posteriores para desarrollarse profesionalmente”, razona Puig Punyet, que trabaja con un concepto de programación flexible. “Tenemos que mirar afuera y dejarnos mirar, para poder tener capacidad de reacción a la realidad.”

Centre d’Art Santa Mònica © Vicente Zambrano González Centre d’Art Santa Mònica © Vicente Zambrano González

La escena local, en el centro

La rica comunidad de artistas barceloneses y catalanes es el gran capital de estos espacios, que han roto las viejas etiquetas de prejuicios hacia lo local. “La escucha y el diálogo con nuestro entorno son elementales para afrontar las urgencias que arrastramos, ahora agravadas por la pandemia. No estoy de acuerdo con que trabajar con una programación local sea provinciano. El Santa Mònica pondrá el foco aquí, y eso en absoluto significa cerrarse”, considera Enric Puig Punyet.

En La Capella tampoco existe el dilema. Su razón de ser es asistir al tejido artístico propio, específicamente el emergente. David Armengol (Barcelona, 1974) ha cogido recientemente el relevo de Oriol Gual con fidelidad al programa que vertebra todos los contenidos: la convocatoria pública Barcelona Producció, que, desde que se creó en 2006, ha ido mutando para adaptarse a las necesidades y los deseos de los artistas y el resto de agentes del arte. Una de sus identidades fuertes es el acompañamiento que tienen los creadores en el momento inicial de sus carreras antes, durante y después de la inauguración de sus trabajos, seleccionados por un jurado que los tutoriza. “Ponemos los cuidados en el centro de todo. El reto ahora es amplificar el proyecto”, señala Armengol, que en el concurso de dirección presentó un plan para dotar a La Capella del rango de centro de arte de pleno derecho, con nuevos programas paralelos que se irán engendrando y creciendo “de manera orgánica”.

Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona busca el equilibrio, y por eso reparte algunas cartas del juego a propuestas internacionales. “Es importante esta doble mirada porque se retroalimenta”, subraya Joana Hurtado. Y La Virreina Centre de la Imatge, capitaneada por Valentín Roma (Ripollet, 1970), también ha encontrado un encaje coherente con la ciudad que lo convierte en uno de los equipamientos artísticos de referencia de Barcelona. El edificio colonial de la Rambla celebró en 2020 sus 40 años de compromiso con la difusión del arte. Es la institución pública decana. A finales de la primera década del nuevo milenio, adoptó el nombre de Centre de la Imatge. Roma aterrizó hace cuatro años con su proyecto, elegido por concurso, y en 2021 empieza un segundo mandato, después de ganar en otro concurso. La investigación atraviesa el corazón de la programación, que aborda la imagen en una dimensión expandida. La fotográfica tiene un peso consistente, pero se imbrica con muchos otros medios. En cuanto a los autores, conviven en ella desde figuras o movimientos históricos sin relato museográfico o relación con la actualidad hasta artistas actuales que a menudo también son descubrimientos. En esta segunda etapa, quiere interactuar más con el contexto local y a la vez dar un salto de nivel de las exposiciones internacionales. “No son gestos opuestos.”

Interconectarse

El siguiente paso es una mayor coordinación entre los centros a diferentes escalas, local y nacional. “Tenemos que pasar de un modelo más individual a una red que ponga de manifiesto que somos una suma de voces interdependientes”, entiende David Armengol. “Las conversaciones tienen que ser constantes sobre el papel de cada institución en relación con las otras”, indica Puig Punyet. Hurtado lo defiende así: “Tenemos que poder asegurar la estabilidad y la proyección propias de una institución sólida, alejada de los embates políticos, sin dejar de ser porosos; es decir, por un lado, interlocutores, en el sentido de abrir canales de diálogo, y, por otro, articuladores, integrados en una red que facilita puentes entre la emergencia y la consolidación”.

Roma también ve claro un horizonte de cooperación. “Obviamente todos tenemos nuestras particularidades, pero es más lo que nos une. Nos equivocaremos si nos vemos como partes de un pastel, porque no existe. Barcelona es una ciudad pequeña y las audiencias y los territorios del arte son concomitantes.” Para el director de La Virreina, ha quedado desfasada la visión del panorama artístico de los años noventa marcada por unas jerarquías entre los equipamientos, clasificados por tamaño y por temáticas. “Es el momento de los lugares pequeños y medianos. No nos regimos por las etiquetas, lo que nos mueve es hacer proyectos bien hechos.”

Retrat de David Armengol, director de La Capella. © Pep Herrero David Armengol, director de La Capella. © Pep Herrero

La internacionalización: un deseo costoso

La ambición por hacer volar lejos los contenidos de los centros de arte barceloneses está ahí, pero todos coinciden al decir que las dificultades son grandes, sobre todo en el arranque. “Por un sentido de visibilidad, pero también de sostenibilidad, tendríamos que coproducir al menos la mitad de las exposiciones que hacemos. Pero las trabas administrativas y legales son un freno, y nuestros recursos humanos y económicos, muy limitados. Con los procesos de mediación empezamos a entender que una exposición no acaba cuando empieza (con la inauguración), sino que se puede activar y desactivar mientras dura; ahora falta que entendamos que tampoco acaba cuando se cierra, que hay vida, mundo y públicos más allá del made in Barcelona. La porosidad es eso: ir juntos desde el principio”, remarca Joana Hurtado.

“La prioridad ahora es forjar un modelo sólido aquí. Necesitamos tiempo para que también sea interesante fuera”, precisa Puig Punyet. En La Capella quieren empezar con pequeños gestos: “Mover personas es más fácil que mover exposiciones, aunque no renunciamos a ello. Poner en contacto a artistas de nuestra escena con centros del extranjero afines puede generar experiencias de intercambio estimulantes”. La Virreina ha logrado entrar en este circuito, tratándose de tú a tú con museos de renombre: las últimas temporadas ha hecho circular en España y más allá de la Península dos o tres de la docena de exposiciones que programa.

Retrat d’Enric Puig Punyet, director del centre d’art Santa Mònica. © Jaume Sánchez Enric Puig Punyet, director del centro de arte Santa Mònica. © Jaume Sánchez

Mensajes y públicos

El arte combativo y subversivo ocupa un lugar preeminente en las programaciones de las instituciones, que a su vez luchan para que sus espacios no desactiven los mensajes en un simple escaparate para espectadores acríticos. “Las exposiciones nunca son neutras. Algunas momifican y otras vivifican”, sostiene Valentín Roma, convencido del papel que deben tener como “espacios de disensiones”. Mientras tanto, huye del mantra del arte contemporáneo como lenguaje inaccesible. “No deberíamos desestimar tan a la ligera la inteligencia de las audiencias. Los análisis de los estudios de los públicos dan muchas sorpresas.” Ni, añade, se debe caer en el tópico de que los jóvenes tienen otras preferencias culturales. “Este absentismo es un falso mito. No es verdad que los jóvenes solo van a los blockbusters. La franja de edad mayoritaria en La Virreina es entre los 18 y los 24 años. Muy formados, cultos y sofisticados.”

“La Capella ha fidelizado al público del arte, y ahora tenemos que emprender acciones específicas para atraer a otros públicos. No se trata de poner fácil el arte contemporáneo, sino de interpelar a los ciudadanos con estrategias de mediación, algo que nosotros no habíamos hecho hasta ahora y justo acabamos de empezar a hacer”, declara Armengol.

Retrat de Joana Hurtado, directora de Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona. © Eva Parey Joana Hurtado, directora de Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona. © Àlex Losada

Joana Hurtado tiene claro que quiere cambiar y abrir la relación entre artistas y público. “Las exposiciones tienen que ser herramientas de conocimiento compartido. Las tenemos que flexibilizar, sacar de la rigidez. Tenemos que abogar por mecanismos más contaminantes, para que los ciudadanos se sientan más interpelados y puedan intervenir, o que el artista pueda desaparecer y sea también público. Este nivel de experimentación es un riesgo y a la vez un compromiso que la institución debe tomar para deshacer el camino de tantos años diciéndonos que el artista es un genio y que en la sala tenemos que estar en silencio sin tocar nada”, argumenta la directora de Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona.

Para Enric Puig Punyet, las instituciones son muy culpables de los recelos que una parte de la sociedad siente por el arte contemporáneo. El abuso de los discursos lo han alejado de su sentido más vital. “Hay varias vías de entrada al arte contemporáneo, y no todas pasan por la racionalización. Es urgente volver a convertirlo en una experiencia. Tenemos que hacerle perder al público la sensación de que no lo va a entender o de que no está suficientemente preparado”, añade el director del Santa Mònica, que ha dado nuevas instrucciones al personal de sala: “No tienen que vigilar nada. Su función es dar este mensaje a los visitantes: déjate seducir, explora los rincones del espacio, siéntelo como tu casa”.

Retrat de Valentín Roma, director de La Virreina Centre de la Imatge. © Pep Herrero Valentín Roma, director de La Virreina Centre de la Imatge. © Pep Herrero

Mucho por hacer

Se ha abierto un nuevo escenario, sí, pero solo se ha abierto. David Armengol expresa un sentimiento compartido: “El momento es ilusionante y excitante, y lo tenemos que aprovechar. Necesitamos estabilidad y continuidad”. “Estamos construyendo tejido y los resultados no se verán inmediatamente. Nos tienen que dejar trabajar. Las instituciones no son solo unas exposiciones; es mucha gente diversa usándolas. Esta es la imagen más bonita que debemos retener”, remacha Valentín Roma. Para Enric Puig Punyet es fundamental no volver a caer en la trampa de la cuantificación de los públicos que imperó durante tanto tiempo y que llevó al histórico proyecto del Santa Mònica (entre otros) a la liquidación. “Actualmente existe una percepción muy distinta, y eso es bueno.” “El arte se ve como fin y no como medio. Un libro, en cambio, no. El sistema de bibliotecas ha recibido un apoyo público que ha sido decisivo para su éxito. Necesitamos políticas culturales que crean en el arte contemporáneo y no caigan en la idea elitista del arte, porque no lo es”, concluye Joana Hurtado.

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