Conquistar los márgenes

L'Eixample de Barcelona © Pepe Navarro

La estructura geométrica de Barcelona dibuja los escenarios de su literatura, en algunos casos mirando hacia un interior asfixiante y enojoso, en otros hacia unos márgenes que son cambio y redención. Y, siempre, desafiando las leyes topográficas.

El equívoco de Barcelona empieza con los mapas. La estética nos pierde. A finales del xix, el enrejado unificador del Eixample resolvió por siempre jamás un orden que reescribe las leyes de la topografía para situar el mar abajo, la montaña arriba y los ríos a los lados. Los barceloneses vamos a menudo del oeste hacia el este, y al revés, pero los mapas nos quieren hacer creer que cuando buscamos el mar bajamos de norte a sur. Para engañar a la brújula del cerebro, decimos lado Besòs o lado Llobregat, mar o montaña.

La literatura que ha retratado Barcelona es a menudo un trayecto vertical, por lo tanto, entre un norte y un sur que son falsos, pero que han asumido este papel simbólico. En Vida privada, de Josep M. de Sagarra (1932), los Lloberola tienen que dejar el caserón de la calle Sant Pere Més Baix con la impronta de la aristocracia sin imaginación que “es va anar desinflant” [se fue deshinchando] y se dirigen hacia la calle de Mallorca, hacia Bailèn: muestras de este Eixample burgués, “gairebé anònim dins la geometria uniforme dels pisets de Barcelona” [casi anónimo dentro de la geometría uniforme de los pisitos de Barcelona]. Cuando Frederic busca las noches de diversión, sin embargo, siempre vuelve al “Xino”, a los cabarets como La Criolla o el Lion d'Or, donde Sagarra exulta describiendo la vida picante.

Unos años más tarde, en 1969, Blai Bonet narra en Míster Evasió este descenso físico y social, con unos estudiantes de La Salle que, un domingo, cogen un autobús en la Bonanova y bajan hasta el Somorrostro. El narrador describe las “barraques fetes en una nit, amb portal baix, tapat amb cortina de saca” [barracas hechas en una noche, con portal bajo, tapado con cortina de saco], asentadas en “un fanguer amb tot de bassiots d’aigua virolada, bonica i tot, de pixar-hi gossos, gats, genteta” [un barrizal lleno de charcos de agua irisada, bonita incluso, de mear perros, gatos, gentecilla]. Son caminos que van y vienen, y así en La cremallera (2016), poema de Martí Sales, el trayecto va hacia arriba, de la Rambla a la montaña Pelada del Carmel, en una Barcelona inundada: “La ciutat / s’abraça al mar i les onades / hi ballen: ara s’esperen algues / a cada cantonada o bar, / barcelonines com el martiri / de santa Eulàlia i la cova / Fumada, el gòtic inventat, / [...] morir-te en vida al passadís / de l’enllaç de passeig de Gràcia, / no haver entrat mai a la Sagrada / Família” [“La ciudad / se abraza al mar y las olas /  bailan: ahora se esperan algas / en cada esquina o bar, / barcelonesas como el martirio / de santa Eulalia y la cueva / Ahumada, el gótico inventado, / [...] morirte en vida en el pasillo / del enlace de paseo de Gracia, / no haber entrado nunca en la Sagrada / Familia].

En general, después de la guerra este mapa espurio empieza a ser compartido por los narradores en catalán y en castellano. La migración española desvía el eje y algunos novelistas buscan su "Xino"; también se abren al extrarradio, a ambos lados de la ciudad que crece, y habría que decidir qué los lleva ahí: la lengua, el espacio virgen, la epopeya, la necesidad de arraigarse a través de la literatura... Y hasta hoy. Sin embargo, Juli Vallmitjana ya escribía en catalán sobre los gitanos y los desclasados en La xava (1908) o Sota Montjuïc (1910), y, un siglo más tarde, Julià de Jòdar explora una cosmogonía del Besòs en la trilogía L’atzar i les ombres.

De una manera bastante precisa, hay un momento en el que estas dos literaturas confluyen con fuerza en un mismo espacio. En Últimas tardes con Teresa (1966), Juan Marsé escribe sobre Pijoaparte: “Acaba de salir de su casa, que forma parte de un enjambre de barracas situadas bajo la última revuelta, en una plataforma colgada sobre la ciudad: desde la carretera, al acercarse, la sensación de caminar hacia el abismo”. Aquel mismo año 1966, Mercè Rodoreda publica El carrer de les Camèlies: unos años después de la guerra, más o menos cuando Pijoaparte debía instalarse con su hermano en el Carmel, Cecília se va a vivir con Eusebi. “La barraca només tenia dues parets de maó; les altres eren fetes amb llaunes, amb fustes velles i amb trossos de sac entaforats per les escletxes” [La barraca solo tenía dos paredes de ladrillo; las otras estaban hechas con latas, con maderas viejas y con trozos de saco incrustados por las rendijas], explica. A ella, el abismo la atrae.

A menudo da la impresión de que estos márgenes de Barcelona son puntos de fuga para liberarse de un mundo sofocante y a la vez tedioso, en catalán y castellano. Parece que los narradores eviten la vida burguesa. Pasan de puntillas por el Eixample, de la Dreta o de la Esquerra, como si la cuadrícula los obligara a escribir demasiado recto e, incluso así, no debe de ser ninguna casualidad que para Miquel Bauçà fuera una torre de observación ideal: El canvi (1998) lleva por subtítulo “Des de l'Eixample”, y en la entrada sobre “L'abundor” escribe: “Fins que no em vaig establir a l’Eixample, no havia sabut què era la veritable abundor, la plenitud, la lucidesa i la calma, que són una mateixa cosa, però diferent de la no-necessitat" [Hasta que no me instalé en el Eixample, no había sabido qué era la verdadera abundancia, la plenitud, la lucidez y la calma, que son una misma cosa, pero diferente de la no-necesidad].

Hay un tópico frecuente que dice que la novela en catalán prefiere la vida rústica y tiene alergia a la metrópoli, pero tendríamos que ponderar, una vez más, qué perspectivas literarias arrasó la guerra, qué conexiones culturales con las capitales europeas. Recientemente se han reeditado los cuentos de Víctor Català, y en el prólogo de Caires vius (1907) —una avalancha de arrebato y agudeza verbales, en la que no deja títere con cabeza— la autora defendía la convivencia del ruralismo y “el ciutadanisme... el portaveu de l’esperit poderós i multiforme de l’urbs" [el ciudadanismo... el portavoz del espíritu poderoso y multiforme de la urbe]. Son pistas que, de forma nada inocente, ya prefiguran el malentendido del novecentismo y toda la pesca.

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