David Bueno i Torrens: “Somos la única especie artista capaz de aprovechar el arte para entender el entorno, para comunicar ideas y para innovar”
Recientemente galardonado con el Premio Josep Pla por su ensayo de divulgación científica El arte de ser humanos, David Bueno ha centrado su carrera en la intersección entre la genética y la neurociencia. Nos explica por qué nuestra especie podría haberse llamado “Homo artisticus” por su capacidad única de generar y utilizar las artes, entendiendo la ciencia como una de ellas.

David Bueno i Torrens es biólogo, profesor e investigador en la Universidad de Barcelona, especializado en genética, neurociencia y evolución. Es un reconocido divulgador científico con una larga trayectoria en la comunicación de la ciencia a través de libros, artículos y colaboraciones en medios de comunicación. Ha escrito diversas obras sobre neuroeducación y ciencia del comportamiento humano, acercando el conocimiento científico a la sociedad de manera clara y rigurosa. Ha sido galardonado con el Premi Josep Pla 2025 por el ensayo El arte de ser humanos, convirtiéndose en el primer libro de divulgación científica que recibe este reconocimiento.
¿Cómo fue tu camino desde el estudio de la genética del desarrollo y la neurociencia hacia la divulgación científica?
Siempre me había interesado, desde joven, la divulgación científica. De hecho, tengo un montón de libros de cuando era adolescente sobre divulgación del espacio, la naturaleza, las matemáticas, la física… Por tanto, de alguna forma, ya me gustaba desde un principio. Me apasionaba la ciencia no solo como científico, que es a lo que me dedico ahora profesionalmente, sino también como divulgador, como una herramienta para transmitir a la sociedad todos aquellos descubrimientos que se van produciendo. Porque, en el fondo, estos descubrimientos repercuten en la sociedad, en las personas, en el funcionamiento de nuestro entorno. Empecé con la genética del desarrollo porque me interesaba mucho y, en el momento en que tuve la oportunidad, incluí también la divulgación científica como parte de mi día a día.
La genética y la neurociencia tienen un papel central en la comprensión de la conducta humana. ¿Qué descubrimientos recientes te parecen más relevantes para entender cómo pensamos y actuamos?
Algunos de los descubrimientos recientes que considero más relevantes son, por un lado, la influencia de los genes en la conducta humana, en nuestros programas genéticos; pero se trata de una influencia, no de un determinismo genético. Es decir, los genes marcan predisposiciones en nuestro carácter: predisposiciones a ser más empáticos o más creativos o más inteligentes o más impulsivos o más reflexivos… en definitiva, cualquier característica mental que podamos imaginar. Siempre hay un trasfondo genético que hace que haya personas más o menos predispuestas.
Sin embargo, lo que para mí es importante es que nuestro cerebro, que es un órgano plástico y maleable (y aquí conecto la genética con la neurociencia), se va construyendo con las experiencias que vamos teniendo, con la vida que llevamos. Incluso con los pensamientos que tenemos. De modo que un entorno que favorezca, por ejemplo, la creatividad, hará que personas que genéticamente estén menos predispuestas acaben siendo mucho más creativas que otras que, a pesar de tener una mayor predisposición genética, viven en un ambiente familiar, escolar o social que les “ampute” o limite esa creatividad.
Y lo mismo podríamos decir de la sociabilidad, de la empatía, de cualquier otra característica mental. Para mí, esta conjunción entre genética y plasticidad cerebral es uno de los hallazgos más relevantes para entender cómo pensamos y actuamos y, además, para descubrir cómo podemos optimizar nuestros sistemas educativos.
En tu último libro, El arte de ser humanos, exploras qué nos hace humanos desde una perspectiva científica. ¿Cuáles son los principales elementos que definen nuestra esencia como especie?
En este último libro, me planteo precisamente qué es lo que nos hace humanos desde una perspectiva científica. Como especie biológica, nos hemos llamado (auto llamado) Homo sapiens, que significa “las personas que piensan” o “que pueden adquirir conocimientos”. Y eso es completamente cierto, pero no somos la única especie que piensa, ni la única que puede adquirir conocimientos. Muchos otros mamíferos, y especialmente los demás primates, también adquieren conocimientos del entorno y adaptan su comportamiento a estos conocimientos que van adquiriendo.
No es exclusivo de nuestra especie eso de ser “sapiens”. Lo tenemos en un grado extraordinariamente más alto que cualquier otra especie, sin duda, pero no nos hace únicos. Lo que sí nos hace únicos es el arte. Somos la única especie artista capaz de generar arte, de graduar el arte, de aprovechar el arte para entender el entorno, para comunicar ideas, para innovar. Somos la única especie que existe en toda la Tierra —de la que tengamos constancia en registros pictóricos, fósiles, etc.— capaz de generar arte. Por eso, en el libro juego con la palabra apócrifa, en el sentido de que no es canónica, y sugiero que quizá deberíamos llamarnos Homo artisticus. Está bien Homo sapiens, pero la idea sería esa. El arte nos hace humanos porque no seríamos humanos sin el arte. Somos como somos, pensamos como pensamos, innovamos como innovamos porque tenemos el arte y generamos arte.
Por cierto, dentro de las artes —además de las convencionales artes plásticas, musicales, escénicas, etc.— yo incluyo también la ciencia y la filosofía, porque en el cerebro actúan de una forma muy similar y, por tanto, pienso que también forman parte de ese bagaje artístico de la humanidad.
Además de científico, eres profesor universitario. ¿Qué es lo que más te gusta de la docencia y cómo crees que ha evolucionado la forma de enseñar ciencia?
Lo que más me gusta de la docencia es poder compartir conocimientos con mis estudiantes. Y digo “compartir”, no digo “transmitir”, porque lógicamente transmito conocimientos, pero ellos también me los transmiten a mí. Estar con estudiantes de 18, 20, 25 años, a quienes doblo la edad, es un enriquecimiento para mí. Me permite ver mucho mejor cómo es la sociedad actual a través de lo que ellos y ellas también me enseñan. Y eso es lo que más me gusta: compartir conocimientos con ellos y ellas.
La forma de enseñar ciencia ha cambiado en un aspecto que para mí es fundamental. Hace unas décadas, las cosas se enseñaban y se debían aprender de memoria y porque sí, sin mucho razonamiento. Y ahora, donde ponemos más énfasis es en el razonamiento. Eso no quiere decir que no haya que aprender cosas (claro que hay que aprender, y muchas, a cualquier edad), pero no “porque sí”. Hay que aprenderlas para poder aplicarlas de forma contextualizada, de forma competencial —como se dice en el ámbito educativo— a contextos nuevos, dinámicos y cambiantes. Y es esa conjunción, ese equilibrio entre aprender cosas y saber aplicarlas, lo que nos da la máxima potencia dentro del sistema educativo.
Muchos de tus libros abordan la neuroeducación y cómo aprende el cerebro. Hablas de la importancia de la educación y el entorno en el desarrollo humano. ¿Qué podemos hacer para potenciar las capacidades innatas de las personas desde la educación y la sociedad?
Hay varias cosas que podemos hacer para potenciar las capacidades innatas de las personas desde la educación y en la sociedad. La primera es respetar los ritmos de crecimiento. A cada edad, el cerebro puede adquirir una serie de conocimientos y no otros. Es difícil decir exactamente a qué edad suceden determinadas cosas porque cada persona madura a su ritmo. Pero, por ejemplo, no se puede aprender a leer con 3 años, aunque sí hay algún niño o niña que aprende a leer solo a esa edad, pero son una minoría. La edad adecuada, en términos de maduración cerebral, está entre los cinco y siete años. Si nos adaptamos a su ritmo madurativo, no solo lo aprenderán mejor, sino que además lo disfrutarán más. Por tanto, el primer elemento a tener en cuenta es respetar esos ritmos madurativos.
En segundo lugar, hay que establecer siempre vínculos de confianza con las personas de nuestro entorno y con nuestro alumnado. Aprendemos de quien confiamos y no queremos saber nada de quien nos genera desconfianza, por si acaso. Confiar en ellos y ellas hará que ellos y ellas confíen más en nosotros, y todo lo que les expliquemos tendrá mucha más incidencia.
Y, por último (aunque habría muchos más, pero no quiero extenderme), el tercer elemento sería, para mí, dejar que hagan aquello que pueden hacer por sí mismos, es decir, no sobreprotegerlos. Debemos mantener un buen vínculo emocional, como decía antes, pero sin ningún tipo de sobreprotección. Todo aquello que puedan hacer por sí mismos, deben hacerlo por sí mismos, porque es la manera de ir construyendo su propia personalidad de forma empoderada, de aprender a superar las dificultades de la vida (que las hay), a ser resilientes. Creo que el conjunto de estas tres cosas, y sin duda muchas más, nos permitirá potenciar aún más las capacidades innatas en el ser humano.
¿Qué papel tiene la ciencia en nuestro desarrollo como seres humanos, tanto a escala individual como de especie? ¿Qué papel tiene la IA dentro de este desarrollo humano?
La ciencia, como el resto de las artes, tiene un papel fundamental. Es un aspecto creativo de la especie humana que implica abstracción. Las teorías científicas necesitan abstracción; desarrollar nuevas herramientas o procesos exige que hagamos abstracción de lo que ya sabemos y lo proyectemos hacia ideas que no son tangibles cuando las formulamos por primera vez. Y esto implica flexibilidad: para adaptarnos a los cambios o para planificar diferentes opciones ante una misma situación.
¿Qué papel tiene la inteligencia artificial en este desarrollo? Pues bien, es fruto de este desarrollo científico humano. Ha nacido de los avances que se han ido logrando y es una herramienta potente, muy poderosa, que creo que podemos utilizar muy bien. El problema aparece cuando no se utiliza bien. Es decir, cuando hablamos de una inteligencia artificial no adaptada. No tiene que resolver nuestros problemas, ni nuestras dudas, ni hacer el trabajo por nosotros. Es una herramienta que nos ofrece información para que, de forma crítica y reflexiva, la utilicemos, filtrándola según nuestras necesidades, según el contexto del momento, y la ampliemos, la completemos y descartemos todo aquello que no sea correcto, ya que siempre hay cosas que no lo son.
¿Hace falta creatividad para hacer ciencia?
Por supuesto que sí. La creatividad parte de los conocimientos que ya tenemos y permite combinarlos de nuevas maneras para avanzar, para proponer nuevas formas de hacer cualquier cosa. Todas las artes necesitan creatividad para avanzar. Pero la creatividad se nutre de lo que ya sabemos para combinarlo de forma distinta. No podemos ser creativos si no sabemos nada. Hay que aprender, pero hay que hacerlo de forma dinámica y flexible precisamente para potenciar esta creatividad.
Sobre el equilibrio entre biología y cultura: ¿cómo interactúan estos dos factores en nuestra forma de ser y de evolucionar como sociedad?
Biología y cultura se interrelacionan constantemente y son lo que acaba definiendo cómo somos. Hay un peso de la biología, y también un peso de la cultura. Esto se relaciona con lo que decíamos antes, entre genética y neurociencia. Decía: nuestra genética nos da unas condiciones, pero es el entorno que encontramos —el educativo, el social, el cultural— lo que permite que expresemos el potencial que llevamos dentro o que lo escondamos, lo cerremos o lo mutilemos. Son estos dos factores los que influyen en nuestra manera de ser y, por tanto, en cómo nos desarrollamos como sociedad.
Vivimos en una época de grandes avances tecnológicos y científicos, pero también de desinformación. ¿Cómo podemos fomentar una sociedad más crítica y con más cultura científica?
Para fomentar una sociedad más crítica y con más cultura científica, pero también humanística y artística, creo que todos deberíamos tener un nivel cultural mínimo en estos tres ámbitos. Hay que trabajarlo durante toda la infancia, adolescencia, juventud… durante toda la etapa de adquisición de aprendizajes. De hecho, estamos aprendiendo durante toda la vida. Se trata de fomentar espacios donde podamos reflexionar sobre lo que estamos aprendiendo, sobre lo que hacemos. Vivimos en una sociedad acelerada, que no nos permite reflexionar porque no tenemos tiempo, y porque reflexionar es una actividad mental que consume mucha energía. Y si no tenemos tiempo, dedicamos nuestra energía metabólica a otras cosas. Por eso, tanto en la educación como, quizá, en la vida adulta, necesitamos buscar momentos de estímulo, pero también de tranquilidad, de pausa, para pensar sobre lo que aprendemos, lo que hacemos, cómo podríamos modificarlo, sobre la información que recibimos… para aprender desde una visión crítica y reflexiva a distinguir lo más posible entre lo que es veraz y lo que es falso, entre información y desinformación.
‘El arte de ser humanos’ ha sido el primer ensayo de divulgación que gana el Premi Josep Pla. ¿Dirías que este reconocimiento puede marcar un punto de inflexión y abrir más espacio para la ciencia en el panorama literario catalán?
Ciertamente, una de las cosas que más ilusión me ha hecho al ganar el Premi Josep Pla es que se trata del primer ensayo científico que recibe este galardón. Para mí, es un reconocimiento importantísimo al papel clave que tiene la divulgación, el ensayo, en nuestra cultura. En este caso, un ensayo científico. Pero el ensayo en filosofía, humanidades, historia, economía… son igualmente valiosos y necesarios para la sociedad. Espero que esto marque un punto de inflexión para abrir más todos estos campos del conocimiento a la sociedad y, en concreto, al panorama literario catalán.