Acerca de Sergi Garcia

Asociación Galanthus

Poniendo en valor el patrimonio natural de Barcelona

La reintroducción del halcón peregrino, el proyecto Oreneta y una gestión de los estanques que ha beneficiado a los anfibios y a otros animales acuáticos son ejemplos exitosos de acciones que se han llevado a cabo para proteger y poner en valor el patrimonio natural de la ciudad.

Foto: Vicente Zambrano

Rana en el estanque del jardín de Ferran Soldevila, en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona. El mantenimiento de las balsas de la ciudad ha incorporado durante el último decenio un programa de protección integral de los anfibios que viven en ellas.
Foto: Vicente Zambrano

El halcón, un pájaro tan vinculado al mundo medieval, que ha nutrido de leyendas y literatura las letras ibéricas, no podía faltar en una ciudad como Barcelona, y así fue hasta principios de la década de los setenta, cuando la última pareja reproductora barcelonesa fue exterminada, arrancada de una de las esbeltas torres góticas de Santa Maria del Mar, donde criaba. Para corregir aquella pérdida tuvimos que esperar al año 1999, cuando un proyecto municipal de reintroducción del halcón peregrino, siguiendo ejemplos de recuperación de la especie llevados a cabo con éxito en los EE.UU., lo devolvió a la ciudad.

Esta exitosa experiencia, dirigida por el biólogo Eduard Durany, en la que colaboramos, es la primera gran acción de acercamiento de la fauna salvaje urbana al ciudadano, con el objetivo de presentar a la ciudad como parte de la naturaleza y no como su negación. Desde 2004, cuando nacieron los primeros polluelos, hasta 2016, han volado 78 nuevos halcones en Barcelona, algunos de los cuales se han quedado en la ciudad mientras que la mayoría se han marchado para colonizar nuevos territorios. Actualmente tenemos un mínimo de dos parejas reproductoras: una situada en la emblemática Sagrada Família y la otra en el acantilado marítimo de Montjuïc.

La gran difusión del proyecto, que al cabo de dieciocho años aún genera noticias en los medios, nos animó a proponer más iniciativas en la misma línea. La ciudad no podía dar la espalda a su limitado pero valioso patrimonio natural salvaje; había la obligación de poner en valor aquellas especies genuinamente urbanas, como golondrinas o vencejos, o potencialmente urbanas, como cernícalos o grajillas, que tan buenos servicios nos prestan, desde ecosistémicos hasta el puro placer de su contemplación. Algunos urbanistas argumentan que la calidad de vida en una ciudad viene determinada por el abanico de propuestas que ofrece; el disfrute de la naturaleza es una de estas propuestas, debe ser una más.

En el año 2005 se puso en funcionamiento el proyecto Oreneta [golondrina], que incluía una campaña de sensibilización, un censo y un plan participativo en el que vecinos y vecinas comunicaban por diferentes vías la presencia de nidos de golondrina común y de avión común en su casa. En 2016 se contaron 280 nidos ocupados de avión común y algunas decenas de golondrina común, la cual, más vinculada que el primero a ambientes rurales, persevera en volver a rincones de la ciudad que no hace tantos años eran pueblos rodeados de campos y cultivos.

Foto: Sergi Garcia

Nido de halcón en la Sagrada Família.
Foto: Sergi Garcia

En el transcurso de los años, el proyecto Oreneta derivó en un plan de acción para las aves y otros animales salvajes y protegidos que crían en edificios, como el vencejo común y el vencejo real. En la ciudad hemos contado 367 colonias de vencejo real, lo que significaría 3.670 parejas, ya que cada colonia dispone de unas diez parejas de promedio, un volumen importantísimo en relación con la población total de Cataluña. Para conservar toda esta interesante fauna, en colaboración con la Generalitat y el Cuerpo de Agentes Rurales (CAR), se han instalado nidos de golondrina común, avión común, vencejo común, vencejo real, cernícalo, halcón y murciélago; y, lo que aún es más importante, se ha asesorado a constructores y arquitectos con el fin de integrar puntos de nidificación en la obra nueva y conservarlos en las rehabilitaciones.

Uno de los últimos proyectos de fomento de la biodiversidad urbana basados en la instalación de nidos artificiales ha sido la colocación de columnas con nidos de murciélago en los huertos urbanos, como propuesta de gestión natural integrada de estos equipamientos. Los murciélagos pueden ayudar a combatir las plagas de mosquitos y otros insectos.

En la misma línea se situaría el incipiente proyecto de potenciación de la población de erizos mediante la colocación de cajas nido que es, en cierta forma, la continuación del estudio de la población del Zoo y del parque de la Ciutadella de este inconfundible mamífero insectívoro, estudio que se inició en 2007 conjuntamente con el Equipo Verde del parque zoológico. Además de esta población tan urbana de erizo, hemos detectado otras en Horta y Sant Andreu, un ejemplo más de la incursión cada vez más evidente de especies salvajes en la ciudad, fenómeno que debe ir acompañado de medidas de gestión adecuadas, favorecedoras de la biodiversidad y por tanto de nuestra calidad de vida.

La población de los estanques

La adaptación de la gestión de los espacios verdes encaminada a lograr una mayor biodiversidad con la incorporación de nuevos paradigmas puede ofrecer unos resultados fantásticos. Un ejemplo de ello es la gestión de los estanques naturalizados de la ciudad. Con la colaboración de un joven doctorando en Biología, Guillem Pascual, que ya de pequeño perseguía renacuajos en los estanques de Montjuïc y del Laberint d’Horta, en 2007 propusimos al Ayuntamiento la realización de un censo de los estanques de los parques y jardines públicos con presencia de anfibios. Encontramos 56 puntos de reproducción.

Después de este censo, y en años sucesivos, se redactaron informes de gestión, se reforzaron las poblaciones de anfibios y se convirtieron en rutina los rescates de fauna durante las limpiezas de los estanques. Estas acciones han culminado en un programa de protección plenamente integrado en los protocolos de mantenimiento de los estanques. De hecho, Barcelona es probablemente la única gran ciudad de España que cuenta con un programa similar. El resultado de todo ello es el aumento de los puntos de reproducción, en algunos casos por colonización natural.

Actualmente existen 87 puntos de reproducción, con la consecuente consolidación de las tres especies de anfibios presentes en la ciudad: la ranita de San Antonio, la rana verde o común y el sapo partero común. El estado de conservación de esta última especie, cuyos machos son los responsables de cargar con la puesta fecundada y de asistir al nacimiento de los pequeños renacuajos, es excelente. De hecho, en los años 2010 y 2011 salieron de Barcelona miles de renacuajos para repoblar estanques del delta del Llobregat, donde la especie se había extinguido, una operación insólita de donación de ejemplares de una especie protegida por parte de una ciudad en un espacio natural.

Foto: Vicente Zambrano

Nido artificial de murciélago situado en el huerto urbano de Sant Pau del Camp. Foto: Vicente Zambrano

La conservación correcta de los estanques ayuda a otros animales acuáticos. La población de libélulas también se ha incrementado; en los estanques de la ciudad podemos encontrar ninfas de cinco o seis especies, como por ejemplo el Anax imperator, la mayor libélula de Europa, o el elegante Crocothemis erythraea, de un color rojo intenso.

También viven en ellas unas cuantas especies de caracoles acuáticos, garapitos y pulgas de agua o efemerópteros. La forma adulta de estos últimos insectos vive horas, como máximo días, una vez salen del huevo, con la única misión de reproducirse, y forman enjambres que atraen a centenares de pájaros insectívoros, principalmente golondrinas. A finales del verano es un espectáculo ver estas concentraciones de pájaros en los estanques del jardín de Mossèn Cinto Verdaguer en Montjuïc, un parque que cuenta con una importante colección de plantas acuáticas y donde están presentes las tres especies de anfibios mencionadas. En este parque, desde que se aplican los protocolos de mantenimiento y se rescata la totalidad de la fauna acuática cada vez que se efectúa limpieza para restituirla después, la población de rana común ha crecido de 406 ejemplares en 2010 a 1.144 en 2016, un aumento que pone de manifiesto los beneficios indiscutibles de una gestión correcta.

Los habitantes de los riscos urbanos

La mayoría de las especies que crían en edificios son depredadoras. Vencejos, golondrinas y murciélagos consumen de modo habitual pequeños insectos. La función que desempeñan en este sentido es impagable.

Foto: Sergi Garcia

Nidificación de vencejos reales en un edificio del distrito de Horta. Después de un largo viaje desde las regiones africanas donde invernan, los vencejos llegan a la ciudad por primavera y buscan sus puntos de cría siempre en los mismos edificios, como también es el caso de otras especies.
Foto: Sergi Garcia

El cielo primaveral de la ciudad se llena todavía de vencejos. Sus chillidos, agudos y penetrantes, casi no despiertan la curiosidad del vecindario, acaso porque se ha acostumbrado a este ciclo inexcusable, repetido puntualmente cada primavera, o tal vez porque el ruido de la ciudad se impone. El hecho es que, después de un viaje enormemente largo desde las remotas regiones africanas en que invernan, llegan a la ciudad y buscan sus puntos de cría situados en los edificios, siempre en los mismos lugares, pues para estas aves, como para otras especies como halcones, cernícalos, golondrinas, murciélagos e incluso las pequeñas salamanquesas tan injustamente perseguidas, los edificios son su casa y, como a nosotros, les cuesta cambiar.

Desde un punto de vista biológico, los edificios funcionan como riscos, accidentes geográficos que estos animales ocupan fuera de las ciudades. En ellos encuentran oquedades, cornisas y antepechos donde instalar sus nidos, algunos muy bien construidos, como los de las golondrinas. En el caso de los halcones o los cernícalos propiamente no hay construcción de nido, sino que las hembras ponen los huevos directamente sobre superficies que pueden carecer totalmente de materiales depositados por ellos.

Las especies que crían o se refugian en edificios son rupícolas, es decir, viven en estructuras de material rocoso o de aspecto y composición similares a las rocas. Vencejos, golondrinas y murciélagos son consumidores empedernidos de pequeños insectos. La función que desempeñan en este sentido es impagable. Un vencejo, pájaro de vuelo vertiginoso y preciso, puede capturar decenas de mariposas de procesionaria del pino al día, por lo que contribuye al control de esta plaga que afecta a los bosques adonde vamos a buscar setas. Por su parte, los murciélagos pueden comer al día un tercio de su peso en mosquitos y otros pequeños animales; una colonia de estos mamíferos alados pueden consumir una cantidad inmensa de insectos cada temporada. Los halcones sienten especial predilección por las palomas. El halcón y la paloma son el gato y el ratón del aire. Unos aprenden de otros: unos a huir y los otros a cazar. Los cernícalos prefieren los pequeños roedores y los grandes insectos.

Pero estos animales no lo tienen nada fácil en la ajetreada sociedad actual. Antes eran mucho más respetados que ahora (las golondrinas eran casi objeto de culto); en nuestros días ya no lo son, y de ello depende la clave de su conservación: la tolerancia. Muchas veces las rehabilitaciones de edificios se aprovechan para tapar las oquedades que han ocupado generación tras generación, o se instalan pinchos que los expulsan y los fuerzan a buscar alternativas a menudo funestas (por ejemplo, los vencejos expulsados ocupan extractores de humo de las cocinas). Para terminarlo de arreglar, la nueva arquitectura, muy atenta a cuestiones energéticas y de sostenibilidad, ignora totalmente el vector de la biodiversidad y cada vez es más hermética. Aun peor, en muchas ocasiones utiliza profusamente las cristaleras en fachada, de modo que las enormes moles relucientes se convierten en trampas en que se estrellan muchísimos pájaros.

La solución a todos estos problemas no es sencilla pero pasaría, por ejemplo, por no cerrar oquedades o ajustar su tamaño si el problema es una excesiva presencia de palomas, orquestar una serie de normas que impidan la instalación de obstáculos injustificados o construir nidos artificiales integrados para asegurar la supervivencia de estos animales, que con su presencia garantizan una necesaria calidad ambiental y nos proporcionan una alegría indispensable. Como dice la canción Els falciots [Los vencejos], de Joan Manuel Serrat, “…cuando los vencejos se van, el cielo se queda llorando…”