Urbanismo y arquitectura para una nueva normalidad

Il·lustració © Laura Borràs Dalmau

Es en los momentos de crisis cuando se hacen más patentes las carencias y los retos del presente. Por suerte, también pueden verse reforzadas las prioridades. El confinamiento por la COVID-19 ha hecho evidente que la arquitectura y el urbanismo no siempre garantizan el derecho al cielo, al aire y al sol. ¿No podríamos aprovechar esta crisis como un punto de inflexión para replantear nuestra manera de vivir la normalidad y la de nuestras ciudades?

Llevamos semanas confinados en casa y, dejando a un lado la incertidumbre y la preocupación generada por esta situación, que es una realidad innegable y abrumadora, empezamos a percibir algunos cambios en clave positiva, como los primeros rayos de sol tras una tormenta. Como siempre, los problemas nos pueden hacer aprender y crecer. Necesitamos hacerlo, a escala individual y global, y la crisis del coronavirus es una gran oportunidad en este sentido. ¿Y si pudiéramos interpretar todo lo que ha ocurrido con el objetivo de mejorar nuestra calidad de vida? ¿Y si lo aprovecháramos como un punto de inflexión para que nos replanteemos nuestra forma de vivir la normalidad y la de nuestras ciudades?

Al detenernos durante una fracción de tiempo, descubrimos nuevos escenarios. Desaceleramos la rueda productiva que nunca para, bajamos el ritmo constante de actividad, de ir de aquí para allá, parece que cogemos aire. También lo hacen las ciudades y la naturaleza. La contaminación se está desplomando hasta unos mínimos sin precedentes en toda Europa, y en Barcelona se ha alcanzado un récord histórico. Por primera vez en veinte años disfrutamos de nuestro derecho a respirar un aire limpio en la ciudad y cumplimos con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en cuanto a los límites de partículas en suspensión en el aire. Unos límites que hasta ahora se rebasaban de forma sistemática y provocaban más de 10.000 muertes prematuras anuales en el territorio español. También por primera vez disfrutamos del silencio, un hecho más que relevante si tenemos en cuenta que los efectos de la contaminación acústica sobre nuestra salud son casi tan severos como los de la atmosférica.

A pesar de que este periodo de parada puede haber reducido las emisiones de gases de efecto invernadero de forma temporal, la crisis medioambiental seguirá siendo durante décadas una cuestión clave para la salud y la supervivencia de la especie. La emergencia climática, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se presenta como una amenaza más grave que el coronavirus. António Guterres, secretario general de la ONU, remarcaba el pasado mes de marzo que la inquietud por la crisis actual no debe mermar el esfuerzo mundial en la lucha contra la crisis climática, y tampoco debemos sobreestimar la reducción de emisiones actual como una solución: “No combatiremos el cambio climático con un virus”.

El momento del urbanismo resiliente y regenerativo

Las ciudades generan el 70 % de las emisiones de CO2, mientras que el sector de la construcción es responsable del 40 % de los gases de efecto invernadero, así como del 30 % del consumo de materias primas y del 30 % de la generación de residuos. Datos como estos ponen de manifiesto la necesidad inminente de situar el impacto medioambiental en el centro del urbanismo, la arquitectura y el diseño. Una perspectiva que tiene muy presente Miriam García, doctora arquitecta experta en urbanismo y cambio climático: “Deberíamos hablar de tres crisis que están profundamente interrelacionadas: la crisis climática, la crisis de biodiversidad y la crisis de la salud. Las tres deberían ser catalizadoras de cambios tanto en la planificación urbana como en la edificación”.

Los problemas ambientales de las ciudades no solo afectan al propio sistema urbano. También inciden en muchas otras regiones del planeta, aquellas en las que se extraen los recursos y también adonde llegan los efectos de las emisiones y de los residuos generados. “Habitamos ciudades que son sistemas socioecológicos que están indisolublemente integrados en entornos más amplios. Formamos parte de la trama de la vida”.

Disminuir los desplazamientos y avanzar hacia sistemas de movilidad sostenible, crear una infraestructura ecológica, apostar por la economía circular o repensar el modelo urbano para la mitigación y la adaptación en relación con los efectos del cambio climático, como son la subida del nivel del mar o el incremento de las temperaturas, son algunas de las medidas de futuro que deberíamos replantearnos y aplicar ya en nuestro presente. Ahora más que nunca.

Y es que el momento en el que nos encontramos requiere de un nuevo urbanismo resiliente y regenerativo. Como dice Miriam García, la resiliencia se basa en la adaptabilidad, en la capacidad de generar nuevos modos de autoorganización ante las perturbaciones. Una ciudad resiliente es una ciudad capaz de gestionar y renovar sus modelos ecológicos, económicos y sociales.

García apunta que son muchos los científicos que alertaban de los efectos sobre la salud que provocan la pérdida de biodiversidad de los ecosistemas y el vínculo con la propagación de pandemias. Y añade: “Deseo profundamente que la situación de freno y el aprendizaje del origen de la pandemia (no solo de sus consecuencias) nos ayuden a trabajar para impulsar modelos de ciudad más justos, saludables y sostenibles.”

La creación de una nueva normalidad

Frenar, reducir y recordar que somos seres interdependientes y ecodependientes es justamente lo que el propio planeta, los científicos y los ecologistas llevaban décadas reclamando y que no habíamos sido capaces de abordar por nosotros mismos. Pero de poco servirá todo esto si al terminar el confinamiento volvemos a la “normalidad”. Y escribo normalidad entre comillas porque cada vez está menos claro qué es normal o qué debería serlo.

Naomi Klein, periodista y autora de libros como Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Paidós, 2015), declaraba lo siguiente en una charla virtual reciente: “La gente habla de cuándo volveremos a la normalidad, pero debemos recordar que la normalidad era la crisis. Lo normal es mortal. Es a causa de esta crisis ecológica que se está sacrificado la habitabilidad del planeta”.

Hemos empezado a ver que podríamos vivir de otra forma, reduciendo nuestro impacto y poniendo la vida y la salud por delante. ¿Tendría sentido dar un paso atrás y actuar como si nada hubiera ocurrido? ¿O es el momento, como reclama Klein, de exigir una respuesta basada en los principios de una economía y un urbanismo regenerativos, basados en las curas y la reparación?

Si nos paramos a pensar, nos damos cuenta de que no añoramos el tráfico de hora punta ni tener que correr de buena mañana. Ni el ruido de los miles de vehículos que abarrotan las carreteras y colonizan las calles todos los días. Ni respirar humo. Ni participar en un consumismo impuesto. Ni los espacios grises y carentes de verde que suelen pintar los paisajes urbanos.

Francamente, no añoramos nuestras ciudades tal como eran hasta ahora. Porque los tejidos urbanos se han diseñado principalmente para la producción, no para la vida. Y lo que ahora nos falta, lo que más necesitaríamos, es precisamente la vida sana y en sociedad. El conjunto de interrelaciones humanas que nacen en el espacio público de escala humana. La dimensión social y cultural y, con ella, el sentimiento de pertenencia. La conexión con la naturaleza y el acceso a espacios inclusivos, agradables y saludables.

Arquitectura más allá del estándar

En tiempos de confinamiento, la separación entre espacio público y espacio privado pesa. Ahora que no podemos disfrutar de lugares abiertos o colectivos, entendidos como una extensión complementaria de nuestra unidad de vivienda, todavía valoramos más lo compartido. Si perdemos el espacio público y comunitario, nos damos cuenta de que el espacio privado no lo es todo. Nunca lo ha sido.

Al mismo tiempo, estar encerrados en casa nos hace pensar qué cambiaríamos de los lugares en los que vivimos y nos vemos legitimados para reclamar mejoras. De la misma forma que tenemos derecho a un lugar en el que vivir, necesitamos edificios que garanticen el acceso al exterior, la ventilación y la luz natural. El derecho al cielo, al aire y al sol desde la arquitectura.

A lo largo de los años, el sector inmobiliario ha priorizado los números en detrimento de la calidad espacial. El objetivo era encajar metros cuadrados habitables para obtener el máximo beneficio económico. Entendiendo los pisos como un valor de venta y cambio, la mayoría de promociones han ofrecido tipologías arquitectónicas y distribuciones interiores estándar, ya obsoletas, que no responden al conjunto de realidades de la sociedad, a nuestras necesidades diversas y variables en el tiempo.

Los edificios de pisos dormitorio, que históricamente han contribuido a invisibilizar las tareas de cuidados y crianza mediante la jerarquía de espacios, ahora deberán adaptarse a nuevos usos. No solo descansamos en ellos, sino que también vivimos, comemos, educamos, jugamos y trabajamos. Los usuarios están reinterpretando las estancias, haciéndolas suyas y utilizándolas fuera de lo preestablecido. Entender estos cambios, ya sea para la creación de nuevas viviendas o para la adaptación de lo que ya está construido, será uno de los retos a alcanzar desde la arquitectura para dar respuesta a los requisitos contemporáneos y a la experiencia del confinamiento.

La arquitectura cotidiana deberá ser redefinida apostando por la flexibilidad, ofreciendo espacios para la vida y para el trabajo productivo, incorporando el verde y fomentando la salud y la convivencia. Quizá los arquitectos tendrán que diseñar menos. O, mejor dicho, rediseñar lo que entendemos por vivienda para ofrecer espacios de calidad abiertos a la libertad de los usuarios, quienes podrán completarlos y codiseñarlos a su medida. Son criterios que ya avanzaban algunos modelos alternativos, como las cooperativas de vivienda: comunidad, solidaridad, ecología, participación en el proceso arquitectónico, personalización de la distribución interior y posibilidad de ampliar o reducir la superficie según las necesidades.

Pase lo que pase, lo que estamos viviendo nos cambiará. Marcará un antes y un después en el urbanismo y la arquitectura de nuestras ciudades. Ojalá también active el compromiso ético, social y medioambiental en todas nosotras, y se catalice así una transformación masiva hacia un sistema basado en la protección de la vida. Como un proceso de catarsis que se materialice en una renovación y evolución hacia un futuro mejor. Compartido, saludable, sostenible y consciente.

Y que, sin volver a la normalidad, creemos una nueva.

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