El efecto del centésimo mono

Il·lustració d'uns micos en un parc vestits com científics © Ana Yael Zareceansky

Similares: les miramos las manitas y los deditos (oh, el definitorio pulgar oponible) y nos parecen tan humanos. Los miramos a los ojos y la familiaridad ya es completa. Cuando nos enfrentamos a nuestros primos, cualquier miembro del orden de los primates, el centelleo en el fondo de los ojos es lo que mejor nos informa de una inteligencia pareja a la nuestra y una proximidad que no admite discusión.​

Con todo, hay comportamientos entre los simios (incluso los prosimios) que no dejan de sorprendernos.

Es notorio el ejemplo de la isla de Koshima, donde en 1958 un grupo de científicos tuvo el privilegio de observar un fenómeno revelador. En ese caso, se trataba de una colonia de macacos japoneses (Macaca fuscata). El historiador de la ciencia Aristides Acheropoulos lo cuenta así, con el aire de fábula que impone lo maravilloso del caso: "Tiempo atrás, en un pueblecito de Japón, vivía un mono al que llamaremos Azamuku. Los rudimentarios monos de aquel tiempo solían zamparse las manzanas que recogían del suelo de los parques de la zona, manzanas sucias de barro y polvo, a menudo agusanadas. Un buen día, Azamuku se acercó a un estanque con carpas que tenía que alegrar un jardín consistorial, lavó la manzana en el agua y, a continuación, evidentemente, se la comió con deleite. Desde entonces, lavó siempre las manzanas antes de hincarles el diente. La lección, magistral, saltó de Azamuku a un segundo mono y luego a un tercero y luego a un cuarto; y así, sucesivamente. Un buen grupo de monos de la zona empezó a lavar la fruta. Lo curioso es que, al cabo de un tiempo, los monos vecinos de otros municipios se sumaron a la preferencia por las manzanas lavadas y aplicaban el método descubierto por Azamuku. El día en que el centésimo mono lavó una manzana antes de metérsela en la boca, se observó un fenómeno extraño a lo largo de la región: en todas partes los monos lavaban la fruta antes de comérsela. En la isla de Koshima, podríamos decir, la masa crítica fue de 100. Una vez alcanzada esta masa crítica, la información se propagó a la velocidad exponencial de una pandemia de gripe".

Sin duda, el tal Azamuku era un Newton entre los macacos. Fue capaz de la proeza de pensar más allá de los límites mentales de sus congéneres. Ahora bien, no queda tan claro —de ahí la feroz polémica entre los científicos— si la difusión del conocimiento se produjo por simple impulso imitador (de eso los primates saben mucho) o si hubo algún tipo de conexión telepática (campos morfogenéticos, diría Sheldrake) que permitió a una especie compartir información útil, superando las barreras del tiempo y el espacio... No es la intención de este artículo dilucidar estos motivos turbios, sino preguntarnos por el caso que hemos vivido en la ciudad de Barcelona estos días y que, una vez abordado por los medios, ha desatado un debate interesantísimo, que ninguno de nuestros conciudadanos ha podido eludir ni en el trabajo, ni en familia, ni en la cola del supermercado. Las redes sociales echaban humo y quizás se han hecho bromas sobre el tema que desvirtúan los hechos reales y constatados, pero el trasfondo es el mismo y no deja de cautivarnos por lo extraordinario del caso.

El primer aviso del fenómeno lo dio la trabajadora del Parque Zoológico de Barcelona, Margarita Rius. El sábado 9 de febrero Rius colgaba una foto en su Twitter que fue masivamente compartida, comentada y re-comentada. En palabras de Rius para La Vanguardia: "Como todos los sábados, acudí al área de primates para desempeñar mis tareas habituales. Reconozco que iba un poco dormida porque la noche anterior había tenido una celebración [...]. Decidí lavarme la cara en una de las fuentes que tenemos para los visitantes. Me quité las gafas. Aún no me había secado la cara y lo vi. Por si la miopía me estaba traicionando, me puse las gafas a toda prisa. Brigitte [se refiere a una de las monas rojas (Erythrocebus patas) de la colonia que vive en el parque] caminaba sola junto al cristal de la ventana. En la mano sujetaba un objeto extraño. No entendí exactamente qué pasaba y, por lo tanto, tampoco preví qué repercusiones tendría, pero alguna fuerza interior me llevó a capturar la escena con el móvil. Inconscientemente, debí de captar la importancia estelar del momento, pues no solo hice la foto, sino que la publiqué de inmediato. Reconozco que sentí el pinchacito de orgullo de ser la primera que informaba al respecto".

La ahora famosa mona Brigitte, huelga decirlo, tenía en sus manos un vasito de café para llevar. Las fotos que se hicieron posteriormente permiten ver la gracia con la que el pulgar de la mona sujeta la tapa de plástico (polietileno de alta densidad) mientras el índice aguanta el vaso ardiente (cartón). Los vídeos van más allá: nos muestran a Brigitte dando sorbitos al vaso sin renunciar a sus trayectos, de aquí para allá, arriba y abajo, sin descanso. Al principio estaba sola y mal vista por todos, pero a los pocos días Brigitte había encontrado en Koeman (un ejemplar joven de muslos portentosos) un digno acompañante para sus desplazamientos cafeteros. Y en menos de una semana, media docena de Erythrocebus se paseaba con el vasito de rigor, en solitario o en pareja, felices o preocupados por sus asuntos (para nosotros) insondables. Una vez terminado el café, los monos arrojaban el envase, no sin displicencia, en el foso de seguridad que les rodea, lo que divertía a la multitud, espectacular, atraída al zoo por la noticia y por el placer de fotografiarse in situ y de protagonizar un instante histórico. Ignorantes de los curiosos, el ejemplo fue cuajando entre las monas, de forma progresiva e imparable. Copérnico, el macho alfa, fue uno de los últimos en incorporarse a la tendencia, pero al final todos los miembros de la manada se habían convertido.

La innovación del mal llamado coffee to go, en todo caso, ha trastocado a la manada, sus usos y jerarquías. De hecho, Copérnico ha sido destronado. Koeman ha ascendido ante los suyos y se ha ganado el favor de las hembras y los machos inmaduros. Por su parte, Copérnico persiste en sus paseos con el café en la manita, sin poder evitar una cierta expresión contrariada que sugiere falta de adaptación. Un poquito de empatía nos permite descubrir que la insatisfacción de Copérnico está causada por el sentimiento de auto-ridículo y la tensión por quererlo disimular.

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