Paseando por las calles de cualquier manzana del Eixample, una pequeña abertura en la pared te llama de súbito la atención. Un cartel verde indica que se trata de unos jardines. Entras por un estrecho pasillo y ante ti se abre un patio verde, un jardín urbano, con mobiliario para el descanso y el juego de los más pequeños, y que te aísla del fragor constante de la metrópoli. Aislamiento sonoro y visual de una urbe que se mueve veloz, sin pausa alguna, hasta que encuentras aquel rincón oculto, un espacio de seudonaturaleza en medio de la ciudad. Un pequeño tesoro.
Cerca de cincuenta jardines interiores de manzana están abiertos al público en el Eixample. Como decía Ildefons Cerdà en su Teoría general de la urbanización: “En cada uno de estos espacios aislados por las vías urbanas, existe un pequeño mundo, una pequeña ciudad o urbe elemental”. En cada interior de manzana hallamos este reducido microcosmos, con sus particularidades y singularidades: grande o pequeño, regular o desigual, con más verde o más gris, con arena o caucho, con más zonas de juegos o descanso. Pero todos tienen en común los espacios de ocio y recreo, la imitación que hacen de la naturaleza y el aislamiento perceptivo, que facilita la interrelación del vecindario.
En su proyecto urbanístico del Eixample, de talante progresista e igualitario, Ildefons Cerdà preveía que los interiores de las manzanas serían espacios verdes de uso público, que aumentarían la salubridad de las viviendas al tiempo que ofrecerían al vecindario una zona de descanso y ocio. Esta propuesta se vio desvirtuada desde un buen principio, ya que la oposición de las autoridades municipales, así como de los propietarios de los terrenos, dificultó y aguó el proyecto. La especulación comportó que la superficie edificable superase bastante la que Cerdà había planificado, lo que incrementó la densificación del Eixample.
El urbanista e ingeniero planteaba construir solo en dos flancos de las manzanas, pero ante las presiones acabó aceptando que se edificara en los cuatro. Con el paso de los años se ampliaron el número de plantas de los edificios mediante ordenanzas. En 1891 se pasó de las cuatro que había marcado Cerdà a seis, y en la época franquista del alcalde Porcioles se llegó a las ocho, a las que se sumaban áticos y sobreáticos. También se aumentaron las profundidades de construcción dentro de la manzana y se eliminaron los espacios de sus interiores, que podían ser edificados en toda su planta baja, y así proliferaron en muchos de ellos fábricas y comercios. En algunos casos la construcción interior superó esta planta baja y llegaba a los dos pisos de altura o más. La variedad de ordenanzas aún se puede observar paseando por el Eixample, contemplando fachadas interiores y exteriores.
Mercè Tatjer, geógrafa e historiadora urbana, vive en el Eixample y le apasiona fijarse en sus detalles, que rompen con aquella excesiva regularidad de que tanto fueron acusados Cerdà y su plan. Defiende la variedad de fachadas, de detalles ornamentales, de profundidades de los edificios, de espacios interiores en las manzanas. “Imagina que no se hubiesen superado los cuatro pisos que pedía Cerdà. Con las calles llenas de árboles, como él planificó, ahora el Eixample sería una ciudad jardín”, evoca, nostálgica, mientras señala un edificio de ocho plantas con ático en la calle Consell de Cent, junto a la Fábrica Lehmann, espacio que aún conserva “su patio orgánico”, donde conviven talleres relacionados con la comunicación, el arte y la innovación.
Ante esta falta de espacios verdes, la llegada de la democracia en 1976 trajo un nuevo Plan General Metropolitano (PGM) que incorporaba la recuperación de los interiores de manzana como espacios ajardinados, en la línea de lo que había planificado Cerdà. La normativa indicaba que las empresas que construyesen en los sótanos de los interiores de manzana tendrían que ajardinar la cubierta, siempre que la planta baja no fuese edificable. Los primeros jardines recuperados en 1985 fueron los de la Torre de les Aigües (Roger de Llúria, 56) y los de la Casa Elizalde (València, 302).
El PGM se concretó con la ordenanza del Eixample de 2002, que derogaba y modificaba la de 1986. Según esta ordenanza, a partir de la segunda corona del edificio, que en planta baja puede llegar a una profundidad de edificación de 4,5 metros, todo el resto tiene que ser jardín. Este espacio puede ser privado, de uso exclusivo para el vecindario que ocupa las viviendas de la manzana, o bien, si se construye el subsuelo (con un parking, un supermercado o algún comercio), se debe ceder al Ayuntamiento y darle un acceso a fin de que sea un espacio abierto a la ciudadanía.
Una treintena de espacios recuperados hasta 2012
La apuesta por recuperar el interior de las manzanas se impulsó en 1996 con la creación de la empresa mixta Proeixample, que combinaba capital público (un 62 %) y privado (el restante 38 %). Proeixample buscaba interiores de manzana, negociaba, compraba locales y suelo. Invertía para poder conseguir espacios verdes de uso público en los patios, y recuperaba parte del capital vendiendo suelo edificable de la manzana. En la época en que estuvo activa, de 1996 a 2012, se recuperaron alrededor de una treintena larga de interiores para uso del vecindario. La llegada al Consistorio de la extinta Convergència i Unió acabó con la empresa, lo que sumado a la crisis económica frenó la recuperación de los interiores de manzana.
El presidente de la asociación de vecinos de La Dreta de l’Eixample, Jaume Artigas, lo tiene claro: “Desde la llegada de la crisis en 2012 hasta ahora no se ha inaugurado ningún espacio nuevo en el barrio. La recuperación de patios de manzana se hacía comprando espacios y no por expropiación, que tenía el mismo coste que una compra. Ahora la realidad es más dura: no hay recursos económicos suficientes. No se hace gestión urbanística porque los precios son muy elevados”.
En este sentido, desde 2012 solo se han recuperado dos interiores de manzana: el de Anaïs Napoleon (Marina, 155), en el barrio del Fort Pienc, en el año 2015, y un año más tarde el de Montserrat Figueras (Còrsega, 195), en L’Antiga Esquerra de l’Eixample, nombre aprobado en julio de 2017 pero que aún está pendiente de oficializar.
“Son operaciones muy costosas, tanto para el ámbito privado como para el público. Si es una operación pública, la Administración tiene que dedicar mucho dinero, hay que comprar el suelo y ejecutarlo. Si el promotor es privado, tiene que ser una actuación importante porque es él quien paga la realización del interior de manzana para cederla después al Ayuntamiento, que es quien lo mantiene”, explica Elisenda Capera, directora de licencias y espacio público del Ayuntamiento de Barcelona.
Actualmente hay unos cincuenta jardines interiores de manzana de acceso público en el Eixample. Es difícil contabilizarlos y desde el Ayuntamiento los números bailan. Cuesta precisar el concepto de jardín ubicado en un interior de manzana y, pese a que en principio debería tener algún lado edificado, algunas recopilaciones también contabilizan jardines abiertos, como el parque de Joan Miró. Otras compilaciones incluyen los patios de escuelas en interiores de manzanas, de uso exclusivo del equipamiento, con excepción de las escuelas que participan los fines de semana en el proyecto Patis Oberts [Patios Abiertos].
La recopilación más actualizada, que se cerró a finales de 2017, es la elaborada por el colectivo de arquitectos El Globus Vermell. Acaban de publicar un plano guía llamado Jardins interiors d’illa de l’Eixample, que se puede obtener por 3 euros, en el que también incluyen los de los distritos de Sant Martí, alguno de Sant Andreu y un par más situados en la frontera con Gràcia. No incorporan los patios de colegio ni los jardines abiertos, como tampoco los jardines privados de restaurantes abiertos al público, por ejemplo el Bellavista Club. En total contabilizan 77, de los que unos 46 formarían parte del distrito del Eixample, un número ligeramente inferior a los 48 que publicita su web. En estos 46 se incluyen 3 que están en construcción.
Desde el Ayuntamiento de Barcelona restan importancia a los números: “Lo que queremos son espacios verdes y libres, no nos importa que sean interiores o no. Al final preferimos sumarlo todo: nuestro objetivo es conseguir unos cincuenta espacios accesibles y un centenar verdes”, expone Elisenda Capera.
Operaciones en marcha
Actualmente, dentro del Plan de espacios interiores de manzana hay diversas operaciones en marcha para recuperar algunos nuevos. El primer jardín que se prevé inaugurar, a principios de 2019, es el de la Casa Macaya (Roger de Flor, 191). Ahora hay un pequeño espacio de juego, pero el Ayuntamiento recuperará y gestionará todo el interior de manzana como zona verde. Las obras de derribo empezarán en breve.
Otros proyectos iniciados ocuparán antiguos cines. Es el caso de la manzana del cine Niza, en el barrio de la Sagrada Família, cuyo interior está en la fase de derribo y que ya tiene un proyecto de edificación con entrada y salida por las calles Rosselló y la plaza de la Sagrada Família. Se proyecta que las obras acaben a finales de 2019. El extinto cine Urgell ya está derribado: el grupo Bonpreu construirá allí un supermercado con un parking en el subsuelo y habilitará un jardín en la cubierta, que cederá al Ayuntamiento. También se está derribando el antiguo cine Novedades, en la calle Casp, de donde surgirá un nuevo interior de manzana, pero son obras que, como las del cine Urgell, tienen un calendario de largo plazo, cerca de año y medio.
En el número 50 de la calle Sepúlveda se está recuperando un pequeño espacio que se conoce de momento con el nombre de jardines La Favorita, dado que era donde se situaba el edificio de Muebles La Favorita, derribado en el año 2007. Un proyecto parado es el de manzana CLIP, rodeada por las calles Còrsega, Lepant, Indústria y Padilla, que tiene ocho locales en los bajos. Tres son del Ayuntamiento, comprados en su momento por Proeixample, pero ahora mismo no hay ninguna iniciativa privada interesada ni dinero público para construir.
Todos estos proyectos son oportunidades surgidas de la iniciativa privada y aprovechadas por la Administración. Por lo tanto, es difícil poder establecer un plan de recuperaciones, ya que el Consistorio depende de las propuestas externas que se realizan. La imposibilidad de planificar los jardines a construir comporta que proyectos como el de las supermanzanas, en que los interiores de manzana podrían servir para conectar las diversas manzanas con circuitos peatonales, sea difícil de realizar.
“La supermanzana puede estar en la calle o en el vial o puedes establecer una conexión por los interiores de manzana; se ha querido siempre que estos interiores tengan entrada y salida. Entras por un lado y sales por otro y, si quieres, te detienes en él. También son más seguros porque hay más circulación. Si consigues eso, puedes trazar circuitos, aunque debería haber aún más y, sobre todo, coincidentes. En Sant Antoni hay bastantes adyacentes, pero carecen de entradas y salidas organizadas”, expone Elisenda Capera, que asegura que la conexión de las supermanzanas es uno de los retos del Consistorio.
El objetivo que Proeixample se marcó en su momento era que en el Eixample hubiera un jardín cada 200 metros, es decir, cada nueve manzanas. “Eso es teoría, porque después las oportunidades aparecen donde sea, pero sí que sirve para descubrir dónde se hallan las carencias. Cuando tú marcas estos 200 metros, vas viendo que hay zonas más vacías, como el espacio céntrico de la izquierda del Eixample. Esto sirve para orientar esfuerzos, pero sale lo que sale”, concluye Capera.
Desde la asociación de vecinos de L’Esquerra de l’Eixample comentan que valoran muy bien los jardines interiores existentes, aunque admiten que si las entradas son estrechas les da miedo acceder a ellos. “No me hace ninguna gracia entrar, porque siempre imagino que de allí saldrá alguien que me hará daño”, confiesa Madrona Comas, miembro de la asociación.
Formas y usos muy variados
Las entradas en los jardines interiores son muy variadas, tanto como sus formas y tipologías. Mercè Tatjer, mientras analiza el interior de manzana de Sebastià Gasch (Rocafort, 87 y Entença, 62), explica: “La parcelación de las casas es diversa. Algunas conservan trazados históricos y están sesgadas, o bien tienen más profundidad que las adyacentes, de modo que crean un jardín desigual en el interior. Cada jardín puede tener una forma diferente”.
Y también usos variados. En el Eixample algunos comparten el espacio con equipamientos públicos, como bibliotecas, guarderías o centros de servicios sociales. Otros han cedido parte del suelo para huertos urbanos o en verano se convierten en una piscina. Todos, sin embargo, participan de características que derivan de los tres principios que comparten como territorios seudonaturales, aislados de la gran metrópoli y su circulación y dedicados a prácticas de ocio: la presencia de espacios para sentarse y descansar, zonas de juego y ocio para los niños y, sobre todo, la intención de que el color verde predomine, focalizado en una pequeña zona del jardín o bien repartido por todo él.
Visitarlos permite también descubrir nombres de mujer hasta ahora desconocidos en la ciudad. Desde el Ayuntamiento se ha apostado por poner nombres femeninos a estos jardines, como una manera de empezar a compensar el escaso 7 % con que cuenta el conjunto de la ciudad, entre ellos ninguno dedicado a una calle del Eixample. Se recupera la memoria de mujeres significativas para la ciudad y el país ofreciéndoles un espacio propio. Las últimas denominaciones aprobadas han sido la de los jardines de Assumpció Català, la primera mujer que obtuvo el doctorado en matemática y astronomía, denominación inaugurada oficialmente el 21 de abril pasado, y la de los jardines de Montserrat Figueras, soprano especializada en música antigua. “Empieza a hacerse justicia, porque parece que, si has sido discreta y no has llamado la atención, no te tienen en cuenta”, reflexiona Mercè Tatjer.
Aislamiento, descanso y juegos de color verde
La ruta por los interiores de manzana comienza con los jardines más nuevos de la ciudad, los de Montserrat Figueras, en la Antiga Esquerra de l’Eixample, inaugurados en junio de 2016.
Un estrecho pasillo, de entrada y de salida, me transporta del tráfico de la calle Còrsega a un oasis. Lleno de árboles y de plantas que se encaraman por las paredes, entre los espacios de paso y alrededor de las zonas de descanso y juego, la sensación de hallarme en un pequeño espacio aislado es más intensa que nunca. Pero el sábado por la mañana la calma desaparece. Dos fiestas de cumpleaños se reparten el espacio, de cerca de 1.500 metros. Una ocupa la parte elevada del parque, detrás del espacio de juego donde las plantas enredaderas envuelven el mobiliario urbano de descanso. Los bocadillos y las bebidas ocupan unas pequeñas mesas, mientras que las familias comparten el espacio jugando y hablando. La otra fiesta de cumpleaños se ha situado en un lado del parque, en un pequeño saliente. Una animadora construye formas de animales como globos, mientras unas bandejas llenas de cupcakes de colores esperan su momento de protagonismo.
“Normalmente hay una fiesta de cumpleaños al mes; que hoy haya dos es mucha casualidad –comenta Fidel, vecino de la manzana–. Vivo aquí mismo, pero no me molesta el ruido. Tengo hijos y es un privilegio poder venir a jugar tan cerca de casa”. Mientras habla, observa a su hijo pequeño que está jugando con la arena que rodea el espacio de juego y recuerda el taller de motos que ocupaba todo el interior antes de la reforma, no hace tanto tiempo. “El cambio ha sido a mucho mejor”, valora.
Carlota, de nueve años, descansa en uno de los bancos que rodean el parque, mientras sostiene con fuerza su bici. “Me gusta el parque”, asegura, tímida. Su padre, no obstante, confiesa que prefieren otros más grandes, como los jardines de Beatriu Pinós-Milany, baronesa y divulgadora de la obra de Ramon Llull, situados a tan solo tres minutos a pie. La zona que rodea el Hospital Clínic tiene una alta densidad de jardines, en manzanas casi consecutivas. Ahora bien, no todo el barrio sigue esta dinámica: en la zona céntrica, entre Aragó y Mallorca, prácticamente no se encuentran espacios verdes.
A unos cuarenta minutos se halla el penúltimo jardín construido, el de Anaïs Napoleon (Marina 155), en el barrio del Fort Pienc. A media tarde niños y niñas lo llenan con correteos y juegos. Proyectado como un piso del Eixample con sus estancias, se accede a él por un pasaje que simula el recibidor y que acoge una pequeña exposición sobre quién era Anaïs Napoleon, la primera fotógrafa profesional catalana. Un recibidor que es lugar de paso y que da lugar a la cocina, donde bajo unos árboles frutales tres niños juegan a la pelota, pese a ser una de las múltiples acciones prohibidas en el espacio. Como lo es también hacer ruido y gritar.
Pero no todo el monte es orégano…
“Una señal que pide silencio. ¿Cómo es posible? ¡Es un espacio para niños!”, se queja, enfadada, Stefanie, vecina de la manzana que cada tarde va con sus hijos al jardín. “Antes el patio era de los vecinos y no han aceptado demasiado bien que pase a ser abierto”, reflexiona a su vez Eugènia, que, acompañada de sus cuatro hijos, reclama a la ciudad espacios verdes “más grandes”.
Los jardines han sido polémicos. Antes de abrirse al público eran un espacio privado de la finca. La cesión no se realizó en su momento y, cuando finalmente se llevó a cabo, forzada por el Ayuntamiento, el vecindario la recibió con muchas quejas, centradas sobre todo en el ruido.
“Un día los vecinos tiraron incluso huevos. A mí me tiraron una lata –explica Stefanie–. Han elimnado dos juegos porque eran piezas de metal situadas sobre soportes de madera y hacían ruido. ¡Increíble!”
Elisenda Capera destaca las contradicciones de las prohibiciones. “Los interiores de manzana resuenan. Entendería el malestar cuando la gente duerme y por eso se cierran en horas nocturnas. Pero son niños, gritan y corren. No es que este interior tenga más problemas que otros, es porque algunos vecinos son especialmente sensibles”, concluye.
En la terraza del jardín encontramos mesas con cuadros de ajedrez dibujados y pequeños bancos a la sombra de los árboles, hoy vacíos. En las habitaciones se ubican las zonas de juego: un espacio con columpios y un arenal. De las paredes cuelgan plantas enredaderas, que imitan una naturaleza que contradicen el suelo de caucho y los edificios que la rodean . Los árboles ayudan a ocultar este entorno urbano; sentada en un banco, solo veo hojas y ramas. Pese al ruido de niños jugando, hay aislamiento del ruido externo, roto por algún pelotazo y ocasionales piadas de pájaros.
Estos jardines no tienen equipamientos incorporados, a diferencia de otros espacios que conviven con diversos servicios. Es el caso de los jardines de Càndida Pérez (Comte Borrell, 44-46), situados en Sant Antoni, que comparten espacio con una biblioteca y con un centro de personas mayores. El acceso es un pasillo amplio de techo alto desde el cual se accede a la biblioteca Sant Antoni-Joan Oliver, de cinco plantas y muy transitada.
Dentro del jardín la calma es total. Son las siete y media de la tarde y solo ocupan el espacio unos abuelos con su nieta y dos chicas sentadas en un banco. “No acostumbramos a venir al jardín, pero hoy hace muy buen día y tenemos que aprovechar para trabajar”, comenta Helena, señalando el ordenador que Marien sostiene sobre la falda. “Yo vengo mucho a la biblioteca por su sección de cómics”, confiesa, mientras observa de reojo la carta de presentación que está preparando para enviar a una empresa.
Se abre la puerta del espacio de personas mayores, ubicado dentro del patio interior, y salen tres mujeres con una rosa en la mano. Se sientan en los bancos que rodean la zona de juegos infantiles y de elementos para hacer ejercicio físico. “Yo era bailarina”, confiesa alegre y divertida Núria Soriano Módena, que deja claro que es como el vinagre, no es que sea moderna. Vestida con chaqueta blanca y falda a juego, los labios muy rojos y unas gafas negras que le dan un toque muy moderno, explica que salen de celebrar Sant Jordi, con una merienda y un baile. “Me encanta este jardín tan tranquilo y agradable, sobre todo en verano, cuando hace buen tiempo”.
Una chimenea destaca en el espacio, recuerdo de la fábrica de caramelos que ocupaba el patio. Pese a contar con algunos árboles, el jardín lo dominan el color ocre de la arena y el negro del hierro de las paredes, a excepción de un rincón rebosante de plantas enredaderas para evitar pintadas en los muros. Núria y sus amigas se van a casa; al cabo de poco, el resto de participantes del baile de Sant Jordi las sigue, cruzando el patio con sonrisas emocionadas.
La “playa del Eixample”
Para terminar la ruta me acerco a los jardines de la Torre de les Aigües (Roger de Llúria, 56), que en verano se convierten en una piscina conocida como la “playa del Eixample”. Aún es primavera y a media mañana el espacio está ocupado por turistas, madres con bebés y trabajadores de descanso. Los múltiples arboles repartidos por el patio ofrecen sombra y sensación de aislamiento.
“Trabajo muy cerca y vengo cada mañana a desconectar durante el descanso”, explica Andros, con un cigarrillo en una mano y en la otra medio bocadillo envuelto en papel de aluminio. “Hoy está tranquilo; normalmente vienen los estudiantes de bachillerato del instituto a la hora del patio y se llena”. A Andros se le acaba el descanso y vuelve al despacho. Roxanne se sienta en un banco. Está de vacaciones y ha alquilado un apartamento muy cerca de los jardines; ha llegado allí por casualidad, pero lo encuentra muy bonito. Dos adolescentes charlan y comparten confidencias, móvil en mano. Un hombre entra con el teléfono ante los ojos, nervioso, sin dejar de pulsar teclas mientras se mueve lentamente por el espacio, poco consciente del suelo que pisa. La calma que ofrece hoy el aislamiento del patio no tiene nada que ver con el ambiente veraniego, cuando lo llenan los gritos de los niños. Incluso se oyen los pájaros, que pasean entre las copas de los árboles con una tranquilidad que no encuentran en el resto de la ciudad.
Jardines ocultos aún no pervertidos por el turismo, aunque empiezan a ser conocidos, a menudo por casualidad. Espacios de descanso y desconexión visual y sonora en medio de una ciudad que avanza veloz y, con ella, las personas que la habitan. Un receso que se combina con el juego y el ocio de los niños en un espacio que, provisto a menudo de verde, promete la ilusión de un contacto con la naturaleza lejana, que en el imaginario colectivo simboliza calidad de vida. En una zona carente de grandes espacios verdes, los jardines interiores de manzana se convierten en un substituto acogedor de aquella naturaleza anhelada, distante de la gran metrópoli.