San Jordi contra el coronavirus. Rescatar las librerías y salvar el libro

Persones caminant entre les parades de llibres el dia de Sant Jordi del 2018. © Vicente Zambrano

23 de abril de 2020. Como cada año, San Jordi debe matar al dragón, pero este año la historia va por otro camino y el enemigo ha mutado en un virus que no se ve a simple vista ni se come a una princesa, pero que ha arrasado el panorama social y cultural sin remedio alguno en el horizonte. Quizás el héroe deberá aliarse con el dragón para derrotar a la enfermedad y esperar que el sector resista su embestida para retomar la lucha anual, tal vez en julio, tal vez en octubre. O quizás el caballero podrá salvar a los libros mediante visitas masivas a las librerías y con un plan redentor que contribuya a poner orden en el eslabón más débil del sistema editorial.

Ha pasado el día de San Jordi con las librerías cerradas. El sector del libro ha hecho todo lo que ha podido, pero, antes y después, queda la incertidumbre. Las librerías son uno de los comercios a los que se ha permitido reabrir desde la fase 0 del desconfinamiento. Con todo, el primer día que era posible retomar la actividad, solo una de cada dos decidió subir la persiana, según datos del Gremi de Llibreters. No se sabe para cuántas el confinamiento terminará suponiendo el cierre definitivo. Se han sucedido iniciativas de urgencia como el proyecto Llibreries Obertes y se han redescubierto otras como Libelista; se ha impulsado la venta en los grandes almacenes en línea (Amazon, pero también Fnac, Abacus, La Casa del Libro o El Corte Inglés), así como los pedidos a las librerías independientes mediante sus páginas web, por e-mail y por teléfono, y las ventas en quioscos y supermercados. Antes de que llegara San Jordi, cada jornada que pasaba se difundían iniciativas y campañas, acompañadas de algunas polémicas y cierto malestar por cómo se han gestionado, pero ya podemos afirmar que, a pesar de haber ayudado a atenuar la estocada, la herida sigue abierta. Ahora la idea es celebrar la gran fiesta del libro el 23 de julio, en pleno verano, bajo una nube de incertidumbre vírica que todo lo empapa e invitaciones constantes a aplazar la celebración. Y, de no poderse, se dice de moverla a octubre. Para algunos, será demasiado tarde.

El propio presidente de la Generalitat aseguró que se intentaría reanudar la actividad de las librerías “lo antes posibles” y que era necesario “priorizar un sector cultural muy tocado, devastado”, motivo por el que se acordó crear una comisión para elaborar un plan de rescate en una reunión entre la consejera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, y representantes del sector: Xavi Ramiro (APIC), Bel Olid (AELC), Àngels Gregori (PEN Català), Montse Ayats (Associació d’Editors en Llengua Catalana), Maria Carme Ferrer (Gremi de Llibreters), Patrici Tixis (Cambra del Llibre de Catalunya y Gremi d’Editors), Martí Romaní (Gremi de Distribuïdors) y Jesús del Hoyo (Col·legi Professional de Disseny Gràfic de Catalunya).

En estos momentos, ante la incertidumbre, el sector aguanta la respiración. ¿Cómo avanzará el desconfinamiento? ¿Qué consecuencias tendrá el parón? Tras las primeras semanas de desescalada, ¿recordará la gente que la cultura en general y los libros en particular los ayudaron a pasar los días y acudirá en masa a las librerías? Si para superar la pandemia hemos sido los ciudadanos quienes nos hemos hecho responsables quedándonos en casa, ¿nos responsabilizaremos también de la recuperación, o esperaremos que sean los gobiernos y las instituciones quienes lo arreglen todo? Ciertamente, no hay respuestas.

De momento, este eslabón débil de la cadena hace de tripas corazón. Montserrat Úbeda, directora de la librería Ona, que debía abrir precisamente en abril para llegar con rodaje a San Jordi, explicaba que “este parón nos irá bien para replantearnos nuestra forma de comprar libros y de consumir en general”. Lluís Morral, de Laie, cree que como mínimo este año “hemos salvado el pellejo”, en parte porque los lectores han dirigido sus pedidos a la web como nunca. Isabel Sucunza, de La Calders, tuiteaba explicando por qué se había podido salvar relativamente de la suspensión de San Jordi: “Hace unos años decidimos que el puesto de aquel día lo montaríamos siempre en un lugar (el Antic Teatre) lejos del mogollón para seguir manteniendo el contacto con nuestros clientes habituales en un entorno que lo facilitara”.

Esta maravillosa fiesta también ha puesto (todavía más) de manifiesto una debilidad, y es que precisamente el hecho de que se vendan tantos ejemplares en un solo día no es algo extraordinario si se repite todos los años y si la facturación total del sector depende de ello en gran medida. Para demasiados, la fiesta del libro (y de la rosa, también) no es un premio, sino una tabla de salvación a la que se aferran cada año. Y este año, lo que ha ocurrido es un naufragio en toda regla, y habrá quienes lleguen a tierra firme y traten de remontar, en mejores o peores condiciones, pero también habrá quienes se hundan. De momento, ya ha habido algunos impagos, y habrá más si no se encuentra liquidez, y todo esto sin tener en cuenta que algunas empresas han tenido que recurrir a expedientes de regulación temporal de empleo.

¿Se mantendrá el ritmo de pedidos en línea a las librerías independientes y se evitará la tentación del servicio aséptico, pero puntual, de los grandes de internet? ¿O seguirá subiendo el libro digital, ahora que tantísimos lectores lo han acogido con los brazos abiertos?

En el capítulo sobre recetas, el escritor y editor de Apostroph Bernat Ruiz Domènech, experto en el sector editorial y autor del libro publicado el año pasado Desencadenats. Un nou mercat per al llibre independent (Saldonar, 2019), ha elaborado en su blog (<http://www.bernat-ruiz.com>) un itinerario con una serie de propuestas que cree que contribuirían a sacar el sector de un periodo que ha bautizado con el nombre de “primavera negra”. Presenta un plan en tres fases: rescate, refuerzo y reconversión.

Rescate por medio de la compra de libros

Así, lo primero que hace falta es un rescate que incluya compras masivas a las librerías por parte de las bibliotecas: “La medida de rescate principal debe ser rápida y orientada al eslabón más débil, las librerías, con tres objetivos: que se cierren tan pocas como sea posible, que recurran a las devoluciones lo menos posible y que retomen los pedidos inmediatamente”. Ruiz Domènech concreta que esta compra de libros debe incluir a todas las librerías con “mecanismos de redistribución del esfuerzo; el volumen de la compra a cada librería debe establecerse comparando la facturación del año anterior con la del año en curso. A mayor descenso, más compra, pero con un límite de facturación máxima. En esta fase debemos salvar tantas como sea posible, y para hacerlo hay que introducir mecanismos correctores que beneficien a los pequeños y medianos”. “La compra desde las bibliotecas es la única manera rápida y legal de inyectar dinero en la cadena, ya que los créditos blandos y las desgravaciones fiscales, que deben desempeñar su papel en la fase de refuerzo, no llegarán a tiempo”, insiste.

En cuanto al presupuesto de la medida, cree que debe repartirse entre los distintos niveles (Estado, Generalitat, Diputación y ayuntamientos), pero que deben ser los municipios quienes lo ejecuten para asegurar la distribución de los recursos. El Ayuntamiento de Barcelona ya anunció que destinará un millón de euros. Además, es necesario que los datos de facturación mensuales sean de acceso público: “Para medir el esfuerzo que deberían llevar a cabo las arcas públicas, necesitamos comparar la facturación del año anterior, que es lo más parecido y próximo que tenemos a un año ‘normal’, con los meses en los que las librerías estarán cerradas”. Insiste en que los datos deben hacerse públicos: “No solo deben disponer de ellos las administraciones implicadas, deben abrirse para que todo el sector sepa, cuando antes mejor y de forma actualizada, cuál es la evolución y el alcance de la crisis. Los ciudadanos en general también deben poder verificar con qué criterio se invierte su dinero. La transparencia no es un don de quien posee la información, sino un derecho de los ciudadanos”.

En este punto, recuerda que todavía no ha hablado de autores, agencias, profesionales por cuenta propia, editores y distribuidores. “La cuestión es que, si inyectamos el dinero necesario en el momento adecuado y en el eslabón que más lo necesita, fluirá por toda la cadena: los libreros retomarán sus pedidos mucho antes, devolverán menos libros a los distribuidores y ello tendrá un impacto positivo en el negocio de los editores ya que, llegado el momento, podrán pagar y volver a encargar proyectos a los profesionales por cuenta propia, y liquidarán más derechos a agencias y autores”.

Refuerzo por medio de créditos blandos a librerías, distribuidores y editores

Luego tendrá que venir una fase de refuerzo: “Durante el rescate hemos aplicado un desfibrilador para que el paciente no muera, o no quede postrado con daños irreparables. Tras estabilizar el sector, debemos reforzarlo para que la actividad remonte lo antes posible y las arcas públicas no deban hacerse cargo de una montaña de subsidios por desempleo, entre otras prestaciones sociales. Estas medidas deberían empezar a desplegarse en tres meses y ejecutarse en seis u ocho”.

Algunas de estas medidas son las que ya reclaman los estamentos del sector, y parece que las administraciones están dispuestas a implementarlas, e incluso lo están haciendo hasta cierto punto. Sin embargo, Ruiz Domènech es muy concreto: “Créditos blandos para librerías, distribuidores y editores. Como en el caso anterior, también se debe limitar la suma máxima que se puede prestar para ceder más a los más débiles y los que menos acceso tienen al crédito privado. Los habituales créditos blandos del Instituto de Crédito Oficial e instituciones afines no son lo que parecen desde fuera: la burocracia es la de siempre, el calendario puede alargarse demasiado y el nivel de garantías suele exigirlo un banco, que es quien gestiona el crédito. En este contexto, necesitamos que el Estado asuma el 100% del riesgo ante las entidades bancarias. La burocracia debe simplificarse entendiendo que prácticamente todo el mundo saldrá de esta crisis sin tener todos los papeles en regla. Finalmente, el periodo de carencia debe ser de un mínimo de dos años, porque necesitamos un ciclo entero 'normal’ para consolidar la recuperación del sector”.

Ruiz Domènech también cree que es necesario tomar una medida que no gustará a muchos: la anulación de todas las subvenciones para la producción de libros durante 2020. Explica que “aunque saldremos de esta crisis con un gran aumento del déficit, el dinero no crece en los árboles y debemos limitar el gasto en cuestiones que, ahora mismo, no son estructurales. Un ejemplo son las subvenciones para la producción de libros y de publicaciones similares, que podrían anularse durante lo que queda de 2020, incluso aquellas que ya estaban aprobadas”. Pisa fuerte, pero asegura que en España “el libro no padece de un problema de producción y podemos desincentivarla durante un año. Además, las subvenciones se reparten de forma tan atomizada que no pondremos en peligro a ninguna editorial, pero la suma total es suficiente como para que, si se utiliza en el momento y en el lugar adecuados, se note su efecto”.

 

Reconversión inaplazable del sector

Y, por último, ya a largo plazo, debemos acometer una reconversión: “Una vez rescatado y reforzado el sector para que regrese a algo parecido a la normalidad, debemos afrontar la reconversión. Tendremos que empezar a desplegar estas medidas durante los primeros doce meses y completarlas en dos años”. Una reconversión tan profunda como la del libro no se resume en unos pocos cientos de palabras, pero Ruiz Domènech detalla sus aspectos esenciales.

En primer lugar, se debe abordar una reforma del sistema institucional de gremios y asociaciones. Debe ser más sencillo, democrático y horizontal. En segundo lugar, se debe establecer la obligatoriedad y gratuidad del uso y de la participación de herramientas de información como LibriRed y DILVE, entre otras. En tercer lugar, es necesario desarrollar un sistema de indicadores del libro que publique los datos mensuales en distintos rangos y subsectores, siguiendo los ejemplos alemán y brasileño (entre otros). Por último, se debe elaborar un plan de reconversión industrial y comercial del libro, con una serie de medidas que logren los objetivos siguientes: desincentivar la publicación de novedades y moderar su ritmo; medir y reducir la cantidad de títulos vivos; fomentar la adopción, por parte de los editores, de tecnologías y procesos en favor de la eficiencia; racionalizar la distribución tendiendo al stock cero mediante la aplicación de la tecnología y de los procesos de impresión bajo demanda ya disponibles en el mercado; fomentar la gestión de audiencias por parte de editores y libreros; y fomentar el cierre de las librerías que aporten una contribución social y cultural menor.

Así las cosas, Ruiz Domènech está convencido de que el sector saldrá adelante, pero muy tocado, “más que en otros grandes mercados europeos como el alemán, el francés o el italiano, porque la rentabilidad y la liquidez del mercado español son bastante inferiores, incluso en comparación con las italianas. En un año veremos bastantes cierres de librerías, algunos cierres de editoriales e incluso algún distribuidor mediano tendrá que bajar la persiana. La recuperación, además, será muy lenta. No podemos esperar retomar la actividad desde donde la dejamos, el ritmo será lento. Si no pasa nada más, el otoño será de recuperación y tal vez lleguemos a Navidad con un ritmo bastante bueno, pero, en cualquier caso, tardaremos un año en recuperar el terreno perdido. Además, los editores están aplazando lanzamientos y compra de derechos, de forma que todo esto también irá más lento. Ahora veremos lanzamientos que quedaron pendientes antes del confinamiento y tal vez tengamos una cierta sensación de normalidad, pero se deberá a una simple acumulación”.

Primera celebració de la ‘Nit de les llibreries’ l'octubre de 2018. © Ajuntament de Barcelona / Goroka Primera celebración de la Noche de las librerías en octubre de 2018. © Ajuntament de Barcelona / Goroka

El elemento tecnológico

En cualquier caso, Ruiz Domènech valora las propuestas que se están planteando desde el propio sector como “voluntariosas, pero se quedan cortas. Han tenido un éxito irregular que ayudará mucho a algunos pero muy poco a la mayoría. Es normal. No todas las librerías, por ejemplo, han llegado a esta crisis con las mismas herramientas. Algunas han sabido y podido mover a sus comunidades, y otras no porque nunca las han trabajado demasiado. En el contexto del confinamiento, el elemento tecnológico ha pesado mucho y se ha notado quién había cuidado las redes sociales, la comunicación, la venta en línea, y quién no. Ello no asegura la viabilidad, pero permite afrontar el problema de otra forma, con más opciones”. Además, “del papel de las administraciones no se puede decir gran cosa porque apenas hacen algo que resulte útil. Si nos comparamos con Francia, vemos que aquí no se hace nada, a excepción de algunos ayuntamientos, como el de Barcelona, que han puesto dinero sobre la mesa para comprar libros a las librerías para las bibliotecas, una decisión acertada porque refuerza el eslabón más débil. Yo echo de menos, como mínimo, copiar lo que se hace en Francia, a nuestra escala y con los recursos que tenemos”.

En cuanto al futuro, “la distribución de libros de papel deberá diversificar su oferta de servicios. Algunos distribuidores ya han empezado a hacerlo, pero la mayoría no ofrece, por ejemplo, el servicio de impresión bajo demanda. También debemos preguntarnos por qué mi distribuidor de libros digitales me informa, con un retraso de solo 48 horas, de las ventas de mis ebooks (si lo gestiono directamente con Amazon, se me informa el mismo día) y por qué la mayoría de los distribuidores de libros en papel lo hacen a mes vencido y no sobre ventas en firme por parte de los lectores, sino solo sobre los pedidos de los libreros. La cadena de valor tradicional lleva diez años sin hacer los deberes. Ha habido avances, pero insuficientes”.

En cuanto a las librerías, cree que su papel —algo que las más nuevas y las que han sabido reconvertirse ya están haciendo— es ser almacenes de cultura. “El producto principal será el libro, pero envuelto en una oferta cultural sin la que el negocio no se sostendrá. Habrá menos, y salvo las cadenas y los grandes almacenes, las librerías serán más pequeñas, no creo que surjan propuestas radicalmente nuevas durante el confinamiento. Veremos la continuación de lo que hemos visto hasta San Jordi, poco más. No está mal, pero no debemos caer en triunfalismos: incluso Llibreries Obertes, que ahora funciona bien y ha vendido unos 50.000 libros, aun no ha vendido desde el 23 de marzo el equivalente a dos días normales de facturación antes de la crisis. Con suerte, se está vendiendo el 10% de lo que sería normal. Es una catástrofe”.

Una catástrofe que obligará a abrir las puertas, a esperar a que se haya podido inyectar liquidez en el sistema y que los lectores llenen las librerías (respetando las medidas de distanciamiento social, naturalmente) para que el valor fluya hacia todos los eslabones de la cadena del sector editorial. Así, tal vez, San Jordi, la princesa y el dragón derrotarán al virus del confinamiento y volverán a retomar el combate ya no el año que viene, ni en julio, ni en octubre, sino día a día.

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