Nos hemos hecho fuertes aquí

Ajenos al bullicio exterior, en el Fort Pienc nos hemos hecho fuertes con nuestras ocupaciones diarias, obstinadamente.

© Sagar

Sorprende que, entre tantos fastos conmemorativos recientes, a ningún político se le haya ocurrido cambiarle el nombre al barrio de Fort Pienc. Francisco Pío de Saboya y Moura, al servicio de Felipe V, construyó un fuerte donde hoy se yergue la estación del Norte.

Hoy es un enclave estratégico para los que queremos disfrutar de una vida de aldea dentro de Barcelona. Aquí nos hemos hecho fuertes y defendemos nuestras fronteras, el paseo de Sant Joan y la Diagonal, con la valentía de nuestra rutina cotidiana. Disfrutamos de tres escuelas públicas, un instituto, un centro cívico y biblioteca, que hace las veces de plaza del pueblo, de infinidad de supermercados, tiendas chinas y bangladesíes (o pakistaníes, que nunca lo sé). Para tratarse del Eixample, hay muchos niños; dicen que es el barrio más joven del centro de Barcelona. Se da un cierto relevo generacional que me hace abrigar esperanzas sobre el futuro del barrio. El paseo de Sant Joan marca una frontera natural; más allá, la vida huye de las calles los fines de semana, pero aquí la vida no cesa: las ancianas hacen tertulia en las granjas y cafeterías; los dueños de perros, en el parque de la estación; los futboleros se congregan en los bares señalados; los jóvenes, en una antigua oficina de Bankia ganada para el barrio; y los vecinos chinos… se quedan en sus establecimientos.

Como en todo pueblo que se precie, hay una comisaría, de la Guardia Urbana, que nunca riñe a los niños que se suben a jugar a los magnolios junto a los coches patrulla; a veces se suben más de seis. Tenemos nuestra central de abastos, que es el mercado de Fort Pienc, donde siempre hay pescado fresco y salvaje. Tampoco allí riñen a los niños que se suben sin pagar al coche que se mueve con monedas. Sobrevive un quiosco de prensa, pero recientemente han cerrado dos tiendas de revelado de fotos. Hay una ferretería de las de antes, donde asesoran a los poco mañosos, como yo, y una tienda de ropa de diseño propio.

Las mañanas que voy a llevar a mi hijo a la escuela tengo la suerte de hablar con franceses, uruguayos, argentinos, chinos, turcos, colombianos, peruanos, ingleses, ucranianos, italianos, marroquíes y, por supuesto, lugareños y peninsulares. Algunos son artistas, otros empleados de banca, actores, escritores, ingenieros, diseñadores gráficos, maestros, biólogos, enfermeros, químicos, músicos… Tantas nacionalidades y tantas profesiones en esta pequeña aldea universal donde cada uno se ha construido su vida. Un día hablamos de Ucrania con el dueño de la papelería; otro, de las veleidades de Erdogan con un empleado del consulado turco; y al siguiente, del concierto de los Pixies en el último Primavera Sound con un empleado de multinacional que no ha perdido el entusiasmo. Es un momento especial, en el que la vida de aldea se hace más palpable y gustosa. Los vecinos te conocen y tú a ellos; nos damos unos minutos para celebrar el poder compartir tiempo y espacio, y el placer de llevar a los niños a la escuela dando un paseo. Todo ello constituye un escaso paréntesis antes de echar a correr, porque, si no, las horas del día no alcanzarían; un instante de esos en que el tiempo parece detenerse, un tiempo que después nos devorará, pero que, mientras tu hijo no te suelte la mano, no se atreverá a zarandearte.

Nos hemos hecho fuertes aquí, en el Fort Pienc, ajenos al bullicio turístico y a la inundación de coches, porfiadamente, cada día, con nuestras ocupaciones, llevando a nuestros hijos a sus colegios, comprando en sus tiendas. De vez en cuando vamos de visita a Barcelona y descubrimos lo maravillosa que podría ser para sus habitantes si lográsemos hacerla cosmopolita y a un tiempo aldeana. Y sí, el Fort Pienc es child friendly. ¡Que cunda el ejemplo!

Jesus Gil Vilda

Escritor y guionista

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