Una sociedad de residuo cero

Il·lustració © Enrique Flores

En 2019 se generaron en Barcelona casi 800.000 toneladas de residuos. Tomar conciencia sobre la basura que generamos puede hacer que pasemos a la acción, ya que la prevención en origen y la mejora de la gestión y del tratamiento de los residuos son elementos clave en la mitigación del cambio climático. Las grandes ciudades deben abrir camino hacia una sociedad de residuo cero y ser conscientes de que, en el frente climático, no habrá nueva normalidad ni segundas oportunidades. 

En el sureste de la Ciudad Eterna, y fuera de cualquier ruta turística, encontramos un barrio de origen obrero que debe su nombre a lo que podíamos considerar la octava colina de Roma: el Testaccio. Una colina de 50 metros de altura y 20.000 m2 de superficie formada por la acumulación de más de 25 millones de ánforas de aceite que llegaron al puerto de Roma entre los siglos i i iii a. C. ¿Podríamos considerar el Testaccio como el primer vertedero de residuos? Está claro que es una muestra arqueológica del modelo de consumo y comercio del antiguo Imperio.

¿Y en el modelo actual? ¿Cuáles son nuestros testaccios? Hay muchos que han pasado desapercibidos, hundidos o flotando en nuestros mares. Sin embargo, hay otros que son bien visibles y que provocan afectaciones ecológicas irreversibles como, por ejemplo, el vertedero del Garraf, que en treinta años acumuló 26,7 millones de toneladas de residuos en una superficie de 600.000 m2.

Este vertedero es la demostración de un sistema en el que los productos no están diseñados para ser reutilizados, reparados ni reciclados, y que solo pretende seguir impulsando el crecimiento económico en lugar de dar un mejor uso a los recursos existentes. Un sistema basado en el modelo lineal de producir-consumir-tirar que desperdicia recursos, energía y territorio y que se ha dedicado a externalizar residuos, emisiones, desigualdades sociales y costos. Un sistema depredador de los ecosistemas y de la vida de las personas, que no nos hace felices y que choca constantemente con los límites del planeta.

Recomiendo visitar el Testaccio a todo aquel que tenga la oportunidad y, en cualquier caso, visitar cualquier vertedero o incineradora para tomar conciencia de la necesidad de acelerar la transición ecosocial hacia el residuo cero.

Es obvio que tanto la prevención en origen como la mejora de la gestión y del tratamiento de los residuos de la ciudad son elementos clave en la mitigación del cambio climático. En Barcelona, en 2019 se generaron un total de 788.920 toneladas de residuos.[1] La generación y el tratamiento de estos residuos generó unas emisiones de 360 millones de kilogramos de CO2, las cuales suponen el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de la ciudad. Si lográramos una correcta recogida y gestión de los residuos, se podría ahorrar el 36,8% de las emisiones de GEI, equivalentes a 132.613.664 kg de CO2.[2]

Pero la oportunidad que suponen los residuos va más allá de la reducción de emisiones. Si el alcance y la magnitud del cambio climático nos pueden desbordar, la basura, en cambio, cada día nos da la capacidad de pasar a la acción. En este sentido, la escala local adquiere todo su potencial, ya que es mucho más sencillo que la ciudadanía pase a tener un rol activo cuando sabe qué ocurre con su basura y el impacto que tiene.


[1] Datos de la Agència de Residus de Catalunya, 2020.

[2] Fuente: Rezero. Elaboración a partir de datos de la Agència de Residus de Catalunya y la Oficina Catalana del Canvi Climàtic.

 

Hacia la sociedad de residuo cero

Decía Abraham Lincoln que la mejor manera de predecir el futuro es crearlo, y la historia nos demuestra que lo único que separa la utopía de la realidad es la voluntad política. Cuando una ciudad hace suyo el residuo cero, se compromete con este objetivo pragmático y visionario, local y global. Se huye de la culpabilización intencionada de la ciudadanía por la mala separación de los residuos y se la capacita como agente del cambio del sistema productivo.

Para rediseñar nuestra relación con los recursos, las ciudades deben hacer efectiva la reducción. Un aspecto esencial es la desplastificación de la alimentación. Por un lado, por la reducción de la carga tóxica de los productos de consumo que, tal como denunció la campaña Salut de Plàstic[1], supone un peligro para la salud de las personas. Garantizar la desplastificación en entornos escolares y gestantes debe ser prioritario. Por otro lado, en línea con el nuevo marco normativo europeo, ha llegado el fin de los envases de plástico de un solo uso.[2] Los vasos de café para llevar o las bandejas, botellas o bolsas de un solo uso solo son algunos ejemplos que se pueden sustituir con soluciones que no generen residuos, como pueden ser las mascarillas reutilizables en el caso de pandemias como la que estamos viviendo.

En las ciudades, el desperdicio alimentario se puede reducir mediante formación, incentivos y políticas adecuadas de contratación en comedores, restaurantes hoteles y hogares.

La reutilización y preparación para la reutilización no supone solo un ahorro de recursos y de energía, es también una fuente importante de creación de empleo digno. Las ciudades deberán jugar un papel clave para promover el uso y el acceso a bebidas y otros productos en envases reutilizables (en acontecimientos festivos, centros y espacios públicos, etc.). También será necesario facilitar la implementación de sistemas de reutilización para pañales y la disponibilidad de tiendas locales de artículos higiénicos y menstruales reutilizables que no generen residuos ni toxicidad.[3]

En cuanto a los productos electrónicos, los muebles o la ropa, es clave fomentar las tareas de reparación y reutilización en tiendas de segunda mano o mediante actividades de reutilización en espacios físicos y virtuales.

Utilizar el poder adquisitivo de la contratación pública para cambiar el mercado, establecer bancos de materiales y facilitar la reproducción en toda la ciudad de iniciativas como la Biblioteca de les Coses son otras formas de evitar que se generen residuos en la ciudad.

Rediseñar los sistemas de recogida selectiva

El reciclaje es muy importante, pero solo es una pieza del engranaje. Las ciudades deben rediseñar sus sistemas de recogida selectiva de arriba abajo. Actualmente están lejos de poder alcanzar los objetivos que marca la Unión Europea. Resultan muy preocupantes los bajos niveles de recogida de desperdicios orgánicos, a pesar de que representan la mitad de nuestra basura. Sin duda, esta debe ser la fracción prioritaria y central de la política municipal, la cual ha de permitir, también, la retirada de instalaciones de tratamiento finalistas de las ciudades y de todas partes.

Otra situación que urge resolver es la disfunción e ineficiencia del actual sistema de gestión de envases ligeros que, tras más de dos décadas de funcionamiento, supone un desperdicio insostenible de recursos naturales y un sobrecoste para las entidades locales, que están asumiendo elevados costes económicos para mitigar un problema que no han generado ni ellos ni la ciudadanía.

Las ciudades deben empezar a aplicar sistemas más eficientes, como las recogidas puerta a puerta, los contenedores cerrados y los Sistemas de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR). Con el mismo objetivo, urge reconvertir el contenedor amarillo de envases en un contenedor de materiales efectivamente reciclables.

Las ciudades deben implementar instrumentos de fiscalidad ambiental que hagan visibles los costes económicos y ambientales de la basura, como las tasas de recogida de residuos, y que incentiven la prevención y la participación en las recogidas. También deben impulsar otras medidas para promover los envases retornables, la venta a granel, la producción ecológica y medidas de cumplimiento de la responsabilidad ampliada del productor.

Los sistemas de tratamiento finalista, como los vertederos y las incineradoras, deben retirarse a medida que disminuya la generación de residuos y aumenten los índices de reutilización y reciclaje.

Dado el cambio constante de la demografía, en muchas ciudades habrá que poner énfasis en la educación ambiental y proporcionar a la ciudadanía los recursos para guiar el compromiso con el residuo cero, además de establecer espacios de participación democrática y transparente.

En este contexto, las grandes ciudades jamás estarán más legitimadas para llevar a cabo acciones transformadoras, progresistas, valientes y ecofeministas como lo están hoy, porque son quienes deben dar respuesta a la emergencia climática. Sabemos, sin embargo, que por el camino las ciudades deberán entrar en fuertes disputas con los poderes, las fuerzas y las inercias del poder actual, y sabemos también que en el frente climático no habrá nueva normalidad ni segundas oportunidades.

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