¿Cómo hubiera sido la otra Barcelona? Aquella imaginada pero frustrada por razones financieras, políticas o por el cambio de modas, la que se quedó archivada a la espera de un mejor momento o la de los proyectos finalistas de concursos que, a fin de cuentas, no resultaron ganadores. La visitamos a continuación.
La ciudad que no llegó a ser es el tema del estudio La Barcelona desestimada. L’urbanisme de 1821 a 2014 (Àmbit, 2017), de la doctora en historia del arte Carme Grandas. El libro realiza un amplio y variado repaso de centenares de concursos de arquitectura y de proyectos singulares desde el primer tercio del siglo xix (solares desamortizados alrededor de La Rambla) hasta la actualidad (la plaza de Les Glòries Catalanes o la planificación de dieciséis accesos urbanos al parque de Collserola, conocida como Les Portes de Collserola). En el presente artículo veremos algunos de los proyectos rehusados por razones diversas y cómo hubiera sido esta Barcelona alternativa.
Empezamos en el parque más grande de la Barcelona moderna, tal y como Josep Fontserè lo había diseñado. Su objetivo era construir un espacio dedicado a la industria y la ciencia allí donde había habido un fortín. En forma de herradura, debía tener un marcado carácter simétrico, igual que los jardines franceses. En medio se erguiría un enorme palacio circular dedicado a la industria, que acogería muestras y ferias, y se abriría una enorme plaza entre el palacio y una fuente con una pequeña cascada –fuente que acabó siendo una de los pocos elementos que se salvaron del proyecto original, junto con el depósito de aguas, el umbráculo y el edificio del Museo de Geología. Había una propuesta para construir la cascada considerablemente más grande, lo que, sin embargo, hubiera puesto en peligro la financiación del palacio. Fontserè llevó la idea de derribo hasta el extremo: no permaneció en pie ni un solo edificio del antiguo cuartel.
El traslado del zoológico al Park Güell podría haber sido un rotundo acierto cuando Nicolau M. Rubió i Tudurí lo propuso en los años sesenta del siglo pasado, época en que los animales se hallaban en un estado de abandono desgarrador. En su imaginación, el zoo ocupaba la ladera oeste del parque, entre las avenidas del Coll de Portell y la del Santuari de Sant Josep de la Muntanya. Los animales ganaban en espacio y salubridad, y la Lavandera de Gaudí, con su brazo levantado justo frente a la jaula de los tigres, regalaría una estampa maravillosa a los visitantes.
La Dreta de l’Eixample y El Guinardó, céntricos
Salimos por la avenida Meridiana en dirección al centro de la ciudad que preveía el Plan Cerdà, la plaza de Les Glòries Catalanes. Este es uno de los mayores aciertos del ingeniero de Osona, del que supo sacar provecho Léon Jaussely, el primer extranjero ganador de un concurso urbanístico barcelonés con su plan de enlaces de 1905. El objeto del concurso era planificar la unión del Eixample con los municipios del llano. Jaussely también planificó algo que nunca llegaría a construirse: una enorme plaza rectangular entre la Meridiana y las calles de València, Marina y Sardenya. Hubiera parecido Washington o París, con edificios barroquizantes de gran escala, entre ellos el ayuntamiento.
Otra ventaja del plan de Jaussely era una red de transporte público que permitiría alcanzar cualquier punto de la ciudad en tranvía y acceder rápidamente a la Estación Central, situada en la calle de la Indústria e imaginada como un centro neurálgico rebosante de vida. Desde aquí se podría haber ido a pie hasta un ninfeo construido al pie del Turó de la Rovira. Jaussely quería llenar Barcelona de avenidas con finales espectaculares. El monumento de la macrorrotonda ubicada en la intersección de la Diagonal, la Meridiana y la Gran Via no hubiera tenido nada que envidiarle al Arco de Triunfo parisino. Sin embargo, en los años sesenta del siglo pasado construyeron ahí un escaléxtric de hasta cuatro ramales… Y la historia posterior ya la conocemos.
Verdaguer y Guimerà, honrados como es debido
Vale la pena que nos paremos en el monumento de Jacint Verdaguer, Diagonal arriba desde Les Glòries. Escoger el proyecto ganador no fue tarea fácil, pues se presentaron al concurso público casi cuarenta propuestas. En muchas de ellas el poeta aparecía sentado, presidiendo un conjunto de figuras alegóricas relacionadas con su obra, con la patria catalana y sus visiones religiosas como temas recurrentes. La escultura que se acabó escogiendo y que se inauguró en 1924, la que todos conocemos, representa a Verdaguer de pie; ya por aquel entonces, a finales del periodo modernista, tenía un estilo anticuado.
Àngel Guimerà, quien asistió con entusiasmo a la inauguración de este monumento, hubiera tenido el suyo un tanto más moderno en la plaza de John F. Kennedy, en el límite superior de la calle de Balmes. Sus autores, Rubió i Tudurí y Puig i Cadafalch, emplearon referentes arquitectónicos más propios de los años treinta: una terraza en forma de proa –inspirada en el monumento a Otto von Bismarck de Mies van der Rohe en Bingen– un enorme obelisco tal y como marcaba la moda del momento –Piazza del Popolo de Roma, monumento a la República de París…– y esculturas relacionadas con los dramas de Guimerà. Un águila imperial y una senyera habían de coronar dignamente la plaza. Calle de Balmes arriba, nos imaginaríamos, al divisar el conjunto, que nos teníamos que empotrar sin remedio contra el barco del capitán Saïd de Mar y cielo…
De la plaza de Catalunya al frente marítimo
El centro de la ciudad es uno de los espacios que han originado un mayor debate arquitectónico y estético. Antes de adentrarnos en él podemos descansar imaginariamente bajo los soportales que Pere Falqués diseñó para la plaza de Catalunya en 1891. A la plaza le ha resultado difícil configurarse como tal; Cerdà no la había previsto y durante largo tiempo fue un simple agujero en el tejido urbano, con huertos, casitas y talleres. Falqués imaginó que los carruajes la cruzasen por carriles en aspa, que los tranvías la rodeasen y que los peatones la cruzasen por soportales y glorietas. Lluís Mumbrú propuso la construcción de una cascada artificial con motivo de la Exposición Universal de 1888, que tendría nueve metros de ancho y estaría coronada por unos acuarios que suscitarían gran interés. La perspectiva del agua y el roquedal nos haría creer que estábamos en el Lake Valley Park, el efímero parque de recreo del pantano de Vallvidrera.
La plaza de Catalunya se localizaría fácilmente gracias a un rascacielos: la Torre Sellés Miró –nombre de su impulsor–, que introduciría lo mejor de la arquitectura norteamericana de los años veinte. Se erguiría cien metros por encima de la calle, con veintisiete plantas destinadas a hotel y oficinas, sobre la manzana entera de Bergara y Pelai.
El centro de la ciudad podría haber sido, asimismo, un buen lugar para la obra de Gaudí. Al bajar por La Rambla nos toparíamos con alguno de los veinte quioscos que había diseñado en 1880 por encargo de Enric Girossi, y que nunca fueron construidos por falta de recursos. Eran de hierro y cristal, y tenían una interesante doble función: floristerías por un lado y urinarios por el otro. No obstante, la huella más relevante del arquitecto de Reus podría haber sido el monumento a Jaime I, en la plaza del Rei, cuya primera piedra se puso el 27 de junio de 1908. Gaudí concibió tres arcadas de estilo gótico que abrían la plaza del Rei hacia la vía Laietana bajo de la capilla de Santa Àgata.
Tenemos la suerte de que Barcelona se giró hacia al mar en el mismo momento del derribo de las murallas, con propuestas que engalanaban el frente marítimo. Además de los faroles de la plaza del Rei (estos sí pueden admirarse), Gaudí diseñó otros para el paseo conocido hoy como de Colom, con más de veinte metros de altura, y que ya eran eléctricos en 1878, además de un precioso embarcadero en el Port Vell.
Justo enfrente de la entrada de mar del parque de la Ciutadella, y en conexión con los demás institutos científicos allí existentes por un puente extendido sobre las vías del tren, debería haberse edificado el Instituto Oceanográfico de Cataluña, proyecto de Antoni Falguera presentado en 1919. Era un edificio de gran tamaño destinado a convertirse en un referente mundial de las ciencias marítimas y de la divulgación del Mediterráneo. El pequeño embarcadero propio con una escalinata entre templetes, el puerto cerrado y el faro se convertirían en un espacio público de categoría.
Islas y canteras
Y desde aquí hasta el Besòs podríamos haber disfrutado de unas supermanzanas en primera línea de mar, diseñadas por Bonet i Castellana en 1965 para el conocido como Plan de la Ribera. Se trataba de unas auténticas islas ganadas a las aguas, sobre las que se alzarían seis metros, y de quinientos metros de lado; sin coches, pues la intención del arquitecto era, según sus escritos, eliminar la mezcla incoherente del “hombre andando a tres quilómetros por hora con la riada de vehículos tratando de alcanzar los ochenta”. Un ejemplo de frente marítimo y de calidad de vida.
Bonet i Castellana participó también en el diseño de las canteras de la ladera marítima de Montjuïc. Se trataba de una serie de bloques y calles –ideados con Oriol Bohigas y Josep M. Martorell– que vencían la escarpada ladera y formaban un barrio de cuatro mil viviendas. ¡Otro grupo de privilegiados, junto con los residentes en las manzanas-islas! A diez minutos del centro pero sin ruidos, y con el mar entrando en el comedor, por así decirlo.
Por lo lejos que se hubiese encontrado y por sus dimensiones, nos habría tomado demasiado tiempo visitar el matadero que se quería levantar para satisfacer las crecientes necesidades alimenticias de la Barcelona de finales del siglo xix: situado en el Camp de la Bota, en una superficie de 2,9 hectáreas –como veintiséis manzanas del Eixample–, firmaba el proyecto Josep Domènech i Estapà, que realizaba un modernismo menos retorcido que el de su primo, Lluís Domènech i Montaner. Es mejor dejarlo a un lado y dirigirnos, en cambio, a la zona donde sí se construiría, no mucho más tarde y sin tantas pretensiones, el nuevo matadero de Barcelona, junto a la futura plaza de Espanya.
La revolución urbana de la plaza de Espanya
La Exposición Internacional de 1929 fue un revulsivo para esta zona. La plaza de Espanya diseñada por Ferran Romeu en 1922 tenía tres virtudes que debían hacer de ella algo muy especial: su dimensión con grandes espacios para viandantes, una monumental fuente central y la armonía de las seis fachadas de ocho pisos de altura. Los rascacielos que Rubió i Tudurí diseñó para la avenida de la Reina Maria Cristina conducirían la mirada hacia el Palacio Nacional, un ecléctico edificio de hierro y líneas neoárabes un tanto extrañas diseñado por Benet Guitart. Aunque sin duda alguna los ciudadanos apreciarían más el Palacio de la Luz, de Lluís Girona, un gran pabellón de hierro y cristal que por la noche se iluminaría hermosamente. Tres proyectos, una vez más, desestimados.
Durante la muestra internacional se expuso la maqueta de una parte de lo que más adelante acabaría convirtiéndose en la conurbación de Barcelona. La diseñó el propio Rubió i Tudurí, quien la bautizó como “La ciudad futura”, y consistía en unos enormes rascacielos que seguían el Llobregat hasta pasado Martorell. Numerosas carreteras pasarían por debajo de los rascacielos para facilitar una rápida movilidad.
La ciudad del reposo
¿Cansados de andar de aquí para allá? No me extraña. Por suerte, Barcelona ha imaginado fantásticas propuestas para el deleite y el descanso, como el ya mencionado Lake Valley Park de Vallvidrera.
En Pedralbes, Francesc Cambó encargó en 1915 un parque inmenso de 300 hectáreas al padre del paisajismo, Jean Claude Nicolas Forestier. El estilo era afrancesado, cómo no, semejante a unos pequeños jardines de Versalles, aunque públicos. De haberse llegado a un acuerdo de compraventa de los terrenos con Eusebi Güell y sus herederos, los propietarios más afectados por el proyecto, este se hubiese podido llevar a cabo en la parte alta de la Diagonal. Sin embargo, esa posibilidad no se concretó.
Como colofón, ascendemos imaginariamente hasta el que hubiera sido el restaurante del funicular de Sant Pere Màrtir, obra ecléctica de 1918 firmada por Fèlix Cardellach y Tomàs Brull, situado en una torre de la estación terminal del ferrocarril; durante el ascenso ya divisaríamos el curso entero de la Diagonal, así como la imponente Torre de Collserola que habría construido setenta años más tarde Norman R. Foster, y todo el Baix Llobregat. Y, para acabar de descansar, iríamos en tranvía desde la plaza de Espanya hasta la Ciudad del Reposo y las Vacaciones del GATCPAC, una macroárea de ocio y reposo ideada en los años treinta para la segunda línea de litoral desde Gavà hasta Sitges.