La mayoría de las especies que crían en edificios son depredadoras. Vencejos, golondrinas y murciélagos consumen de modo habitual pequeños insectos. La función que desempeñan en este sentido es impagable.
El cielo primaveral de la ciudad se llena todavía de vencejos. Sus chillidos, agudos y penetrantes, casi no despiertan la curiosidad del vecindario, acaso porque se ha acostumbrado a este ciclo inexcusable, repetido puntualmente cada primavera, o tal vez porque el ruido de la ciudad se impone. El hecho es que, después de un viaje enormemente largo desde las remotas regiones africanas en que invernan, llegan a la ciudad y buscan sus puntos de cría situados en los edificios, siempre en los mismos lugares, pues para estas aves, como para otras especies como halcones, cernícalos, golondrinas, murciélagos e incluso las pequeñas salamanquesas tan injustamente perseguidas, los edificios son su casa y, como a nosotros, les cuesta cambiar.
Desde un punto de vista biológico, los edificios funcionan como riscos, accidentes geográficos que estos animales ocupan fuera de las ciudades. En ellos encuentran oquedades, cornisas y antepechos donde instalar sus nidos, algunos muy bien construidos, como los de las golondrinas. En el caso de los halcones o los cernícalos propiamente no hay construcción de nido, sino que las hembras ponen los huevos directamente sobre superficies que pueden carecer totalmente de materiales depositados por ellos.
Las especies que crían o se refugian en edificios son rupícolas, es decir, viven en estructuras de material rocoso o de aspecto y composición similares a las rocas. Vencejos, golondrinas y murciélagos son consumidores empedernidos de pequeños insectos. La función que desempeñan en este sentido es impagable. Un vencejo, pájaro de vuelo vertiginoso y preciso, puede capturar decenas de mariposas de procesionaria del pino al día, por lo que contribuye al control de esta plaga que afecta a los bosques adonde vamos a buscar setas. Por su parte, los murciélagos pueden comer al día un tercio de su peso en mosquitos y otros pequeños animales; una colonia de estos mamíferos alados pueden consumir una cantidad inmensa de insectos cada temporada. Los halcones sienten especial predilección por las palomas. El halcón y la paloma son el gato y el ratón del aire. Unos aprenden de otros: unos a huir y los otros a cazar. Los cernícalos prefieren los pequeños roedores y los grandes insectos.
Pero estos animales no lo tienen nada fácil en la ajetreada sociedad actual. Antes eran mucho más respetados que ahora (las golondrinas eran casi objeto de culto); en nuestros días ya no lo son, y de ello depende la clave de su conservación: la tolerancia. Muchas veces las rehabilitaciones de edificios se aprovechan para tapar las oquedades que han ocupado generación tras generación, o se instalan pinchos que los expulsan y los fuerzan a buscar alternativas a menudo funestas (por ejemplo, los vencejos expulsados ocupan extractores de humo de las cocinas). Para terminarlo de arreglar, la nueva arquitectura, muy atenta a cuestiones energéticas y de sostenibilidad, ignora totalmente el vector de la biodiversidad y cada vez es más hermética. Aun peor, en muchas ocasiones utiliza profusamente las cristaleras en fachada, de modo que las enormes moles relucientes se convierten en trampas en que se estrellan muchísimos pájaros.
La solución a todos estos problemas no es sencilla pero pasaría, por ejemplo, por no cerrar oquedades o ajustar su tamaño si el problema es una excesiva presencia de palomas, orquestar una serie de normas que impidan la instalación de obstáculos injustificados o construir nidos artificiales integrados para asegurar la supervivencia de estos animales, que con su presencia garantizan una necesaria calidad ambiental y nos proporcionan una alegría indispensable. Como dice la canción Els falciots [Los vencejos], de Joan Manuel Serrat, “…cuando los vencejos se van, el cielo se queda llorando…”