Barcelona aparece en uno de cada veinte de los 4.100 números publicados por la revista desde 1925. Algunos de los textos más destacados, tomados en conjunto, ofrecen una clara visión de las fases por las que ha pasado la ciudad.
Bajo la lupa de ‘The New Yorker’
Las revistas publicadas en Nueva York son la ventana al mundo cosmopolita que las leyes y las costumbres norteamericanas quieren expresar. La presencia de Barcelona en ‘The New Yorker’ empieza en 1935, con una descripción del carnaval que prefigura ya la sombra de la moral de posguerra, en fuerte contraste con la alegría de vivir de la Segunda República, aún vigente.
El texto publicado en 1944 por Marya Mannes es un artículo de guerra. Los aliados hace ya seis meses que han desembarcado en Normandía, y París ha sido liberada en agosto. La pregunta implícita es si cruzar los Pirineos con el ejército aliado es una empresa aconsejable.
Los artículos de los años cincuenta muestran un país derrotado y vulgar, que solo se salva por el exotismo mediterráneo. Cristaliza el mito de la buena vida barcelonesa, sustentada en el desorden, el calor, la bohemia, la impuntualidad, el sexo y, en general, en un ‘carpe diem’ relajado, embrutecido y sin cultura. Pero tras ello se detecta una tristeza, un silencio.
Con motivo de los Juegos Olímpicos, la revista vuelve a publicar un reportaje central dedicado a Cataluña. Barcelona aparece en él anclada en el consumismo, como paradigma de la sociedad tardocapitalista del bienestar. La ley de poner el contador de la memoria a cero da sus frutos, pero ficción y realidad acaban confundiéndose.