La moneda del municipio austríaco de Wörgl reactivó la producción y la demanda interna durante la Gran Depresión. El sistema de crédito empresarial cooperativo WIR, de Suiza, es otro ejemplo exitoso de moneda complementaria. Este sistema y el de pagos móviles M-Pesa, de Kenia, son los únicos casos actuales con impacto macroeconómico.
Los sistemas monetarios duales o multimoneda han sido habituales, entre otras épocas y lugares, en el Antiguo Egipto y la Antigua Grecia, a lo largo de la Edad Media y también en la época moderna. Ha habido muchos tipos, y a menudo han pasado desapercibidos para la historiografía económica pese a haber demostrado que eran estables y funcionales. De hecho, los sistemas unimonetarios solo empiezan a predominar a partir del establecimiento de los estados nación, y no se consolidaron hasta bien entrado el siglo xx.
Aunque un poco menos eficientes por la complejidad contable adicional que implican, son sistemas más resilientes y sostenibles porque disponen de alternativas cuando por algún motivo falla una de las monedas. Cuando había monedas de oro que se usaban para el comercio internacional y para atesorar ahorros, y monedas de plata, bronce y cobre o de metales menos preciosos –como los vellones de Castilla o las mallas de Francia–, empleadas en el comercio regional y local diario, la economía no quedaba tan frenada por falta de liquidez cuando un déficit comercial exterior drenaba las reservas de oro.
Este artículo no entrará en profundidad en los argumentos que usa Hayek contra los monopolios monetarios en The decentralisation of money (1976). Y tampoco en casos históricos interesantes, pero que nos quedan lejos, como el protagonizado por el banco central privado multimoneda Suffolk Bank de Massachusetts (1824-1858), el de los reales catalanes emitidos durante la Guerra de los Segadores o el de las numerosas monedas (pagarés o vales) de curso interior que las cooperativas catalanas emitieron a partir del siglo xix.
Pese a los diversos antecedentes, empezamos la explicación con el caso del municipio austríaco de Wörgl, en el que el Ayuntamiento emitió una moneda local (llamada “certificados de trabajo”; en inglés stamp scrips) siguiendo las ideas de Silvio Gesell en The natural economic order (1919). Keynes le dedicó una sección en General theory of employment, interest and money (1936), en el que dijo que “el futuro tiene más que aprender del espíritu de Gesell que del de Marx”.
Haciendo frente a la Gran Depresión
La moneda de Wörgl (1932-34) estaba respaldada por chelines austríacos depositados en una caja de ahorro local. El Ayuntamiento la puso en circulación a partir del gasto público, pagando salarios y proveedores, y la aceptaba en la recaudación de impuestos. También se podía cambiar por moneda convencional, operación que se penalizaba con una comisión del 5 %. Sus impulsores introdujeron como innovación una tasa a la liquidez que oxidaba (depreciaba) el valor de la moneda un 1 % mensual para incentivar un gasto rápido, lo que tuvo como efecto multiplicar por catorce su velocidad de circulación, y esto estimuló el comercio y la actividad económica local.
En medio de la Gran Depresión, Wörgl tenía una altísima tasa de paro y numerosas familias de la ciudad sufrían una situación de pobreza extrema. La moneda local reactivó la producción y la demanda interna, y ello tuvo como consecuencia una recuperación espectacular de los puestos de trabajo y de las finanzas públicas, cuando el resto del país y del continente seguía hundiéndose. El “milagro de Wörgl” fue que seis pueblos vecinos copiasen su sistema monetario, e incluso el primer ministro de Francia Édouard Daladier viajó hasta allí para conocerlo sobre el terreno.
Pese a que el experimento fue un éxito rotundo en términos económicos y más de doscientas poblaciones cercanas se preparaban ya para replicarlo, el gobierno, el banco central y el tribunal supremo austríacos acabaron prohibiéndolo por motivos políticos: era una iniciativa de un alcalde socialdemócrata en un contexto de auge del fascismo. Sin la moneda local oxidable, la Gran Depresión volvió a Wörgl y con ella la desesperación que fue el caldo de cultivo del nazismo.
El caso fascinó al economista Irving Fisher, profesor de Yale y padre de la teoría económica moderna, que publicó en Booms and Depressions (1932) un anexo con la teoría de Gesell, además del libro Stamp Scrip (1933). Fisher difundió este tipo de sistemas en Estados Unidos donde, entre 1932 y 1934, ayuntamientos, cooperativas y cámaras de comercio crearon más de trescientos sistemas similares, algunos con oxidación.
Como asesor de Roosevelt, Fisher defendió entusiásticamente una política pública basada en estos sistemas, asegurando que su aplicación correcta solucionaría en tres semanas la crisis en EE.UU. Lamentablemente, el presidente acabó prohibiendo su aplicación –incluso en el sector privado– por presiones de las grandes fortunas y la banca, que preferían la subida de impuestos del New Deal a esta revolución monetaria descentralizada que escapaba a su control (recordemos que no fue el New Deal lo que acabó con la Gran Depresión, sino los preparativos para la Segunda Guerra Mundial).
En España, por otro lado, en el contexto de escasa liquidez de la Guerra Civil, también hubo centenares de monedas locales similares, pese a que pocas con oxidación. Presentes en los dos bandos, pero sobre todo en el republicano y en Cataluña, funcionaron bien hasta que Franco ganó la guerra y las prohibió (véanse ejemplares en www.billetesmunicipales.com).
La cooperativa de crédito empresarial WIR
En cualquier caso, para seguir con esta introducción histórica a las monedas que hoy denominamos complementarias, destacamos el caso actual de más alcance y más estudiado, la cooperativa de crédito suiza Wirtschaftsring-Genossenschaft (Círculo Económico Cooperativo o WIR), formada exclusivamente por pymes y en funcionamiento desde 1934. Se trata de una cámara de compensación de crédito comercial donde las más de 60.000 pymes asociadas por todo el país pueden acceder a financiación en francos WIR a un tipo de interés blando de solo el 1 %. Emitida a partir de préstamos, la moneda no tiene convertibilidad a la convencional ni oxidación. El volumen anual de transacciones de esta red de permuta multilateral es de unos 1.500 millones de francos WIR, equivalentes a francos suizos.
Diversos estudios, como The Macro-Stability of Swiss WIR-Bank Credits de Stodder y Lietaer (2016), demuestran que este sistema B2B tiene un efecto estabilizador de los ciclos macroeconómicos. En momentos de bonanza, las pymes asociadas prefieren el crédito bancario y la actividad en WIR es baja; pero en períodos de recesión, cuando los tipos de interés bancario suben, recurren al crédito blando WIR. Ello les permite reducir gastos financieros y a la vez se compran más las unas a las otras, lo que aumenta la demanda interna y la facturación de las empresas adheridas. El WIR reduce la mortalidad empresarial y mantiene las tasas de empleo, de modo que se pueden resistir mejor las recesiones a escala nacional. Además, el sistema aumenta la productividad ya que moviliza la capacidad ociosa de las empresas, no genera inflación en períodos expansivos y en cambio sí que tiene un efecto antideflacionario (positivo) en períodos de recesión.
El WIR y el sistema de pagos móviles M-Pesa en Kenia, apoyado en saldos de prepago, son los únicos casos actuales con impacto a escala macroeconómica. Pero hay otros que también han experimentado un considerable éxito, como el de la asociación IRTA en los países anglosajones, Sardex en Italia, RES en Bélgica, PuntoTRANSacciones en El Salvador, Banco Palmas en Brasil o Bangla-Pesa, también en Kenia. Su buen funcionamiento demuestra la utilidad práctica de las monedas complementarias y locales, y aporta lecciones valiosas a la teoría económica. Un debate aparte es si a estos sistemas tenemos que denominarlos actualmente “monedas”; pese a este término de marketing que puede confundir, se trata de medios de pago plenamente legales.