La obesidad como epítome de la precarización

Il·lustració © Riki Blanco

A pesar de que se producen alimentos en cantidad suficiente para satisfacer las necesidades de toda la población, las desigualdades en el acceso hacen que un tercio de lo que se produce se malgaste mientras hay gente que pasa hambre o sufre malnutrición. La inseguridad alimentaria crece al mismo tiempo que se extiende la epidemia global de obesidad y sobrepeso. La precariedad económica se ha revelado como un claro factor de riesgo.

Anualmente, una tercera parte de los alimentos producidos en el mundo se desperdicia, mientras que una de cada diez personas sigue sin tener comida suficiente. De hecho, la malnutrición y, simultáneamente, la pérdida y desperdicio alimentario son fenómenos contrapuestos que coexisten en un mundo donde los recursos ecológicos que soportan las demandas de la industria agroalimentaria son cada vez más limitados.[1]

La emergencia sanitaria provocada por la COVID-19 ha puesto nuevamente de manifiesto la fragilidad de este sistema. En algunos países, las colas de miles de personas en las puertas de los comedores sociales han ido a la par de la interrupción de la cadena de suministro alimentario por parte de los agricultores, obligados a destruir millones de quilos de verduras y hortalizas o litros de leche ante la caída de la demanda y la consiguiente bajada de precios. Si, como se sostiene ampliamente, la producción de alimentos es suficiente para alimentar a toda la población mundial, ¿por qué persiste la inseguridad?, ¿por qué las penurias forman parte de la sobreabundancia y qué correspondencias existen con la emergencia de nuevas enfermedades?

Existe una estrecha relación entre dos fenómenos que durante los últimos años han aumentado en España: la obesidad y la inseguridad alimentaria. Ambos responden a profundos cambios en los entornos y las formas de vida, pero, particularmente, a la desigualdad social provocada por el impacto de la creciente precarización.[2]


[1] Programa Mundial de Alimentos. 2019. https://es.wfp.org/panorama.

[2] Gracia-Arnaiz, M. “Eating issues in a time of crisis: Re-thinking the new food trends and challenges in Spain”. Trends in Food Science & Technology. DOI, 2021..

La distribución social de la obesidad: ¿un problema de peso?

Considerada como el resultado directo de dietas hipercalóricas y de un gasto energético insuficiente, la obesidad se entiende como una aflicción causada por la rápida transformación tecnológica y socioeconómica que ha tenido lugar en muchos países, incluidos los de bajos ingresos. La globesidad es el término utilizado para referir el carácter epidémico y las consecuencias globales de dichas transformaciones en el aumento del exceso de peso corporal y las comorbilidades asociadas, tales como la diabetes tipo 2, la enfermedad coronaria o la hipertensión.[1] Según la OMS, en 2016 más de 1900 millones de personas adultas tenían sobrepeso y 690 millones padecían obesidad.[2]

Tratando de mitigar sus efectos en la salud, y con la convicción de que la obesidad es evitable, la OMS elaboró hace 17 años la Estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud, una herramienta para guiar a los estados miembros en sus esfuerzos por prevenir las enfermedades crónicas mediante la promoción de dietas saludables y actividad física. En 2005, España diseñó la Estrategia NAOS, un plan multisectorial que considera que los cambios habidos en los estilos de vida son la principal causa del incremento de la obesidad. “Comer mejor y moverse más” han sido las coordenadas ideológicas de las acciones llevadas a cabo para tratar de mejorar la salud.

En los últimos años, sin embargo, los organismos internacionales han destacado la relevancia de otros factores micro y macroambientales más allá del énfasis en la dieta y el ejercicio. Es el caso, entre otros, del aumento del precio de la comida, la reformulación de alimentos y bebidas, o el acceso a la vivienda y el empleo digno.

Se ha sugerido que los efectos de esta reciente crisis han contribuido al aumento de la obesidad, planteando las dificultades financieras como un factor de riesgo. Por término medio, uno de cada seis adultos de los estados miembros de la UE era obeso en 2012, frente a uno de cada ocho en 2002. En España, según la Encuesta Nacional de Salud (ENSE, 2017), la tasa de obesidad en la población adulta alcanzó el 17,43%.


[1] Legetic, B., Globesidad, epidemia del siglo xxi.      

[2] Organización Mundial de la Salud. Obesidad y sobrepeso. Junio de 2021..

Si bien las encuestas muestran que la obesidad afecta a todos los grupos sociales, la prevalencia es mayor entre las personas con menos recursos y menor nivel educativo, especialmente en mujeres; la obesidad y el sobrepeso aumentan en función de la condición socioeconómica de la persona entrevistada. Respecto a los menores, el informe Aladino de 2020 revela que, mientras que el 23,2% de niñas y niños de familias con rentas inferiores a 18 000 euros brutos anuales presenta obesidad, en las familias con rentas superiores a 30 000 euros afecta solo al 11,9%.[1]

Según la encuesta estatal, lo mismo ha ocurrido con la actividad física. Casi la mitad de las personas con menos ingresos (46,7%) tienen un estilo de vida sedentario, mientras que la cifra es del 24,3% entre las que más ganan. Los desempleados con menor formación académica también hacen menos deporte.

A la luz de estos informes y cifras, una doble paradoja converge en la agenda sanitaria y política española. Por un lado, llama la atención que la prevalencia de la obesidad siga aumentando, habiéndose puesto en marcha un sinfín de iniciativas preventivas y protocolos para el diagnóstico precoz. Por otro lado, sorprende que sobre el papel se haya reconocido su gradiente social sin que hayan trascendido medidas específicas en la mayoría de las intervenciones o acciones preventivas.


[1] La Moncloa. Septiembre de 2020.

Inseguridad alimentaria en tiempos de crisis

La obesidad refleja un problema de desigualdad social que a menudo se acompaña de situaciones de inseguridad alimentaria. Entre las personas con menos recursos, los patrones de consumo de alimentos están limitados en variedad, calidad y frecuencia. Además, la crisis económica mundial iniciada en 2008 ha tenido consecuencias negativas en la seguridad alimentaria hasta el día hoy. La estimación más reciente para 2019 muestra que el hambre en el mundo está en aumento desde 2014 y afecta a 690 millones de personas.[1] En España, de acuerdo con los informes anuales de la FAO, las personas en situación de inseguridad alimentaria han pasado de 600 000 a 700 000 en solo un año, lo que significa que no pueden acceder de forma regular y autónoma a una comida suficiente, saludable y culturalmente aceptable.

Aunque las cifras macroeconómicas mejoraron entre 2015 y 2019 en aspectos relativos a la tasa de desempleo y crecimiento, las condiciones de vida han cambiado significativamente para muchas personas. La calidad del empleo ha empeorado desde la gran recesión, con más contratos temporales y salarios más bajos que impiden a muchos trabajadores salir de la pobreza.[2] De hecho, el número de personas empleadas en riesgo de pobreza en España ha pasado del 10,9% en 2010 al 12,7% en 2019, lo que supone un incremento del 16%, cuatro puntos porcentuales por encima de la media de la Unión Europea.


[1] Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. “Hambre e inseguridad alimentaria”.

[2] Fernández, D. Los salarios en la recuperación española. 2017.

Esta creciente precarización ha tenido consecuencias en diferentes ámbitos de la vida cotidiana, especialmente en la alimentación. Algunos autores señalan la pérdida del poder adquisitivo como la principal causa que explicaría la evolución del consumo de ciertos productos, especialmente los más baratos y menos saludables, y también del descenso del gasto de alimentación extradoméstico.[1] Uno de los impactos más notables del empobrecimiento se concreta en las dificultades que las personas afrontan cuando tratan de cubrir las necesidades básicas, lo que se refleja en los indicadores recogidos en la Encuesta de condiciones de vida (ECV). En plena crisis, el 16,9% de los hogares manifestaron que era muy difícil llegar a final de mes, un 3,4% más que en 2012, mientras que el 27% no se podía permitir una comida a base de carne, pollo o pescado cada día.[2]

En la actualidad, la emergencia sanitaria por la pandemia ha provocado una nueva crisis. De hecho, las solicitudes de ayuda alimentaria a los servicios sociales y a las organizaciones humanitarias se han multiplicado en todas las ciudades españolas. En Barcelona, las prestaciones realizadas por el Ayuntamiento en 2020 se han cuadriplicado respecto al año anterior. También en lo que va de año el número de personas que acude a los Bancos de Alimentos casi se ha duplicado: si a principios de 2020 había 1 050 000 beneficiarios, según datos de FESBAL (Federación Española de Bancos de Alimentos), en 2021 la cifra alcanza los 1,8 millones de personas. Por su parte, casi la mitad de las familias atendidas por Cáritas en 2021 han sido incapaces de llevar una alimentación adecuada debido a problemas económicos, con efectos en la salud física y el bienestar.

Diversos estudios realizados en España indican que las personas que sufren una significativa, y muchas veces inesperada, disminución de ingresos, reducen gastos en todas las áreas, incluso en la alimentación.[3] Esta reducción puede alcanzarse minimizando las sobras, incrementando la compra de productos más baratos, priorizando el precio como principal criterio para seleccionar y preparar los platos, o saltándose comidas. La precarización disminuye las oportunidades de obtener alimentos de forma regular y autónoma, lo que ha llevado a que reaparezcan expresiones como “escasez”, “comer lo que se puede y lo que se consigue” o “saltarse la comida”.


[1] Antentas, J.M. y Vivas, E. Impacto de la crisis en el derecho a una alimentación sana y saludable. 2014.

[3] Díaz-Méndez, C. Discursos sobre la escasez: estrategias de gestión de la privación alimentaria en tiempos de crisis. 2018.

Il·lustració © Riki Blanco Il·lustració © Riki Blanco

Redefiniendo retos, repensando la alimentación

Parece difícil revertir los fenómenos apuntados aquí sin aplicar políticas específicas que transformen factores clave de carácter económico, sanitario y social. Dado que la pobreza tiene un efecto algo más que leve en la salud, habría que comprobar si el progresivo aumento de la desigualdad en España ha influido en la prevalencia de la obesidad y si ello puede relacionarse, como ha sucedido en otros países, con formas específicas de privación material.

Por un lado, la inseguridad alimentaria se ha visto como un problema de personas que no pueden cubrir sus necesidades básicas, por lo que las administraciones han defendido la distribución de alimentos como la solución más rápida y sencilla. El mapa de la ayuda alimentaria en España se ha extendido y fragmentado aún más con el impacto de la pandemia, potenciando una nueva economía de la caridad encargada de distribuir bienes básicos a las personas que viven en situación de precariedad. Sin embargo, la ayuda alimentaria contribuye a satisfacer las necesidades básicas, pero al mismo tiempo desvía la presión social sobre el Estado y hace que los beneficiarios de estas prestaciones sean cada vez más dependientes de los recursos proporcionados por las organizaciones.

Por su parte, la obesidad ha sido vista como una cuestión principalmente comportamental, derivada de actitudes irreflexivas por parte de quienes la padecen y/o de su falta de voluntad o conocimiento nutricionales, que podría evitarse comiendo mejor y moviéndose más. El diagnóstico presentado alude a profundos cambios en las maneras de vivir que nadie duda que hayan ocurrido en España, pero no se conoce bien en qué medida han repercutido en la salud y si esta influencia ha sido necesariamente negativa. Los estilos de vida no deben reducirse al determinismo comportamental ni a las conductas como acciones aisladas, diferenciadas del contexto y de los condicionantes que sustentan y dan salida a las prácticas sociales.

A pesar de la creciente globalización, la obesidad no tiene los mismos efectos en todo el mundo. Ni todos los gordos están enfermos ni todos los que lo están comen mal. La incidencia de la obesidad es muy desigual, respondiendo a diferencias intra e interculturales. Lo mismo ocurre con la inseguridad alimentaria. Y no solo porque las oportunidades de alimentarse y gestionar la salud difieren mucho según las variables analizadas aquí, sino también porque las prácticas alimentarias dependen de otros factores micro y macroestructurales, como el empleo, los horarios de trabajo, el precio de los alimentos, el acceso a la vivienda o la desigualdad de género. Las exigencias cotidianas a las que se enfrentan las personas vulnerabilizadas por las políticas de austeridad acentuadas durante las crisis no han permitido una mejor alimentación, al menos no en la medida que desearían las autoridades sanitarias, porque para cambiar de dieta es necesario cambiar de vida, lo que no solo es difícil, sino que puede llegar a ser imposible para muchas personas.

Referencias bibliográficas
Antentas, J.M. y Vivas, E. “Impacto de la crisis en el derecho a una alimentación sana y saludable”. Informe SESPAS 2014. Gaceta Sanitaria 28 (Supl. 1): 58-61. 2014.
Deaton, A. “What does the empirical evidence tell us about the injustice of health inequalities?”. Eyal, N. et al. (eds.) Inequalities in health: concepts, measures and ethics. Oxford University Press, Oxford, 2013.
Díaz-Méndez, C. et al. “Discursos sobre la escasez: estrategias de gestión de la privación alimentaria en tiempos de crisis”. Empiria. Revista de metodología de ciencias sociales, (40), p. 85-105. 2018.
FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF. El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020. Transformación de los sistemas alimentarios para que promuevan dietas asequibles y saludables. FAO, Roma, 2020.
Fernández, D. “Los salarios en la recuperación española”. Cuadernos de Información Económica, 260: 1-12. 2017.
Gracia-Arnaiz, M. “Eating issues in a time of crisis: Re-thinking the new food trends and challenges in Spain”. Trends in Food Science & Technology. DOI, 2021. http://ow.ly/3AIF50FxdM7.
Legetic, B. “Globesidad, epidemia del siglo xxi”. Medwave, 4 (11): 2578. 2004.
Riches, G., Silvasti, T. (eds.). First World Hunger Revisited: Food Charity or the Right to Food. Palgrave Macmillan, Londres, 2014.
Warde, A. Consumption, Food & Taste: Culinary Antinomies and Commodity Culture. Sage Publications, Londres, 1997.

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  • Comemos lo que somos: reflexiones sobre cuerpo, género y saludIcaria, 2015
  • Somos lo que comemos: estudios de alimentación y cultura en EspañaAriel, 2008

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