Acerca de Bàssem an-Nabrís

Escritor y poeta

Pequeñas historias de Barcelona

© Judit Canela

Nacido en 1960 en un campo de refugiados de la Franja de Gaza, el poeta Bássem an-Nabrís llegó en 2012 a Barcelona, invitado por el PEN Català a través del programa “Escritor acogido”, que permite una estancia máxima de dos años a escritores perseguidos o amenazados de muerte.

Bássem an-Nabrís pasó cuatro años y medio en prisiones israelíes como consecuencia de sus escritos. En 2007 sufrió un atentado por parte de una milicia de Hamás. Autor de siete poemarios y dos dietarios de guerra, en 2015 ha publicado en catalán y árabe Totes les pedres [Todas las piedras], su primer libro de poemas fuera de Palestina. Reproducimos una muestra de los relatos breves que conforman su último libro pendiente de publicar, Petites històries de Barcelona [Pequeñas historias de Barcelona]. Ambas obras han sido traducidas al catalán por Valèria Macías Pagès.

Mensajes que no llegan
Los domingos, el señor Fernández hace pompas de jabón. Se le puede ver en la plaza de Espanya o en el parque de la Ciutadella. Equipado con dos cuerdas, en una postura adecuada respecto al viento, hace pompas de colores, pequeñas y grandes. Son tan bonitas que atraen antes a los mayores que a los pequeños. Algunos sonríen y otros activan la cámara del teléfono móvil.
Pero a Fernández, un aficionado que aprendió de un vagabundo rumano, le da igual si la taza que tiene al lado se llena o si se queda vacía. Le basta con ganarse lo que vale una comida y se entrega al trabajo con toda el alma. Dice:
–El creador de burbujas no necesita los sofismos de herr Hegel ni de monsieur Descartes. Solo tiene que conocer a fondo la vida.
–¿Cómo dices?

–¿No ves la verdad de la vida, amigo?
–Sí, ¿qué le pasa?
–¿No es la vida una simple pompa de jabón que enseguida estalla?
–A lo mejor sí.
–Simplemente me gusta recordar a las personas la verdad sobre sus vidas.
Después suspira, agitando la mano en el aire:
–¿Sabes? Lo peor de esto es que el mensaje no llega.
Cuando anochece, él, de piel blanca y cabello rubio con rastas, con las rodillas de los pantalones rotas, se va a buscar un bar o un café con el recipiente medio vacío y con las cuerdas y el jabón líquido en una mochila. Lo sigo.
–¡Un momento, amigo!
Acelera el paso y vuelve la cabeza, enfadado:
–¡El mensaje no llegará nunca!

Noche
Cuando tocaron las dos, bajé. En la cabeza tenía una única meta: la noche. “Pero, si la ciudad está tan iluminada, ¿cómo encontraré lo que busco? Solo me queda el parque de la Ciutadella”.
Volviendo de la playa, entro por el agujero de la reja, saltando. Escojo la palmera, me acuesto debajo, en el césped, y me calmo. Restriego la cara por los brotes cortos y húmedos. Inspiro. Me tumbo de espaldas y veo las estrellas hundidas. Inspiro. Esta es la primera noche que merece llamarse noche. Siento un aleteo cerca, y se me cruza un pájaro negruzco. “Es eso…”.
Y me adentro en la frescura del rocío y de la melancolía.

Ausencia
La rubia Mercè, de facciones minúsculas y voz coqueta, es la seducción personificada. Tiene la edad que suman los dedos de las manos y los pies. Le gusta el cava, ir en bicicleta y Lluís Llach. Cuando sabe que habrá sardanas en la plaza de la Catedral, hace lo imposible por participar.
Anteayer fui y no la vi. Pregunté a su grupo y me dijeron que se había ido a estudiar con una beca a la Universidad de Lisboa. Si bien es cierto que disfruté del baile, me sentí solo. Mercè tampoco estaba en ninguno de los corros de hoy.
Cuando ella entra en un círculo hay algo de su alma que se desprende, y ves a las personas mayores –que son las que más lo frecuentan– radiantes en su compañía. Les ha contagiado su juventud, su vivacidad y su alegría. La ausencia de esta chica bondadosa me pesa en el pecho.