Acerca de Joan Subirats

Catedrático en Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona

Ciudades humanas, ciudades dignas

Hablar de ciudades humanas o dignas nos sitúa en el terreno de las necesidades básicas que hay que garantizar a sus habitantes. Es importante favorecer el protagonismo de personas y de colectivos para lograr este objetivo.

Foto: Vicente Zambrano

Con la expresión de “derecho a la ciudad” se quiere situar en la agenda urbana de los próximos veinte años la necesidad de que las ciudades aseguren a sus habitantes unas condiciones dignas de subsistencia en los ámbitos laboral, de la vivienda, medioambiental y de acceso a los servicios básicos.
Foto: Vicente Zambrano

En la reciente cumbre de las Naciones Unidas sobre ciudades, celebrada en Quito el pasado mes de octubre, una de las novedades más celebradas desde entidades y organizaciones progresistas de todo el mundo fue la incorporación del llamado “derecho a la ciudad”. Con esta expresión se buscaba situar en la nueva agenda urbana de los próximos veinte años la necesidad de que las ciudades aseguren a sus habitantes unas condiciones dignas de subsistencia desde el punto de vista laboral, de vivienda, medioambiental y de acceso a los servicios considerados básicos. Como podemos imaginar, pese a que se habla de “derecho a la ciudad”, se trata más de una voluntad de situar esta exigencia de mínimos vitales en el corazón de las políticas que los estados deberían aplicar en relación con las ciudades, que de un verdadero derecho en el sentido de que ofrezca determinadas garantías y que pueda ser reclamado ante los tribunales.

Hablar hoy, pues, de ciudades humanas o dignas, nos sitúa en el terreno de las necesidades básicas de las personas que cualquier ciudad tendría que ser capaz de satisfacer. La literatura al respecto se refiere a una combinación de salud, fundamentos de autonomía personal (trabajo, vivienda, educación…) y capacidad de decidir libremente. Si tenemos en cuenta estos elementos, diríamos que las ciudades tienen que poder garantizar a sus habitantes unas condiciones saludables de vida. Existen numerosos condicionantes sociales de la salud de las personas, muchos de ellos vinculados a factores como los hábitos alimentarios y de vida, la vivienda, la mayor o menor exposición a emisiones de elementos contaminantes (especialmente en el aire que se respira), los niveles educativos y, como es obvio, la renta de que se dispone para asegurar buenos niveles en todo lo que hemos mencionado. Vemos, pues, que salud y autonomía personal están íntimamente relacionados.

Photo: Vicente Zambrano

Foto: Vicente Zambrano

Uno de los indicadores que se emplean para medir las condiciones de salud es la esperanza de vida. En Barcelona, por ejemplo, según los últimos informes de la Agencia de Salud de la ciudad, llega a haber hasta once años de diferencia entre los barrios mejor situados y los peor situados en los índices de esperanza de vida. Pese a que puede parecer una cifra elevada, no es ni mucho menos extrema, ya que en Europa mismo encontramos diferencias bastante mayores. No obstante, en Barcelona y su área metropolitana tenemos elementos específicos que nos obligan a mantener la tensión y a trabajar para evitar que se agrave esta situación básica. Recordemos que L’Hospitalet, Barcelona, Santa Coloma, Badalona y Cornellà son las cinco ciudades más densas de España, y si bien esto tiene aspectos positivos (menos terreno dedicado a la vivienda de baja densidad, más servicios disponibles y más accesibles, etc.), también genera problemas cuando la movilidad se basa de modo destacado en un parque de vehículos privados y públicos que contaminan, y cuando existen índices significativos de desigualdad, que genera conflictos y problemas de convivencia.

No quiero detenerme en la vivienda, ya que en otro artículo de este mismo dosier se trata el tema en profundidad, pero es obvio que es esencial para el derecho a la ciudad, hasta el punto de ser considerado un elemento predistributivo. Y no tenemos una buena base de partida para garantizar a todos buenas condiciones de acceso a la vivienda por la escasa proporción de vivienda pública de que disponemos en nuestras ciudades.

Foto: Salvador Alimbau Marquès

Foto: Salvador Alimbau Marquès

El lugar de residencia es también importante, pese a la fuerte densidad ya mencionada. Se denomina “efecto zona” el hecho de que el punto de la ciudad en el que vive una persona define un abanico de oportunidades vitales diferentes, relacionadas con la diversificación del acceso a servicios y productos. La orografía influye también en los grados de autonomía y movilidad de las personas, del mismo modo que el mapa de las instalaciones deseadas o no por los vecinos marca notables diferencias que algunos resumen con la expresión de justicia espacial.

Este conjunto de condiciones se expresan también en los niveles de renta disponible, que una vez más se distribuyen de forma bastante diferente por las diferentes zonas de las ciudades. En los diez distritos y setenta y tres barrios de Barcelona las diferencias se han ido manteniendo y en algunos casos incrementando a lo largo de los últimos treinta años. Existen notables persistencias y algunos pequeños cambios provocados por grandes transformaciones, como las vinculadas a los Juegos Olímpicos de 1992. Pero sigue siendo verdad que el nivel medio de renta del barrio más próspero es siete u ocho veces mayor que el del barrio que ocupa el último puesto del ranking. Las políticas públicas han de ser muy conscientes de estas diferencias e intentar compensarlas con actuaciones específicas, evitando también los efectos de estigmatización que muchas veces se producen. Barcelona tiene una fábrica urbana más densa, compacta e integrada que otras ciudades, lo que dificulta (pero no imposibilita) el efecto gueto.

Foto: Vicente Zambrano

Foto: Vicente Zambrano

En Barcelona y su área metropolitana el fenómeno de la inmigración se ha hecho notar fuertemente desde principios de siglo. Por lo tanto, como parte de los parámetros que han de guiar la acción generadora de ciudades humanas y dignas, es importante no menospreciar el elemento de la diversidad. Está ampliamente estudiado que la edad, el género y el origen de cada habitante urbano son elementos que pueden intensificar el riesgo de sufrir situaciones de exclusión. En este sentido, hay que evitar actuaciones desde las instituciones públicas o desde las entidades sociales que no tengan en cuenta el factor de la diversidad en el modo de gestionar los servicios. Atender por igual a todo el mundo no significa hacerlo con indiferencia a la realidad de cada cual. La homogeneidad en el trato a menudo denota falta de reconocimiento. Recordemos que lo contrario de la igualdad es la desigualdad, no la diversidad; hay que incorporar esta consideración y reconocer que todas las personas tienen la misma dignidad personalizando servicios y actuaciones.

Al principio decíamos que también es importante favorecer el protagonismo de las personas y de los colectivos en las tareas dirigidas a construir unas ciudades más humanas y dignas. Esto significa evitar miradas jerárquicas y patriarcales a la hora de pensar, diseñar y llevar a cabo actuaciones relacionadas con estos objetivos. Es importante, pues, favorecer dinámicas de participación y coproducción en el desarrollo de las políticas urbanas, evitando unos protagonismos institucionales y técnicos que tienden a alejar de la implicación en estos objetivos a los propios afectados y a las entidades y a los espacios con que se relacionan. De esta manera iríamos acercándonos a este desiderátum del “derecho a la ciudad”, que nos sitúa en una perspectiva de clara ruptura con una idea de ciudad que se construye sola, o que queda sometida a las dinámicas especulativas y a los intereses de las grandes corporaciones y los fondos de inversión.

Espacios y ciudadanía

La vitalidad de una ciudad como Barcelona se mide más por la cantidad de conflicto que es capaz de contener y gestionar que por la hegemonía de una lógica homogeneizadora. Apostar por una ciudad de ciudadanos significa evitar fronteras, segmentaciones y apropiaciones mercantiles de lo que es de todos.

Foto: Dani Codina
En este solar del paseo de Valldaura, en Nou Barris, se llevará a cabo una de las iniciativas ganadoras de la edición 2015 del Pla Buits, por el que el Ayuntamiento cede el uso de solares municipales a entidades sin ánimo de lucro para desarrollar proyectos formativos y lúdicos de regeneración del tejido urbano. En este lugar, en concreto, se instalará un huerto urbano y un área de biorretención de aguas pluviales.

En Barcelona ha ido creciendo la tensión en unos espacios públicos en los que se acumulan personas, usos y hábitos de características cada vez más diversas. Estos espacios públicos han ido ganando en calidad, pero son más utilizados, más llenos de relaciones, más heterogéneos y más polifuncionales –y cada vez más– a lo largo del año y en las diversas horas del día que en los años ochenta. Recordemos que Barcelona, junto con L’Hospitalet, Santa Coloma, Cornellà y Badalona, conforma el espacio metropolitano más denso de toda España y uno de los más densos de Europa. No es extraño, pues, que los espacios comunes de la ciudad puedan ser considerados (de modo implícito o explícito) como espacios de negociación permanente entre diferentes personas, colectivos, usos y finalidades.

Podemos decir, por lo tanto, que la ciudad y sus espacios son difíciles de usar y de “gobernar”. No es un problema específico de Barcelona, pero en pocas ciudades se manifiesta de forma tan intensa esta complejidad. La mezcla de tamaño (pequeño) de la ciudad, su densidad (alta) y un número elevado de visitantes (en crecimiento exponencial) hacen de este tema uno de los que más preocupación generan a instituciones, entidades y vecinos.

Las ciudades, como bien sabemos, reflejan de modo más intenso los cambios económicos, políticos y sociales. Son grandes contenedores en que se acumulan una gran densidad de relaciones humanas y también las tensiones que genera esta convivencia intensa y constante. En tal sentido, las ciudades recogen y amplifican los cambios repentinos y profundos que han sacudido el mundo en los últimos veinte años, y que hacen que se hable de “cambio de época”. Barcelona no ha quedado al margen de estos cambios, más bien es uno de sus ejemplos más claros. Los nuevos escenarios sociales se nos presentan, por un lado, como generadores de nuevas oportunidades, que pueden permitir romper la estable rigidez de las divisorias sociales características de la sociedad industrial. Pero, por otro lado, vemos que también son generadores de nuevas formas de desigualdad y de desequilibrio que golpean tanto a sectores tradicionalmente sometidos a estos procesos como a nuevas capas, sectores e individuos que no acostumbraban a verse implicados o que tenían vínculos y redes sociales y familiares que les servían de contrapeso. Los itinerarios laborales son cada vez más discontinuos y precarios, con muchas incertidumbres sobre el futuro.

Foto: Dani Codina.
BioBui(L)t, en la calle de Montalegre, uno de los proyectos ganadores del primer Pla Buits, es un espacio de trabajo, formación, divulgación e intercambio sobre prácticas de autogestión del espacio público.

La estructura social de Barcelona se ha diversificado enormemente, tanto por la llegada repentina y en pocos años de muchas personas de fuera, como por la propia diferenciación de la estructura de edades con un peso creciente de los mayores de sesenta y cinco años. Al mismo tiempo, las estructuras familiares se han hecho mucho más plurales y cada vez es más residual la composición aparentemente tradicional de padre-madre-hijos. La crisis económica ha agravado las condiciones de vida de mucha gente, lo que ha generado más situaciones de pobreza y mucha fragilidad en materia de vivienda o en las condiciones energéticas y de servicios básicos.

Todos estos factores de cambio constituyen el escenario en el que hay que situar las relaciones entre ciudad y ciudadanía en poblaciones como Barcelona, con todo lo que comporta hoy en cuanto a la gran complejidad de usos y ocupaciones de los espacios públicos. Más llenos de gente, de gente más diferente, de gente del entorno y de gente de fuera del entorno, con mezcla y diferentes intensidades de usos económicos, sociales y culturales que no siempre coexisten amigablemente, y generar conflictos y externalidades que no son fáciles de resolver hoy aplicando solo lógicas jerárquicas y autoritarias.

El atractivo de las ciudades

Pero, como dice Richard Sennet, pese a los grandes inconvenientes que tiene, a menudo, vivir en la ciudad, el atractivo urbano sigue siendo evidente, ya que “las ciudades tienen la capacidad de hacernos sentir mucho más complejos como seres humanos”. La diversidad estimula, el conflicto obliga a innovar, la diversidad te permite ser tú mismo sin tener que coincidir necesariamente con el resto. Pero, para que todo esto sea posible, hay que tener una concepción de ciudadanía que permita combinar autonomía personal (para que cada uno pueda ser lo que quiere ser), igualdad (para que todo el mundo cuente igual desde su diferente punto de partida) y diversidad (para que todas las personas sean reconocidas como lo que son, con la misma dignidad que los demás). El pensador Xavier Rubert de Ventós lo ha expresado con estas palabras: “La ciudad […] se caracteriza por un equilibrio no muy fácil de mantener entre concepción y anonimato, entre especialidad e identidad, entre espacio y tiempo, entre forma y memoria, entre reconocimiento y distancia”.

Los espacios públicos de una ciudad como Barcelona son un lugar privilegiado para poder testar la capacidad de respeto a esta idea de ciudadanía, de ciudad, antes expresada. El espacio público es primeramente un espacio físico. Es decir, un lugar que permite superar estrecheces de vivienda, carencias de luz y aire. Lo comprobamos en Barcelona, donde los barrios con peores condiciones privadas de vivienda acostumbran a ser los más densos y los que más utilizan los pocos espacios públicos de que disponen.

Los espacios públicos son también espacios de interacción social y de actividad política y cultural, y lo hemos ido viendo en Barcelona, donde en los últimos años las plazas y calles han sido lugares privilegiados para expresar quejas, contradicciones y alternativas. Pero también son espacios de actividad económica, permanente o temporal (mercados, restaurantes, bares…), y aquí una vez más Barcelona sufre la fuerte presión de ocupación de los espacios públicos para finalidades mercantiles y privadas.

Asegurar la calidad y la sostenibilidad del espacio

Si comparamos estos diferentes espacios públicos con los espacios y los recursos naturales, podremos hablar, como hizo Elinor Ostrom en su obra El gobierno de los bienes comunes, de maneras de gestionar y gobernar estos espacios que nos permitan mantener sus cualidades y asegurar su sostenibilidad. Ello nos obliga a incorporar al gobierno de estos espacios a los diversos actores implicados. Están los vecinos que conviven en ellos. Están las personas que trabajan en ellos y que los “explotan”. Están los usuarios de estos espacios, en algunos casos usuarios de los servicios que se han establecido allí, y en otros casos simplemente usuarios del espacio físico (que pueden o no ser vecinos). Los flujos de ocupación son variables a lo largo del día y a lo largo del año.

Dependiendo de las dimensiones del espacio y de la densidad de usos y de ocupantes, nos encontraremos con una rivalidad de usos que puede degenerar en carencias más o menos graves del recurso espacio. Al final siempre acaba habiendo ganadores y perdedores en relación con los usos y con las disponibilidades de los espacios de la ciudad. Y en Barcelona, estas tensiones se dan más en los barrios y en los espacios donde la densidad y la rivalidad de usos son más fuertes.

Foto: Dani Codina.
Taller de bioconstrucción en el espacio Gardenyes de Sarrià, un espacio comunitario que se vertebra a partir de huertos urbanos, talleres de bioconstrucción y actividades organizadas por las asociaciones del barrio. El espacio se enmarca también en el Pla Buits y lo gestiona la Associació Cultural Casa Orlandai.

A partir de estos elementos, ¿cómo podemos gobernar-gestionar estos espacios para permitir su utilización abierta y variada? Y añadiría, ¿cómo podemos hacerlo asegurando que los ideales de ciudadanía que hemos ido expresando se puedan mantener? Tendríamos que asegurar la existencia de lo que podríamos llamar espacio vital, es decir, espacios de la ciudad de los que se pueda disponer de manera generalizada, evitando su mercantilización y las restricciones de uso (parques, lechos de los ríos, playas…). Por otro lado, toda ciudad tiene que disponer, cuando se precise, de espacios políticos y sociales, espacios que expresan el derecho de todo ciudadano a la ciudad (plazas, calles). Y, evidentemente, habrá espacios públicos que permitan una rentabilidad mercantil o comercial (mercados, terrazas, vendedores), con las condiciones y restricciones necesarias para no entrar en conflicto ni negar los anteriores postulados.

Autonomía individual, igualdad y diversidad

Lógicamente y dentro de la perspectiva aquí defendida, sería necesario, por lo tanto, trabajar para aumentar la diversidad y evitar las limitaciones de acceso a los espacios públicos de la ciudad. Tirando de este hilo, podríamos decir que uno de los elementos más claros en los últimos tiempos es la incorporación de la dimensión de la diversidad a la tensión clásica entre libertad e igualdad. Como ya hemos avanzado, podríamos hablar de la ciudadanía como derivado de un triángulo de tensiones entre autonomía individual, igualdad y diversidad.

La solución a la cuestión de los espacios tendría que encontrar su equilibrio entre estos tres polos: el máximo de autonomía personal y, por tanto, de capacidad de contener usos heterogéneos y personalizados; las mínimas restricciones al acceso y, por tanto, el uso no discriminatorio de los espacios, pensando incluso en funciones redistributivas que los propios espacios potencian, y la capacidad de recoger las diferentes concepciones del espacio que se proyectan desde diferentes perspectivas (de género, de orígenes, culturales, de opciones vitales…). No será un equilibrio estable ni podemos imaginar que esta interrelación funcionará sin tensiones.

” La relación entre espacios y ciudadanía ha ido encontrando la manera de mantener estos equilibrios inestables y negociados momento a momento. “

Si hacemos caso a todo lo que hemos ido exponiendo, podremos afirmar que la vitalidad de una ciudad como Barcelona se mide más por el volumen de conflicto que es capaz de contener y gestionar que por la hegemonía de una lógica homogeneizadora y de consenso. Barcelona ha sido a lo largo de los últimos treinta años expresión de la voluntad de rehacer la propia trama urbana, de reconstruir espacios para todo el mundo, de ofrecer unos espacios públicos de calidad allí donde los espacios privados no lo eran, de evitar las segmentaciones urbanas y sociales, y de seguir acogiendo a visitantes y nuevos ciudadanos. Así pues, la relación entre espacios y ciudadanía ha ido encontrando la manera de mantener estos equilibrios inestables y negociados momento a momento.

En estos últimos años las tensiones han aumentado en la medida en que la desigualdad interna también lo ha hecho, en la medida en que la mercantilización de los espacios también se ha incrementado y en la medida en que el número de visitantes ha alcanzado cifras que ponen en cuestión los equilibrios a menudo frágiles que se habían ido alcanzando. No en toda la ciudad pasa lo mismo, ni en todas partes estos problemas tienen idéntica dimensión. Pero si queremos seguir apostando por una ciudad de ciudadanos (en el sentido señalado) y por la defensa de un derecho a la ciudad para todo el mundo, habrá que ir con cuidado y actuar para evitar fronteras, segmentaciones y apropiaciones mercantiles de lo que queremos que siga siendo de todos. Hay señales que indican que somos conscientes de los problemas, tanto desde los movimientos y entidades sociales como desde las instituciones. Nos conviene a todos que así sea.