Acerca de Catalina Gayà i Laia Seró

Periodistas del colectivo SomAtents

Luchas iconográficas en la ciudad

Foto: Camilla de Maffei.
Escaparate de una pastelería de la calle de la Princesa, con productos de recuerdo y promocionales de la ciudad.

Barcelona vive hoy en día una lucha entre los iconos exportables, que la convierten en un bien de consumo, y los comunitarios, en peligro de extinción por la presión del turismo. El pasado colonial y la proyección internacional forman también parte del debate.

En esta lucha de representaciones iconográficas es donde viven, se suman, mueren y reviven los iconos que conforman la imagen de la urbe y confieren identidad simbólica al espacio urbano. Algunos de estos iconos, los que responden al discurso oficial del momento, emergen evidentes y extraordinarios: son los decorados de postal, camiseta y selfie, reconocibles en todo el mundo. Frente a ellos existen otros más silenciosos y convencionales, estrechamente vinculados a la vida cotidiana, y que revelan los diferentes modos con que los habitantes de la ciudad se apropian de ella.

 

El domingo 21 de febrero de 2016, Mark Zuckerberg subió a sus redes sociales una serie de fotografías mientras hacía running en Barcelona. “¡Buenos días, Barcelona! Iniciamos nuestra visita corriendo por la ciudad, desde la Sagrada Familia hasta el castillo de Montjuïc. La mejor manera de ver una ciudad antes de reunirme con los socios en nuestro viaje para conectar al mundo”, escribió. Entre comentarios jocosos de si visitaba la ciudad “por el jamón” o por el Mobile World Congress, hizo pública, y sobre todo viral, una ruta de dieciséis kilómetros que lo situó en la Barcelona de postal, en la ciudad que se ve –y se vende– en las tiendas de souvenirs y en el buscador turístico TripAdvisor.

La carrera de Zuckerberg obtuvo más de 421.000 likes de los 61 millones de seguidores que el empresario tiene en Facebook. Todos los periódicos de la ciudad (El País, La Vanguardia, El Periódico de Catalunya, Ara, El Mundo, El Punt Avui, Vilaweb) lo recogieron en sus webs o al día siguiente en el papel. ¿Qué ven los fans de Zuckerberg, repartidos por todo el mundo, en el escenario por el que transitó el joven estadounidense, y qué miran? ¿Cómo ven y miran dicho escenario los propios barceloneses? Y, sobre todo: ¿por qué Zuckerberg utilizó el verbo ver?

Hoy en día, el visitante reconoce las ciudades antes de conocerlas y, al experimentarlas, las proyecta como una suma de selfies, que configuran una textualización en primera persona, casi siempre difundida en la red, y que solo se distingue por los rostros que aparecen en primer plano: un japonés, una familia danesa, unos franceses; lo de detrás siempre es lo mismo. Giandomenico Amendola, profesor de Sociología Urbana en la Universidad de Florencia y director del centro multidisciplinario de investigación urbana CityLab, reflexiona en La ciudad postmoderna: “Viajamos atraídos por estas imágenes de ciudad y de lugares, frecuentemente solo para encontrar en la experiencia la confirmación de la imagen conocida y para poder narrar nosotros mismos un relato de ciudad ya escrito”.

Esta narrativa icónica configura un decorado –en parte político, en parte privado y en parte producto del marketing municipal– que fija una manera de entender la ciudad y difumina las infinitas narrativas posibles que se construyen según la experiencia de cada uno.

Iconos exportables frente a iconos comunitarios

Foto: Camilla de Maffei.
La escultura del Gato de Fernando Botero, icono de la rambla del Raval, a la vez punto de interés turístico y lugar de encuentro de los barceloneses.

Barcelona vive hoy día una lucha iconográfica entre los iconos exportables, que la convierten en un bien de consumo, y los iconos comunitarios, en peligro de extinción, en una ciudad cuyos barrios viven procesos de gentrificación. Es en esta lucha de representaciones iconográficas donde viven, se suman, mueren y reviven los iconos que conforman la imagen de una urbe, sus rasgos fisonómicos, y que dan identidad simbólica al espacio urbano.

Unos pocos de estos iconos –los que responden al discurso oficial del momento y que suponen una determinada manera de entender la sociedad– emergen evidentes y extraordinarios, y son los que aparecen impresos en camisetas, reglas, bolsas o pósteres, y configuran una lectura de selfie o postal, a una sola cara.

En los postaleros giratorios de cualquier quiosco de la Rambla se venden los decorados de la selfie, los iconos oficiales: la Sagrada Familia, la torre de Collserola, la torre Agbar, la de Calatrava, el monumento a Colón y el hotel Vela (un posible skyline). A estos se suman el Park Güell, Montjuïc, el Camp Nou, el mercado de la Boqueria. En los postaleros-escaparate de las tiendas de museo, la iconografía cambia, pero sigue siendo una suma de objetos aislados, públicos y privados, que conforman los rasgos fisonómicos ahora de la Barcelona más cultureta: la escultura de Rebecca Horn L’estel ferit [La estrella herida] en una playa al atardecer; la loseta en forma de flor (uno de los cinco diseños ganadores del concurso que el Ayuntamiento organizó en 1906 para decorar las aceras) como única integrante de la postal; el Vela aparece, de nuevo, pero ahora en formato Polaroid; la escultura del Gato de Fernando Botero entre las palmeras de la rambla del Raval; el grafiti de Keith Haring en el Museu d’Art Contemporani (MACBA).

Son objetos aislados: L’estel ferit podría estar en Palma, pero se da por supuesto (y se sabe) que está en Barcelona. El mural de Haring se da por supuesto que está en un muro del MACBA, pero nada se dice de que originalmente estuviera en una pared sucia de la plaza de Salvador Seguí, en el Raval, y que Haring tuviera como ayudantes a los chicos del Barrio Chino, algunos ya muertos por los estragos de la heroína en la Barcelona de los noventa.

A estos iconos hipervisibles, oficiales y exportables y reconocibles internacionalmente, se suman otros más silenciosos y convencionales, tan parte de la identidad de la ciudad y de sus vecinos que solo existen por estos últimos y se visibilizan cuando desaparecen o cuando son conquistados por algún monumento oficial: las plazas de Barcelona, el trazado del Eixample, los taxis, los buses, los nombres de las calles, la peluquería de moda del paquistaní, el puesto de bocadillos de la plaza de Sant Jaume.

Estos son iconos cambiantes y delicados, caducos cuando sucumben a la banalización turística porque aparecen en guías, en TripAdvisor, en las revistas de las compañías aéreas low cost o en listados de revistas internacionales. Son también huellas sociales de las diferentes maneras de apropiarse de la ciudad que muestran sus habitantes. Al respecto escribe Marta Rizo, académica de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en Imágenes de la ciudad, comunicación y culturas urbanas: “El espacio público tiene como virtud principal el ser a la vez espacio de representación y espacio de socialización, esto es, de copresencia ciudadana”.

Del icono íntimo a la hipercomercialización

Entrevistamos a Álex Giménez, arquitecto y profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), cerca de la rambla del Raval, cuyo icono es hoy en día el Gato de Botero, escultura que, en el transcurso de los quince minutos anteriores a la entrevista, es fotografiada por hasta nueve turistas. Tariq y Mohammed, niños del barrio, suelen usarlo como tobogán, y el Gato ya es un lugar de encuentro de los barceloneses como, hasta hace diez años, lo fuera la cafetería Zurich de la plaza de Catalunya.

El enorme felino, negro y sólido, llegó a la rambla del Raval en 2003, después de haber vagado por media Barcelona: primero vivió en el parque de la Ciutadella; por las Olimpíadas lo trasladaron junto al Estadio Olímpico de Montjuïc y, antes de llegar al Raval, pasó un tiempo sobre una plataforma en el portal de Santa Madrona. Cuando en 2003 bajó al Raval, los vecinos, pese al proceso traumático de desaparición de varias calles que darían lugar a la actual rambla, lo abrazaron, lo dejaron ser un vecino más: lo socializaron.

Foto: Camilla de Maffei.
La plaza Reial es un un icono urbano paradigmático de una manera de hacer ciudad desde la comprensión de las necesidades de las personas, según el arquitecto Álex Giménez.

Foto: Camilla de Maffei.
La Sagrada Familia, un elemento urbano “extraordinario”.

Álex Giménez explica así el modo en que han nacido históricamente los iconos de la ciudad: “Barcelona está pensada desde el intersticio. En el ADN del urbanismo catalán, desde antes de Cerdà, el peso del vacío como lugar de expresión de la colectividad es importantísimo en todas sus dimensiones. Así, sus iconos nacen desde lo íntimo hacia la calle, se construyen desde la comprensión de las necesidades más personales. La manera de hacer ciudad de los premodernos catalanes es buena: por ejemplo, la plaza Reial, la de la Boqueria”.

Sobre la evolución posterior de este modelo, el profesor de la ETSAB considera que “en los ochenta se monumentalizó la periferia de Barcelona, algo que no se hacía en ningún otro lugar del mundo. Se unificó la calidad y el aspecto formal de unos espacios públicos que democratizaban la ciudad. Lo que se hacía en el paseo de Gràcia era tan importante como lo que se hacía en la Via Júlia”. Sin embargo, aclara, “ahora esa lógica ya no existe, ahora se va de lo general a lo particular. Todo el mundo está muy preocupado por construir grandes iconos de representación de lo colectivo que desatienden las necesidades de la gente”. Giménez prefiere “la ciudad que es suma de cosas convencionales –pues en el encuentro con esta convencionalidad aparece lo extraordinario– antes que una ciudad hecha de una secuencia de extraordinarios, cuyos intersticios son iterativos, yermos, aburridos, caros de mantener, despoblados, tristes, insustanciales y alienados”.

Esa secuencia de extraordinarios son los iconos. Pero cuando la ciudad decide incorporar un determinado icono como tal, según el propio Giménez explica, es cuando deja de funcionar, y pone como ejemplo de ello la Sagrada Familia, cuya ubicación no es correcta debido a su escala, que la hace incompatible con los edificios del entorno.

El hotel cuyo perfil vemos durante la entrevista, y que se ilumina de fucsia por las noches, no ha pasado a ser postal, lugar de encuentro o foto de turista: no es un icono de Barcelona, ni para foráneos ni para vecinos.

Tres etapas de producción simbólica

Miquel de Moragas i Spà, catedrático de Teoría de la Comunicación, acaba de publicar el libro Barcelona, ciutat simbòlica. Según el académico, Barcelona ha tenido tres etapas históricas de mucha producción simbólica: la Exposición Universal de 1888, la Internacional de 1929 y los Juegos Olímpicos de 1992. Moragas defiende que los iconos de las tres etapas dialogan y hasta generan un mosaico de símbolos difíciles de identificar en relación a una época concreta. Pone un ejemplo: el monumento a Colón erigido en la ciudad en 1888. “¿Quién lo sitúa en esa fecha? Casi nadie”, se pregunta y se responde a la vez.

El catedrático explica que en 1888 las ciudades europeas vivieron una necesidad de monumentalizarse, siguiendo el ejemplo de París –Josep Puig i Cadafalch escribió que Barcelona podría ser el “nuevo París del sur”–, y de exponer públicamente a los próceres de la ciudad como elemento de propaganda urbana. Los monumentos a Joan Güell, en la Gran Via de les Corts Catalanes, y a Antonio López, al final de la Via Laietana, pertenecen a esta época y son la representación pública del poder hegemónico, político y económico que ambos ostentaban.

Foto: Camilla de Maffei.
El busto de la pintora Pepita Teixidor (1917).

En 1929 la monumentalización de la ciudad incorporó un mensaje a caballo entre el modernismo y el novecentismo: es cuando aparecen la naturaleza y los cuerpos de mujeres, aunque su representación sigue siendo abstracta y la única escultura con nombre y apellidos de mujer en toda Barcelona es el busto de la pintora Pepita Teixidor, esculpido por Manuel Fuxà en 1917, y que, desde entonces, está en el parque de la Ciutadella.

“Entre los elementos simbólicos de 1929 se cuenta la Fuente Mágica de Montjuïc, aunque en la exposición de 1888 ya había habido una primera fuente mágica. La de 1929 fue una exposición promotora de la industria eléctrica que se recapitalizó en el look de Montjuïc, look que luego sería reutilizado en 1992”, explica Miquel de Moragas.

Foto: Sebastià Jordi Vidal / AFB.
Vista nocturna del recinto de la Exposición Internacional de 1929, con la avenida de la Reina María Cristina iluminada y la Fuente Mágica, en una fotografía del álbum de la exposición.

Foto: Fundación Barcelona Olímpica / Ayuntamiento de Barcelona.
El Estadio Olímpico de Montjuïc durante la ceremonia inaugural de los Juegos de 1992.

El tercer momento de producción simbólica fue la etapa olímpica, que daría origen a lo que se conoce como Marca Barcelona: “1992”, reflexiona Moragas, “es una etapa de defensa del espacio público”, y es entonces cuando aparece la simbología abstracta en la Olimpíada Cultural. Luego vino la etapa del Fórum de las Culturas, en 2004, con la construcción del distrito tecnológico 22@, y que el propio Moragas describe como “la comercialización de la ciudad”, que desemboca en una repulsa ciudadana al modelo especulativo. Es cuando en los barrios más acosados por los especuladores (en ese momento la Barceloneta, Ciutat Vella y el Poblenou) aparecen grafitis en los que se lee que “la ciudad no se vende”.

Preguntamos a Miquel de Moragas qué ha cambiado en el mapa simbólico de la ciudad desde 1888 hasta ahora. “Lo que cambia es la influencia de la publicidad, que a partir de 1910 y de 1920 ocupa un espacio urbano extraordinario hasta llegar a día de hoy –responde–. La ciudad se ha convertido en un soporte publicitario de primer nivel y hay una privatización y una hipercomercialización del espacio público”.

Fachadas y publicidad: el caso de las ‘megalonas’

Foto: Italo Rondinella.
Durante la acampada del 15-M en la plaza de Catalunya, la lona neutra que cubría el Banco de España, entonces en obras, se substituyó por la publicidad de un calzado deportivo y del Barça.

Era mayo del 2011 y toda Barcelona, parte de la maquinaria mediática internacional y sobre todo las redes sociales estaban pendientes de lo que sucedía en la plaza de Catalunya: la acampada del 15-M. Hacía meses que el edificio del Banco de España, en obras, estaba cubierto por una lona con la representación de su fachada, como marca la normativa de la ciudad. Con la atención mediática puesta en esa plaza, a las pocas horas apareció una gigantesca lona publicitaria que hacía referencia a una marca de calzado deportivo y tenía como imagen a los jugadores del Barça. Fue portada de medio mundo.

Entonces a los barceloneses aún les sorprendían esas megalonas. En solo cinco años han ido ganando terreno a las representaciones de las fachadas. A esta nueva iconografía de quita y pon se le han sumado acciones de promoción sorpresa (Colón con la camiseta del Barça, en 2013, o el símbolo de Nike en la fachada del MACBA durante unas horas); secretas (el anuncio del que sería el cabeza de cartel del Primavera Sound del 2014 apareció un día de noviembre del 2013 en la avenida del Portal de l’Àngel); móviles (Vodafone está en todas las bicicletas de Bicing), o en pantallas planas (el metro se llenó de teles publicitarias en 2011).

Estos nuevos iconos publicitarios se adaptan al escenario: visitan el monumento, que hasta ahora remitía a la memoria y al pasado, y dialogan con la sociedad efímera y del espectáculo, como la llama Gilles Lipovetsky, o líquida, utilizando el concepto de Zygmunt Bauman.

Miquel de Moragas expone que, con todo, en Barcelona aún no se ha llegado al nivel de comercialización del espacio público que se ha alcanzado en otras ciudades: durante la alcaldía de Ana Botella en Madrid, la línea 2 del metro incorporó a su nombre la marca de una compañía telefónica. Recientemente se anunció que el contrato no se renovaría a su vencimiento, este mismo verano.

De momento el Camp Nou, un icono de Barcelona, aún no ha incorporado el nombre de un banco o de una compañía aérea como sí sucede en otros estadios de Europa: desde 2006 el del Arsenal es el Emirates Stadium, y el del Manchester United, desde 2011, el Etihad Stadium.

Cobi mató a Copito de Nieve

© Carmelo Hernando.
El mono blanco, fotomontaje sobre el gorila albino Copito de Nieve, un emblema urbano que ocultó su origen colonial.

Andrés Antebi es antropólogo, miembro del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Socials (GRECS), y nos cita en el bar La Principal, en la frontera entre el Raval y el Eixample, y, desde hace ya una década, un icono para los que transitan por la plaza de la Universitat. En abril de 2016, La Principal está lleno de hipsters (barba, Mac, iPhone buscando enchufes) y de turistas de paso. Una pareja de franceses se hace una selfie con una caña y unas bravas. Golpe de clic y la lanzan a la red. Llega un amigo a su mesa: es un francés que vive en Barcelona. “Este es mi bar”, dice.

Quedamos con Andrés Antebi para reflexionar en torno a la iconografía y la monumentalización del pasado colonial, y emerge el debate sobre la imagen oficial de la ciudad, a qué políticas e intenciones responde esta narración y cómo cambia el monumento cuando la reflexión se hace desde una historiografía atenta a la relación que se establece entre el urbanismo y la producción iconográfica.

Antebi asegura que los intereses políticos y culturales que explican el imaginario de la ciudad siempre han sido objeto de reflexión, de crítica, de cambio y de intervención política. La desaparición o aparición de monumentos en la vía pública o el cambio de los nombres de las calles son ejemplos de ello. Uno de los más sintomáticos: el baile de nombres de la avenida Diagonal, denominación que recibe desde el 22 de junio de 1979 y que sustituye la de “Generalísimo Franco”, que le fue impuesta el 7 de marzo de 1939. Este nombre, a su vez, había sustituido al de “14 d’abril” que llevaba desde el 16 de abril de 1931. Anteriormente, desde el 13 de enero de 1925, se había denominado de “Alfonso XIII”, y más atrás en el tiempo, desde que en 1874 cambiara por primera vez el nombre de “Gran Via Diagonal” que le fue otorgado en 1865, había llevado también, en parte de su recorrido o en todo él, los nombres de “Argüelles” y de “Nacionalitat Catalana”.

Otra muestra: la propuesta de nomenclátor para el nuevo barrio de la ciudad, el Eixample, que en 1863 lleva a cabo el periodista y político Víctor Balaguer a petición del Ayuntamiento, y que se materializa en el libro Las calles de Barcelona. Balaguer argumenta que las calles deben recordar “algunos de los grandes hechos de valor, de nobleza, de virtud, de abnegación y de patriotismo, y que se puedan presentar como ejemplos y como modelos de las generaciones futuras”. Propone Pau Claris, Lepant, Entença, Roger de Flor… Este es el callejero del Eixample, el libro confeccionado a base de placas de mármol que conocemos hoy en día.

En el bar La Principal, mientras Antebi viaja por el nomenclátor y por la monumentalización de la ciudad, los franceses sacan la cámara y se hacen otra selfie, ahora con el amigo. Antebi señala el monumento que preside la plaza de Goya, al otro lado del cristal del bar. Está dedicado a Francesc Layret i Foix, político y abogado barcelonés de ideología nacionalista y republicana, defensor del movimiento obrero, que fue asesinado por un pistolero del Sindicato Libre de la patronal catalana en 1920. ¿Quién los recuerda? El grupo escultórico, obra de Frederic Marès, fue inaugurado en 1936, desmantelado al final de la Guerra Civil y reinstalado en el mismo emplazamiento en 1977. ¿Quién lo sabe? Buses, taxis, paseantes, turistas pasan a su lado, lo rozan. Al parecer, nadie lo ve o, como mínimo, nadie se para a verlo.

“Los ciudadanos no recuerdan al personaje que se representa en ese monumento. Un monumento es un intento siempre fallido, ya que está condenado a ser olvidado pese a las intenciones políticas de quienes lo erigieron”, afirma Antebi.

Foto: Camilla de Maffei.
El monumento al empresario Antonio López (1884).

Foto: Camilla de Maffei.
El grupo que Frederic Marès dedicó a Francesc Layret, abogado de los trabajadores (1936).

Hablamos de Antonio López, de la lucha iconográfica que en estos momentos vive Barcelona y que, según Antebi, tiene que ver con la memoria de la ciudad y con lo que aspira a ser. “Hay sectores críticos con el pasado colonial que quieren que la ciudad no reconozca a este prócer y que intervenga el espacio donde actualmente se ubica su monumento para convertirlo en un espacio de memoria, mientras que otros sectores demandan mantenerlo”, explica.

Antebi forma parte de un grupo de investigación en torno a la relación de Barcelona con Guinea Ecuatorial. A partir de esta investigación se ha montado la exposición Ikunde. Barcelona, metrópoli colonial, que se puede visitar en el Museu de Cultures del Món. “Nos preguntamos qué significó Copito de Nieve durante el tardofranquismo y hasta los años ochenta. Y, sobre todo, acerca del olvido del sistema colonial, ese sistema que hizo que el gorila albino acabara en Barcelona. A finales de los años cincuenta, en efecto, el Ayuntamiento de Barcelona había montado un sistema de extracción y de negocios en Guinea”.

En la misma línea de reflexión en torno a la narrativa iconográfica de la ciudad, el MACBA organizó en septiembre de 2014 Nonument, una exposición colectiva surgida de la invitación realizada a veintiocho artistas para que reflexionaran en torno a la proliferación de símbolos que colonizan los espacios reales y virtuales de Barcelona. En la página web en que se explica el proyecto se lee: “Los monumentos esconden cierta apropiación del espacio colectivo, cierto secuestro de la memoria social, aunque también se percibe en ellos la dificultad por acoger las pluralidades sin estereotiparlas, el afán por desterrar cualquier duda o incertidumbre”. Y se preguntan: ¿Quién sustenta un monumento? ¿Quién lo legitima? ¿Cómo emerge? ¿De qué manera arraiga en la comunidad y en el espacio público?

El arquitecto Álex Giménez fue uno de los artistas invitados a Nonument. En la entrevista que nos concedió en el Raval –junto al hotel iluminado en fucsia por las noches– también reflexionaba en torno a la figura de Antonio López y al hecho de que Barcelona siga acogiendo una plaza con el nombre y la estatua de quien se lucrara con el tráfico de personas. El monumento al primer marqués de Comillas se encuentra al final de la Via Laietana, muy cerca de La cara de Barcelona, de Roy Lichtenstein, una de las esculturas abstractas de la Barcelona Olímpica.

Pese a que en el verano de 2015 el Ayuntamiento anunció que rebautizaría la plaza, en el nomenclátor aún se lee: “Antonio López y López de Lamadrid, marqués de Comillas (Comillas, 1817 – Barcelona, 1883). Comerciante, naviero y banquero”.

En octubre del 2014, Giménez formó parte del grupo de activistas y artistas que pegaron un papel sobre el mármol de la plaza y bajo el nombre de Antonio López escribieron: “Esclavista”. En la plataforma que sostiene la escultura, se desplegó un manifiesto en el que se contextualizaba la figura del marqués. En Nonument, explica, “creamos un gran preservativo gigante que tenía que cubrir el asta de la bandera catalana frente al mercado del Born. Lo organizamos para que coincidiera con el día mundial de la lucha contra el sida”. Finalmente no pudieron cubrir la bandera debido al viento, pero “fue todo un show. Una forma de preservación”.

¿Cómo nos representamos?

Foto: Camilla de Maffei.
El gigantesco pez dorado de Frank Gehry frente al Port Olímpic

Maria Luisa Aguado, jefa del Departamento de Patrimonio Arquitectónico Histórico y Artístico del Ayuntamiento, asegura que es imposible fijar un único itinerario simbólico o iconográfico de Barcelona: hay tantos como visitantes, igual que sucede en otras ciudades de Europa.

Foto: Camilla de Maffei.
L’estel ferit [La estrella herida], de Rebecca Horn.

“Barcelona ha apostado por el arte contemporáneo de una manera decidida –apunta como elemento diferenciador de la ciudad–. Son piezas que han causado polémica, pero se ha apostado por esas intervenciones. Así, por ejemplo, L’estel ferit, la escultura de Rebecca Horn en la playa”.

La ciudad incluso ha olvidado la polémica y L’estel ferit se ha convertido de hecho en un icono de la Barcelona cultureta, como lo son también el pez de Frank Gehry, las cerillas de Claes Oldenburg, el gato de Botero, la maleta enorme de Jaume Plensa, el juego de luces de James Turrell, las cifras de neón de Mario Merz o la Rosa dels vents incrustada por Lothar Baumgarten. Todas estas obras, y algunas más, son parte de la Olimpíada Cultural de 1992.

“¿Cómo nos representamos?” es una pregunta que recoge el debate actual. La Virreina ha acogido durante los últimos meses la exposición Barcelona. La metrópolis en la era de la fotografía, 1860-2004, en donde se lleva a cabo una reflexión sobre el icono y sobre la evolución de la representación fotográfica de la ciudad desde las primeras iconografías fotográficas del siglo xix hasta la Barcelona del marketing urbano y de los nuevos movimientos sociales entre 1992 y 2004.

Foto: Pere Català Pic / AFB.
Fotomontaje sobre el Barrio Gótico para la Sociedad de Atracción de Forasteros, 1935.

En 1935 Pere Català realizó un fotomontaje con todos los iconos oficiales de los años treinta para la Sociedad de Atracción de Forasteros: se ven las gárgolas del Barrio Gótico, la columna de Adriano, la iglesia del Pi, la catedral, la Generalitat… El ojo foráneo y el barcelonés de 2016 son capaces de reconocer que la obra representa a Barcelona pese a que hayan pasado 81 años. Aun así, la composición revela la dificultad de escoger el icono aislado: el objeto solo no explica el entramado y la mezcla de la ciudad.

Colón, siempre Colón

En las entrevistas ha habido un único icono que ha aparecido siempre: Colón. La figura del navegante se encuentra en el postalero, es souvenir, es objeto de regalo de museo y camiseta, aparece siempre en un cambiante y poco preciso skyline, se muestra en la selfie del turista, es rotonda, está en el TripAdvisor y en el aeropuerto, en las publicidades y en el marketing institucional. Cada año lo visitan 130.000 personas, es mirador, ha sido percha publicitaria de los dos clubes de fútbol de la ciudad…, y es parte de esa Barcelona colonial ahora en discusión.

El mirador de Colón surgió a partir de la iniciativa de un prócer de la ciudad en 1852. En 1881 se falló el concurso a favor del proyecto del arquitecto Gaietà Buïgas, y hubo sucesivos concursos para cada una de las figuras del monumento, que se inauguró el 1 de julio de 1888, doce días después de abrir sus puertas la Exposición Universal.

Foto: Antoni Esplugas / AFB.
El monumento a Cristóbal Colón rodeado de andamios durante su construcción, en 1887. Por el extremo inferior izquierdo de la foto asoman apenas las Atarazanas.

¿Sobrevivirá Colón a la batalla iconográfica? ¿Se planteará un debate en torno al descubridor como el hoy existente sobre Antonio López?

En la exposición de La Virreina se recoge una fotografía  de Antoni Esplugas, fechada en 1887, de la construcción del monumento a Colón. En ella se ve al navegante entre andamios, pero la ciudad no aparece apenas porque el objetivo de la cámara, el mirón, busca lo nuevo, lo que antes no estaba, lo que cambiará el paisaje urbano hasta que algo más nuevo aún aparezca y lo reemplace a su vez.

Zuckerberg, por cierto, no se acercó al monumento de Colón ni lo lanzó a la red; se hallaba fuera de ese recorrido de dieciséis kilómetros.

Una historia de la autorrepresentación de Barcelona

La fotografía como lenguaje de representación no se puede desligar de la iconografía de una ciudad: ni la imagen que se proyecta al exterior ni la que la opinión pública se va construyendo de su propia ciudad a través del discurso de los medios. La exposición Barcelona. La metrópolis en la era de la fotografía constituye una historia de la autorrepresentación de la ciudad.

Foto: Joan Guerrero.
Santa Coloma en 1970: una imagen expresiva del urbanismo desarrollado bajo el franquismo en el área metropolitana barcelonesa. La fotografía, de Joan Guerrero, abre el catálogo de la muestra sobre la imagen de la ciudad entre 1860 y 2004 producida por La Virreina Centre de la Imatge del Instituto de Cultura.

La fotografía como lenguaje de representación no se puede desligar de la iconografía de una ciudad: ni la imagen que se proyecta al exterior ni la que la opinión pública se va construyendo de su propia ciudad a través del discurso de los medios. Barcelona. La metrópolis en la era de la fotografía, 1860-2004 es el título de la exposición que, producida por el Instituto de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona y organizada por Jorge Ribalta en calidad de comisario, repasa en La Virreina Centre de la Imatge –con el complemento de un libro-catálogo– 144 años de imágenes producidas en y por Barcelona. Este trabajo pone en diálogo la imagen oficial de la ciudad –desde que Ramon Alabern inmortalizara el Pla del Palau con la llegada del daguerrotipo–, con las de presentación al extranjero y las de denuncia ejercida por los miembros del Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània (GATCPAC), los movimientos vecinales y los fotoperiodistas.

A través de diecisiete ámbitos se explican los seis grandes momentos de producción iconográfica de Barcelona: la aprobación del plan Cerdà y la Exposición Universal (1860-1888); el surgimiento de la prensa gráfica, la abertura de la Via Laietana y la reforma de Montjuïc y la eclosión de las retóricas del modernismo arquitectónico y artístico (1888-1929); los años treinta y la Guerra Civil (1930-1939); la hegemonía del paradigma humanista y el nuevo fotoperiodismo de la Transición (1940-1970); el nacimiento del nuevo estilo documental topográfico en relación con la recuperación de la ciudad y el auge del movimiento vecinal (1970-1992), y, por último, las nuevas luchas sociales en que la imagen adquiere una nueva centralidad, tanto en la gestión municipal como en el conflicto social (1992-2004), con la llegada del marketing municipal y la respuesta ciudadana a procesos como la reforma interior del Raval.

Como por sedimentos, la exposición va dilucidando la iconografía barcelonesa que nos rodea hoy, tanto al viandante del 2016 como al turista.

Los encargos institucionales conformaron los trazos de la primera imagen gráfica de la Barcelona oficial. “Recuerdo de la visita de SS.MM. y AA. a la ciudad de Barcelona”, reza el pie de un gran álbum abierto que fue un obsequio para Isabel II, en su primera visita a la ciudad. Luego vendría la electricidad y la Exposición Universal de 1888 y, con ellas, una nueva inyección de iconos urbanos para la exportación de “la París del sur” a la cual aspiraba Puig i Cadafalch, y cuyo exponente más nombrado es Colón. Al comienzo de la muestra y del libro, se pueden ver los andamios que rodeaban la escultura en 1887.

Más tarde llegaría el boom de los medios de masas que hizo entrar aquella iconografía urbana hasta los comedores de las viviendas barcelonesas. Apareció la revista pionera La Il·lustració Catalana, que se convirtió en el principal espacio de difusión del fotoperiodismo emergente catalán y, entre 1908 y 1939, desarrolló su tarea la Sociedad de Atracción de Forasteros, generando una iconografía de la Barcelona que pretendía ser parte del circuito de viajeros del momento.

Foto: Pérez de Rozas / AFB.
Altar construído en la plaza de Pius XII, en la Diagonal, con motivo del Congreso Eucarístico de 1952.

En los años treinta la fotografía documental social vivió una eclosión internacional y, en el ámbito dedicado a la Guerra Civil, el visitante de la exposición podía encontrar su primer testimonio audiovisual: un reportaje sobre el movimiento revolucionario de 1936. En la segunda mitad del siglo xx, el yugo propagandístico de la dictadura llevó a la celebración del XXXV Congreso Eucarístico, que buscó representar iconográficamente Barcelona como una ciudad de un régimen católico y anticomunista.

Foto: Jordi Secall i Pons.
Protesta contra el Fórum de les Culturas, en 2004, de la serie Barcelona sobre Barcelona, de Jordi Secall. Imagen incluída en la exposición de La Virreina.

Hasta que llegó la Transición, cuando los movimientos vecinales hallaron un espacio discursivo relevante en las revistas de barrio, la “prensa pobre”, según la denominación de Maria Favà. En los setenta se publicaban hasta una cincuentena de cabeceras. Y así hasta el año 2004, con la polémica operación urbanística del Fórum de las Culturas.

Barcelona. La metrópolis en la era de la fotografía remueve las entrañas de una iconografía a veces invisible para quien camina mirándose los pies, pero muy presente en el imaginario de la Barcelona real y también de la virtual con “la expansión masiva de las tecnologías digitales, internet, la telefonía móvil y las redes sociales”, tal como indica el texto de la exposición, en calidad de nuevos productores (y reproductores) de iconografía.

El reto social. Alzar un dique de contención ante la desigualdad

Una asamblea vecinal heredera del movimiento 15M, en la plaza de la Vila del barrio de Gràcia.
Foto: Dani Codina

Barcelona vive una eclosión de experiencias asociativas y de autogestión ciudadanas. El escenario presente plantea la duda de si estas iniciativas están reemplazando a las obligaciones de la Administración pública. Solo si esta se responsabiliza de sus funciones y da lugar a un diálogo con una ciudadanía organizada, se puede construir un dique de contención que haga frente a la desigualdad.

La Universidad de Saint Andrews, en Escocia, publicó en octubre del 2015 el informe Socio-Economic Segregation in European Capital Cities, en el que se recoge que, entre 2001 y 2011, en once de las trece ciudades más importantes de Europa se amplió la brecha entre ricos y pobres, y se expone que esto puede ser “desastroso” para la estabilidad social. No menciona Barcelona, pero muestra que Madrid es la ciudad en que más creció la desigualdad durante esta década. El estudio pone en evidencia que el fenómeno que denomina segregación tiene cuatro pilares: la globalización, la desigualdad, la reestructuración del mercado de trabajo y la especulación urbanística.

En 2015 Barcelona no se libra de ninguno de los cuatro pilares. De hecho, una de las primeras medidas del nuevo equipo de gobierno municipal, solo un mes después de llegar al Ayuntamiento, fue destinar entre 2,5 y 4 millones de euros a una partida adicional del fondo extraordinario de infancia dirigida a las familias vulnerables. Desde 2013, la Federación de Entidades de Atención y Educación a la Infancia y a la Adolescencia (Fedaia) denunciaba que el 25 % de la población infantil roza la pobreza en Barcelona.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Es más, la radiografía sigue agravándose. El pasado 20 de octubre, el concejal de Empleo, Empresa y Turismo, Agustí Colom, presentó un informe en el que se expone que las rentas bajas pasaron de representar el 21 % del total en 2007 a suponer el 41,8 % en 2013, mientras que la población con rentas medias era el 44,3 % ese año, 14,3 puntos porcentuales menos que en el 2007. Es decir, la crisis provoca el aumento de la parte de la población con rentas bajas y la reducción de la incidencia porcentual de las rentas medias, o lo que es lo mismo, sigue habiendo un empobrecimiento de los asalariados y un aumento de la desigualdad.

De la indignación a la protesta y la movilización 

La Barcelona turística y la de la marginación social se hacen presentes en esta imagen tomada en la Rambla del Raval.
Foto: Dani Codina

El año en que los académicos que elaboraron ese estudio europeo ponían punto final al trabajo de campo del informe, los barceloneses empezaban a indignarse. En marzo de 2011, Stéphane Hessel visitó la ciudad para presentar ¡Indignaos!, un libro breve y contundente que sirvió como una chispa para que muchos jóvenes –y otros no tan jóvenes– empezaran a ver la crisis como el negocio de un sistema financiero que favoreció, ante todo, su beneficio sin importarle los medios y que financió la corrupción política para que nada obstaculizara unas buenas perspectivas de negocio. Ese mismo mes de marzo, Ada Colau, hoy en día alcaldesa de Barcelona, respondía preguntas sobre la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en el comedor de su casa, con una cortina azul, de plástico, como puerta de la cocina. Colau era una activista de un movimiento que tomaba fuerza, quizá ahora el más importante en lo que llevamos de siglo en España. En su casa, Colau advertía: “Cualquier día, miles de personas que construyen alternativas a escala local pueden ocupar la calle”.

A partir del 15 de mayo de 2011 ocuparon las plazas: la de Catalunya, en Barcelona; la del Sol, en Madrid… En esas plazas se empiezan a gestar algunas de las respuestas y acciones encaminadas a hacer frente a la globalización, la desigualdad, la reestructuración del mercado de trabajo y la especulación urbanística: es el llamado Movimiento 15M.

Manifestación por la educación pública y contra las políticas del ministro Wert, en octubre de 2013.
Foto: Dani Codina

Ancor Mesa Méndez, doctorando de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 2011, no se acuerda de cuántas veces cruzó la plaza de Catalunya durante esa acampada. Hacía un año que había entrado de lleno en el mundo del asociacionismo, como técnico de la Federación de Asociaciones de Vecinos y Vecinas de Barcelona (FAVB), en la que aún trabaja, y el 15M lo cogió en plena época de incertidumbre veinteañera. Esos días y esas noches de mayo, Ancor –como otros muchos ciudadanos– empezó a preguntarse acerca de esos movimientos colectivos, cooperativistas, autogestionados y horizontales que, de repente, emergían como una respuesta a la globalización, a la reestructuración del mercado de trabajo y a la especulación urbanística (tres de los pilares del informe de Saint Andrews). La desigualdad aún no había aparecido en el discurso público, como mínimo en España. Es más, el Partido Popular, ese 2011, la acababa de hacer desaparecer de la asignatura Educación para la Ciudadanía, sustituyéndola por la discusión de los conflictos del mundo.

Manifestación de la PAH contra los desahucios, en febrero del mismo año.
Foto: Dani Codina

En Tenerife, donde nació, Ancor no había ni olido algo parecido a un colectivo vecinal. En Barcelona, entre tesis y hogares temporales (por el precio del alquiler, por pertenecer a una generación en riesgo, por vivir en una ciudad que se caracteriza por su movilidad poblacional), tampoco se había vinculado a ningún barrio. Esa acampada, ese “cónclave sin paredes de personas libres procedentes de lugares dispersos”, como él define el 15M, le supuso un verdadero punch. “Me empecé a preguntar acerca de cómo se podían aprovechar las energías que se estaban aunando para estimular la producción política colectiva cotidiana desde abajo y desde los barrios”, recuerda ahora en la sala de reuniones de la FAVB, detrás de la plaza Reial, metido en lo que es hoy una valiosa biblioteca de libros sobre luchas populares y de barrio de los años setenta y ochenta, cuando la lucha vecinal barcelonesa ganó centros culturales, escuelas, transporte público y hospitales. 

Encierro en el Hospital Clínic en diciembre de 2012, contra los recortes y las privatizaciones en sanidad.
Foto: Dani Codina

“El actor que mejor absorbió los retos que presentó el 15M para las formas de hacer política cotidiana, fueron las asociaciones de vecinos”, sostiene. Ahora Ancor es el responsable sociológico del programa “Barrio, espacio de convivencia”, un diagnóstico sobre los barrios barceloneses elaborado con la participación transversal de todos los movimientos vecinales. El objetivo de esta investigación, asegura, implica que los colectivos “se identifiquen como actores de su entorno, se abran de miras y colectivicen los problemas”. 

“Toma los barrios” fue la consigna con la que se fueron disolviendo las acampadas en las plazas. Sants, el Raval, Gràcia, el Fort Pienc, la Barceloneta, Horta, Nou Barris… se llenaron de carteles en los que se anunciaban “asambleas populares”. 2011 fue el año que explica los venideros; 2012, el año de la escasez; 2013, el de las protestas por los recortes y la austeridad y el de la democratización de la pobreza; el año 2014 cuando, incluso en Davos, se empezó a hablar de la necesidad de refundar (reshaping) el capitalismo. En primer lugar, en 2011 se visibilizan, ya en titulares, los grandes debates de la desigualdad barcelonesa: los asentamientos, los desahuciados, la reforma de la renta mínima de inserción (RMI), la pobreza infantil y el empobrecimiento de los asalariados. El Idescat publicó que 1,5 millones de catalanes eran pobres, de los que un millón habitaba en la provincia de Barcelona, y el propio Ayuntamiento informaba de que, desde 2008, todos los distritos cuya renta familiar estaba por encima de 100 puntos habían visto aumentar su riqueza, mientras que los ingresos habían caído en los que estaban por debajo. 

Pancarta de los “yayoflautas” en una manifestación de indignados por la sanidad, la educación y la vivienda, en mayo de 2012.
Foto: Dani Codina

A la calle salen, durante estos cuatro años y decenas de veces, los diferentes colectivos, las denominadas mareas: el sanitario, protestando por los recortes en la sanidad (con camisetas blancas), el educativo (amarillas), el cultural (rojas), el de servicios sociales (naranjas). Los vecinos de los barrios, o personas afines por sufrir una misma problemática, también se juntan, y llevan la protesta a plazas y calles; así nace Nou Barris Cabrejada, que agrupa a cien entidades del distrito: Apropem-nos, Quart Món, los yayoflautas, los vecinos que protestan por la muerte de la ley de dependencia, por los recortes de la RMI. En la plaza de Sant Jaume los manifestantes, incluso, deben esperar a que acabe una protesta para empezar otra.

Cooperativismos que empoderan

En segundo lugar, en 2011 empieza un movimiento de empoderamiento ciudadano que convierte a Barcelona en un laboratorio urbano del cooperativismo y la autogestión. Estas experiencias suponen situarse un paso más allá de las dicotomías clásicas entre lo público y estatal y lo privado y mercantil, y se destaca lo público como lo común. El Observatorio Metropolitano de Barcelona recoge en el estudio Comuns urbans a Barcelona medio centenar de iniciativas de autogestión repartidas por los barrios de la ciudad. “En un momento de recortes en áreas públicas de asistencia social y de reducción de derechos, queríamos ver qué tipo de modelo de ciudad se está prefigurando en las prácticas de gestión comunitaria”, se lee en el estudio.

Entrada a la entidad cooperativa de servicios financieros Coop57.
Foto: Dani Codina

El nombre de su web no deja lugar a dudas sobre el carácter reivindicativo: Stupid city, una ironía para nombrar un proyecto que estudia la ciudad que nace de la inteligencia colectiva, en contraposición a la smart city, que, a sus ojos, excluye a muchos de los vecinos.

Estas experiencias cooperativistas, autogestionadas o ciudadanas se ocupan de temas como la energía (Som Energia), la apropiación vecinal del espacio público (Germanetes, en la Esquerra de l’Eixample; la plaza de la Farigola, en Vallcarca; o el Pou de la Figuera, en el Born), la salud (el Espacio del Inmigrante), las telecomunicaciones (Guifi.net), la vivienda (los edificios ocupados por la obra social de la PAH, o La Borda, en Can Batlló), los equipamientos (Can Batlló y el Ateneu de Nou Barris), los cuidados y también las finanzas.

Coop57 se define como una “cooperativa de servicios financieros éticos y solidarios”, una entidad parabancaria al margen del Banco de España que invierte los ahorros de sus socios en proyectos sociales: asociaciones vecinales, proyectos de vivienda cooperativa, fundaciones culturales, etcétera. Guillem Fernàndez, del área de créditos, enumera los requisitos que tiene que reunir una entidad para que Coop57 la financie y parece que esté elaborando un decálogo de la indignación. “Los proyectos deben cumplir principios sociales, estar arraigados en el territorio, disponer de un nivel alto de red colectiva y que la diferencia entre niveles salariales no supere la relación de 1 a 2 entre el más bajo y el más alto”.

Que no es una entidad financiera convencional salta a la vista nada más llegar a su local en la calle de Premià, en el barrio de Sants: no hay mostradores de cristal blindado, ni la maquinilla roja para coger turno, y no atienden trabajadores en traje y corbata. Su filosofía tiene como pilares el funcionamiento asambleario y horizontal, y una forma de organización basada en comisiones, puntos que comparten la mayoría de las experiencias nacidas con el 15M.

Para Coop57, fundada por los trabajadores de la extinta editorial Bruguera, la acampada de 2011 no supuso un comienzo, sino un pico de actividad. Acudieron ahorradores hartos de desahucios y asqueados por las preferentes que llevaron su dinero a otras formas de organización financiera, como ya había sucedido en 2003 durante las protestas por la guerra de Irak. En siete años de crisis, Coop57 ha movilizado más de 43 millones de euros para proyectos de economía social y solidaria en 1.160 operaciones.

Pizarra con anuncios de actividades en el área del antiguo recinto fabril de Can Batlló gestionada por una plataforma vecinal.
Foto: Dani Codina

Fernàndez asegura que las iniciativas y entidades que llegan últimamente a Coop57 están relacionadas con la desarticulación del estado de bienestar. Enumera experiencias del mundo educativo, de la vivienda, de la salud y de la alimentación. “¿Hasta qué punto debemos financiar proyectos que no sabemos si pueden contribuir a consolidar esferas donde no entra el Estado o acabar por deshacer lo que queda de estado de bienestar?”, se pregunta. No es el único. ¿Hasta qué punto estos movimientos de ciudadanos están sustituyendo al Estado en el cumplimiento de sus obligaciones? Esta es la cuestión que ya suena en 2015.

El antropólogo Manuel Delgado tiene un discurso muy crítico sobre el espacio que ocupan tales iniciativas. “Si yo fuera el Estado, preguntaría: ¿para qué queréis lo público si tanto confiáis en lo común?”. En su opinión, no hay duda de que todas estas experiencias de autogestión permiten que la sociedad exista sin el respaldo del Estado, de forma que se acaban convirtiendo en una especie de sustituto que se olvida de reclamar a la Administración pública, mediante las luchas sociales, que sea “realmente pública”. ¿Hay otro escenario posible? “Actuaciones decididas y claras, por ejemplo, en materia de vivienda –afirma–. Es complicado porque básicamente requiere hacer lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora: vender suelo, en vez de comprarlo. Y lo mismo con la pobreza energética”. 

Habitar Barcelona de otra forma 

Espacio comunitario Germanetes, gestionado por la asociación de vecinos del Eixample y Recreant Cruïlles. Es uno de los proyectos que ya funcionan dentro de la iniciativa impulsada por el Ayuntamiento para dar un uso social y comunitario a solares municipales no utilizados.
Foto: Dani Codina

En 2015, en Barcelona, según la PAH, se registraron 22 desahucios cada semana y la vivienda siguió siendo el tema pendiente. Había 2.591 pisos de entidades bancarias que llevaban más de 24 meses vacíos. Solo un 2 % del parque habitacional era de alquiler social. En octubre, el Ayuntamiento le dio un ultimátum a la Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria (Sareb): o cedía 562 pisos vacíos para alquiler social, tal y como prevé la ley, o el Consistorio recurriría a los tribunales. La cesión de pisos vacíos está prevista en el artículo 7 de la ley aprobada en el Parlamento como fruto de la iniciativa legislativa popular (ILP) que impulsaron la PAH y la Alianza contra la Pobreza Energética. 

Hace unas semanas, el colectivo periodístico SomAtents publicó un debate sobre Habitar, al que invitó a diferentes actores sociales relacionados con la vivienda en Barcelona. El debate tuvo lugar en la plaza de Joan Corrades, en Sants, frente a un edificio ocupado por la PAH. La charla se alargó más de una hora y empezó con las siguientes palabras de Josep Maria Montaner, concejal de Vivienda del Ayuntamiento y representante del Distrito de Sant Martí: “El segundo elemento de control de la ciudadanía con el que cuenta el capital, después de la plusvalía del trabajo, es la dificultad de acceso a la vivienda. Entendemos que, durante estos cuatro años, podremos conseguir mejorar las condiciones de la vivienda: afrontando la emergencia habitacional, haciendo que pisos vacíos pasen a un uso social, construyendo la nueva vivienda lo más sostenible e igualitariamente posible y llevando a cabo rehabilitaciones mediante planes de mejora de los barrios. Además, nuestra apuesta es la de la innovación, a partir, sobre todo, de nuevos modos de vida, de nuevas formas de propiedad”. 

¿Hay otras maneras de habitar Barcelona? Carles Baiges es arquitecto y miembro de la cooperativa de arquitectos LaCol. Salió de la Universitat Politècnica de Catalunya entendiendo que la arquitectura es una forma de acción-intervención social y, desde 2014, es uno de los sesenta socios de La Borda, la cooperativa de viviendas en régimen de cesión de uso que se levantará en Can Batlló. La fórmula es la siguiente: el Ayuntamiento cede la superficie durante setenta y cinco años y el patrimonio es colectivo, de la persona jurídica cooperativa. Cada hogar (unidad de convivencia, lo llama) ha invertido 15.000 euros como capital social de la cooperativa, y posteriormente pagará una cuota de socio por debajo del precio de mercado: 450 euros por término medio y entre 500 y 600 euros los pisos más grandes. Se estima que la construcción tendrá un coste de 2,4 millones, que financiarán también de forma alternativa a través de Coop57. 

El recinto de Can Batlló, en el barrio de la Bordeta, está pendiente de reforma desde 1976, cuando fue destinado a equipamientos, viviendas sociales y espacio verde. Los vecinos iniciaron en 2011 una experiencia de autogestión de una parte de las instalaciones, dedicadas a actividades sociales y culturales. Aquí está previsto construir las viviendas sociales promovidas por la cooperativa La Borda.
Foto: Dani Codina

La Borda parte de dos ejemplos: el modelo danés, que ya tiene un siglo de antigüedad, y la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua. En Dinamarca el modelo es tan exitoso que, solo en Copenhague, hay 125.000 viviendas integradas en la cooperativa. La iniciativa, explica Carles Baiges, parte de abajo, de un grupo de ciudadanos organizados que buscan alternativas al modelo de vivienda. Habla de autoconstrucción, de “vivir y no especular”, de espacios comunes, de conocer al vecino, de la conexión entre las “unidades de convivencia” y Sants, y, por supuesto, de la “replicabilidad” del modelo.  Como la mayoría de los jóvenes de este país, tengo una vida bastante precaria y me cuesta acceder a una vivienda digna, pero también tenemos la voluntad de cambiar el modelo de propiedad –declara–. Yo no quiero irme al campo, y creo que en la ciudad podemos vivir de manera más comunitaria. Los pisos pueden ser más pequeños que la media, pero el objetivo es que la gente viva en el espacio público”. 

¿El 15M le influye en la manera de plantearse la ciudad y la sociedad? “Somos bastantes los que creemos que todo el movimiento de Can Batlló está muy influido por lo que pasó durante el 15M, incluido aquel desalojo tan brutal. Eso de ‘no nos representan’ lo descubro, más que en la denominada nueva política, en todos los movimientos que pasan de la protesta a la acción. Quizá en su día no cristalizaron en un grupo, pero demostraron que se podían hacer cosas. Creo que eso es lo que quedó: la conciencia de que teníamos las herramientas y la capacidad de hacer las cosas”.

El 24 de mayo de 2011, solo tres días antes del desalojo con violencia de la plaza de Catalunya, el escritor uruguayo Eduardo Galeano (fallecido en abril de 2015) deambula por el lugar. Es de noche y su presencia pasa desapercibida. Un joven lo reconoce y, en lo que él denomina una charla, que en realidad se convierte en un monólogo de más de once minutos, reflexiona ante una cámara, quizá un móvil. “Este es un mundo de mierda que está embarazado de otro”, declara. Ese otro mundo pasa por detrás de la cámara; a veces él lo mira de reojo, a veces son los otros los que lo miran a él: hay jóvenes con sacos de dormir que llevan varios días gritando y argumentando por qué los políticos no los representan, hay camisetas amarillas que lucen en el pecho el eslogan “Toma la calle”, hay camisetas verdes de la PAH. Casi al final expone: “A menudo me preguntan qué va a pasar y qué será de esto después. Y yo, simplemente, contesto que no sé qué va a pasar ni me importa, que lo único que me importa es lo que está pasando”. 

El acceso a la sanidad

El Espacio del Inmigrante, en el pasaje de Bernardí Martorell del Raval.
Foto: Dani Codina

Ciutat Vella es un espejo en tres dimensiones de los cuatro pilares que recoge el estudio de Saint Andrews: barrio globalizado, altavoz de las desigualdades, con mafias que especulan con el suelo y gentrificado hasta en los adoquines. Durante años, el pasaje de Bernardí Martorell se ha situado al margen de la geografía transitable del Raval, a pesar del bar y de los locutorios, a pesar de que, en realidad, no es tan diferente de cualquier otra callejuela. Aquí se halla el Espacio del Inmigrante. Un colectivo de profesionales del mundo sanitario se movilizaron para hacer frente a la aprobación del Decreto 16/2012, que limitaba y restringía el acceso a la sanidad y que dejaba a 873.000 personas sin asistencia sanitaria por no tener su situación administrativa regularizada. En ese pasaje había un hotel vacío ocupado y, en ese hotel, ahora centro social, se ubica el espacio.

El Espacio del Inmigrante, en el pasaje de Bernardí Martorell del Raval.
Foto: Dani Codina

Los viernes atienden los médicos; los miércoles, los abogados, al mismo tiempo que se celebra la asamblea semanal del colectivo en la cocina comedor del piso. La estancia es, simultáneamente, una sala de espera casi convencional: pueden encontrarse el cuadro de un paisaje en la pared, las sillas, también los usuarios móvil en mano y la voz que los va llamando. Pero las paredes son fucsias, el aire no está cargado porque hay un balcón que da al pasaje y la gente habla en voz alta. El vocabulario en la sala de espera pertenece al diccionario de la indignación y la protesta: colonialismo, clasismo e integración; se habla de un festival de documentales.

Es viernes y hay médicos, pero ni llevan bata blanca ni recetan medicamentos ni piden la tarjeta sanitaria. Son médicos voluntarios que, junto con educadores sociales, psicólogos y abogados, informan a los inmigrantes en situación irregular de sus derechos y los acompañan a pedir la tarjeta sanitaria. Un trámite que, sin conocer la lengua ni el funcionamiento burocrático, se puede alargar días y hasta semanas. “Al inmigrante solo, muchas veces, no lo atienden, pero al que acude con alguien autóctono y empoderado, sí; y eso prácticamente roza el racismo”, denuncia Estefanía, una doctora. El acompañamiento comporta llevar la ley impresa, acudir al centro de atención primaria (CAP) y, a veces, discutir con el funcionario del mostrador.

Este es, dicen, el acto “más punky” que emerge del Espacio del Inmigrante. “No queremos ocupar un espacio que tiene que cubrir el Estado; solo proporcionamos a los usuarios las herramientas que les den acceso a la sanidad pública, según les corresponde por estar empadronados”, explica Elvira, doctora residente del Hospital Vall d’Hebron y voluntaria en el Espacio del Inmigrante.

El Espacio del Inmigrante, en el pasaje de Bernardí Martorell del Raval.
Foto: Dani Codina

María (este y los siguientes son nombres supuestos) es vecina del Raval y conoció el espacio como la mayoría de los que llegan aquí: por el boca a boca. Hay voluntarios que recorren el barrio cada semana en lo que denominan la brigada callejera de los jueves; así se corre la voz, aunque se quejan de que la mayoría de los usuarios acuden cuando su situación ya es grave. De este modo llegó María. Hacía meses que sabía de la existencia del espacio, pero cuando llegó lo hizo con el dedo roto: no entró por el dolor de la fractura, sino porque no tenía tarjeta sanitaria –la azul– y porque no podía pagar los “más de 200 euros” que le facturaron en urgencias por una radiografía y la colocación de una férula en un dedo. Las urgencias, repiten estos médicos, sílaba a sílaba, “no se fac-tu-ran”.

En el Espacio del Inmigrante le dijeron que tenía derecho a la tarjeta sanitaria porque está empadronada. Nadie la había informado de ello. “Los agentes políticos aseguran que la atención sanitaria es para todos y que se atiende a todo el mundo. Legislativamente es cierto, pero falta informar a los ciudadanos extranjeros sobre los procedimientos. La información no sirve para nada si el Gobierno no invierte ni lleva a cabo políticas para difundirla entre los colectivos que la necesitan”, indica Elvira. El Espacio del Inmigrante estudia cómo recurrir el pago de esos 200 euros: los miércoles atienden los abogados.

Tres Barcelonas

De lunes a domingo, la Barcelona del turismo, la de las personas sin hogar y la del trabajo precario conviven en la esquina del pasaje de Bernardí Martorell. El hotel de cuatro estrellas de la rambla del Raval, la comunidad de personas sin hogar que se junta en los bajos de Comisiones Obreras (se calcula que hay unas tres mil viviendo en la calle) y ese vaivén de gente con trabajo precario, sin trabajo o con trabajo temporal, con un carrito de chatarra a cuestas. En Ciutat Vella se han instalado muchos de los jóvenes que vivían en las naves abandonadas del Poblenou; ahora ocupan pisos vacíos de callejuelas a la sombra. 

El patio de la Facultad de Geografía e Historia de la calle Montalegre, escenario de actos contra la segregación social.
Foto: Dani Codina

En octubre, el concejal Colom destacó que la tasa de paro se sitúa en la ciudad en el 13,9 % (el 27 % entre los jóvenes). El 53 % de las personas desempleadas tiene más de cuarenta y cinco años y el 44 % lleva más de un año en el paro. La tasa se distribuye de forma desigual por los distritos, y se duplica en algunos de ellos. Los distritos con un paro por debajo de la media son Sarrià-Sant Gervasi, Eixample, Les Corts y Gràcia, mientras que Sants-Montjuïc, Horta-Guinardó, Sant Martí, Sant Andreu, Nou Barris y, por supuesto, Ciutat Vella están por encima. 

Joan Uribe acaba de llegar de Argentina. Junto con otros veinticuatro expertos ha debatido la situación de las personas sin hogar en la International Gathering Homelessness and Human Rights. En su Twitter, palabras como la gentrificación, la exclusión, el derecho a la ciudad y a la calle o los sin hogar están en un tuit sí y en otro no. Es el director de Servicios Sociales de Sant Joan de Déu e imparte clases en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona (UB). 

En la libreta hay una pregunta necesaria para entender los años inmediatos: ¿El futuro pasa por una colaboración entre el mundo asociativo y el Estado? “Me alegro de que te hayas olvidado del mercado –responde–. Un buen escenario de futuro sería que los movimientos sociales, las organizaciones y el tejido asociativo colaboraran con el Estado. Sin duda habría fricciones, pero se podría construir un frente para alzar un dique de contención frente a las lógicas del mercado y, de este modo, construir sociedades mejores que las de ahora, cuando menos alcanzando los mínimos que teníamos hace unos años e incluso yendo más allá”. 

¿Hay ejemplos de esos diques? “En Latinoamérica, algunos grupos iniciaron trabajos organizativos en torno al derecho a la tierra, a la vivienda y a la ciudad. Después de una trayectoria de veinte, treinta o cuarenta años consiguieron no solo cambios en el marco legal, sino también estar representados en las mesas en las que se decide la implementación de políticas públicas. En Finlandia, un trabajo conjunto del ámbito asociativo y las administraciones ha terminado con el sinhogarismo”.

En el exterior de la Facultad de Geografía e Historia, UB, frente al Centro de Cultura Contemporánea (CCCB), hay un panel con información sobre las decenas de charlas que, de muchas maneras, apuntan los cimientos de ese dique. El diccionario es el mismo: autogestión, finanzas éticas, consumo responsable, cooperativismo, vivienda y, cómo no, el enemigo a combatir, la segregación social con sus cuatro pilares: la globalización, la desigualdad, la reestructuración del mercado de trabajo y la especulación urbanística.