“El artista debe reencantar, porque vivimos en un mundo desencantado”

Eugènia Balcells

Artista polifacética, Eugènia Balcells (Barcelona, 1943) no para nunca. Pionera del arte multimedia y miembro del grupo conceptual catalán, movida por una curiosidad infinita, ha trabajado temas sociales, pero también se ha interesado por la física, la química, la astronomía y la percepción. Acaba de cerrar la exposición Ella, una y otra vez en Can Framis, espacio de arte contemporáneo de la Fundació Vila Casas, y su mural Homenaje a los elementos ha sido la fuente de inspiración del libro El meu nom és Univers (Actar, 2022), de Toni Pou, editado por Eulàlia Bosch, y en el que colaboran varios autores. Una vez concluida una etapa de más de tres décadas entre Nueva York y Barcelona, sus energías se concentran ahora en terminar el proyecto de su fundación en Castellar de la Selva.

Veo que tiene en su estudio, en un lugar privilegiado, la regla de cálculo circular que inventó su abuelo paterno, Eduard Maria Balcells, arquitecto modernista e inventor, autor, entre otros, del edificio que hoy en día es el Museo de Arte de Cerdanyola.

Esta regla, la Rosetta de cálculo, como la llamaba mi abuelo, es muy importante para mí y me ha influenciado muchísimo. Era una regla para calcular que se utilizaba con una sola mano. La inventó mi abuelo justo en el momento en que empezaban a salir las primeras calculadoras, así que todo el mundo sabía que no iba a servir para nada, pero yo trabajé con él para hacerla. Muchos años más tarde, me di cuenta de que esta Rosetta ha sido un legado para mí porque siempre he tenido esta visión circular, de entender las totalidades y los números. Existen una serie de conceptos matemáticos que me han configurado. Por eso, muchos años después, cuando creé mi fundación, decidí que el logotipo sería la estructura de la Rosetta de cálculo.

¿En qué momento se encuentra el proyecto de su fundación?

No he tenido hijos. Mis obras son como mis criaturas, que he creado a lo largo de 50 años. Tengo, pues, un legado muy extenso, y he decidido dejarlo en Cataluña. Es un legado que en gran parte es inmaterial y, por tanto, mucho más difícil de proteger. Tuvimos la suerte de encontrar un lugar en Castellar de la Selva y ahora estamos rehabilitando el edificio. Por un lado, quiero que sea un espacio de encuentro para personas que puedan compartir su creatividad desde distintas áreas del conocimiento. No es solo para artistas, sino multidisciplinario. Y, por el otro, sin ser un museo, sí será un espacio de presentación de mis obras, de forma rotatoria, que estará abierto al público. Me gustaría que algunas fueran instalaciones permanentes, como Universo, Frecuencias y Homenaje a los elementos.
Ahora vamos un poco más lentos porque todo se ha encarecido mucho y estamos en el proceso de encontrar patrones que quieran colaborar económicamente en el proyecto. También queremos vender ediciones del mural Homenaje a los elementos, ya que he regalado los derechos de la obra a la fundación, para ayudar a financiarla. Me gustaría que estuviera por todo el planeta porque, para mí, se trata de una obra esencial que presenta una visión energética de la realidad. Es la tabla periódica de los elementos, pero cada uno de ellos está representado por su firma lumínica, su espectro, su voz de luz.

En los últimos años, su obra ha tenido una gran relación con la energía, tanto desde el punto de vista científico como de la experiencia mística.

Sí, y hay algo que estos días me ha hecho muchísima ilusión. Cuando desmontábamos la exposición Ella, una y otra vez en Can Framis, nos explicaron que hubo un grupo de personas que meditaban en la instalación Becoming. Esto me encanta, porque rompe absolutamente con la visión que se tiene de un museo, y el espacio museístico se convierte en un espacio educativo, de vida y de meditación.

¿Cuál cree que debe ser el papel del artista en estos momentos tan convulsos que estamos viviendo?

El artista debe reencantar al mundo porque vivimos en un mundo desencantado, que es lo peor que puede ocurrir. Todos necesitamos la pasión, el misterio y el encantamiento para vivir. Y esto solo puede hacerlo el arte. La sociedad sería más rica si la aportación de los artistas fuera más valorada y bien recibida, porque el artista trabaja para crear una riqueza colectiva. Es parte de la ceguera de esta sociedad que solo da valor a lo que genera un beneficio económico inmediato. Pero existen otras dimensiones del ser humano, venimos aquí para evolucionar y estas dimensiones no tienen el espacio que necesitarían.

En la obra Álbum portátil rinde un homenaje a las mujeres que la han marcado, y, además, usted siempre ha denunciado el machismo de la sociedad. Pero aboga más por la necesaria unión entre lo masculino y lo femenino.

Virginia Woolf decía que, para que haya cualquier tipo de creación, es necesario que en nuestro interior exista un encuentro entre el hombre y la mujer, una especie de maridaje de contrarios. Tenemos los dos principios, masculino y femenino, dentro, y deben dialogar. Yo he venido al planeta con un cuerpo de mujer y me identifico en el exterior más con la parte femenina, pero dentro de mí hay un guerrero extraordinario, una niña que baila y una vieja, una danza muy compleja de muchos personajes, pero, sobre todo, entre el masculino y el femenino.
Por eso me alegro de que ahora, con el movimiento LGTBIQ+, exista el permiso absoluto de navegarlo externamente como quieras. Si consiguiéramos, colectiva e individualmente, equilibrar en nuestro interior los dos mundos, que los hombres respetaran y aceptaran su parte femenina, no habría ningún problema fuera, porque ellos ya lo habrían vivido en su interior. El machista es el que no puede dialogar con su parte femenina, el que se niega a llorar, el que tiene negados los sentimientos y el cuidado de los demás. La parte femenina, no solo de las mujeres, sino sobre todo de los hombres, se debe honrar, agradecer y celebrar.

Vivió el momento del movimiento feminista de los años sesenta; estudió una carrera, arquitectura técnica, en la que había muy pocas mujeres; y formó parte de un grupo de artistas, los conceptuales, en que las mujeres eran minoría. ¿Cómo lo vivía?

Cuando estudiaba arquitectura técnica, muchas veces era la única chica. Yo era muy tímida y era un poco fuerte estar rodeada solo de hombres. En ese momento, muchas mujeres necesitaban imponer su parte masculina de forma exclusiva, como hizo Margaret Thatcher. A las mujeres que han tenido que hacer eso no quiero culparlas demasiado, porque tenían un panorama muy complejo. O lo hacían así o se iban directamente a la cocina.

Retrato de Eugènia Balcells ©Cristina Calderer

Medio siglo después, a pesar de la última oleada feminista, la lucha no ha terminado.

Es un tema muy complicado que no acaba de resolverse. Solo tenemos que ver las noticias que hay cada día sobre mujeres asesinadas aquí y en todas partes. Hay tanto trabajo que hacer… Pero el cambio debe realizarse internamente, como he dicho. Hasta que los hombres no asuman su parte femenina, la lucha feminista no tiene solución.

En Nueva York coincidió con una parte del grupo de artistas conceptuales catalanes, como Àngels Ribé, Antoni Miralda, Antoni Muntadas, Francesc Torres… ¿Cree que se ha reconocido suficientemente el trabajo de este grupo?

A pesar de que se han visto exposiciones monográficas o se ha expuesto la Colección Tous en el MACBA, Cataluña no ha reconocido la alta calidad del grupo conceptual, y menos en ese momento, en el que pocos, como el coleccionista Rafael Tous, nos apoyaban. Lo que hacíamos estaba a la altura de lo que se estaba haciendo en otros países, y eso no se supo reconocer. Fíjate en la difusión que tuvo la Movida… Supieron sacarle un partido increíble. ¡Qué diferencia!

¿Qué ha supuesto haber vivido tantos años en Nueva York? ¿Qué impacto tuvo llegar allí en 1968?

Soy hija de ese momento, de aquella Nueva York de 1968, un momento un poco hippie y utópico, cuando pensábamos realmente que podíamos cambiar el mundo. Yo me lo creí, y eso también me ha configurado. De hecho, lo que ocurrió entonces es lo que puede llegar a salvarnos ahora. Todo ese espíritu ahora está enterrado, pero hay mucha gente que vive esa herencia, y estoy convencida de que esto volverá a salir. Es cierto que hay un frenazo bestial con el gran auge del fascismo en todas partes. Además, estamos viviendo un momento de ataque a la libertad individual y al respeto por los demás, y parece que ha llegado la predicción terrible de Un mundo feliz de Aldous Huxley y de 1984 de George Orwell. Pero creo que el espíritu del 68 pervive y ganará.

Se la considera pionera del videoarte y el arte multimedia. ¿Qué recuerdos tiene del momento de la prehistoria de estos medios?

Uf, se necesitaban tres o cuatro personas para mover según qué. Realizar la pieza Atravesando lenguajes, de 1981, que recientemente se ha podido ver en Can Framis, fue una odisea. Es una obra de vídeo de dos canales; en una pantalla se ven imágenes de la ceremonia de Miss Universo y en la otra, como contraste, una filmación de dos mujeres en su casa. Para realizarla, pedí una beca al Ministerio, donde no sabían qué quería decir la palabra vídeo. Tuve que escribir una página para explicarla. Me dieron la beca, me fui a Nueva York y me quedé. Hacer arte multimedia en ese momento era heroico porque los equipos eran carísimos. Con el dinero de la beca me compré un aparato de U-matic [el primer formato de videocasete], tan inmenso que no podía moverlo, y una cámara enorme. Lo primero que hice para probarla fue enfocarme a mí misma, y recuerdo que se me caían las lágrimas al pensar lo que me había costado conseguir un equipo propio y tener mi primer espacio para trabajar sola en Nueva York.
¡Ahora los niños pequeños tienen unos aparatos mucho más potentes y precisos que aquel equipo de U-matic! Dado que tenía acceso directo al tejado del piso en el que vivía, y desde donde se veía en 360 grados la ciudad de Nueva York, coloqué allí la cámara durante dos años con un cable largo y así nació From the center, que fue una de las primeras instalaciones del mundo de 12 canales, con 12 monitores. La obra se presentó en El Museo del Barrio de Nueva York y después muchos artistas me pedían los monitores porque no había nadie que los tuviera.

Adentrarse en un mundo tan nuevo y difícil en esa época requería un espíritu investigador, como el que tenía su abuelo inventor. ¿Nunca ha dejado de explorar nuevas posibilidades?

Nunca, porque soy más investigadora que otra cosa. Me dedico a investigar la mirada, la tecnología… Por eso siempre he trabajado con personas de otros ámbitos. Y sí, en todo esto mi abuelo tiene mucho que ver. Él, por ejemplo, inventó unas gafas que tenían unos prismas laterales, de modo que, si te las ponías y mirabas al frente, veías la habitación. Yo ya las tenía de pequeña.
A los 21 años sufrí un accidente de coche muy grave y estuve enyesada e inmovilizada durante mucho tiempo; solo podía ver el techo. Un día, el doctor Palazzi, que era quien me llevaba, entró en la habitación y me dijo: “Juana de Arco, ¡te traigo un regalo!”. Y eran unas gafas parecidas a las de mi abuelo, que me permitían, mirando hacia arriba, leer el libro que tenía sobre la barriga. Todas estas cosas han cambiado los circuitos de mi cerebro y no he tenido que leerlo, es que lo he vivido. Ya a los 15 años quería ser cineasta y me lo prohibieron. He tenido que hacer un viaje muy largo, pero, cuando se presentó el filme Cartas de Akyab [un homenaje a las antepasadas birmanas de la artista] en la Filmoteca, en el cartel ponía: “Eugènia Balcells, cineasta”. ¡Ahá! Me ha costado 79 años, pero, finalmente, alguien me ha reconocido como cineasta. ¡Lo he conseguido!

Como nacida en Barcelona que es, quisiera preguntarle sobre la obra más genuinamente barcelonesa de su trayectoria, Barcelona, postal de postals.

Es una instalación similar a una pieza que realicé en Nueva York en 1986, con mil postales de la Estatua de la Libertad, todas distintas, con motivo del centenario del monumento. Es un gran collage que trata un tema recurrente en mi obra: la multiplicidad de la visión. Es un rompecabezas simbólico. En estos momentos, la pieza todavía está bajo la estatua.

Y la pieza de Barcelona, ¿cómo la realizó?

Barcelona, postal de postals, de 1991, es una obra encargada por el Ayuntamiento de la ciudad para instalarla en el sótano que hay bajo las fuentes de la plaza de Catalunya. Es una pieza de 40 metros de largo con nueve paneles, un retrato de la ciudad de Barcelona con más de 6.000 postales de varios lugares: la estatua de Colón, el Arco de Triunfo, la Fuente Mágica, las Ramblas, el Park Güell… Tardé tres años en realizarla, toda una aventura. Finalmente, se acabó instalando en el edificio Fòrum en 2004. Debía quedarse ahí permanentemente, pero, cuando se decidió llevar allí el Museu de Ciències Naturals, la quitaron y la almacenaron. La obra es propiedad del Ayuntamiento, pero la condición que puse es que se expusiera públicamente. Realmente es una locura que una obra así no esté expuesta. No quiero que sea necesario que me muera para que se pueda volver a ver. Para mí, es una obra que simboliza mi amor por Barcelona.

A lo largo de su trayectoria ha explorado a fondo temáticas como el feminismo, la fragmentación de la imagen, la cultura visual, la percepción, la luz, el cosmos… ¿En qué tema le interesa profundizar ahora?

Ahora me interesa enfrentarme a una obra que explorará el campo cuántico, que me tiene totalmente fascinada porque es algo que con la mente no podemos entender. El observador, nuestro cerebro, nuestro deseo y nuestro posicionamiento influyen sobre la realidad. Aquí entramos en un lugar en el que solo han entrado los místicos, pero que ahora la física cuántica está explorando. Nuestros móviles ya funcionan con la cuántica. Ya estamos utilizando las cualidades de la física cuántica sin entenderla. Muchos de los grandes inventos contemporáneos dependen del hecho de que una partícula se relaciona con otra que está en otro lugar del planeta. Esto nos abre un mundo inmenso de posibilidades.

©Cristina Calderer

En la obra Becoming existe la idea de una mujer que renace una y otra vez. ¿Cómo ha evolucionado la artista y la mujer Eugènia Balcells?

Existe una curva que rige nuestra sociedad, que registra cuándo nacemos, crecemos, nos educamos y evolucionamos, y que, al llegar a los 35 o 45 años, ya solo nos espera ir hacia abajo y estrellarnos directamente contra el suelo. Esta curva está dentro de nuestras células. Nos la han inoculado la publicidad y la presión social. Pero yo la he borrado de mis células y la he sustituido por una que sube tranquilamente, orgánicamente, hasta que llega a ser paralela a la línea del infinito. Entonces solo hace falta dar un pequeño salto y cambiar de dimensión.
Esta curva hace que no te estrelles contra el suelo porque estamos evolucionando y aprendiendo hasta la última respiración. Esto significa que, a los más viejos, que llevan más tiempo en la curva, quizás merecería la pena escucharlos y no tirarlos como algo que molesta. Además, el impulso vital es el mismo en un niño de tres años, en una mujer de treinta o en una persona que está al final de su vida. Es la misma actitud y todos podemos dialogar porque estamos dentro de la misma curva. De otra forma es imposible, se crea una separación increíble entre edades; y entre sexos, ya no digamos. Creo en la vida como aventura, como danza, como aprendizaje, porque todos somos creadores. Así es cómo me tomo la vida y el trabajo a los 79 años. Y lo que hago ahora me parece mucho más interesante que lo que hacía cuando era joven. Estoy trabajando, superviva y creando permanentemente.

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