La epidemia silenciosa que empieza a hacerse oír

Desde una perspectiva evolutiva se ha definido la soledad como la sed de relaciones sociales. Es una condición psicológica que incluye aspectos emocionales, de malestar y cognitivos, de valorar como insuficiente el apoyo social recibido. La soledad nos habla de la necesidad que tenemos de los demás.

Foto: Dani Codina

Las personas mayores pueden llegar a sentir que ya no pertenecen a su entorno, sea la familia, el vecindario, el barrio, la ciudad… Esta es una de las tres grandes crisis que amenazan el proceso de envejecimiento.
Foto: Dani Codina

La soledad es una problemática que ha emergido con fuerza en los últimos años en el debate público, con un impulso seguramente inédito. Ya hace tiempo que ocupa las paradas de metro bajo el lema de Amics de la Gent Gran que nos recuerda: “Nunca pensé que lo peor de hacerse mayor fuera la soledad”. También la Ley de Dependencia arrancó en 2006 con un anuncio que tocaba esta fibra sensible: “Nunca más te sentirás solo”. Conocida desde hace años, la trayectoria de las acciones para combatirla ha sido larga. La ciudad de Barcelona se le enfrenta con multitud de iniciativas explícitas, que incluyen actividades de las entidades del tercer sector y servicios municipales como la Teleasistencia, Radares y Vínculos BCN, además de espacios de participación como los centros juveniles de ocio, los centros cívicos, las bibliotecas y una extensa propuesta de actividades culturales. Pero, ¿qué significa la soledad para la ciudad, para los barrios, para la escalera de vecinos? ¿Y para nuestras vidas individuales?

Según el diccionario de la Real Academia Española, “soledad” es una palabra que se usa para referirse a varios estados. Existe la soledad vinculada al bienestar, a la creatividad; esta soledad se señala a menudo como algo buscado, deseado, es la que nos permite sentirnos bien, acompañados de nosostros mismos. Y también hay la soledad vinculada al malestar, a sentirse solo o sola, al deseo de apoyo social en una cantidad y de una calidad que no se corresponden con el que realmente se recibe, o con el que se percibe como disponible. Por lo tanto, el mismo estado de soledad puede ir asociado a un estado de bienestar o de malestar; y también podemos sentir soledad hallándonos en compañía. Además, la soledad puede ser social o emocional. En la social predomina la falta de una red de amigos y conocidos, mientras que la emocional se refiere a una carencia de confidentes íntimos. Por último, conviene diferenciar la soledad del aislamiento social: la primera es una percepción subjetiva, mientras que el segundo se define como la carencia objetiva de relaciones sociales, y su contrario es la integración social.

Desde una perspectiva evolutiva se ha definido la soledad como la sed de relaciones sociales. Es una condición psicológica y social que incluye aspectos emocionales, de malestar y cognitivos, de valorar como insuficiente el apoyo social recibido.

A partir de la constatación de que la soledad nos preocupa cada vez más como causa de malestar, vamos a centrar el artículo en reflexionar sobre dicha cuestión.

Tres grandes crisis del proceso de envejecimiento

La soledad de las personas mayores se ha vinculado con tres grandes crisis que pueden darse en el proceso de envejecimiento: la de identidad, la de autonomía y la de pertenencia. La primera se refiere a la persona mayor que siente que ya no es quien era. La de autonomía afecta a las personas que sufren la incapacidad de realizar lo que quieren hacer. La de pertinencia nos habla de las personas que sienten que ya no pertenecen a su entorno, sea ya la familia, el vecindario, el barrio, la ciudad…, y es que el mundo está cambiando de un modo que excluye a las personas mayores y adaptarse a él constituye un difícil reto. La única alternativa que se les presenta es vivir en la exclusión. En el mismo sentido, es necesario recalcar que vivimos en una sociedad enfocada a los valores juveniles y que es edatista, es decir, que discrimina por razones de edad, circunstancia estrechamente relacionada con los prejuicios existentes hacia las personas mayores, que contribuyen a invisibilizarlas y a darles la espalda.

Estamos habituados a pensar que un país mediterráneo como el nuestro se centra en la vida social y familiar. Sin embargo, es un hecho que la soledad se sufre especialmente en los países del sur y del este de Europa, más que en los del centro y del norte. Este gradiente norte-sur se ha estudiado ampliamente. Es precisamente el hecho de mantener elevadas expectativas sobre nuestro entorno social –por ejemplo, cuándo y cuánto deberían visitarnos y cuidarnos nuestros hijos cuando seamos mayores– lo que ha facilitado que exista una discrepancia entre el apoyo social recibido realmente y el que la persona espera, discrepancia que, tal y como hemos explicado, es la base de la soledad.

Hablando del norte de Europa, es una cita obligada La teoría sueca del amor, un premiado documental de 2015 del director italiano Erik Gandini, que retrata de un modo muy particular la sociedad sueca. Nos muestra como en Suecia muchas personas viven solas, se reproducen solas y mueren solas. Explica que estas formas de vivir llegan a partir de la voluntad política de alcanzar un mejor estado del bienestar poniendo al alcance de las personas una independencia y una autosuficiencia reales. Las imágenes que se muestran, los mensajes que envía el documental y las historias en que profundiza, hacen referencia a toda una forma de vivir y a unas estructuras de país que lo permiten y lo fomentan. Más allá de si se trata de una visión completa o sesgada de la sociedad sueca, el documental da que pensar: ¿vamos en esta dirección nosotros también, que somos tan mediterráneamente sociales? ¿Es adonde queremos ir realmente?

En Suecia, debido a la cantidad de personas que morían solas en casa, los ayuntamientos crearon un departamento encargado de identificarlas, de gestionar sus bienes y su herencia y de buscar posibles familiares. En Barcelona, en cambio, cuando en 2008 los Servicios Sociales de El Camp d’en Grassot detectaron que había muerto sola una persona mayor en casa y que nadie se había percatado, se ideó el proyecto Radares para reforzar las redes vecinales y evitar que una muerte así pasase nuevamente desapercibida. Son respuestas ciertamente distintas ante el mismo fenómeno que conducen a modelos diferentes de ciudad.

Recuperemos la idea de la independencia de las personas las unas de las otras, una idea socialmente muy valorada, tal y como manifiesta la campaña de IKEA “Bienvenido a la república independiente de mi casa”. Las personas nacemos dependientes de nuestros padres y madres para sobrevivir, y vamos alcanzando la independencia en ciertas actividades. Y, en determinados casos, por circunstancias específicas como la enfermedad, dependemos temporal o permanentemente de los demás. Pero, por lo general, nos gusta pensar que en la edad adulta alcanzamos la independencia.

Vivir y convivir con los demás

Sin embargo, las personas vivimos a lo sumo en un estado de interdependencia, y es importante conocer, aceptar y convivir con esta dependencia relativa que nos vincula necesariamente con los demás para vivir y sobrevivir. Judith Butler, quien recientemente nos ha enriquecido con conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), señalaba que la interdependencia se refiere a la necesidad de crear comunidad, y nos recordaba que las personas seguimos siendo vulnerables a lo largo de toda nuestra vida. Hoy la vulnerabilidad no es un concepto en alza, aunque despierta compasión. Y en este contexto retomamos el hilo de la soledad, que nos habla de nuestra vulnerabilidad, de nuestra necesidad de los demás para sentirnos bien. La soledad de las personas mayores nos resulta familiar y fácil de imaginar, de entender; nos habla de un sentimiento muy humano.

Cartel de una campaña publicitaria de la asociación Amics de la Gent Gran en las estaciones y los pasillos del metro de Barcelona.

Conocemos la soledad mediante la experiencia personal, de lo que nos cuentan y de lo que leemos. Hablamos muy poco con las personas de nuestro alrededor acerca de su soledad, o de nuestros sentimientos de vulnerabilidad y de interdependencia. Pero la soledad de las personas de nuestro alrededor nos llega, a menudo indirectamente, en forma de algún mensaje, una llamada… También el que trabaja de cara al público, ya sea en los centros de atención primaria o como dependiente de una tienda, el que camina por la calle o va en transporte público, puede reconocer perfectamente aquellas conversaciones fortuitas que tienen como motivación explícita un sentimiento de soledad… ¿Podríamos acabar con este tabú y al menos compartir el sentimiento llamándolo por su nombre?

A lo largo de los proyectos que hemos realizado desde la Fundación Salud y Envejecimiento UAB, he podido observar y entrevistar a personas mayores que se sentían solas y estaban dispuestas a hablar abiertamente sobre ello. Sus soledades son muchas y variadas. Hay quien la vincula estrechamente a la viudez, a echar de menos a una persona con la que se ha compartido un largo recorrido y que ya no está. Las hay que llegan a la soledad tras una larga temporada absorbidas por tener que cuidar de otro, a menudo del marido. También hay personas viudas que no atribuyen su soledad a esta condición, pues la han aceptado o incluso porque esta las ha liberado de una relación opresiva. Algunas de ellas se sienten solas a pesar de vivir con su familia. Lo atribuyen a la falta de comunicación con el resto, porque sus hijos e hijas no tienen tiempo para ellas, o no muestran interés por los temas que les preocupan. Explican que reciben apoyo siempre que lo necesitan, pero no se sienten acompañadas en el día a día. Asimismo, han compartido situaciones que empeoran la soledad: la crisis económica y el propio entorno urbano. La crisis ha provocado que hijos y nietos asumieran la alternativa de irse a vivir con los padres, ya mayores, invadiendo su espacio, limitándoles su capacidad económica y no siempre ofreciéndoles una compañía adecuada y una convivencia respetuosa. Algunos definen el entorno urbano como hostil, especialmente las personas llegadas de medios rurales que no habían construido una red fuera del ámbito familiar pese a llevar muchos años viviendo en Barcelona.

Posible evolución del fenómeno

A menudo se dice que la soledad va a más y seguirá yendo a más. Se trata de una cuestión compleja y todavía no poseemos datos que confirmen esta idea. Por el simple hecho de estar vinculada al envejecimiento y de ser este un fenómeno de crecimiento exponencial en todo el mundo, sí podemos determinar que cada vez habrá más personas mayores y, por tanto, más personas que van a sentirse solas. A su vez, no obstante, sabemos que estamos envejeciendo mejor, con mayor calidad de vida y autonomía y, por lo tanto, la proporción de personas mayores que sufran soledad podría ser menor.

Aquí cabe mencionar dos teorías más con mensajes opuestos. Por un lado, hay autores que creen que la evolución de las sociedades, cada vez más individualistas, conllevará que nos convirtamos, todas y todos, más como los nórdicos, es decir, personas más independientes, con más recursos personales y más educación emocional, con menos expectativas para con los demás y, por lo tanto, nos vamos a sentir menos solos. Por el contrario, el sociólogo Zygmunt Bauman, quien también parte de la premisa de que la sociedad es cada vez más individualista, asocia al fenómeno unas consecuencias del todo distintas. Bauman sostiene que estamos perdiendo la comunidad. Nos dice que la soledad es el mayor miedo que tenemos en esta era individualista. Las redes sociales que nos proporcionan las nuevas tecnologías son un falso sustituto de la comunidad. La sensación de control en las redes, de poder añadir y eliminar a las personas, nos hace creer que estamos menos solos. Sin embargo, lo que ocurre es que estamos perdiendo las habilidades sociales reales que requieren de las interacciones cotidianas, como mantener diálogos incluso con personas que piensan de forma diferente o saber convivir con las controversias. Las redes nos encierran en zonas de confort donde oímos tan solo el eco de nuestra propia voz. Así pues, son herramientas útiles y placenteras pero que a su vez son también una trampa.

Está muy bien estudiado y establecido que la soledad incrementa el riesgo de sufrir enfermedades mentales y físicas y aumenta la mortalidad y el uso de recursos sociales y sanitarios, el ingreso en residencia inclusive. Sus efectos son comparables al tabaco y a la falta de actividad física. Además, es muy frecuente la coexistencia de la soledad con sintomatología depresiva, ansiedad y problemas de sueño y sus respectivos tratamientos con psicofármacos. Todavía no sabemos cuántos de estos tratamientos son estrictamente necesarios, y hasta qué punto las intervenciones psicosociales podrían hacer ahorrárnoslos. ¿Estamos medicalizando la soledad, la viudez, la falta de comunicación? No faltan razones para entender que a los centros de atención primaria de salud acuden personas con malestares emocionales relacionados con los propios procesos vitales que requieren un abordaje global y en el que los recursos de la comunidad pueden ser de gran utilidad. Bajo esta idea se amparan los programas de prescripción social que actualmente se están potenciando desde el Institut Català de la Salut y el Departamento de Salud de la Generalitat.

Foto: Vicente Zambrano

Jugando al billar en el Espai de Gent Gran Sant Antoni, en el jardín de interior de manzana Càndida Pérez, en el barrio de Sant Antoni. Los estudios demuestran que la formación de grupos de amigos entre personas mayores y el fomento de las actividades conjuntas permiten mejorar la calidad de vida y reducir la mortalidad y el uso de recursos asistenciales.
Foto: Vicente Zambrano

La prescripción social, denominación altamente criticada tanto por la parte de “prescripción” como por la de “social”, equivalente a “recomendación de activos” o “derivación a la comunidad”, es un medio que permite a los profesionales de la salud aconsejar servicios locales y comunitarios no clínicos para mejorar la salud y el bienestar de las personas. Ciertamente, se trata de un mecanismo cuyo objetivo es no tratar farmacológicamente malestares emocionales como la soledad. En este mismo sentido, el Ayuntamiento de Barcelona ha elaborado un mapa de activos de la ciudad, accesible en línea, y posee una larga trayectoria de defensa de iniciativas y entidades que promueven el apoyo social y el bienestar emocional de las personas.

Estos programas se enmarcan en el fuerte resurgimiento de la atención de la salud comunitaria desde los centros de atención primaria. En estos procesos, los equipos de salud realizan diagnósticos locales de las necesidades de forma participativa, y la soledad de las personas mayores es una de las necesidades que más a menudo se identifica y se prioriza. Pero la soledad no es una enfermedad y cualquier intervención en el ámbito sanitario ha de procurar la no medicalización de esta condición humana.

Aproximación social e individual

La soledad requiere de una aproximación social e individual. El estudio con mayor rigor metodológico para reducir su incidencia se llevó a cabo en Finlandia (Pitkälä, 2010). Se promovió la creación de grupos de amigos entre personas mayores que se sentían solas y que compartían ámbitos de interés y se fomentaron las actividades conjuntas. De este modo se consiguió una mejora de calidad de vida y una disminución de la mortalidad y del uso de recursos asistenciales. El resultado fue positivo desde el punto de vista de la relación coste-efectividad. Este modelo de intervención se ha implementado en todo el país.

Desde la Fundación Salud y Envejecimiento UAB aplicamos un modelo inspirado en el finlandés aunque adaptado a nuestro entorno (L. Coll i Planas, 2017). Promovimos localmente programas de apoyo y de participación social de personas que se sentían solas. Las respuestas fueron diversas. Hubo mujeres que hicieron amigas por primera vez y dejaron de sentirse solas; otras personas se sintieron menos solas. Por último, la soledad que las mujeres atribuían a la viudez resultó difícil de paliar, aunque se hallaron mejoras en otros aspectos. También explicaban que, gracias a la intervención, el barrio les parecía más amigable; las personas que se habían conocido se encontraban, se saludaban y se interesaban por los respectivos estados de salud. En conjunto, nos explicaron que habían recuperado la sensación de que “la vida vale la pena vivirla”.

En definitiva, la soledad está aquí, en nuestra ciudad, en los barrios, en la escalera de vecinos y en nuestras vidas individuales… ¿Cómo queremos convivir con ella?

Referencias

1 – Dykstra, P. A. “Older adult loneliness: myths and realities”. Eur J Ageing. 2009; 6 (2): 91-100, doi: 10.1007/s, 10433-009-0110-3.

2 – Sundström, G.; Fransson, E.; Malmberg, B.; Davey A. “Loneliness among older Europeans”. Eur J Ageing. 2009; 6 (4): 267-275, doi: 10.1007/s, 10433-009-0134-8.

3 – Pitkälä, K. H.; Routasalo, P.; Kautiainen, H.; Tilvis R. S. “Effects of psychosocial group rehabilitation on health, use of health care services, and mortality of older persons suffering from loneliness: a randomized, controlled trial”. J Gerontol A Biol Sci Med Sci. 2009; 64 (7): 792-800, doi: 10.1093/gerona/glp011.

4 – Tesis doctoral en Salud Pública de la UAB. “Solitud, suport social i participació de les persones grans des d’una perspectiva de la salut.” Laura Coll i Planas, mayo de 2017.

5 – Bauman, Z.; Donskis, L. Moral Blindness: The Loss of Sensitivity in Liquid Modernity. Wiley, abril de 2013.

Laura Coll i Planas

Médica. Doctora en Salud Pública. Responsable de investigación de la Fundación Salud y Envejecimiento UAB

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