Rosa de Sant Jordi

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La versión catalana de la leyenda de Sant Jordi cuenta que después de un encarnizado combate entre el caballero y el dragón, la bestia cayó atravesada por el afilado acero y que de las gotas de sangre que caían en el suelo nació un rosal que florecía con profusión cada mes de abril. Esta es la explicación que la tradición oral da a la costumbre de regalar rosas por el Día de Sant Jordi, el 23 de abril.

Leyendas y relatos imaginarios aparte, sabemos que la tradición de obsequiar con rosas a las enamoradas viene de lejos. El vínculo de Sant Jordi con el mundo de la caballería y el amor cortés puede haber sido el germen de la tradición. También sabemos que en el siglo XV se celebraba en Barcelona la llamada Fira dels Enamorats y que en torno al Palacio de la Generalitat se instalaban vendedores de esta flor. Al mismo tiempo, ya era costumbre obsequiar con una rosa a las mujeres que asistían a la eucaristía oficiada en la capilla de Sant Jordi del palacio. Y, finalmente, hay quien dice que la costumbre de regalar rosas tiene raíces romanas, concretamente en las fiestas en honor a la diosa Flora, que más tarde fueron cristianizadas.

En el universo simbólico, la rosa de color rojo, color de la pasión, es la flor del amor femenino, mientras que el clavel queda reservado al amor masculino. La ornamentación de la rosa, por Sant Jordi, también es bastante curiosa y se mezclan elementos de procedencias distintas. Por una parte, el amor femenino representado por la rosa de pétalos rojos, aterciopelados y frágiles, y a veces acompañada de una espiga que representa la fecundidad, suscita una interpretación muy antigua de las semillas de cereal. Pero también hay quien hace una lectura más prosaica y lo relaciona con la llegada del buen tiempo. Por otra parte, la flor de Sant Jordi también suele ir adornada con elementos que evocan la catalanidad, como lazos o cintas con la señera, que recuerdan el contenido reivindicativo de la festividad.

Actualmente, las floristerías, las esquinas, las avenidas, las calles, las plazas... se convierten en puntos de venta y distribución de miles y miles de rosas que se regalan a las enamoradas y los enamorados, tal como marca la tradición, pero también a amigos, amigas, padres, madres, compañeros de trabajo, clientes, etc. Porque esta flor ha rebasado el significado originario del amor y se ha convertido también en un obsequio de cortesía y de amistad. Como puede verse, la rosa se ha convertido en la protagonista de la fiesta, hasta el punto de que la producción nacional no abarca la demanda, de manera que se tiene que recurrir a la importación desde otros lugares del mundo muy lejanos.