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Periodista

La grama, moneda social y motor de la economía local

Foto: Vicente Zambrano

Una tienda de Santa Coloma de Gramenet con el distintivo de aceptación de la moneda local.
Foto: Vicente Zambrano

Santa Coloma de Gramenet ha puesto en circulación una moneda social, la grama, con el objetivo de incentivar el comercio local y fortalecer el compromiso de los residentes con su ciudad. Inspirado en este y en otros proyectos, el Ayuntamiento de Barcelona prepara una prueba de moneda local en los barrios del Besòs.

Hace unos años el Ayuntamiento de Santa Coloma tomó nota de que muchos comercios bajaban la persiana, la gente salía a comprar a las grandes superficies de las ciudades vecinas y había un alto riesgo de que la ciudad se convirtiera en una ciudad dormitorio. La riqueza que generaba la ciudad se escapaba, había una fuga de liquidez. Según un estudio, se comprobó que el 90 % del dinero que salía del ayuntamiento desaparecía en tres días. Para una ciudad que no tiene demasiada industria ni turismo, el comercio es el motor de riqueza.

La grama, nombre de la moneda local, empezó a circular en enero de 2017. En el trasfondo de esta iniciativa se encontraba la voluntad de incentivar el comercio local y de fortalecer el compromiso de los residentes con su ciudad. La campaña “Soy de Santa Coloma. Compro en Santa Coloma” se incluye en este gran objetivo que se ha marcado el consistorio presidido por Núria Parlon, que ha puesto en circulación la moneda social vinculada a las subvenciones que se dan desde los departamentos municipales de Deportes, Cultura y Comercio –en una primera fase no entran las de Bienestar Social. Actualmente, un 30 % del importe de las ayudas que salen de estos departamentos es en gramas, que se pueden intercambiar por productos en las tiendas de la ciudad. Una grama puede cambiarse por un euro una vez han transcurrido 45 días, pero si se hace antes se aplica una penalización del 5 %. Aunque es un proyecto cuyo objetivo es crear consumidores, también incluye un elemento ético, de impulso a los valores, ya que se vincula con la banca ética Triodos.

Pero aún es pronto para sacar conclusiones y emitir valoraciones, porque se trata de una de esas iniciativas que necesitan tiempo para enraizar. Andreu Honzawa, consultor y miembro de Ubiquat Technologies, la organización que ha puesto en marcha el proyecto, cree que para que tenga éxito es necesario que los comerciantes se lo hagan suyo y que haya más dinero en circulación. Además, tendría que abrirse a comunidades especialmente dedicadas al comercio, como por ejemplo las numerosas comunidades china y paquistaní, que pueden verle una gran utilidad. De momento, los comerciantes de Santa Coloma se van adaptando a lo que supone un cambio de cultura. No hay intercambio físico de dinero ni de monedas, lo que hace que la seguridad sea máxima y que se sepa en todo momento dónde está el dinero; pero aquellas personas que durante toda la vida solo han visto billetes y monedas, especialmente si son de edad avanzada, seguramente necesitarán mucha paciencia para adaptarse a este mundo virtual.

La libra de Bristol

Con la ayuda de la ONG holandesa STRO, la primera organización del mundo sin ánimo de lucro especializada en monedas locales, los responsables del proyecto lo presentaron a la Unión Europea hace cuatro años, conjuntamente con la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y la consultoría Learning by Doing –al principio también estaba implicado el Ayuntamiento de Granollers. Un ejemplo de las nuevas y exitosas tendencias de gestión de las ciudades medianas, basadas en la colaboración del sector público y el privado, la universidad y la ciudadanía. Echaron una ojeada al mundo, y uno de los lugares que les inspiró fue Bristol, donde, desde hace cuatro años, se puede comprar con la libra de Bristol –emitida por la Bristol Credit Union, una cooperativa de servicios financieros–, que ha cuajado plenamente entre la población.

El eslogan del proyecto es “Our city. Our money” y nace de los consumidores, a través de un movimiento como el de las ciudades en transición. Cuando el Ayuntamiento de Bristol comprobó el éxito de la iniciativa, favoreció la circulación de la moneda y aumentó su escala de uso. Hoy casi medio millón de habitantes ya pueden pagar los impuestos locales con la libra de Bristol, lo que demuestra que la moneda social también puede ser una estrategia de promoción y de estímulo de las políticas públicas, porque va asociada a un proyecto de energía, de agricultura ecológica y de potenciación de la singularidad de los establecimientos locales.

Foto: Vicente Zambrano

El proyecto de la moneda social de Barcelona se vincula a la prueba piloto de la renta mínima municipal de inserción, localizada en los diez barrios del Eje Besòs. En la imagen, el mercado del Besòs.
Foto: Vicente Zambrano

El proyecto social barcelonés

La lucha contra la pobreza y la desigualdad es la idea con que se trabaja en el Ayuntamiento de Barcelona, que sigue muy de cerca la implementación de la grama y también la experiencia de Bristol, ya que prevé poner en circulación la moneda social barcelonesa –aún sin nombre– a finales del actual mandato. Lluís Torrens, director de Planificación y de Innovación del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento, explica que quizás se decidirá imprimir monedas y billetes como en Bristol –Santa Coloma es el primer proyecto de moneda social 100 % digital en todo el mundo–, ya que si la idea cuaja entre los turistas se la podrían llevar como recuerdo, lo que reportaría notables ingresos al erario.

No obstante, el interés del proyecto barcelonés dista mucho de ser turístico, ya que en realidad se vincula a una prueba piloto de la renta mínima municipal de inserción localizada en los diez barrios del Eje Besòs. La prueba quiere verificar el impacto de que una parte de los beneficiarios cobren parte de la renta de inserción en moneda social. En este caso, se busca un doble efecto social, que beneficie tanto a las personas que recibirán la ayuda directa como a los comerciantes, dado que el Eje Besòs dispone de un tejido comercial muy débil. Además, el pago de las ayudas en moneda social permitirá realizar un experimento innovador de canalización del gasto público social y analizar su impacto en el bienestar de los receptores. Se prevé que en los dos primeros años se inyecte un millón de euros en moneda social. El Besòs puede convertirse así en un sector de innovación social y de atracción de riqueza gracias a la introducción de la moneda social.

El proyecto, denominado B-Mincome y pionero en el mundo, cuenta con un presupuesto de unos 13 millones de euros, de los que 4,85 millones los aporta la Unión Europea. Es una de las tres iniciativas del programa Urban Innovative Actions que se han fijado como objetivo luchar contra la pobreza y la desigualdad –las otras dos propuestas de carácter social son de Madrid y Turín. El proyecto beneficiará a un total de mil hogares elegidos aleatoriamente y se realizará con la colaboración de diversos socios: The Young Foundation, Fundació Novact, Ivàlua, el IGOP de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC).

Pese a que aún se está estudiando cómo se pondrá en práctica, se tiene claro que se velará por la credibilidad y la seguridad de la moneda social barcelonesa, para evitar que se pueda cometer cualquier tipo de fraude. El mayor reto, sin embargo, es evitar que se convierta en una “moneda de los pobres” debido a sus comienzos vinculados al plan de introducción de la renta mínima de inserción.

El hecho de que no se estigmatice su uso dependerá de la acogida que reciba por parte del resto de ciudadanos y que la acaben sintiendo como una propuesta útil. En este sentido, el director de Planificación y de Innovación del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento, Lluís Torrens, asegura que se trabaja en una estrategia para que llegue a sectores amplios de la población y a muchos más barrios que los del Eje Besòs. Y sobre todo se quiere que se convierta en un proyecto transformador, que la moneda social permita a muchos ciudadanos salir de la pobreza. Se ha detectado que 37.000 familias en Barcelona necesitarían la renta municipal, pero esta cifra asciende hasta 120.000 familias con ingresos por debajo del umbral de la pobreza –si no se tiene en cuenta el patrimonio.

Tradicionalmente, los proyectos de moneda social los ha impulsado la sociedad civil en un movimiento de abajo arriba, como es el caso, entre otros, de la la turuta de Vilanova i la Geltrú. Estas monedas persiguen y consiguen crear vínculos sociales y personales alrededor de un proyecto alternativo de intercambio económico, pero su debilidad más evidente es que llegan a pocas personas y a menudo son idealizadas por sus usuarios.

Según Andreu Honzawa, el éxito de una moneda social se alcanza cuando la población en general le encuentra un sentido a su uso. Compara el fenómeno con lo que ocurre en el transporte: los hay de muchos tipos y la gente utiliza los que le hacen la vida más fácil. Existen dos motivaciones para promover las monedas sociales. La primera es la económica: impulsar el comercio local. Este es el caso de Santa Coloma, y también lo fue el de Cerdeña, donde los pequeños comerciantes decidieron crear el sardex. La razón económica es, igualmente, una de las que han pesado en el proyecto de la moneda social barcelonesa. La segunda motivación es la social o identitaria, y aquí encontramos como ejemplos la libra de Bristol y la ya citada turuta, además de los bancos de tiempo. Son iniciativas que responden a una voluntad de evitar la acumulación de capital y de fomentar la circulación rápida de la moneda dentro de las economías locales.

La moneda social va más allá de su función estrictamente económica y tiene un interés añadido para todos los actores que participan, porque representa una carta de presentación de unos determinados valores y un modo concreto de impulsarlos; valores como un sistema socialmente inclusivo y ambientalmente sostenible, y el bienestar colectivo en general y del tejido comercial y productivo local en particular. La implementación de las monedas sociales, aparte de masa crítica, también necesita un cambio de mentalidad, que cuesta más tiempo de lograr. Andreu Honzawa y Lluís Torrens coinciden en que Santa Coloma y los diez barrios barceloneses del Besòs son un laboratorio en tiempo real.

Una paz que viene de lejos

En Barcelona hay una red asociativa muy fuerte que ha reaccionado ante las grandes crisis internacionales. Todo ello viene de lejos. La sociedad civil es la vanguardia, la que empuja a las administraciones y la que ha generado iniciativas para Grecia, Bosnia, Colombia, el Sáhara o el Líbano.

Foto: Pere Virgili

La manifestación que se llevó a cabo en Barcelona a favor de los refugiados el 19 de junio pasado, bajo el lema “Abrid fronteras, queremos acoger”.
Foto: Pere Virgili.

Cécile Barbeito hace trece años que trabaja en la Escola de Cultura de Pau, entidad fundada en 1999 por Vicenç Fisas, su director hasta hoy, y adscrita a la Universitat Autònoma de Barcelona. La paz, recuerda Barbeito, es un elemento arraigado en la cultura catalana, ya desde la Pau i Treva de Déu del siglo XI, un movimiento social liderado por la Iglesia y los campesinos para hacer frente a la violencia de los nobles. La sociedad civil catalana hace tiempo que ejerce la paz a través de esta democracia más profunda.

Uno de los proyectos más destacados de la escuela y sobre todo de su fundador ha consistido en participar de manera discreta en una reflexión sobre cómo se podían desmovilizar las guerrillas en Colombia. Eso implicaba conocer gente dentro y entender su manera de pensar para hacer propuestas razonables. Con este objetivo acogieron a cuatro exguerrilleros a través de un programa estatal de protección a personas amenazadas. Desde el inicio, efectivamente, la escuela ha estado implicada con Colombia y ha ofrecido becas a personas de movimientos sociales colombianos para que puedan aplicar los conocimientos adquiridos y generar un intercambio de información y de sensibilización; es de aquí de donde nació la Mesa Catalana por Colombia.

La Escola de Cultura de Pau ha desarrollado mucho trabajo sobre los grandes problemas relacionados con la paz y los conflictos: las guerras, los refugiados, el comercio de armas… Ha publicado una gran cantidad de materiales didácticos, como el libro 122 acciones fáciles (y difíciles) para la paz, o los que acaban de ultimar para el proyecto Audiencia Pública, donde adolescentes barceloneses reflexionan sobre un tema y hacen propuestas al Ayuntamiento de cómo tratarlo mejor. Los refugiados serán los protagonistas de la vigesimosegunda edición, un área que conoce bien Cécile Barbeito. Según explica, ahora hay sesenta y tres millones en el mundo, cuando hace cinco años eran cuarenta. Entre los diez primeros países que acogen, no hay ninguno europeo: Turquía encabeza la lista con dos millones y medio. En lo referente al número de desplazados internos, solo hay uno europeo en la lista de los diez que más tienen: Ucrania, con 800.000 personas desplazadas y 175.000 solicitudes de asilo en Europa.

La gestión de los refugiados

Formada por 737 personas, la ucraniana es la mayor comunidad de refugiados que acoge Barcelona. Lo explica Gloria Redón, coordinadora del Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER), un organismo del Ayuntamiento de Barcelona –en cuya gestión participan diversas entidades– que se creó en 1989 para atender, inicialmente, a las personas que huían de las dictaduras latinoamericanas. Destaca el hecho de que la competencia de atención a los refugiados es exclusiva del Estado y la manera en que la gestiona es a través de ONG.

El SAIER es importante porque da confianza. Las personas que llegan han tenido que pagar dinero a mafias, han completado un trayecto muy largo y, por lo tanto, tienen mucho miedo a ser deportadas. Además, el proceso para solicitar el asilo es muy complejo y puede tardar hasta dos años. Hay peticiones de naturales de más de cincuenta países como Pakistán, Venezuela, Afganistán u Honduras, y también dan cobertura a los inmigrantes regulares cuando se deniegan las solicitudes. Para algunos colectivos, los manteros deberían recibir la ayuda, ya que muchos de ellos llegan de África, el continente con más guerras y refugiados del mundo (el Congo, Eritrea, Sudán…). Aun así, los ayuntamientos tienen un papel importante en esta crisis y se está impulsando una red local de la que ya hay cinco familias que se benefician.

Con voz en Europa

Ignasi Calbó, director del Plan Ciudad Refugio, explica que se quiere ir más allá del plan de acogida temporal. De momento encuentran bastantes complicaciones en la gestión de los recursos y de la información por parte del Estado, pero pese a ello Barcelona se ha hecho un lugar de representatividad a escala internacional y actualmente forma parte de la mesa de trabajo sobre los refugiados de la Comisión Europea. Asimismo, es una interlocutora de prestigio en los foros internacionales; es la única ciudad que no es capital de estado que mantiene intercambios y debates con los alcaldes de Berlín, Helsinki, Atenas y Ámsterdam; con los representantes de los gobiernos de Italia, Grecia y Portugal, y con organizaciones de la sociedad civil y diversos organismos europeos.

Calbó reconoce la dificultad de acoger refugiados; es necesario un know-how que los estados no tienen, como el mismo Estado español, que hace competir a las ONG por los recursos y se reserva el derecho de actuar como quiera sin tener la capacidad de hacerlo.

Barcelona también forma parte de Eurocities, una red de ciudades europeas. Para el director del Plan Ciudad Refugio, el papel del municipalismo es clave porque nos encontramos ante una crisis urbana; son las ciudades las que tienen a la gente durmiendo por las calles y, en consecuencia, también se requieren soluciones desde los ayuntamientos.

Òscar Camps, director de Proactiva Open Arms, decidió comprar dos billetes con destino a Lesbos y ponerse a salvar vidas. Cuando llegó solo había fotoperiodistas y voluntarios. Todos tenían la misma determinación. Era septiembre de 2015 y cada día llegaban miles de refugiados a las playas; una situación de auténtica emergencia humanitaria.

Cuando escribíamos estas líneas, Camps estaba a bordo del Astral, en el canal de Sicilia, un enclave masificado –desde el 1 de enero habían entrado 70.000 personas, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Oímos su voz en la radio pública: los que llegan por mar huyen de la violencia y la guerra de Nigeria, Eritrea, Gambia, Costa de Marfil…

La sociedad civil, en la vanguardia

Esta crisis humanitaria, la mayor que vive Europa desde la Segunda Guerra Mundial, es una de las primeras gestionadas íntegramente por la sociedad civil. Allí donde los gobiernos no han querido actuar, ha llegado la conciencia individual, que se multiplica y multiplica.

En los años noventa, con la campaña “Sarajevo depende de ti”, Barcelona acogió a más de dos mil personas que escapaban de la guerra de los Balcanes, una idea surgida desde la base, cuando Pasqual Maragall era alcalde. En plenos Juegos Olímpicos se pidió una tregua al sitio de Sarajevo y Barcelona dio una respuesta solidaria. Una de las personas que lo vivieron de primera mano fue Manel Vila, el actual director general de Cooperación al Desarrollo y entonces gerente del Distrito 11, distrito creado por el Ayuntamiento para acoger simbólicamente a la capital de Bosnia-Hercegovina y, sobre todo, para canalizar hacia ella con más facilidad la ayuda solidaria.

Con más de veinte años de experiencia en el mundo de la cooperación, Vila recuerda una frase de George Bush en Camp David, a raíz de las manifestaciones masivas contra la invasión de Irak: “¿Qué pasa, en Barcelona, con Irak?”

En nuestra ciudad, en efecto, ha existido una red asociativa muy fuerte que ha reaccionado ante las grandes crisis internacionales. No debe extrañarnos que Cataluña disponga de una ley del fomento de la paz o de un Instituto Internacional de la Paz. Todo ello viene de lejos. La sociedad civil es la vanguardia, la que empuja a las administraciones y la que ha puesto en marcha iniciativas de actuación en Grecia, Bosnia, Colombia, el Sáhara o Líbano. En este último país el gobierno coordina con el Ayuntamiento un plan de acción entre las entidades catalanas allí presentes y el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) para gestionar mejor la atención a los refugiados –un millón y medio–; es el país con la ratio de refugiados por habitante más alta del mundo.

Son acciones, en definitiva, que tienen que ver con esta cultura de la paz forjada durante siglos y que sitúan a Barcelona como referente mundial en este ámbito.