Acerca de Aleix Porta Alonso

Periodista

La Barcelona de los proyectos frustrados

Foto: Ajuntament de Barcelona. Urbanismo

La propuesta del plan de enlaces firmada por Léon Jaussely aprovechaba el diseño de la plaza de Les Glòries de Cerdà para las conexiones con los municipios de los alrededores. Jaussely fue el primer extranjero que ganó un concurso urbanístico en Barcelona. Su propuesta incluía una enorme plaza cívica rectangular entre la Meridiana y las calles de València, Marina y Sardenya.
Foto: Ajuntament de Barcelona. Urbanismo

¿Cómo hubiera sido la otra Barcelona? Aquella imaginada pero frustrada por razones financieras, políticas o por el cambio de modas, la que se quedó archivada a la espera de un mejor momento o la de los proyectos finalistas de concursos que, a fin de cuentas, no resultaron ganadores. La visitamos a continuación.

La ciudad que no llegó a ser es el tema del estudio La Barcelona desestimada. L’urbanisme de 1821 a 2014 (Àmbit, 2017), de la doctora en historia del arte Carme Grandas. El libro realiza un amplio y variado repaso de centenares de concursos de arquitectura y de proyectos singulares desde el primer tercio del siglo xix (solares desamortizados alrededor de La Rambla) hasta la actualidad (la plaza de Les Glòries Catalanes o la planificación de dieciséis accesos urbanos al parque de Collserola, conocida como Les Portes de Collserola). En el presente artículo veremos algunos de los proyectos rehusados por razones diversas y cómo hubiera sido esta Barcelona alternativa.

Empezamos en el parque más grande de la Barcelona moderna, tal y como Josep Fontserè lo había diseñado. Su objetivo era construir un espacio dedicado a la industria y la ciencia allí donde había habido un fortín. En forma de herradura, debía tener un marcado carácter simétrico, igual que los jardines franceses. En medio se erguiría un enorme palacio circular dedicado a la industria, que acogería muestras y ferias, y se abriría una enorme plaza entre el palacio y una fuente con una pequeña cascada –fuente que acabó siendo una de los pocos elementos que se salvaron del proyecto original, junto con el depósito de aguas, el umbráculo y el edificio del Museo de Geología. Había una propuesta para construir la cascada considerablemente más grande, lo que, sin embargo, hubiera puesto en peligro la financiación del palacio. Fontserè llevó la idea de derribo hasta el extremo: no permaneció en pie ni un solo edificio del antiguo cuartel.

Foto: Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona

Proyecto de Nicolau M. Rubió i Tudurí para trasladar el parque zoológico a la vertiente occidental del Park Güell, fechado en los años sesenta del siglo pasado.
Foto: Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona

El traslado del zoológico al Park Güell podría haber sido un rotundo acierto cuando Nicolau M. Rubió i Tudurí lo propuso en los años sesenta del siglo pasado, época en que los animales se hallaban en un estado de abandono desgarrador. En su imaginación, el zoo ocupaba la ladera oeste del parque, entre las avenidas del Coll de Portell y la del Santuari de Sant Josep de la Muntanya. Los animales ganaban en espacio y salubridad, y la Lavandera de Gaudí, con su brazo levantado justo frente a la jaula de los tigres, regalaría una estampa maravillosa a los visitantes.

La Dreta de l’Eixample y El Guinardó, céntricos

Salimos por la avenida Meridiana en dirección al centro de la ciudad que preveía el Plan Cerdà, la plaza de Les Glòries Catalanes. Este es uno de los mayores aciertos del ingeniero de Osona, del que supo sacar provecho Léon Jaussely, el primer extranjero ganador de un concurso urbanístico barcelonés con su plan de enlaces de 1905. El objeto del concurso era planificar la unión del Eixample con los municipios del llano. Jaussely también planificó algo que nunca llegaría a construirse: una enorme plaza rectangular entre la Meridiana y las calles de València, Marina y Sardenya. Hubiera parecido Washington o París, con edificios barroquizantes de gran escala, entre ellos el ayuntamiento.

Otra ventaja del plan de Jaussely era una red de transporte público que permitiría alcanzar cualquier punto de la ciudad en tranvía y acceder rápidamente a la Estación Central, situada en la calle de la Indústria e imaginada como un centro neurálgico rebosante de vida. Desde aquí se podría haber ido a pie hasta un ninfeo construido al pie del Turó de la Rovira. Jaussely quería llenar Barcelona de avenidas con finales espectaculares. El monumento de la macrorrotonda ubicada en la intersección de la Diagonal, la Meridiana y la Gran Via no hubiera tenido nada que envidiarle al Arco de Triunfo parisino. Sin embargo, en los años sesenta del siglo pasado construyeron ahí un escaléxtric de hasta cuatro ramales… Y la historia posterior ya la conocemos.

Verdaguer y Guimerà, honrados como es debido

Vale la pena que nos paremos en el monumento de Jacint Verdaguer, Diagonal arriba desde Les Glòries. Escoger el proyecto ganador no fue tarea fácil, pues se presentaron al concurso público casi cuarenta propuestas. En muchas de ellas el poeta aparecía sentado, presidiendo un conjunto de figuras alegóricas relacionadas con su obra, con la patria catalana y sus visiones religiosas como temas recurrentes. La escultura que se acabó escogiendo y que se inauguró en 1924, la que todos conocemos, representa a Verdaguer de pie; ya por aquel entonces, a finales del periodo modernista, tenía un estilo anticuado.

Àngel Guimerà, quien asistió con entusiasmo a la inauguración de este monumento, hubiera tenido el suyo un tanto más moderno en la plaza de John F. Kennedy, en el límite superior de la calle de Balmes. Sus autores, Rubió i Tudurí y Puig i Cadafalch, emplearon referentes arquitectónicos más propios de los años treinta: una terraza en forma de proa –inspirada en el monumento a Otto von Bismarck de Mies van der Rohe en Bingen– un enorme obelisco tal y como marcaba la moda del momento –Piazza del Popolo de Roma, monumento a la República de París…– y esculturas relacionadas con los dramas de Guimerà. Un águila imperial y una senyera habían de coronar dignamente la plaza. Calle de Balmes arriba, nos imaginaríamos, al divisar el conjunto, que nos teníamos que empotrar sin remedio contra el barco del capitán Saïd de Mar y cielo

Foto: Instituto Muncipal de Hacienda

Plaza de Cataluña de Pere Falcara (1891), con templetes y travesías en aspa.
Foto: Instituto Muncipal de Hacienda

De la plaza de Catalunya al frente marítimo

El centro de la ciudad es uno de los espacios que han originado un mayor debate arquitectónico y estético. Antes de adentrarnos en él podemos descansar imaginariamente bajo los soportales que Pere Falqués diseñó para la plaza de Catalunya en 1891. A la plaza le ha resultado difícil configurarse como tal; Cerdà no la había previsto y durante largo tiempo fue un simple agujero en el tejido urbano, con huertos, casitas y talleres. Falqués imaginó que los carruajes la cruzasen por carriles en aspa, que los tranvías la rodeasen y que los peatones la cruzasen por soportales y glorietas. Lluís Mumbrú propuso la construcción de una cascada artificial con motivo de la Exposición Universal de 1888, que tendría nueve metros de ancho y estaría coronada por unos acuarios que suscitarían gran interés. La perspectiva del agua y el roquedal nos haría creer que estábamos en el Lake Valley Park, el efímero parque de recreo del pantano de Vallvidrera.

La plaza de Catalunya se localizaría fácilmente gracias a un rascacielos: la Torre Sellés Miró –nombre de su impulsor–, que introduciría lo mejor de la arquitectura norteamericana de los años veinte. Se erguiría cien metros por encima de la calle, con veintisiete plantas destinadas a hotel y oficinas, sobre la manzana entera de Bergara y Pelai.

Foto: Real Cátedra Gaudí

Estudio de un embarcadero para el puerto de la ciudad, elaborado por Gaudí cuando aún cursaba la carrera en la Escuela de Arquitectura de Barcelona.
Foto: Real Cátedra Gaudí

El centro de la ciudad podría haber sido, asimismo, un buen lugar para la obra de Gaudí. Al bajar por La Rambla nos toparíamos con alguno de los veinte quioscos que había diseñado en 1880 por encargo de Enric Girossi, y que nunca fueron construidos por falta de recursos. Eran de hierro y cristal, y tenían una interesante doble función: floristerías por un lado y urinarios por el otro. No obstante, la huella más relevante del arquitecto de Reus podría haber sido el monumento a Jaime I, en la plaza del Rei, cuya primera piedra se puso el 27 de junio de 1908. Gaudí concibió tres arcadas de estilo gótico que abrían la plaza del Rei hacia la vía Laietana bajo de la capilla de Santa Àgata.

Tenemos la suerte de que Barcelona se giró hacia al mar en el mismo momento del derribo de las murallas, con propuestas que engalanaban el frente marítimo. Además de los faroles de la plaza del Rei (estos sí pueden admirarse), Gaudí diseñó otros para el paseo conocido hoy como de Colom, con más de veinte metros de altura, y que ya eran eléctricos en 1878, además de un precioso embarcadero en el Port Vell.

Justo enfrente de la entrada de mar del parque de la Ciutadella, y en conexión con los demás institutos científicos allí existentes por un puente extendido sobre las vías del tren, debería haberse edificado el Instituto Oceanográfico de Cataluña, proyecto de Antoni Falguera presentado en 1919. Era un edificio de gran tamaño destinado a convertirse en un referente mundial de las ciencias marítimas y de la divulgación del Mediterráneo. El pequeño embarcadero propio con una escalinata entre templetes, el puerto cerrado y el faro se convertirían en un espacio público de categoría.

Islas y canteras

Y desde aquí hasta el Besòs podríamos haber disfrutado de unas supermanzanas en primera línea de mar, diseñadas por Bonet i Castellana en 1965 para el conocido como Plan de la Ribera. Se trataba de unas auténticas islas ganadas a las aguas, sobre las que se alzarían seis metros, y de quinientos metros de lado; sin coches, pues la intención del arquitecto era, según sus escritos, eliminar la mezcla incoherente del “hombre andando a tres quilómetros por hora con la riada de vehículos tratando de alcanzar los ochenta”. Un ejemplo de frente marítimo y de calidad de vida.

Bonet i Castellana participó también en el diseño de las canteras de la ladera marítima de Montjuïc. Se trataba de una serie de bloques y calles –ideados con Oriol Bohigas y Josep M. Martorell– que vencían la escarpada ladera y formaban un barrio de cuatro mil viviendas. ¡Otro grupo de privilegiados, junto con los residentes en las manzanas-islas! A diez minutos del centro pero sin ruidos, y con el mar entrando en el comedor, por así decirlo.

Por lo lejos que se hubiese encontrado y por sus dimensiones, nos habría tomado demasiado tiempo visitar el matadero que se quería levantar para satisfacer las crecientes necesidades alimenticias de la Barcelona de finales del siglo xix: situado en el Camp de la Bota, en una superficie de 2,9 hectáreas –como veintiséis manzanas del Eixample–, firmaba el proyecto Josep Domènech i Estapà, que realizaba un modernismo menos retorcido que el de su primo, Lluís Domènech i Montaner. Es mejor dejarlo a un lado y dirigirnos, en cambio, a la zona donde sí se construiría, no mucho más tarde y sin tantas pretensiones, el nuevo matadero de Barcelona, junto a la futura plaza de Espanya.

La revolución urbana de la plaza de Espanya

La Exposición Internacional de 1929 fue un revulsivo para esta zona. La plaza de Espanya diseñada por Ferran Romeu en 1922 tenía tres virtudes que debían hacer de ella algo muy especial: su dimensión con grandes espacios para viandantes, una monumental fuente central y la armonía de las seis fachadas de ocho pisos de altura. Los rascacielos que Rubió i Tudurí diseñó para la avenida de la Reina Maria Cristina conducirían la mirada hacia el Palacio Nacional, un ecléctico edificio de hierro y líneas neoárabes un tanto extrañas diseñado por Benet Guitart. Aunque sin duda alguna los ciudadanos apreciarían más el Palacio de la Luz, de Lluís Girona, un gran pabellón de hierro y cristal que por la noche se iluminaría hermosamente. Tres proyectos, una vez más, desestimados.

Durante la muestra internacional se expuso la maqueta  de una parte de lo que más adelante acabaría convirtiéndose en la conurbación de Barcelona. La diseñó el propio Rubió i Tudurí, quien la bautizó como “La ciudad futura”, y consistía en unos enormes rascacielos que seguían el Llobregat hasta pasado Martorell. Numerosas carreteras pasarían por debajo de los rascacielos para facilitar una rápida movilidad.

La ciudad del reposo

¿Cansados de andar de aquí para allá? No me extraña. Por suerte, Barcelona ha imaginado fantásticas propuestas para el deleite y el descanso, como el ya mencionado Lake Valley Park de Vallvidrera.

En Pedralbes, Francesc Cambó encargó en 1915 un parque inmenso de 300 hectáreas al padre del paisajismo, Jean Claude Nicolas Forestier. El estilo era afrancesado, cómo no, semejante a unos pequeños jardines de Versalles, aunque públicos. De haberse llegado a un acuerdo de compraventa de los terrenos con Eusebi Güell y sus herederos, los propietarios más afectados por el proyecto, este se hubiese podido llevar a cabo en la parte alta de la Diagonal. Sin embargo, esa posibilidad no se concretó.

Como colofón, ascendemos imaginariamente hasta el que hubiera sido el restaurante del funicular de Sant Pere Màrtir, obra ecléctica de 1918 firmada por Fèlix Cardellach y Tomàs Brull, situado en una torre de la estación terminal del ferrocarril; durante el ascenso ya divisaríamos el curso entero de la Diagonal, así como la imponente Torre de Collserola que habría construido setenta años más tarde Norman R. Foster, y todo el Baix Llobregat. Y, para acabar de descansar, iríamos en tranvía desde la plaza de Espanya hasta la Ciudad del Reposo y las Vacaciones del GATCPAC, una macroárea de ocio y reposo ideada en los años treinta para la segunda línea de litoral desde Gavà hasta Sitges.

La nueva cara de la arquitectura catalana

El Congreso de Arquitectura 2016 ha dedicado meses a debatir los retos que le corresponde afrontar a la profesión en una època en que las ciudades se han convertido en el principal instrumento de cambio. La anterior edición del encuentro queda ya muy lejos, en el tiempo pero sobre todo en cuanto a prioridades.

Foto: Vicente Zambrano

El congreso ha debatido los nuevos sujetos, contextos e instrumentos de la arquitectura en más de cien actos, mayoritariamente localizados en la sede barcelonesa del Colegio Oficial de Arquitectos –en la imagen–, pero también repartidos por las demarcaciones.
Foto: Vicente Zambrano

El urbanista italiano Bernardo Secchi (1934-2014) defendía, en los años anteriores a su muerte, que la ciudad es la fortaleza en juego en esta época convulsa que nos ha tocado vivir. El decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña (COAC), Luis Comerón, utilizó la expresión “cambio de época” en la clausura del Congreso de Arquitectura 2016, a finales del pasado mes de noviembre, ante un mercado de Sant Antoni transformado en auditorio. Dando la vuelta a la tortilla a lo dicho por Secchi, afirmó que las “ciudades son el principal instrumento de progreso de la humanidad”, del nuevo paradigma que se nos abre. La disciplina arquitectónica catalana se ha mirado en el espejo y ha debatido durante meses los retos que la sacuden.

Los congresos de arquitectura se celebran cada veinte años aproximadamente desde 1888. Cada encuentro tiene, pues, cierto espíritu de refundación, ya que las circunstancias, los contextos y los retos cambian. Algo de eso se respiró durante las jornadas de síntesis. Aun así, este congreso se ha querido en minúscula, “de arquitectura” y no “de arquitectos”, y en un formato mucho más abierto y horizontal que los precedentes. De hecho, el anterior, el de 1996, el coorganizado con la Unión Internacional de Arquitectos, el de los 14.000 visitantes, el de Maragall y Foster, el del “modelo Barcelona” y el star system, ha sido el modelo a no seguir. El gremio de arquitectos ha pedido seis meses de tregua para detenerse, pensarse y reenfocarse en la nueva realidad.

Esta realidad empezó en el año 2008, con el estallido de una burbuja muy vinculada a la construcción. En 2010, el flamante SArq, el primer sindicato de arquitectos de España, divulgaba los resultados de la primera encuesta de ocupación. De los 1.800 arquitectos, 675 no colegiados, el 32 ⁠% se encontraba en el paro y solo el 3,1 % cobraba prestación. En 2013, la tercera encuesta declaraba que el 71 % de los arquitectos de España vivían en situación de precariedad laboral, es decir, en el paro, en contratación irregular o con salarios por debajo de los mil euros.

El COAC ha elaborado su primera encuesta de la profesión aprovechando el encuentro de este año. Han participado 1.700 arquitectos, el 22 % no colegiados, de un total de 10.000 que hay en Cataluña. Los resultados muestran que uno de cada tres arquitectos ha emigrado al extranjero y el 46 % cobra menos de veinte mil euros al año, y la gran mayoría son autónomos. Pese a que “la tempestad ya ha pasado”, como glosa Miquel Puig en el análisis de la encuesta, la valoración en el seno del colectivo sigue siendo bastante o muy negativa.

Durante este período también han cambiado las funciones. La obra nueva, tanto de viviendas como pública, se ha detenido hasta prácticamente desaparecer. Las cifras actuales de construcción se sitúan alrededor de lo que es y ya era normal en países de nuestro entorno, sin burbuja del sector de la construcción. La adaptación y la diversificación funcional se han tenido que hacer de manera rápida y, en muchos casos, traumática.

Foto: Vicente Zambrano

Foto: Vicente Zambrano

La encuesta de la profesión del COAC dibuja un nuevo mapa funcional con la rehabilitación como actividad principal, seguida de la obra nueva, la dirección de obra, el seguimiento y cumplimiento de normativas y el interiorismo y retail. El próximo quinquenio emergerán actividades de eficiencia energética y gestión de edificios, la aplicación de tecnología informática (BIM, 3D…), la gestión de proyectos y la participación y la mediación ciudadana. La rehabilitación se mantendrá como principal y la obra nueva bajará más posiciones, según la misma encuesta.

Cambio de etapa y no solo un paréntesis

Todos estos factores, generados por la crisis, se interpretan como propios de un cambio de etapa y en ningún caso como un mero paréntesis. El sector de la construcción representaba el 10 % del PIB antes del estallido de 2008, el doble que el actual y el doble que el de los países europeos del entorno, que no han fluctuado tanto. Así pues, se espera que, tras un crecimiento gradual de hasta el 6 % aproximadamente, el sector se estabilice. Pero los cambios no se reducen solo al marco económico y laboral.

El escenario social y territorial ha cambiado radicalmente. Los últimos años se ha construido mucho, muchísimo, y, aunque no se diga lo bastante, muy mal. Buena parte de la situación que (mal)vivimos es fruto del modelo urbanístico desarrollado en las últimas décadas. Deficiencias en movilidad y acceso, ineficiencia energética, despilfarro de suelo y de agua, segregación y gentrificación… Territorios y ciudades están cambiando al paso de los efectos del cambio climático, las desigualdades y la entrada de capital especulativo. Hacen falta intervenciones y cambios.

Enric Batlle pudo explicar, en diferentes momentos del congreso, su tríada ecología-ocio-producción sobre los espacios abiertos de nuestras ciudades y territorios. Por una parte hay que hacer todo lo posible para reducir la contaminación y el uso del transporte motorizado, su principal causante, y por otra, proteger la biosfera, hacer que quede interconectada e introducirla en la ciudad. Según Batlle, el 50 % de la superficie de la región metropolitana de Barcelona es espacio abierto que tiene la posibilidad de vertebrar el territorio a escala local y regional. No es necesario hacer crecer la ciudad, pero sí urbanizar el verde, es decir, protegerlo, abrirlo, articularlo y convertirlo en productivo agrariamente. Batlle también es comisario de la exposición “Metròpolis Verda”, que puede verse en el espacio Mercè Sala de TMB, en Rambla de Catalunya.

Las características, pues, de los nuevos sujetos y contextos de la arquitectura determinan los objetos de trabajo, los instrumentos con que abordarlos y los valores que han de guiar la práctica. El congreso ha querido definirlos desde una visión colectiva y ha rehuido las cátedras y las voces autorizadas. En más de cien actos, mayoritariamente localizados en Barcelona pero también repartidos por las demarcaciones, profesionales, asociaciones e instituciones han explicado lo que ya se está haciendo y que puede ser útil en los próximos años.

La vivienda (acceso, mantenimiento, propiedad, alquiler, funcionalidad…), el derecho a la ciudad (la nueva Agenda Urbana de la ONU-Hábitat, la participación, los campos ciudad de refugiados, el bienestar de los que viven en ellos, la perspectiva de género…) y el territorio (espacios abiertos, planificación supramunicipal, ordenar las periferias, construir y potenciar el paisaje…) son los retos del presente periodo, como advertía Secchi. Pero también se han explorado los nuevos ámbitos de actividad, la divulgación cultural y social o los compromisos éticos de los profesionales. En estos campos, a diferencia de los primeros, ha quedado más o menos claro que queda mucho por hacer y que no se pisa terreno firme.

Foto: Vicente Zambrano

Foto: Vicente Zambrano

La arquitectura considerada como un bien general

Por eso es necesario un replanteamiento de los instrumentos y una revisión de los compromisos. La parte más propositiva del congreso, en la que los ojos se vuelven boca, se ha centrado en los concursos de arquitectura, la Ley de territorio y, en especial, la Ley de Arquitectura, esta sí en mayúscula. Actualmente en proceso parlamentario, pretende crear un marco social que reconozca la arquitectura como patrimonio del presente. El borrador define la arquitectura como bien general del país, establece herramientas para asegurar su calidad y fomenta su divulgación entre la ciudadanía. Pero también blinda el criterio de los arquitectos en el planeamiento urbanístico y los concursos públicos, lo que ha despertado no pocas inquietudes en otros colectivos durante el proceso de tramitación.

En un siglo en que el suelo está limitado, los recursos se acaban, la biodiversidad pende de un hilo y las ciudades son activo social y objeto de deseo económico, la arquitectura catalana ha sabido tomar conciencia del cambio de época y no solo de la época de cambio, como quizás han hecho otros colectivos o gremios. Ante el nuevo contexto, la profesión ha sido capaz de cambiar el paso, repensarse, adaptarse y mirar la realidad con ojos nuevos.

La ciudad como símbolo de sí misma

Barcelona, ciutat simbòlicaBarcelona, ciutat simbòlica
Autor: Miquel de Moragas Spà
Ayuntamiento de Barcelona
Barcelona, 2016

La ciudad transmite muchas informaciones que hay que saber leer. El urbanismo es una de ellas, que es la traducción de una determinada manera de entender el espacio en el que tenemos que vivir y hacer que pasen las cosas. Pasear por una ciudad es una continua descodificación de significados notorios y ocultos.

Ante la afirmación, en nuestros días tan cuestionada como recuperada, de la ciudad como un espacio para vivir en él, emerge un escenario que nos marcará a lo largo del siglo en curso: la ciudad como tema central del debate político, social y cultural. El catedrático de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona Miquel de Moragas Spà recorre las diferentes vertientes comunicativas y semióticas de la Barcelona de los años treinta hasta nuestros días.

Las ciudades son materia de estudio de diversas disciplinas. Esta pluralidad es el reflejo de la riqueza y la complejidad que suponen en nuestras vidas. La semiótica urbana se ocupa de analizar las comunicaciones humanas que sostienen diferentes individuos y colectividades en una misma ciudad a lo largo del tiempo. Vivir (en) una ciudad es interpretar mensajes (camina por aquí, compra esto, acuérdate de…), adecuarse a estos códigos e incluso participar en la creación de nuevos significados.

La ciudad transmite muchas informaciones que hay que saber leer. El urbanismo es una de ellas, que es la traducción de una determinada manera de entender el espacio en el que tenemos que vivir y hacer que pasen las cosas. Pero también tienen significados los monumentos (¿a qué?, ¿de quién?, ¿por qué?, ¿cuándo?), aceras, materiales, mobiliario, señalética y arquitectura, entre otros. Pasear por una ciudad es una continua descodificación de significados notorios y ocultos.

De Moragas analiza la imagen y las imágenes a través de las cuales se puede entrar en contacto con Barcelona. Porque el contacto no es solo vivir en ella, sino la imagen que nos llega de ella antes de pisarla por primera vez. Barcelona es una fuente de imágenes comunicativas, desde los primeros iconos y las primeras postales hasta la reducción semántica de Barça, mar y Gaudí. Pero, de puertas adentro, se trata de una urbe rica en creación de mensajes y discursos, de calidad urbana y de constante evolución y debate. Imágenes que se imponen frente a otras y, en definitiva, símbolos de las personas que las vivimos.

No debemos confundir la capacidad comunicativa de la ciudad con el hecho de ser escenario y museo de su propia historia. Está claro que la información que transmite (su nomenclátor, por ejemplo) es fruto de aspectos históricos concretos. Pero es que precisamente la ciudad es la forma que toman esta historia y estas intencionalidades comunicativas. A menudo es el mensaje que explica  determinados significados. Un ejemplo: ¿los Juegos Olímpicos se hubieran podido celebrar sin la limpieza de fachadas y su “Barcelona, posa’t guapa” [Barcelona, ponte guapa]?

Entrar en contacto con Barcelona está condicionado por el formato de los mensajes, nuestra capacidad interpretativa y también el momento contextual en que nos encontramos. La ciudad de Barcelona se transmite mediante mensajes y lenguajes audiovisuales que la explican al exterior o al desconocido.

Barcelona atrae, seduce y es objeto de fotografías, películas, grabados, novelas, poesías y canciones. Aprender a leerla es aprender a interpretar estas creaciones, diferenciando la admiración, la pertenencia, la crítica, la vampirización, la propaganda y la especulación.