Huertas saliendo de la prisión el 13 de abril de 1976.
Foto: Pepe Encinas / Europa Press.
El resto de fotos del artículo son de los archivos de la familia Huertas y de Jaume Fabre.
Durante ocho meses el autor mantuvo con Huertas, encarcelado en la Modelo, una correspondencia regular en que se explicaban el estado de ánimo y los acontecimientos de dentro y de fuera de la cárcel, e intercambiaban informaciones sobre los libros dedicados a los barrios que habían empezado a escribir en equipo.
El 22 de julio de 1975 Josep Maria Huertas fue convocado al Gobierno Militar de Barcelona, donde un juez militar le entregó una orden de procesamiento por el reportaje “Vida erótica subterránea” –publicado en el diario Tele/eXpres el 7 de junio anterior– y lo envió directamente a la cárcel Modelo, esposado. Ingresó en la segunda galería. Al día siguiente cinco periódicos no salieron a la calle al declarar sus trabajadores una huelga en solidaridad con Huertas.
El artículo de Tele/eXpres del 7 de junio de 1975 que originó el consejo de guerra, religado en el tomo de la sentencia.
El reportaje contenía dos líneas con la referencia de que en los años cincuenta a las viudas de militares les era más fácil obtener un permiso para regentar meublés que a las demás personas. La afirmación molestó al estamento militar, que decidió escarmentar al periodista y, de paso, atemorizar a toda la profesión.
El diario del Movimiento La Prensa acusó al periodista de estar relacionado con el etarra Iñaki Pérez Beotegi, Wilson, considerado uno de los cerebros del atentado contra Carrero Blanco.
La situación de Huertas en la prisión se mantuvo al principio, como él mismo la definiría después, “en un régimen de una relativa tolerancia de movimientos”. Pero esto se terminó el 5 de agosto cuando el periódico falangista La Prensa tituló en primera plana: “Confesó [el etarra] Wilson. 4 monjas y Huertas Clavería, contactos en Barcelona del asesino de Carrero Blanco”. Se decretó una segunda orden de procesamiento y Huertas quedó incomunicado en la quinta galería, la de los presos peligrosos.
Recopilación de noticias sobre el caso Huertas en una reproducción facsímil de la revista 4 Cantons. Este número no se llegó a distribuir y se destruyó casi toda la tirada.
Los etarras Wilson y Txiki habían sido detenidos poco antes. Wilson llevaba encima una agenda en la que figuraba el nombre de Huertas y el del ex monje de Montserrat Francesc Bofill, que también fue detenido e ingresado en la Modelo. El motivo de la presencia de los dos nombres en la agenda de Wilson era que Bofill le había ayudado a encontrar alojamientos provisionales en Cataluña y que Huertas lo había acogido por unas horas en su casa, a petición del primero. Huertas no sabía de quién se trataba exactamente y lo derivó hacia su parroquia, en Poblenou. Por esta razón también estuvo detenido unos días el rector Joan Soler.
El 24 de agosto de 1975 se celebró el consejo de guerra por el reportaje de Tele/eXpres. Huertas fue condenado a dos años de prisión, pena que cumpliría en la Modelo mientras se iba desarrollando el proceso por el caso Wilson.
Muerte de Franco y movilización de la prensa
El 25 de julio de 1975, tres días después del encarcelamiento de Huertas, los periodistas Andreu-Avel•lí Artís, Sempronio –en el centro de la imagen superior– y Maria Favà intentaron visitarlo en representación del medio centenar de profesionales concentrados ante la Modelo en solidaridad con el compañero detenido. El director del centro los recibió pero no autorizó la visita.
El 20 de noviembre de 1975 murió Franco y nueve días más tarde el indulto otorgado por el rey Juan Carlos supuso la anulación de la primera causa. Pero tuvo que seguir en prisión preventiva por el caso Wilson. Aún tardaría casi cinco meses en salir.
En este segundo proceso la autoridad militar se inhibió, el 11 de marzo, en favor del Tribunal de Orden Público (TOP). Entonces se planteó un problema de competencias que demoró la concesión de la libertad provisional y dejó en el aire la posibilidad de que el sumario volviese al tribunal militar. La intervención del ministro de Justicia Garrigues Walker lo evitó y la causa permaneció en el TOP, que otorgó la libertad provisional el 12 de abril, un mes después de que en Barcelona tuviera lugar la primera manifestación autorizada de periodistas. Las pancartas reclamaban libertad de expresión y el fin del encarcelamiento de Huertas.
Pocos días después de salir de prisión, por Sant Jordi, Huertas firmando ejemplares de Tots els barris de Barcelona.
El 13 de abril de 1976, lunes de Pascua, a última hora de la noche, Josep Maria Huertas salía de la Modelo. El 22 de abril participó en la fiesta de presentación del primer número del diario Avui y el día siguiente, día de Sant Jordi, lo pasó recorriendo librerías y firmando ejemplares de los primeros volúmenes de Tots els barris de Barcelona.
Un régimen carcelario muy estricto
En la cárcel Huertas obtuvo un destino como ayudante de bibliotecario y siguió el segundo curso de catalán por correspondencia. Pero lo que lo mantuvo más ocupado fue la continuación del trabajo de redacción de la obra Tots els barris de Barcelona, de la que, antes de su entrada en prisión, ya habíamos entregado tres volúmenes a la editorial. Del cuarto volumen teníamos una parte acabada y quedaban pendientes dos barrios, el Coll y el Carmel. Y aún faltaban tres volúmenes más para cerrar la serie, de los que uno, el quinto, lo escribió él enteramente en prisión.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que estamos hablando de una cárcel española de finales del franquismo, anterior a la recuperación de las libertades y a la Constitución de 1978, con un régimen de funcionamiento muy diferente del actual. Las entrevistas con los abogados se hacían con una reja de por medio, sin posibilidad de intercambiar ningún objeto, y la correspondencia y todo lo que se hacía llegar a los presos era sometido a control y censura. No podían recibir otras visitas que las de familiares directos y abogados ni enviar cartas más que a los familiares directos o a una única persona previamente designada por el preso. Huertas decidió que yo sería esa persona, para poder seguir trabajando en los libros de los barrios. Nos autorizaron la correspondencia, pero el permiso expreso y formal para trabajar en la redacción del libro (sin máquina de escribir, por descontado) no le llegó hasta mediados de noviembre, con la dificultad que ello supuso antes para entrarle material como galeradas, libros, fotocopias, apuntes o fotos.
Así empezó la correspondencia regular, con una carta suya el 30 de agosto y una primera respuesta mía el 2 de septiembre, a las que siguieron 58 más de cada parte. Hasta el 11 de abril fueron 32 semanas, lo que equivale a cerca de dos cartas semanales. Su valor reside, por tanto, en el hecho de que son las únicas que Huertas pudo escribir en prisión y enviar al exterior, excepto las de un carácter muy diferente que envió a su esposa y a su hijo; pocas, porque con Araceli ya hablaba cada día como abogada suya que era, mientras que su hijo apenas tenía un año. Todas las cartas tenían que estar escritas en castellano.
Yo las enviaba en un sobre amarillo al apartado de correos número 20. Varias veces el censor se quejó de mi letra, y Huertas me pedía que la mejorase, sin éxito. Excepto una, las escribí siempre a mano, por principio, para evitar la frialdad de la máquina de escribir.
Él las enviaba en un sobre blanco, con letra microscópica, porque solo le dejaban escribir una hoja holandesa por una cara, dos veces por semana. “Tu letra pronto se parecerá a la de Espriu”, le decía en mi única carta mecanografiada, el 11 de octubre.
En cuanto al contenido de las cartas, hay dos etapas claras. La primera, hasta el 20-N, con una gran contención en cuanto a comentarios ajenos al trabajo, a las palabras de aliento o a las expresiones íntimas sobre el estado de ánimo. En esta etapa tuvimos que poner a prueba todas nuestras habilidades para escribir entre líneas adquiridas durante años de ejercicio del periodismo bajo la Ley de Prensa de 1964. Un ejemplo lo constituye esta frase de doble sentido escrita el 2 de noviembre, aparentemente referida al trabajo en el libro pero cargada de otro significado cuando ya había empezado la que sería larga agonía del dictador: “¡A ver cuándo nos sacamos este muerto de encima!” Pero a partir del 20-N comenzamos a expresarnos con menos limitaciones y, pese a ser conscientes de la situación aún opresiva, podíamos incluir ya sin problemas referencias a hechos concretos de la vida exterior o a la situación política general. Esta manga ancha censora se fue ampliando a medida que pasaban las semanas.
Antes de que Huertas perdiera la libertad nos habíamos repartido los barrios sobre los que tenía que escribir cada uno de manera bastante autónoma, pero con un intercambio constante de informaciones y opiniones y una revisión final del texto mutua. Cuando Huertas fue detenido, los tres primeros volúmenes ya estaban acabados y entregados a la editorial, mientras que el cuarto lo teníamos a medias. El trabajo realizado durante aquellos ocho meses consistió en la redacción de los dos barrios que faltaban del volumen cuarto y de la totalidad del volumen quinto, por parte de Josep Maria, y de la totalidad del volumen sexto y parte del séptimo, por mi parte. También llevó a cabo la corrección de galeradas y compaginadas de sus textos en los volúmenes 1, 2 y 3.
Los dos primeros salieron finalmente de imprenta el 9 de abril. Los introdujimos en la cárcel en seguida, pero Josep Maria ya no los llegó a ver allí. También le habíamos hecho entrar, a primeros de diciembre, un ejemplar de la segunda edición de su biografía del Noi del Sucre.
La cárcel nos obligó a establecer un sistema de trabajo bastante diferente del que habíamos seguido para los volúmenes ya realizados, porque Josep Maria había perdido completamente la autonomía y había que facilitarle la mayor parte del material que necesitaba para redactar su parte. La biblioteca de la Modelo resultó ser un auténtico filón: Huertas encontró en ella, para sorpresa nuestra, algunos volúmenes muy interesantes sobre la historia de Barcelona, como los Recuerdos de mi larga vida, de Conrad Roure, y el fundamental volumen que Francesc Carreras Candi había dedicado a la ciudad dentro de la Geografia General de Catalunya (1908-1918).
En las cartas Huertas mostraba constantemente su admiración por la obra de Carreras Candi. “Estoy leyéndomela casi entera y una vez más me confirmo (nos confirmamos) en que es el mejor libro sobre la ciudad de Barcelona que existe”. Efectuó el vaciado completo estando en prisión, tarea que fue una de las que más le ayudaron a mantenerse activo: “Hoy o mañana –escribía el 22 de octubre– habré terminado de vaciar el libro de Carreras Candi, lo que no deja de ser una hazaña que, créeme, realizo más por un acto de suprema voluntad que por ganas. Ganas ya sólo tengo de descansar… no sé cuándo ni cómo. Perdona, pero el día es pesimista, y mi salud, floja”.
Investigación a distancia
Huertas en la Trinitat Vella. Foto años 70.
Aparte de los libros de la biblioteca de la prisión, Huertas solo disponía de su memoria de elefante y de los conocimientos que ya tenía sobre los barrios acerca de los que debía escribir. El resto se lo tuvimos que ir buscando en el exterior y pasar por el conducto reglamentario. Con Araceli nos dedicamos a buscar en su casa los apuntes y recortes de prensa que conservaba, y a facilitarle todo lo que podía extraer de archivos y lo que publicaba la prensa, así como los libros que solicitaba. Una de las tareas que más horas me ocupó fue el trabajo de investigación documental en las hemerotecas de la Casa de l’Ardiaca y de la Biblioteca de Catalunya, labor dificultada por el mal funcionamiento que tenían entonces estas instituciones y por una huelga de funcionarios que me impidió el acceso a ellas.
Después tuve que ir manteniendo los contactos personales para recoger información que él no podía obtener. Esto suponía entrevistas, correspondencia, mesas redondas con asociaciones de vecinos y otras gestiones. Y hay que aludir a las dos caras de la moneda: hubo personas que, por pereza, no respondieron en absoluto a la petición de información que les hacíamos, y otras que actuaron con un sentido de la solidaridad más allá de toda medida. Una lista de unos y otros aportaría sorpresas: quienes más largas daban eran personajillos que después alcanzaron puestos preeminentes en la política municipal, mientras que quienes más ayuda nos facilitaron fueron amigos cuyos nombres ahora ya no dirían nada a nadie. Y otro dato significativo: algunos de los que entonces no movieron un dedo han aparecido después en los medios presentando su intervención como decisiva.
En la calle de las Santjoanistes, en Sant Gervasi, en 1977;bajo la placa se aprecia la huella de las letras que se incrustaron en 1936 con la leyenda “Calle de la AIT”, la Asociación Internacional de Trabajadores a la que pertenecía la sindical CNT. Foto años 70.
Además de la recogida de información para que él pudiera redactar su parte, en el exterior había muchos otros trabajos que hacer: buscar fotos –Pepe Encinas prestó una colaboración total hasta que tuvo que marcharse al servicio militar–, elaborar los planos y las fichas de datos que acompañan a cada barrio en el volumen correspondiente y, finalmente, mantener los contactos con la editorial y con la Fundación Bofill, que nos había otorgado una beca durante el año 1975. Y, por supuesto, escribir mi parte (los polígonos de los volúmenes seis y siete) y cumplir con el trabajo en El Correo Catalán, el medio que era mi fuente de ingresos para la vida y cuyos directivos toleraron sin ninguna queja mis faltas de dedicación.
Los textos ya redactados los pasaba a una mecanógrafa que de ningún modo podemos poner en la lista de las personas más solidarias del momento. El 23 de enero escribía a Josep Maria: “La mecanógrafa me timó de mala manera. ¿Sabes qué me cobró por pasar el Coll y el Carmel? Yo le acepté de entrada las 50 pts por hoja, pero lo hizo en holandesas, con mucho margen y espacios, en lugar de folios. Además me cobró el papel aparte. En resumen, timo gordo y un buen susto para nuestra ya bastante torturada economía”. Otro obstáculo importante fue que estuve ingresado en una clínica por una intervención quirúrgica bastante delicada durante la segunda mitad de diciembre y la primera quincena de enero.
El apoyo más destacado fue el de Araceli, entrando y sacando material, buscando en su casa y pasando a máquina textos cortos. Pepe Encinas colaboró mucho en la búsqueda de fotos en las carpetas de negativos que Huertas había dejado en casa, confeccionado contactos con ellas que introducíamos en la cárcel y revelando las copias. Y también tomando él mismo las fotos que le indicaba Josep Maria. Varias personas aportaron informaciones sobre los barrios; uno de los que más se dedicaron a ello, según reflejan las cartas, fue Miquel Villagrasa, buen conocedor del barrio de Sant Pere.
Definiendo el concepto de barrio
Aparte de las preguntas y respuestas sobre cuestiones concretas, las cartas reflejan nuestras discusiones sobre qué había que considerar barrios y qué no. Estamos hablando del año 1975, cuando todavía no estaba definido, ni tan siquiera esbozado, lo que después sería el mapa oficial de barrios de Barcelona. Partíamos del esquema claro que ofrecían los antiguos municipios y de los barrios históricos de la Barcelona vieja. Pero se planteaban muchos problemas nuevos con los polígonos de construcción reciente, con las zonas de frontera y con las divisiones que creaban las grandes vías de comunicación, como las rondas del Mig, de Dalt y del Litoral, que entonces empezaban a perfilarse.
A pesar de que habíamos trazado un esquema de la obra antes de empezar, cuando trabajábamos en ella fueron emergiendo dudas sobre la posibilidad de considerar barrios también algunas zonas que no habíamos tenido en cuenta. Sobre todo por el hecho de que, mientras nosotros íbamos escribiendo, se formaban nuevas asociaciones de vecinos en áreas hasta entonces sin personalidad.
El quinto volumen (sobre el Eixample y la Barcelona vieja), que es el que escribió Huertas completamente en prisión, debía plantear, en teoría, pocos problemas de definición. Pero presentaba otros de fondo referidos sobre todo al tratamiento más adecuado, que debía ofrecer una visión actual y un nuevo enfoque que evitara los tópicos costumbristas de los libros históricos o el carácter de estudio doctoral que algún sabelotodo había dado a libros publicados más recientemente. “He vivido treinta años cerca del Ninot –me escribía el 19 de octubre– y aquello es un barrio como yo soy una momia egipcia. Es un mercado, y probablemente tiempo hubo en que así se clasificaron sus alrededores. Pero vuelvo a insistir en que, si no queremos hacer la Enciclopedia Espasa, nuestro criterio ha de ser la actualidad, o sea, considerar como barrios, dentro del Eixample, aquellos que están ‘vivos’, o sea que han creado incluso una asociación, con todas las subdivisiones que convengan.”
Este carácter de actualidad, de poner énfasis en el movimiento vecinal y las reivindicaciones populares de la segunda mitad de los sesenta y primera de los setenta, es lo que confirió a los libros un carácter diferente y lo que hace que cuarenta años más tarde, cuando ya existe una extensa bibliografía sobre los barrios de Barcelona, conserven su valor como documento de un momento clave de la historia de la ciudad. Debido a que las conversaciones con la gente constituyeron uno de los frentes básicos de trabajo, también presentan el valor de haber incorporado muchos hallazgos hasta entonces inéditos, que han pasado a la memoria colectiva y han entrado a formar parte del saber acumulativo anónimo cuya autoría ya nadie se detiene a considerar.
Para saber más
Caballero, J.J.: El cas Huertas, quaranta anys de la primera batalla per la llibertat d’expressió.
Cap de turc, bandera de llibertat: Josep Maria Huertas. Exposición virtual en la web del Colegio de Periodistas de Cataluña.
Huertas, J.M.; Morell, S.; Roma, H., y Sales, F.: La presó: quatre morts, vuit mesos i vint dies. El cas Huertas Clavería. Prólogo de Agustí de Semir. Editorial Laia, colección Les Eines, 36. Barcelona, abril de 1978.
-Huertas, Josep M.: Cada taula, un Vietnam. Edicions de La Magrana, colección Meridiana, 22. Barcelona, 1997 (p. 71-96).