En la cárcel Huertas fue bibliotecario. Guardaba un lacerante recuerdo de cuando llevó un libro a Txiki, que un día más tarde se convertiría en el último ajusticiado del franquismo.
Han pasado muchos años desde el encarcelamiento de Josep Maria y la memoria es flaca. Pero intentaré resumir algunos aspectos de lo que recuerdo con más claridad.
Tuvimos la suerte de contar con Agustí de Semir y su esposa, Conxa. Agustí fue el padre, el amigo, el abogado, el estratega, el conocedor de las maneras del régimen franquista porque había sido militar, y cuando salió del Ejército se convirtió en un gran luchador por los derechos humanos, junto con Conxa. Me reunía con ellos cada mañana. A menudo nos acompañaba Josep Maria Prochazka, presidente de la Asociación de Vecinos del Poblenou. Aunque oficialmente el abogado de Josep Maria era el penalista de la Asociación de la Prensa Octavio Pérez Vitoria, nosotros organizábamos todo tipo de gestiones y contactos para encarrilar su defensa, no tan solo jurídicamente, sino sobre todo en el ámbito personal, para evitar que él se hundiera del todo y colaborar con el movimiento ciudadano y periodístico que se produjo.
El golpe más fuerte llegó cuando un periódico del Movimiento publicó una información con un titular en el que se afirmaba que “cuatro monjas y Huertas Clavería, contactos en Barcelona del asesino de Carrero Blanco”. Una de las decisiones que tomamos fue que yo publicase en los medios de comunicación una carta en la que se explicaba la realidad, que no fue otra que haber dado de cenar a un muchacho que venía del País Vasco y que buscaba alojamiento. Así quedó desmontada la trama propagandística y oportunista del régimen, que intentaba relacionar a Josep Maria con ETA.
Yo pude inscribirme como segundo abogado suyo, y eso fue importante, porque me permitía visitarle diariamente en la prisión. En aquella época no había vis a vis, y siempre nos veíamos a través de una ventana con barrotes de hierro y un plástico con agujeritos, sucio y rayado, y un olor muy desagradable. A partir de octubre compartió la celda con el médico Jordi Roca y el ex monje de Montserrat Quico Bofill. Yo les entraba cada día la comida del Bar Modelo, situado frente a la prisión, y los tres la compartían. Guardo muy buen recuerdo de la pareja que llevaba el bar, un pareja muy progresista y agradable, y hay que decir que cocinaban muy bien y abundante. Nos vimos con ellos varias veces después de que Josep Maria saliera de prisión.
Tan solo una vez Josep Maria quiso que nuestro hijo, Guillem, que estaba a punto de cumplir dos años, entrase a visitarle, y se negó a repetirlo porque era demasiado penoso. No me dejaron entrar con el niño y una monja lo acompañó hasta el lugar destinado para que lo viese su padre.
Para él fue importante que el “maestro” de la prisión le concediera ser bibliotecario, y así pudo dedicar mucho tiempo a organizar la biblioteca y a repartir libros a los presos. Me explicó cómo le impactó el día en que le fue a llevar libros a Txiki: cogió uno titulado Te veré en el infierno y le dijo que ya no iba a necesitar más. Lo ejecutaron al día siguiente.
La otra oportunidad de mantenerse activo le surgió al obtener los permisos para trabajar en la colección Tots els barris de Barcelona. Él desde dentro de la cárcel, Jaume desde fuera y yo buscando todo el material que Josep Maria me iba pidiendo formamos un equipo muy efectivo. Yo entraba y sacaba todo el material que pasaba de Josep Maria a Jaume y a la inversa: libros, galeradas, apuntes, recortes, periódicos…, usando los conductos reglamentarios.