Acerca de Jaume Fabre

Periodista

Barcelona, desde las rejas de la cárcel: el caso Huertas

Huertas recibido por un grupo de periodistas a la salida de la Modelo, el 13 de abril de 1976.
Foto: Pepe Encinas.

¿Cómo puede documentarse y escribirse un libro sobre los barrios de Barcelona entre las cuatro paredes de una celda de la Modelo? Así es como el periodista, escritor e historiador Josep Maria Huertas Clavería (Barcelona, 1939-2007) elaboró una parte importante de la obra Tots els barris de Barcelona durante los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Franco.

En esta experiencia irrepetible participaron un puñado de personas que ayudaron a Huertas en la tarea y también hicieron posible que quedara a punto para editarse la parte previamente acabada. La obra, publicada en 1976 por Edicions 62, inauguró nuevos caminos en el tratamiento informativo de la vida ciudadana y en la definición misma de los barrios.

El trabajo de Huertas, figura referencial del moderno periodismo barcelonés, se destacó por el compromiso social y por la atención a los problemas de los barrios. En julio de 1975 fue procesado por una frase de un artículo que el estamento militar franquista consideró ofensiva. Su encarcelamiento dio pie a la primera huelga de periódicos desde el final de la Guerra Civil y a una importante movilización solidaria y en defensa de la libertad de expresión.

En ocasión del cuarenta aniversario de los hechos, Jaume Fabre, estrecho colaborador de Huertas durante muchos años y coautor de Tots els barris de Barcelona, ha elaborado para Barcelona Metròpolis una crónica de aquella experiencia.

Ocho meses, dos procesos y mucho trabajo

Huertas saliendo de la prisión el 13 de abril de 1976. Foto: Pepe Encinas / Europa Press

Huertas saliendo de la prisión el 13 de abril de 1976.
Foto: Pepe Encinas / Europa Press.
El resto de fotos del artículo son de los archivos de la familia Huertas y de Jaume Fabre.

Durante ocho meses el autor mantuvo con Huertas, encarcelado en la Modelo, una correspondencia regular en que se explicaban el estado de ánimo y los acontecimientos de dentro y de fuera de la cárcel, e intercambiaban informaciones sobre los libros dedicados a los barrios que habían empezado a escribir en equipo.

El 22 de julio de 1975 Josep Maria Huertas fue convocado al Gobierno Militar de Barcelona, donde un juez militar le entregó una orden de procesamiento por el reportaje “Vida erótica subterránea” –publicado en el diario Tele/eXpres el 7 de junio anterior– y lo envió directamente a la cárcel Modelo, esposado. Ingresó en la segunda galería. Al día siguiente cinco periódicos no salieron a la calle al declarar sus trabajadores una huelga en solidaridad con Huertas.

El artículo de Tele/eXpres del 7 de junio de 1975 que originó el consejo de guerra, religado en el tomo de la sentencia.

El reportaje contenía dos líneas con la referencia de que en los años cincuenta a las viudas de militares les era más fácil obtener un permiso para regentar meublés que a las demás personas. La afirmación molestó al estamento militar, que decidió escarmentar al periodista y, de paso, atemorizar a toda la profesión.

El diario del Movimiento La Prensa acusó al periodista de estar relacionado con el etarra Iñaki Pérez Beotegi, Wilson, considerado uno de los cerebros del atentado contra Carrero Blanco.

La situación de Huertas en la prisión se mantuvo al principio, como él mismo la definiría después, “en un régimen de una relativa tolerancia de movimientos”. Pero esto se terminó el 5 de agosto cuando el periódico falangista La Prensa tituló en primera plana: “Confesó [el etarra] Wilson. 4 monjas y Huertas Clavería, contactos en Barcelona del asesino de Carrero Blanco”. Se decretó una segunda orden de procesamiento y Huertas quedó incomunicado en la quinta galería, la de los presos peligrosos.

Recopilación de noticias sobre el caso Huertas en una reproducción facsímil de la revista 4 Cantons. Este número no se llegó a distribuir y se destruyó casi toda la tirada.

Los etarras Wilson y Txiki habían sido detenidos poco antes. Wilson llevaba encima una agenda en la que figuraba el nombre de Huertas y el del ex monje de Montserrat Francesc Bofill, que también fue detenido e ingresado en la Modelo. El motivo de la presencia de los dos nombres en la agenda de Wilson era que Bofill le había ayudado a encontrar alojamientos provisionales en Cataluña y que Huertas lo había acogido por unas horas en su casa, a petición del primero. Huertas no sabía de quién se trataba exactamente y lo derivó hacia su parroquia, en Poblenou. Por esta razón también estuvo detenido unos días el rector Joan Soler.

El 24 de agosto de 1975 se celebró el consejo de guerra por el reportaje de Tele/eXpres. Huertas fue condenado a dos años de prisión, pena que cumpliría en la Modelo mientras se iba desarrollando el proceso por el caso Wilson.

Muerte de Franco y movilización de la prensa

El 25 de julio de 1975, tres días después del encarcelamiento de Huertas, los periodistas Andreu-Avel•lí Artís, Sempronio –en el centro de la imagen superior– y Maria Favà intentaron visitarlo en representación del medio centenar de profesionales concentrados ante la Modelo en solidaridad con el compañero detenido. El director del centro los recibió pero no autorizó la visita.

El 20 de noviembre de 1975 murió Franco y nueve días más tarde el indulto otorgado por el rey Juan Carlos supuso la anulación de la primera causa. Pero tuvo que seguir en prisión preventiva por el caso Wilson. Aún tardaría casi cinco meses en salir.

En este segundo proceso la autoridad militar se inhibió, el 11 de marzo, en favor del Tribunal de Orden Público (TOP). Entonces se planteó un problema de competencias que demoró la concesión de la libertad provisional y dejó en el aire la posibilidad de que el sumario volviese al tribunal militar. La intervención del ministro de Justicia Garrigues Walker lo evitó y la causa permaneció en el TOP, que otorgó la libertad provisional el 12 de abril, un mes después de que en Barcelona tuviera lugar la primera manifestación autorizada de periodistas. Las pancartas reclamaban libertad de expresión y el fin del encarcelamiento de Huertas.

Pocos días después de salir de prisión, por Sant Jordi, Huertas firmando ejemplares de Tots els barris de Barcelona.

El 13 de abril de 1976, lunes de Pascua, a última hora de la noche, Josep Maria Huertas salía de la Modelo. El 22 de abril participó en la fiesta de presentación del primer número del diario Avui y el día siguiente, día de Sant Jordi, lo pasó recorriendo librerías y firmando ejemplares de los primeros volúmenes de Tots els barris de Barcelona.

Un régimen carcelario muy estricto

En la cárcel Huertas obtuvo un destino como ayudante de bibliotecario y siguió el segundo curso de catalán por correspondencia. Pero lo que lo mantuvo más ocupado fue la continuación del trabajo de redacción de la obra Tots els barris de Barcelona, de la que, antes de su entrada en prisión, ya habíamos entregado tres volúmenes a la editorial. Del cuarto volumen teníamos una parte acabada y quedaban pendientes dos barrios, el Coll y el Carmel. Y aún faltaban tres volúmenes más para cerrar la serie, de los que uno, el quinto, lo escribió él enteramente en prisión.

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que estamos hablando de una cárcel española de finales del franquismo, anterior a la recuperación de las libertades y a la Constitución de 1978, con un régimen de funcionamiento muy diferente del actual. Las entrevistas con los abogados se hacían con una reja de por medio, sin posibilidad de intercambiar ningún objeto, y la correspondencia y todo lo que se hacía llegar a los presos era sometido a control y censura. No podían recibir otras visitas que las de familiares directos y abogados ni enviar cartas más que a los familiares directos o a una única persona previamente designada por el preso. Huertas decidió que yo sería esa persona, para poder seguir trabajando en los libros de los barrios. Nos autorizaron la correspondencia, pero el permiso expreso y formal para trabajar en la redacción del libro (sin máquina de escribir, por descontado) no le llegó hasta mediados de noviembre, con la dificultad que ello supuso antes para entrarle material como galeradas, libros, fotocopias, apuntes o fotos.

Así empezó la correspondencia regular, con una carta suya el 30 de agosto y una primera respuesta mía el 2 de septiembre, a las que siguieron 58 más de cada parte. Hasta el 11 de abril fueron 32 semanas, lo que equivale a cerca de dos cartas semanales. Su valor reside, por tanto, en el hecho de que son las únicas que Huertas pudo escribir en prisión y enviar al exterior, excepto las de un carácter muy diferente que envió a su esposa y a su hijo; pocas, porque con Araceli ya hablaba cada día como abogada suya que era, mientras que su hijo apenas tenía un año. Todas las cartas tenían que estar escritas en castellano.

Yo las enviaba en un sobre amarillo al apartado de correos número 20. Varias veces el censor se quejó de mi letra, y Huertas me pedía que la mejorase, sin éxito. Excepto una, las escribí siempre a mano, por principio, para evitar la frialdad de la máquina de escribir.

Él las enviaba en un sobre blanco, con letra microscópica, porque solo le dejaban escribir una hoja holandesa por una cara, dos veces por semana. “Tu letra pronto se parecerá a la de Espriu”, le decía en mi única carta mecanografiada, el 11 de octubre.

En cuanto al contenido de las cartas, hay dos etapas claras. La primera, hasta el 20-N, con una gran contención en cuanto a comentarios ajenos al trabajo, a las palabras de aliento o a las expresiones íntimas sobre el estado de ánimo. En esta etapa tuvimos que poner a prueba todas nuestras habilidades para escribir entre líneas adquiridas durante años de ejercicio del periodismo bajo la Ley de Prensa de 1964. Un ejemplo lo constituye esta frase de doble sentido escrita el 2 de noviembre, aparentemente referida al trabajo en el libro pero cargada de otro significado cuando ya había empezado la que sería larga agonía del dictador: “¡A ver cuándo nos sacamos este muerto de encima!” Pero a partir del 20-N comenzamos a expresarnos con menos limitaciones y, pese a ser conscientes de la situación aún opresiva, podíamos incluir ya sin problemas referencias a hechos concretos de la vida exterior o a la situación política general. Esta manga ancha censora se fue ampliando a medida que pasaban las semanas.

Antes de que Huertas perdiera la libertad nos habíamos repartido los barrios sobre los que tenía que escribir cada uno de manera bastante autónoma, pero con un intercambio constante de informaciones y opiniones y una revisión final del texto mutua. Cuando Huertas fue detenido, los tres primeros volúmenes ya estaban acabados y entregados a la editorial, mientras que el cuarto lo teníamos a medias. El trabajo realizado durante aquellos ocho meses consistió en la redacción de los dos barrios que faltaban del volumen cuarto y de la totalidad del volumen quinto, por parte de Josep Maria, y de la totalidad del volumen sexto y parte del séptimo, por mi parte. También llevó a cabo la corrección de galeradas y compaginadas de sus textos en los volúmenes 1, 2 y 3.

Los dos primeros salieron finalmente de imprenta el 9 de abril. Los introdujimos en la cárcel en seguida, pero Josep Maria ya no los llegó a ver allí. También le habíamos hecho entrar, a primeros de diciembre, un ejemplar de la segunda edición de su biografía del Noi del Sucre.

La cárcel nos obligó a establecer un sistema de trabajo bastante diferente del que habíamos seguido para los volúmenes ya realizados, porque Josep Maria había perdido completamente la autonomía y había que facilitarle la mayor parte del material que necesitaba para redactar su parte. La biblioteca de la Modelo resultó ser un auténtico filón: Huertas encontró en ella, para sorpresa nuestra, algunos volúmenes muy interesantes sobre la historia de Barcelona, como los Recuerdos de mi larga vida, de Conrad Roure, y el fundamental volumen que Francesc Carreras Candi había dedicado a la ciudad dentro de la Geografia General de Catalunya (1908-1918).

En las cartas Huertas mostraba constantemente su admiración por la obra de Carreras Candi. “Estoy leyéndomela casi entera y una vez más me confirmo (nos confirmamos) en que es el mejor libro sobre la ciudad de Barcelona que existe”. Efectuó el vaciado completo estando en prisión, tarea que fue una de las que más le ayudaron a mantenerse activo: “Hoy o mañana –escribía el 22 de octubre– habré terminado de vaciar el libro de Carreras Candi, lo que no deja de ser una hazaña que, créeme, realizo más por un acto de suprema voluntad que por ganas. Ganas ya sólo tengo de descansar… no sé cuándo ni cómo. Perdona, pero el día es pesimista, y mi salud, floja”.

Investigación a distancia

Huertas en la Trinitat Vella. Foto años 70.

Aparte de los libros de la biblioteca de la prisión, Huertas solo disponía de su memoria de elefante y de los conocimientos que ya tenía sobre los barrios acerca de los que debía escribir. El resto se lo tuvimos que ir buscando en el exterior y pasar por el conducto reglamentario. Con Araceli nos dedicamos a buscar en su casa los apuntes y recortes de prensa que conservaba, y a facilitarle todo lo que podía extraer de archivos y lo que publicaba la prensa, así como los libros que solicitaba. Una de las tareas que más horas me ocupó fue el trabajo de investigación documental en las hemerotecas de la Casa de l’Ardiaca y de la Biblioteca de Catalunya, labor dificultada por el mal funcionamiento que tenían entonces estas instituciones y por una huelga de funcionarios que me impidió el acceso a ellas.

Después tuve que ir manteniendo los contactos personales para recoger información que él no podía obtener. Esto suponía entrevistas, correspondencia, mesas redondas con asociaciones de vecinos y otras gestiones. Y hay que aludir a las dos caras de la moneda: hubo personas que, por pereza, no respondieron en absoluto a la petición de información que les hacíamos, y otras que actuaron con un sentido de la solidaridad más allá de toda medida. Una lista de unos y otros aportaría sorpresas: quienes más largas daban eran personajillos que después alcanzaron puestos preeminentes en la política municipal, mientras que quienes más ayuda nos facilitaron fueron amigos cuyos nombres ahora ya no dirían nada a nadie. Y otro dato significativo: algunos de los que entonces no movieron un dedo han aparecido después en los medios presentando su intervención como decisiva.

En la calle de las Santjoanistes, en Sant Gervasi, en 1977;bajo la placa se aprecia la huella de las letras que se incrustaron en 1936 con la leyenda “Calle de la AIT”, la Asociación Internacional de Trabajadores a la que pertenecía la sindical CNT. Foto años 70.

Además de la recogida de información para que él pudiera redactar su parte, en el exterior había muchos otros trabajos que hacer: buscar fotos –Pepe Encinas prestó una colaboración total hasta que tuvo que marcharse al servicio militar–, elaborar los planos y las fichas de datos que acompañan a cada barrio en el volumen correspondiente y, finalmente, mantener los contactos con la editorial y con la Fundación Bofill, que nos había otorgado una beca durante el año 1975. Y, por supuesto, escribir mi parte (los polígonos de los volúmenes seis y siete) y cumplir con el trabajo en El Correo Catalán, el medio que era mi fuente de ingresos para la vida y cuyos directivos toleraron sin ninguna queja mis faltas de dedicación.

Los textos ya redactados los pasaba a una mecanógrafa que de ningún modo podemos poner en la lista de las personas más solidarias del momento. El 23 de enero escribía a Josep Maria: “La mecanógrafa me timó de mala manera. ¿Sabes qué me cobró por pasar el Coll y el Carmel? Yo le acepté de entrada las 50 pts por hoja, pero lo hizo en holandesas, con mucho margen y espacios, en lugar de folios. Además me cobró el papel aparte. En resumen, timo gordo y un buen susto para nuestra ya bastante torturada economía”. Otro obstáculo importante fue que estuve ingresado en una clínica por una intervención quirúrgica bastante delicada durante la segunda mitad de diciembre y la primera quincena de enero.

El apoyo más destacado fue el de Araceli, entrando y sacando material, buscando en su casa y pasando a máquina textos cortos. Pepe Encinas colaboró mucho en la búsqueda de fotos en las carpetas de negativos que Huertas había dejado en casa, confeccionado contactos con ellas que introducíamos en la cárcel y revelando las copias. Y también tomando él mismo las fotos que le indicaba Josep Maria. Varias personas aportaron informaciones sobre los barrios; uno de los que más se dedicaron a ello, según reflejan las cartas, fue Miquel Villagrasa, buen conocedor del barrio de Sant Pere.

Definiendo el concepto de barrio

Aparte de las preguntas y respuestas sobre cuestiones concretas, las cartas reflejan nuestras discusiones sobre qué había que considerar barrios y qué no. Estamos hablando del año 1975, cuando todavía no estaba definido, ni tan siquiera esbozado, lo que después sería el mapa oficial de barrios de Barcelona. Partíamos del esquema claro que ofrecían los antiguos municipios y de los barrios históricos de la Barcelona vieja. Pero se planteaban muchos problemas nuevos con los polígonos de construcción reciente, con las zonas de frontera y con las divisiones que creaban las grandes vías de comunicación, como las rondas del Mig, de Dalt y del Litoral, que entonces empezaban a perfilarse.

A pesar de que habíamos trazado un esquema de la obra antes de empezar, cuando trabajábamos en ella fueron emergiendo dudas sobre la posibilidad de considerar barrios también algunas zonas que no habíamos tenido en cuenta. Sobre todo por el hecho de que, mientras nosotros íbamos escribiendo, se formaban nuevas asociaciones de vecinos en áreas hasta entonces sin personalidad.

El quinto volumen (sobre el Eixample y la Barcelona vieja), que es el que escribió Huertas completamente en prisión, debía plantear, en teoría, pocos problemas de definición. Pero presentaba otros de fondo referidos sobre todo al tratamiento más adecuado, que debía ofrecer una visión actual y un nuevo enfoque que evitara los tópicos costumbristas de los libros históricos o el carácter de estudio doctoral que algún sabelotodo había dado a libros publicados más recientemente. “He vivido treinta años cerca del Ninot –me escribía el 19 de octubre– y aquello es un barrio como yo soy una momia egipcia. Es un mercado, y probablemente tiempo hubo en que así se clasificaron sus alrededores. Pero vuelvo a insistir en que, si no queremos hacer la Enciclopedia Espasa, nuestro criterio ha de ser la actualidad, o sea, considerar como barrios, dentro del Eixample, aquellos que están ‘vivos’, o sea que han creado incluso una asociación, con todas las subdivisiones que convengan.”

Este carácter de actualidad, de poner énfasis en el movimiento vecinal y las reivindicaciones populares de la segunda mitad de los sesenta y primera de los setenta, es lo que confirió a los libros un carácter diferente y lo que hace que cuarenta años más tarde, cuando ya existe una extensa bibliografía sobre los barrios de Barcelona, conserven su valor como documento de un momento clave de la historia de la ciudad. Debido a que las conversaciones con la gente constituyeron uno de los frentes básicos de trabajo, también presentan el valor de haber incorporado muchos hallazgos hasta entonces inéditos, que han pasado a la memoria colectiva y han entrado a formar parte del saber acumulativo anónimo cuya autoría ya nadie se detiene a considerar.

Para saber más

Caballero, J.J.: El cas Huertas, quaranta anys de la primera batalla per la llibertat d’expressió.

Cap de turc, bandera de llibertat: Josep Maria Huertas. Exposición virtual en la web del Colegio de Periodistas de Cataluña.

Huertas, J.M.; Morell, S.; Roma, H., y Sales, F.: La presó: quatre morts, vuit mesos i vint dies. El cas Huertas Clavería. Prólogo de Agustí de Semir. Editorial Laia, colección Les Eines, 36. Barcelona, abril de 1978.

-Huertas, Josep M.: Cada taula, un Vietnam. Edicions de La Magrana, colección Meridiana, 22. Barcelona, 1997 (p. 71-96).

Reafirmando la propia dignidad día a día

Jaume Fabre y Josep Maria Huertas en una imagen de 1978. Archivo: Jaume Fabre y familia Huertas.

Jaume Fabre y Josep Maria Huertas en una imagen de 1978.
Archivo: Jaume Fabre.

Lo peor del paso de Huertas por la cárcel fue el primer mes, con los cinco días iniciales de aislamiento llenos de interrogantes, y con la declaración del etarra Wilson, que tanto le perjudicó, poco después. A partir de septiembre su situación fue entrando en una rutina estable.

Justo en el meridiano de su encarcelamiento, Josep Maria Huertas vivió la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Es bastante significativo del ambiente de intensificación del control sobre los presos que se vivió el hecho de que en la primera carta que envió después, fechada el 23 de noviembre, no diga ni una palabra al respecto, ni tampoco en las cartas siguientes. Sorprendentemente, en cambio, no fue censurada ninguna de las explicaciones que yo le daba en las cartas que le enviaba aquellos días.

Los cinco meses que pasó desde la muerte de Franco hasta su liberación son, en las cartas, un constante de altibajos de optimismo y pesimismo. El 12 de octubre escribía: “Para combatir el escepticismo y la desesperanza que también a mí me han rondado y asediado, he tenido sólo tres fuerzas: la de ser cristiano (vete a saber por qué); la de creer que aquello que escribía (no todo, por supuesto) estaba al servicio de un pueblo concreto, y una frase de Vázquez Montalbán, ya vieja, en un artículo de Triunfo titulado ‘Los periodistas’. Más o menos venía a decir que teníamos todas las servidumbres y una sola grandeza, la de ir recuperando día a día la propia dignidad”. El 3 de diciembre citaba a Stavros, el personaje central de la película América, América, de Elia Kazan, cuando se ve acorralado y degradado: “Nadie podrá impedir que en lo más íntimo de mí conserve un rincón de dignidad”. Aquel diciembre parecía que podría comerse el turrón en casa, pero pasó Navidad, y cuatro meses más, y siguió en su celda. El 10 de diciembre escribía: “Hoy tengo alta la moral. ¡Que dure! Quizás la entrada de los apuntes, quizás seguir descubriendo pequeños detalles de nuestra obra monumental, quizás saber que mi hijo ya habla, quizá saber que cada día somos más…” Su hijo Guillem cumplió dos años el 31 de enero y en los casi nueve meses de cárcel solo le pudo ver una vez, en vísperas de Navidad.

El 4 de enero: “Aquí sigo viviendo de esperanzas, que se aplazan de semana en semana”. Y diez días más tarde: “Aunque soplan vientos más favorables sobre mi anclada barca, estoy cansado”. Y a la semana siguiente: “Se impone un poco de ese realismo a dosis masiva del cual he ido sobreviviendo a lo largo de mucho tiempo…” El 15 de febrero: “Hay ciertas buenas impresiones sobre mi asunto, pero fiel a mis principios mantengo mi pesimismo militante”. En algún momento las cartas incluso traslucen la posibilidad de una amnistía que le beneficiase, pero la amnistía, con todos sus inconvenientes y limitaciones, no le llegó hasta el 15 de octubre de 1977, cuando ya hacía un año y medio que estaba en libertad. Y así iban pasando las semanas y, a pesar de que “la espera tiene otro tono” (14 de marzo), no abandonó nunca eso que él denominaba realismo y que le hacía descartar falsas ilusiones e impaciencias y seguir con sus actividades en la prisión. Era la mejor manera de que las horas le pasaran volando y de no obsesionarse con la situación kafkiana de las últimas semanas, con las dudas sobre si la causa que había pasado al TOP volvería o no a la jurisdicción militar. Y aún el 11 de abril, dos días antes de salir, escribía: “Esta hubiese querido ser una carta alegre. Pero la suerte y yo llevamos algún tiempo divorciados… Por el momento las cosas están algo complicadas”. Pero al fin la pesadilla estaba a punto de acabar.

Durante ocho meses, mantuvieron una correspondencia regular que les permitió seguir trabajando en ‘Tots els barris’ de Barcelona al tiempo que se explicaban los estados de ánimo y los sucesos de dentro y fuera de la prisión.
Sobre estas líneas, una carta de Fabre.
Archivo: Jaume Fabre.

Las cartas pasaban censura, pero nunca me llegó ninguna con fragmentos tachados ni me dejó de llegar ninguna carta. Y lo mismo puede decirse de las que yo le enviaba. Éramos periodistas acostumbrados a trabajar bajo el franquismo, conocíamos bien los límites y sabíamos escribir entre líneas. Por eso se encuentran bastantes referencias a hechos exteriores vinculados a la situación política, que aumentaron a partir de la muerte de Franco y durante los meses del gobierno de Arias Navarro.

De las informaciones que le llegaban, gracias a la correspondencia y a los periódicos (recortados por la censura) que podían entrar, las dos que más le interesaron fueron las elecciones de la Asociación de la Prensa, que ganó por primera vez una junta democrática, en el mes de noviembre, y el anuncio de la próxima aparición del diario Avui, que él siguió con extraordinario interés desde la cárcel, y al que me pidió que le suscribiera. Escribía, el 7 de abril, una semana antes de salir: “Deseo que esa aventura difícil del primer diario catalán después del 39 salga lo mejor que pueda ser, que no sueñen con que van a ser el diario de todos los catalanes, porque esa fórmula no existe, o cuando existe da lugar a La Vanguardia o a La Llanterna de [la novela de Joan Puig i Ferreter] Servitud. Sugiero, aunque nadie me pida la sugerencia o el consejo, que sea destinado a todos aquellos catalanes que están hasta las narices del ‘mel i mató’ convertido en periodismo, del ‘puix que parla català, Déu li doni glòria’, del Viola, de las capelletes y de tantas otras cosas”.

Que la censura se había ido relajando lo demuestra el hecho de que el 1 de febrero pudiera escribir sin problemas: “Ayer llegaron paquetes de Joaquim Boix Lluch, el mismo por el cual ciento y pico de curas de cuando llevaban sotana protestaron un 11 de mayo, hace ya diez años. Yo tenía la idea de hacer un reportaje sobre la efeméride”. Y efectivamente lo hizo, porque en el mes de mayo ya estaba en la calle. Lo de los paquetes de Joaquim Boix merece una aclaración, que se explicita en la carta de respuesta que le envié el 3 de febrero: “El sábado por la noche estaba de guardia en el periódico y se presentó Boix para explicarme que los paquetes se habían conseguido gracias al Secours Populaire Français, cuyos representantes, antes de marcharse de Barcelona, hicieron una rueda de prensa, la información de la cual publiqué yo en El Correo [Catalán]”. Cosas, en fin, que en vida de Franco no habrían podido ponerse en una carta a un preso ni publicar en la prensa.

De la celda de castigo a la biblioteca

El 20 de octubre de 1975 se produjo en la Modelo un motín a raíz de la muerte por maltratos de un delincuente común conocido como El Habichuela, y las celdas de la quinta galería (la destinada a los presos comunes y políticos considerados peligrosos), normalmente ocupadas por un solo preso, fueran habilitadas como celdas de castigo, con tres presos en cada una. El régimen era de veinticuatro horas sin salir. Todas las comidas se consumían en la misma celda compartida, en un rincón de la cual, y sin ninguna separación, había una taza de wáter.

Detalle de una carta de Josep M. Huertas.
Archivo: Jaume Fabre.

Indirectamente esto benefició a Huertas, ya que, a partir de finales de octubre, dejó de estar solo y contó con la compañía de Quico Bofill, el ex monje de Montserrat que le había enviado a Wilson, y de Jordi Roca, también vinculado al caso. Aunque la compañía creaba incomodidades, peor era la soledad. El 29 de octubre escribía: “Las horas bajas pasaron. Ahora somos tres en la celda y el día resulta más ameno, menos angustioso. Quizá por aquello de ‘mal de muchos, consuelo de tontos’”.

La única distracción de los presos en las celdas de castigo eran las que ellos mismos se podían inventar –como, por ejemplo, fabricar a escondidas un juego de ajedrez con miga de pan– o los libros que Josep Maria les repartía cada día pasando con un carro en compañía de un preso de confianza, uno de los llamados “boqueras” por los otros presos, por razones obvias. Extender el préstamo de libros a los confinados en las celdas de castigo, en principio no permitido, fue una pequeña victoria que consiguió después de mucho mendigarlo al “maestro don José”, responsable de la biblioteca. En las otras galerías, los presos no confinados en celdas de castigo podían ir a leer a la biblioteca, de la que Huertas cuidaba durante el día con el “maestro” como principal responsable, o realizar las otras actividades permitidas en la cárcel: patio, estudios, trabajo.

En una carta fechada el 16 de septiembre, Josep Maria me hacía saber que “soy auxiliar de bibliotecario, es decir, tengo un destino y un trabajo, pero aún no redimo (es decir, no me cuentan 3 días por cada 2 que paso aquí)”. En la práctica llevaba la biblioteca, proporcionaba libros a los presos y enriquecía el fondo haciendo entrar libros de fuera. Me enviaba interminables listas de libros que consideraba interesantes para la cárcel, que yo tenía que pedir a los editores. Las gestiones para obtenerlos aportaron todo tipo de anécdotas. Huertas tenía una verdadera obsesión por completar los volúmenes que faltaban de las obras integradas por más de un volumen, y yo andaba de cabeza para encontrarlos en libreros de viejo. Hubo dificultades para hacer entrar algunos libros y otros se perdieron por el camino, quizás por censura, quizás simplemente porque los que decían que los habían enviado en realidad no lo habían hecho. La tacañería de ciertas personas lo soliviantaba: “Algún día –escribía el 10 de diciembre– les recordaré que no deseo verlos con ganas de leer en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme”.

En la carta del 28 de enero describe en detalle su horario de trabajo: “Llevo un ‘plan de vida’, pero en su confección general ya puedes imaginar que he intervenido más bien poco: solo en cuanto a dedicar las mañanas (de 8 a 10 y de 12.30 a 1.30) a escribir el libro, excepto el jueves, que hago mi semanal clase de catalán. Algún otro rato de la tarde lo dedico también al libro, y luego está la biblioteca, que me roba bastante tiempo. El resto ya lo puedes imaginar: tipo mili, pero sin permisos”.