Begoña Román: “En el teatro no puedes apartar la mirada, solo puedes irte”
Entrevista a Begoña Román, filósofa
El Grec 2025 quiere convertirse en el canal para que artistas y público aporten conjuntamente significado a los espectáculos. Con la sociedad contemporánea como protagonista y las inquietudes que la atraviesan como tramas argumentales, el festival interpelará a los espectadores en torno a temas como la identidad, las relaciones humanas o la vida en comunidad. Entrevistamos a la profesora de filosofía Begoña Román para reflexionar sobre la función del arte y cómo la escena puede ayudarnos a entender un poco más al mundo y a nosotros mismos.
¿Las artes escénicas pueden convertirse en un espejo del mundo actual?
Hay una enorme discusión entre el arte comprometido y el arte por el arte, y me parece una polarización excesiva, porque en todo arte hay un deseo de comunicar. El creador tiene un “deseo de decir” a los demás y esta necesidad, aunque se remonte a tiempos pasados, está situada en algo que le ocupa y le preocupa de la realidad. Por su parte, el espectador también viene con su mundo y le retumbará lo que ve en el escenario. El contacto entre ambos siempre está hablando de la vida y de cómo hoy, en la actualidad, nos retumba lo que estamos viendo, escuchando y viviendo.
Incluso en el arte por el arte —que no es lo comprometido, no tiene moralina o consejo, sino que quiere entretener—, si es arte no puede ser frívolo; tiene un componente de esfuerzo, hay igualmente un acto de comunicación y habla de un tiempo que es la actualidad.
En esta edición, el festival rehúye de una línea temática y se centra en “la sociedad de nuestros días”, abordando cuestiones que abarcan desde la introspección en torno al yo a las estructuras familiares. ¿Crees que se trata de los grandes temas de nuestra época?
Son claramente problemáticas de actualidad y el creador tiene cosas que aportar diferentes de otros discursos como un ensayo literario o los medios de comunicación.
La sociedad del siglo XXI —sobre todo con la pandemia, las redes sociales, el miedo a todas estas subidas de los fascismos y a determinados presidentes conservadores que rompen estados de derechos— hace que la vida cotidiana que importa a cualquier persona tome notoriedad, porque se encuentra descontrolada. Un virus nos puede encerrar en casa, no sabemos a ciencia cierta la verdad de los medios o de la IA… y recuperamos los temas clásicos de toda la vida. Primero pan y, después, filosofía. Es entonces cuando empezamos a pensar necesariamente en quiénes somos y es una investigación que siempre se hace en el entorno social.
“Te vas a casa con una profundización. No solo con ideas, sino tocado y trastocado de alguna manera”
El hombre se hace en la relación. El sujeto en todo momento sabe quién es y tiene claro lo que quiere. Pero ahora, con todos estos malestares, una sociedad excesivamente tecnificada, etc., el yo se vuelve a cuestionar quién es, cómo se hace, qué factores le generan serenidad y estabilidad… Nos obliga a pensar en las estructuras sociales y familiares, que también se ven abocadas a muchos cambios, cómo puede ser destruirlas, qué significa una buena crianza (no solo en manos de los padres y la escuela, también de influenciadores, series…).
Nos lo estamos replanteando todo.
Es difícil comunicarnos en una sociedad en la que no compartimos códigos morales. Todo esto lo podemos ver reflejado en una tertulia, una columna de opinión o en las artes escénicas, que tienen la ventaja de no ser tan racionales; aunque haya un mensaje, se hace una inmersión. El sujeto entra y se adentra. Tiene una doble agencia: no es solo un espectador, está dentro compartiendo con una comunidad de espectadores que le refleja algo. Como un espejo. Se hace para él y para lo que significa para el público. Y no está solo, se siente interpelado por el espectáculo y por las reacciones del público, que ríe o llora. Hay racionalidad y también emoción. Y no se dirige solo a la racionalidad y la emoción de uno, sino a la totalidad de los sujetos relacionados; es a nivel individual y comunitario.
Todo esto hace que la comunicación de estos temas sea original del espectáculo y no se comparta con otros canales como una tertulia o la televisión. Te vas a casa con una profundización. No solo con ideas, sino tocado y trastocado de alguna manera. En el teatro no puedes apartar la mirada, solo puedes irte.
“No podemos ser condescendientes a la sumisión del mercado y al guiño de ojo para preguntarme si me estás siguiendo. Es una ofensa a la inteligencia”
Las personas que crean transmiten una idea subjetiva del mundo que puede incidir en el imaginario colectivo. ¿Qué poder transformador tienen estas miradas? ¿Qué debe pasar para que presionen y no se queden en la superficie?
Toda la discusión de los derechos de autor lo que conlleva es que el autor se manifieste. Todo autor desea ser comprendido. Compartir. Si no, no lo haría; se lo quedaría para él. Incluso en la creación más original y personal, incluso el más narcisista de los autores. Entre otras cosas, porque le hace falta cierta corroboración: “¿Tiene sentido lo que digo?” No solo busca la calidad de su mensaje y de su discurso, sino la dosis de razón de lo que ha querido manifestar.
También puede ser que un texto esté avanzado a su tiempo. Hay autores de forma póstuma. Quizás tienes algo que decir, y lo has hecho bien, pero el público no está preparado. No hay que hostigarse. Son personas que han hecho un tipo de espectáculos para los que tiene que pasar mucho tiempo para que los admiremos. Esto puede ocurrir en momentos de facilitarlo todo al público. No es que sea esnob o autoexigente, simplemente quiere comunicar algo que requiere un tipo de lenguaje.
En tercer lugar, determinados espectáculos reclaman cierta pedagogía, algunas concesiones del tipo: “Fijaos en esto, en lo otro…” Como espectador, pides un poco de ayuda para creer y comprender. Son espectáculos que implican un riesgo, un lenguaje personal del autor, y hay que ayudarnos, pero sin paternalismo. A veces se hacen demasiadas concesiones. No podemos ser condescendientes a la sumisión del mercado y al guiño de ojo para preguntarme si me estás siguiendo. Es una ofensa a la inteligencia, sin que ello implique caer en el elitismo. Es importante que todas las edades puedan acceder al contenido, como ya hacen en los museos, por ejemplo, con la accesibilidad cognitiva.
Tenemos la manía de querer entenderlo siempre todo, ¿verdad?
Cuando nos dicen: “Mirad, romperemos la trama”, es que hay trama. Quieren que la montemos los espectadores. A menudo una pequeña frase ya nos ayuda. A mí, a veces me gusta leer lo que me han dicho [en el espectáculo] antes, y a veces no. Pienso: “Mejor hacerlo después”, para que no me condicionen mucho, y luego me arrepiento.
“El directo, el live, es pura vida. Si no te ha interpelado, en cambio, no te acuerdas”
¿Cómo se decodifican este tipo de espectáculos más abstractos, sin texto? ¿Es práctica?
Todo arte es práctica, tanto para el que lo hace como por el que participa recibiéndolo. El espectador no es en absoluto pasivo, es activísimo por cómo está pensando y sintiendo. Requiere un entrenamiento para hacer saltos cualitativos.
Volviendo al mensaje, quien crea suele afirmar que “lanza preguntas, no da respuestas”, pero cualquier acto artístico lleva implícito un posicionamiento o una idea...
Sí, pero dar la respuesta es la moral, es cerrarlo y que el espectador no tenga que hacer nada. Tampoco es cierto, ya que si el creador hace la pregunta, es que hay insatisfacción en las respuestas precedentes y busca las respuestas de los demás. Además, creo que es mucho más fácil hacer una crítica demoledora, consensuar el no, que abrir preguntas.
Ante un final abierto pueden pasar dos cosas: o no lo sabías cerrar, o no has querido hacerlo para que el espectador lo cierre a su manera. Pero entonces te tiene que parecer bien lo que diga el espectador.
Las artes están vivas. Su legado, ¿hasta cuándo perdura?
Depende mucho de las personas. Si has ido a un espectáculo en el que has tenido un retumbo o éxtasis, toda la vida. Un momento, solo por el que habrá valido la pena vivir. La gran satisfacción. Todo llama a buscar instantes inolvidables, y como la memoria emocional no se pierde tan rápidamente como la lógica racional… puede durar mucho tiempo. Por eso el directo, el live, es pura vida. Si no te ha interpelado, en cambio, no te acuerdas. En artes escénicas todos tenemos aquella obra que, si la vuelven a hacer, repetiremos.
“Un mundo sin artes escénicas es un mundo más pobre humanamente hablando”
¿Qué mueve al público a sentarse en una butaca?
Normalmente, vamos acompañados de con quienes lo queremos compartir. Elegimos. A mí me molesta que quien está al lado no esté conmigo sintiendo lo que estoy sintiendo, y cuando ha terminado el espectáculo, e independientemente de la opinión que tenga, me gusta hablar de ello. Prefiero ir acompañada, no solo porque lo alargo, sino también porque te hace ver cosas que no has visto y la postfunción es maravillosa. Me gusta mucho leer las críticas al día siguiente… y decirme: “Yo esto no lo vi”, “Yo le critico esto otro”, “¡Usted y yo no hemos visto lo mismo!” (se ríe).
¿Qué supone el arte en el mundo de hoy? ¿Es un refugio? ¿Una forma de denuncia? ¿Un ritual moderno? ¿Una herramienta política? ¿Una evasión? ¿Quizás todo a la vez?
Es todo eso. No me atrevería a resumir en una sola frase la función que hace el arte en nuestras vidas. Las hace humanas. Solo la capacidad de crear y disfrutar es específicamente humana, es capital para una buena vida. Una vida sin arte es una vida pobre. Y lo peor que le puede pasar a una persona es no tener acceso a él, por una cuestión económica, política —entonces no hay arte, sino panfleto— o por falta de educación estética (hace falta una preparación estética). Un mundo sin artes escénicas es un mundo más pobre humanamente hablando.
¿Por qué la vida es mejor si hay arte?
Te da la posibilidad de pensar en la buena vida dejando de lado a la intendencia. Por un momento tomas distancia de la vida cotidiana, te descolocas de lo ordinario y te pones en una posición privilegiada dentro de una ficción que es real y que crea la posibilidad de reflexionar sobre la vida, la propia y la de los personajes.