El reto de diversificar los medios de intercambio

Foto: Vicente Zambrano

El ecosol, el papel moneda que se emplea en la Feria de Economía Solidaria que se lleva a cabo anualmente en el recinto de la Fabra i Coats de Sant Andreu.
Foto: Vicente Zambrano

Las monedas complementarias son sistemas que se crean al margen de las oficiales para promover proyectos económicos, sociales y ambientales, y que ponen en valor activos y recursos de ámbito local que no se encuentran en los circuitos ordinarios de intercambio.

El sistema monetario actual tiene los defectos de cualquier monopolio: hay que usar la moneda vigente aunque no satisfaga del todo, lo que impide avanzar en la innovación de métodos para responder a las necesidades existentes. Si la población entendiera el precio que se paga a causa de la inflación y la inestabilidad periódica por tratar con un solo tipo de dinero en vez de aprovechar las ventajas de otros, vería que resulta excesivo. Una parte de la solución consiste en diversificar los tipos de moneda introduciendo otras diseñadas para incrementar la disponibilidad de dinero en su función primaria de medio de intercambio, más que para el ahorro o la especulación.

Utilizando el vocabulario taoísta del yin y del yang, se establece la siguiente comparativa entre el dinero de curso oficial y este nuevo enfoque de monedas complementarias: se pasaría de la búsqueda de la certeza a la capacidad de tolerar la ambivalencia, de la autoridad central a la confianza mutua, de la competencia a la cooperación, del predominio de la tecnología al predominio de las habilidades personales, del capital físico y financiero al capital natural y social, así como de las transacciones comerciales a los intercambios comunitarios.

Las monedas complementarias son sistemas que se crean al margen de las monedas oficiales del país con el objetivo fundamental de promover proyectos económicos, sociales y ambientales, a la vez que ponen en valor los activos y recursos locales que no se hallan en los circuitos ordinarios de intercambio debido a la escasez de la moneda oficial.

Este tipo de monedas reciben también otra serie de calificativos, como por ejemplo: “alternativas”, porque funcionan en lugar del dinero convencional en ciertos contextos; “comunitarias”, porque funcionan en comunidades de personas o entidades que se relacionan directamente y desean establecer un medio de intercambio distinto; “locales o regionales”, porque circulan en lugares y espacios delimitados, y “sociales”, porque son creadas, emitidas y controladas por grupos y con fines sociales. No obstante, el calificativo “complementarias” es el que mejor refleja una de las principales características de este tipo de monedas: su complementariedad y el no reemplazamiento del dinero convencional. El resto de adjetivos quedan implícitos puesto que promueven lo alternativo, lo comunitario, lo local o regional y lo social.

El dinero se utiliza como medio de intercambio, depósito de valor y unidad de cuenta. Sin embargo, solo en la época contemporánea estas funciones residen en una única moneda de escala nacional. A lo largo de la historia, diferentes formas de dinero las han cumplido por separado.

El trueque, precursor remoto

El precursor más lejano del dinero complementario es el trueque, es decir, los intercambios sin usar dinero convencional. Sin embargo, el trueque tiene la triple dificultad de que se requiere que ambas partes quieran deshacerse de algo, que el objeto de su deseo lo tenga su contraparte y que sea equivalente en valor a lo que se desea intercambiar. A causa de estas dificultades, los pueblos comenzaron a usar como dinero cosas valiosas o de uso frecuente para establecer las equivalencias y realizar los intercambios, como facilitador del trueque multilateral.

Hay diversas experiencias documentadas del uso de monedas complementarias que se combinan con dinero convencional desde los años treinta del siglo xx. Así, por ejemplo, en Alemania surgió el wära, en Austria los certificados de trabajo de Wörgl, en Suiza el franco WIR… Estas monedas respondieron a la necesidad de disponer de formas alternativas de compra de bienes para el abastecimiento familiar durante la depresión de 1929, si bien la mayoría acabaron prohibidas por los gobiernos de los países, a excepción del WIR de Suiza, todavía vigente.

Después de medio siglo, en 1983, en Canadá surgieron los LETS (local exchange and trading systems), que pronto se extendieron a Inglaterra, Nueva Zelanda y Austria, pasando posteriormente a Estados Unidos, Australia y Europa. De forma independiente, aparecieron en Japón el Fureai ticket y en Estados Unidos las Ithaca hours.

Si bien las monedas complementarias siempre han existido de forma paralela a las respaldadas por el Estado, parecen ser más atractivas en tiempos de recesión y crisis económica, cuando escasean el trabajo remunerado y el dinero. Tal es el caso de Argentina, cuyo colapso económico en 2001 impulsó sistemas de crédito alternativos a los que ya existían, con cientos de miles de usuarios.

El impacto social, económico y ambiental

Para algunos autores, el principal objetivo de las monedas complementarias es mejorar el bienestar social de las comunidades, ya que suplen necesidades psicológicas como el reconocimiento, el sentido de pertenencia, la confianza, la participación social y la autoestima, entre otros. Dado que toda persona tiene algo que ofrecer, incluyendo aquellas habilidades que no se valoran en el mercado de trabajo formal, las monedas complementarias son una herramienta que permite empoderar a los grupos socialmente excluidos. Estos impactos se suman al crecimiento del espíritu comunitario y de las redes de amistad y colaboración.

Las monedas complementarias son también instrumentos para construir circuitos locales de valor económico que evitan la huída de la riqueza fuera de la comunidad, con un efecto multiplicador en la economía local. El trabajo informal, el intercambio de habilidades, el voluntariado y el trabajo doméstico pueden ser valorados, reconocidos, recompensados e incluso intercambiados gracias a ellas. Estas monedas ofrecen una alternativa de acceso a bienes y servicios a personas financieramente excluidas o que no pueden encontrar empleo formal, y apoyan el desarrollo económico sostenible a través de las pequeñas empresas locales que muestran mayor lealtad a la comunidad.

Las monedas complementarias tienen también impactos ambientales positivos, puesto que reducen la huella ecológica al crear modelos de consumo más locales y sustituir las importaciones, reduciendo así la energía necesaria para transporte. Promueven el intercambio de los productos locales e incluso la reutilización de productos. Algunas de ellas, además, estimulan un comportamiento proambiental, incentivando a los ciudadanos a participar en programas de reciclaje, estimulando la compra de productos más sostenibles y/o promoviendo el uso del transporte público. Asimismo, las hay que fomentan el desarrollo de nuevas tecnologías ambientales, como es el caso de las monedas respaldadas por la producción de energías renovables.

Gill Seyfang y Noel Longhurst, según datos recogidos en su estudio de 2013 sobre la evolución histórica e internacional de las monedas complementarias, detectaron la existencia en todo el mundo de un total de 3.418 proyectos, distribuidos en 23 países de todos los continentes. Por proyecto se entiende el conjunto de, como mínimo, cinco iniciativas distintas de una misma tipología de moneda complementaria en un mismo país. El estudio establece cuatro tipologías de monedas complementarias: los bancos de tiempo, los sistemas de crédito mutuo, las monedas locales y los mercados de trueque.

Foto: Vicente Zambrano

Un estand de los bancos de tiempo, el tipo de moneda complementaria más común, con presencia en once países y cuatro continentes. Feria de Economía Solidaria en el recinto de la Fabra i Coats de Sant Andreu, y que este otoño ha llegado a su sexta edición.
Foto: Vicente Zambrano

Bancos de tiempo

Los bancos de tiempo son el tipo más común de moneda complementaria, con 1.715 proyectos (50,2 % del total) repartidos en once países y cuatro continentes. Son sistemas basados en el intercambio de tiempo para ayudar a otra persona u organización. El tiempo de cada participante tiene el mismo valor, independientemente del servicio prestado. Algunos proyectos se organizan en barrios o comunidades y están a cargo, sobre todo, de voluntarios, si bien otros los impulsan instituciones. A menudo se centran en un sector específico, como por ejemplo la salud o la educación. Apuestan por la construcción de capital social, la inclusión y la cohesión por el apoyo entre vecinos, la asistencia social, las actividades basadas en la comunidad y los programas de voluntariado recíproco.

Uno de los primeros ejemplos de banco de tiempo se registra en Japón en 1973 con el nombre de Fureai Kippu, pero no puede considerarse como el impulsor de este tipo de sistemas. Fue en Estados Unidos, en 1986, donde se desarrolló realmente la idea de bancos del tiempo en los barrios desfavorecidos, para reconstruir comunidades y restablecer la dignidad de las personas excluidas socialmente. El modelo se expandió con rapidez y pasó al Reino Unido en 1997. Actualmente hay redes muy fuertes que han desarrollado nuevas metodologías y mejorado las prácticas, al mismo tiempo que han apoyado nuevos proyectos a escala internacional, en países como Italia, España, Portugal, Nueva Zelanda, Finlandia, Canadá y Japón.

Sistemas de crédito mutuo

La segunda tipología más importante de moneda complementaria son los sistemas de crédito mutuo, con 1.412 proyectos (41,3 % del total) presentes en catorce países y cinco continentes. Los miembros de una comunidad anuncian sus ofertas y sus demandas en un directorio, mientras un sistema de contabilidad central se encarga de registrar las transacciones. La moneda propiamente dicha se crea cuando se realiza una transacción de compraventa en la que tanto el comprador como el vendedor se comprometen con el sistema. El crédito de una persona es igual al débito de otra, de modo que las cuentas siempre suman cero. Estos sistemas existen en el contexto de la sociedad civil, a menudo con poco apoyo por parte del Estado u otras fuentes de financiación. Si bien están dirigidos a apoyar las economías locales, son los beneficios sociales y de fomento de la comunidad los que tienen un mayor impacto a través de las redes sociales que impulsan.

El ejemplo más conocido son los LETS, que nacieron en Canadá en 1983. Su propósito inicial fue convertirse en un dinero de emergencia durante la recesión. Los LETS se extendieron rápidamente por Canadá, Reino Unido, Nueva Zelanda y Australia a través de redes de activistas verdes. Su crecimiento alcanzó el punto máximo a finales de 1990 en el Reino Unido, y unos años más tarde llegó al resto de Europa. Existen adaptaciones de los LETS en Francia, Hungría, Alemania, Austria, Suiza y Australia, y modelos similares en Sudáfrica, Japón y Canadá.

Monedas locales

Las monedas locales son la tercera tipología más habitual de moneda complementaria, con un total de 243 proyectos existentes (7,1 % del total) en seis países y cuatro continentes. Son sistemas monetarios geográficamente delimitados a una región. Tienen como objetivo la promoción de la actividad económica local. Si bien algunos de estos sistemas disponen de una moneda física, en la mayoría se trabaja con plataformas digitales y móviles. Persiguen complementar la moneda nacional y aumentar la velocidad de los intercambios locales sin suplantar el comercio interregional.

Bitlletes de diferente valor en horas, la moneda local alternativa que se creó en la ciudad de Ithaca, en el estado de Nueva York, en 1991.

Uno de los casos que conviene destacar es el de las horas, la moneda que se originó en Ithaca (Nueva York) en 1991. Existen también otros proyectos en Estados Unidos,  Canadá y otros países, la mayoría ligados a grupos ecologistas y alternativos. El sistema alemán Regiogeld se centra en el desarrollo económico local y cuenta con una poderosa red de intercambio. Los bancos comunitarios de Brasil tienen como objetivo impulsar la actividad económica local en regiones marginales.

Otro modelo, que llegó al Reino Unido en 2007 y que ha estado creciendo en forma de cinco monedas distintas, es el de las Transition Currencies. Aunque no hay ninguna actividad de red formal entre ellas, comparten el aprendizaje y la experimentación con los mecanismos de pago electrónico para aumentar la captación de usuarios. Están asociadas, en mayor o menor grado, con el decrecimiento de las “ciudades en transición”, y tienen por objeto aumentar la capacidad de recuperación económica local.

Mercados de trueque

Los mercados de trueque constituyen la cuarta categoría en importancia de moneda complementaria, con 48 proyectos (1,4 % del total) que operan en cuatro países y dos continentes. Son sistemas destinados a superar la escasez de dinero en efectivo y a facilitar el intercambio entre un grupo de usuarios, por lo general en un mercado regular. Tienden a utilizar apuntes físicos para controlar los saldos, que a menudo se emiten a los nuevos usuarios como un préstamo sin intereses para que puedan participar en el mercado. Con frecuencia se asocian con la idea de prosumidores, es decir, individuos que producen y consumen al mismo tiempo. Son un híbrido entre las monedas locales y los sistemas de crédito mutuo, con una nueva infraestructura para que las personas puedan intercambiar bienes y servicios dentro de un evento específico, en un lugar limitado y sin necesidad de moneda corriente.

Foto: Darren McCollester / Getty Images

Mercado de intercambio en la ciudad argentina de Mendoza, en noviembre de 2002. Los clubes de trueque se extendieron rápidamente por el país sudamericano a raíz del colapso financiero de 1999 a 2002.
Foto: Darren McCollester / Getty Images

Surgieron por primera vez en Buenos Aires, en 1995, como una iniciativa de sostenibilidad en un contexto de desindustrialización y crisis fiscal. Se expandieron rápidamente durante el colapso financiero argentino de 1999 a 2002 y se convirtieron en una forma de vida para un grupo demográfico muy amplio. No obstante, los clubes de trueque argentinos fueron castigados por la rivalidad entre redes y sufrieron un colapso catastrófico en credibilidad a partir de 2002. Aun así, algunos permanecen activos y existen modelos similares en México, Venezuela y otros países de América del Sur donde se han mantenido asociados a las ideas de la economía solidaria. Por otro lado, en Canadá han surgido casos para apoyar el desarrollo sostenible mediante la reutilización de los bienes.

Según el citado estudio de Gill Seyfang y Noel Longhurst, Europa es el continente con un mayor número de proyectos, 2.333 (68,3 % del total), de los que más de la mitad (54,1 %) son sistemas de crédito mutuo; el 44,4 %, bancos de tiempo, y únicamente el 1,5 % monedas locales. Otro estudio –elaborado por Neil Hughes en 2015 y que emplea la misma clasificación de Gill Seyfang y Noel Longhurst– indica que en España hay un total de 372 iniciativas: 290 bancos de tiempo, 71 sistemas de crédito mutuo y 11 redes de trueque. Cataluña es la comunidad con mayor número de iniciativas (97), por delante de las 61 de Andalucía y las 51 de Madrid. Las 97 iniciativas catalanas se distribuyen en 71 bancos de tiempo, 23 sistemas de crédito mutuo y 3 redes de trueque.

Como son datos de 2015, hay iniciativas actualmente existentes no contempladas en ellos, como el caso de monedas locales promovidas por ciertos ayuntamientos españoles. Asimismo, la mayoría de las iniciativas existentes suelen satisfacer los requisitos de como mínimo dos de las cuatro tipologías de clasificación. Por ejemplo, hay iniciativas de moneda local que también reproducen sistemas de crédito mutuo, o sistemas de crédito mutuo que contemplan la conversión de su unidad de intercambio con la hora de los bancos de tiempo.

La integración de los datos de los dos estudios anteriores con muchos otros y la creación de un repositorio actualizado de monedas complementarias realmente operativas no son cuestiones triviales, dadas la disparidad de clasificaciones utilizadas para su categorización y las dificultades para conocer su grado de operatividad. La creación de una base de datos actualizada y homogénea, tanto en España como a escala internacional, es una de las tareas más urgentes para consolidar las monedas complementarias y mostrar su potencial. Sin ello, la confusión, la descoordinación y el descontrol se apoderan de este ámbito, lo que dificulta su divulgación y, por tanto, su capacidad de crecimiento y transformación social. Precisamente este es uno de los objetivos que se plantea el grupo de trabajo e investigación “Dinero y valores”, de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), en colaboración con el Instituto de la Moneda Social (IMS).

August Corrons

Profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC

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