Las cosas que se hacen en el Clot

© Bernat Cormand

Mis amigos no acompañaban nunca a sus madres cuando iban a Barcelona –como si nosotros no fuéramos de Barcelona.

Mamá decía: “¡Venga, preparaos, que tenemos que hacer cosas en el centro!” E ir al centro quería decir, no sé, hacer una excursión, porque nosotros somos del Clot, que es como una ciudad pero no es una ciudad. Y si mamá decía preparaos, ya podíamos despedirnos de casa para todo el día, porque no volveríamos hasta la noche. Era una de las cosas que más me gustaban del Clot y también una de las cosas que menos me gustaban del Clot, porque perdía todo un día de verano para hacer cosas en el centro, cuando las cosas que yo quería hacer estaban allí, en el barrio. Lo que yo quería hacer en el barrio eran por ejemplo lo que hacían mis amigos, que no acompañaban nunca a sus madres cuando iban a Barcelona –como si nosotros no fuéramos de Barcelona. Cosas como ir por las casas preguntando a las abuelas si necesitaban ayuda, porque normalmente siempre la necesitaban y después nos daban unas monedas, y entonces el día era como si volviera a empezar, porque podíamos comprar algunas cosas que necesitábamos, que realmente necesitábamos, como por ejemplo un cigarro.

Nadie en el barrio nos quería vender tabaco porque todo el mundo conocía a nuestros padres y, si después nos enganchaban y nos preguntaban quién nos lo había vendido, no dudaríamos en delatarlos, así que nadie nos quería vender tabaco. Pero teníamos un amigo, bueno, menos que un amigo, porque solo hablábamos por el tabaco, y este amigo nos cogía la pasta, como él decía, y compraba un paquete entero, con intereses, como él decía.

Por eso aquel día que de repente mamá dijo que nos preparáramos me enfadé tanto. Era verano, el amigo estaba de vacaciones y nos había dicho que hasta finales de agosto no volvería, y volvía exactamente el 27 de agosto, y era 27 de agosto. Aquellos meses de calor no fumamos, porque la gente seguía sin querer vendernos ni un cigarro, ¡ni uno!, que ya entiendo que no puedes vender un paquete, pero un cigarrillo, uno pequeñito, uno de nada…, pero nadie quería. Durante aquel verano prácticamente no ayudamos a ninguna abuela, y, si nos encontrábamos a alguna por la calle y nos pedía ayuda, después nos gastábamos el dinero en helados, que tampoco estaba mal, pero necesitábamos, necesitar de verdad, con urgencia, fumar. Si me iba, todos fumarían menos yo, y era tan injusto, porque algunos de ellos habían fumado algo porque robaban tabaco en su casa, pero en mi casa nadie fuma, y ya es extraño que un padre no fume, pues el mío no fuma.

Pedí de todas las maneras posibles no acompañarla, y mamá insistió también de todas las maneras posibles, y dije que odiaba el barrio: “¡Odio el barrio!”, porque siempre igual, siempre con el centro, como si no fuera suficiente el Clot, como si el Clot fuera una mierda. “¡El Clot es una mierda!” Y, de la bofetada que me dio mamá, se me pasaron las ganas de fumar y de comer helados y de utilizar a las abuelas. Me vestí en silencio porque era mejor, mamá cuando se enfada es odiosa. Al salir ya me estaba esperando fuera, hablando con la vecina, y me di cuenta de que mi hermana no venía con nosotros, se quedaba con las amigas, y entonces empecé a resoplar hasta que mamá se giró y me miró dispuesta a pegarme allí en medio de la calle, ya he dicho que cuando se enfada es odiosa, y callé, que dicen que callado estoy más guapo. Cuando hacía veinte minutos que caminábamos, mamá se paró un momento y se apoyó en una pared, como mareada por el calor, y yo dije sin mirarla ni ayudarla ni hacerle caso: “Esto nos pasa por vivir en el Clot y querer ser como los del centro; porque es verdad, es lo que pienso, que tenemos que ir allí a comprar cosas para poder ser como ellos, que no se nos note que somos de un pueblo, porque es lo que parecemos”. Y mamá dijo: “Esto nos pasa por imbéciles”.

Jenn Díaz

Escritora

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *