M. Carme Llasat: “La concienciación sobre los riesgos meteorológicos debería empezar en las escuelas”

Investigadora de la Universidad de Barcelona especializada en la física de los fenómenos meteorológicos extremos, M. Carme Llasat defiende el papel de la ciudadanía en la reducción del riesgo de inundaciones, entre otros. Nos acerca a la ciencia ciudadana entendida como un eslabón más en la mitigación de los efectos del cambio climático.

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10/04/2025 - 09:59 h - Ciencia Ajuntament de Barcelona

M. Carme Llasat Botija es catedrática de Física de la Atmósfera en la Universidad de Barcelona (UB). Especializada en fenómenos meteorológicos extremos, cambio climático e hidrometeorología, su investigación se ha centrado en el estudio de lluvias intensas, inundaciones y su impacto en el territorio. Es miembro del Grupo de Análisis de Situaciones Meteorológicas Adversas (GAMA) de la UB, donde combina la investigación científica con la divulgación y la concienciación social sobre los riesgos meteorológicos. Además, impulsa la ciencia ciudadana a través de proyectos como Floodup, que cuenta con el apoyo de la Oficina de Ciencia Ciudadana del Ayuntamiento de Barcelona y que implica a la población en la recogida de datos sobre inundaciones. Con una trayectoria científica de más de 30 años, ha publicado numerosos estudios y participa activamente en iniciativas para mejorar la adaptación al cambio climático y la gestión del riesgo meteorológico.

Has dedicado buena parte de tu carrera al estudio de los fenómenos meteorológicos extremos. ¿Cómo empezó tu pasión por este campo y en qué estás trabajando actualmente?

En realidad, todo empezó cuando decidí estudiar Ciencias Físicas. Al principio, un catedrático de Geofísica me animó a estudiar los mecanismos que rigen los terremotos y el vulcanismo. Sin embargo, una vez iniciada la especialidad, me encontré con las asignaturas relacionadas con la física del aire y me sentí más atraída por esa rama de la física. En quinto curso de carrera participé en un proyecto de investigación sobre la intensidad de la precipitación, y eso fue lo que me hizo decantar definitivamente por el ámbito de la meteorología. Pero fueron las graves inundaciones de octubre de 1982 en Valencia y de noviembre del mismo año en los Pirineos las que me motivaron de forma definitiva a estudiar estos fenómenos. Era el momento de desarrollar una investigación que pudiera ser directamente útil para la sociedad. Quería lograr identificar y predecir todos los factores que se escondían detrás de unas inundaciones tan catastróficas como las de aquel año.

Más adelante comprendí que el sistema tierra-atmósfera era más complejo de lo que había imaginado. Que ese objetivo podría ser el motor de una investigación de muchos años. Que incluso inspiraría los estudios de mis doctorandos y, más allá aún, de los doctorandos de ellos. Más de cuarenta años después, mi campo de acción se ha ampliado a otros fenómenos meteorológicos extremos, al impacto del cambio climático en los riesgos naturales y a la mejora del conocimiento y la concienciación de la población respecto a todo ello. Sin olvidar el enfoque interdisciplinar y holístico necesario para disponer de un conocimiento integral que ayude a mejorar la prevención, la cadena de alerta temprana y la adaptación al cambio climático.

Hoy en día, ¿en qué trabaja el grupo de investigación en el que participas?

Actualmente, estamos trabajando en áreas tan diversas como el desarrollo de un modelo para la predicción de lluvias convectivas y tiempo extremo a través del radar meteorológico; la aplicación de la inteligencia artificial y de la teoría de sistemas complejos en la predicción de los impactos de lluvias intensas; el análisis del impacto socioeconómico de inundaciones y temporales marítimos; la predicción a meses vista de incendios forestales y recursos hídricos; y el desarrollo y actualización del Observatorio de Inundaciones de Cataluña AGORA. Este último es fruto de décadas de trabajo, recogiendo de forma sistemática información sobre todos los episodios de inundaciones que se han producido en Cataluña, además de una gran cantidad de material de apoyo para mejorar la concienciación de la población ante un riesgo que parece ir en aumento. En el marco del proyecto europeo I-CHANGE, hemos creado el Barcelona Living Lab on Extreme Events, un proyecto participativo y cocreativo donde se aplica la ciencia ciudadana —involucrando a la administración pública, empresas, academia, medios de comunicación y a la sociedad en general— con el objetivo final de mejorar los hábitos de la población para una mejor mitigación y adaptación al cambio climático.

En los últimos años, estamos viendo un aumento en la frecuencia e intensidad de los episodios meteorológicos extremos. ¿Cómo pueden afectarnos estos cambios en los próximos años?

Una de las consecuencias del cambio climático de origen antropogénico es el aumento de las precipitaciones intensas. En efecto, el incremento de gases de efecto invernadero provoca el calentamiento del aire y de los océanos. Este aumento de temperatura del aire favorece su capacidad para cargarse de humedad y, a su vez, el calentamiento tanto de las zonas continentales como marítimas incrementa la pérdida de vapor de agua por evaporación y evapotranspiración. De este modo, aumenta la cantidad de vapor de agua presente en la atmósfera. A finales de 2024, ya era un 4,9 % superior a la década anterior. En estas circunstancias, también se incrementa la cantidad de energía disponible en la atmósfera. Ambos factores favorecen precipitaciones más intensas y abundantes, que pueden dar lugar a inundaciones. Lo hemos visto en las inundaciones del pasado mes de octubre en Valencia y, hace pocos días, en las intensas precipitaciones en Cataluña. Además, sin necesidad de que se produzcan inundaciones catastróficas, estas lluvias pueden provocar deslizamientos de tierra.

Pero el cambio climático también afecta a la circulación atmosférica y a la formación y desplazamiento de los centros de alta y baja presión. Esto puede influir en las situaciones que propician la lluvia, aumentándolas, reduciéndolas o alterando su distribución temporal. En el caso de la región mediterránea, los modelos apuntan a un incremento en la frecuencia e intensidad de las sequías, lo que puede afectar a todos los ecosistemas y sectores productivos.

Tampoco podemos olvidar todos los extremos relacionados con la propia temperatura, como el aumento de las noches tropicales y tórridas, las olas de calor y las olas de calor marinas, que tienen un fuerte impacto en la salud y en la vida de los océanos. También es una consecuencia directa el aumento del riesgo de incendios forestales. Cabe decir que, en las últimas décadas, en Cataluña ha disminuido la superficie quemada gracias a la mejora de las medidas de prevención y extinción de incendios forestales. Aun así, la superficie quemada podría llegar a duplicarse si la diferencia de temperatura respecto al periodo preindustrial superara los 3 ºC.

Barcelona es una ciudad especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático. ¿Qué estrategias o medidas deberíamos priorizar para reducir el riesgo de inundaciones?

Por su localización, Barcelona podría verse afectada por inundaciones fluviales, marítimas y por avenidas súbitas en torrentes. En el caso de las inundaciones marítimas, habitualmente van acompañadas de temporales de viento. En estos casos, la subida del nivel del mar favorecerá que, durante los temporales marítimos, las olas sean más altas. Entre las estrategias posibles para reducir este riesgo, encontramos obras estructurales como diques, y obras no estructurales como evitar la ocupación de zonas inundables o, incluso, liberar áreas que puedan inundarse creando humedales, como sería el caso de la zona del Llobregat. De hecho, ya existen numerosos estudios y medidas que abordan esta problemática.

Por otro lado, Barcelona fue reconocida por las Naciones Unidas como “ciudad resiliente frente a las inundaciones”, gracias a la mejora de la red de drenaje y a la construcción de depósitos pluviales. Pero también se detectó un punto débil: el desconocimiento por parte de la población sobre cómo debía actuar, tanto para disminuir el riesgo de inundaciones como para mejorar su autoprotección. Por tanto, mejorar la sensibilización y el conocimiento ciudadano sería la primera medida a aplicar, ya que podría evitar pérdidas de bienes situados en zonas inundables, congestiones de tráfico cuando llueve con intensidad, o ayudar a mantener limpios los desagües pluviales. Otro aspecto a considerar es que las inundaciones no afectan por igual a todas las partes de las ciudades ni a todos los bienes, y que, aunque no lo tengamos presente, siguen provocando muchos daños económicos. Para hacernos una idea, entre 1981 y 2010, la ciudad de Barcelona fue afectada por 63 episodios de inundación, y entre 1996 y 2014, el Consorcio de Compensación de Seguros pagó más de siete millones de euros por daños por inundación dentro del Área Metropolitana de Barcelona.

¿Cómo llega la investigación académica a la realidad sobre el terreno?

Nosotras colaboramos desde hace tiempo con las empresas responsables de la red de drenaje. De hecho, la empresa actualmente responsable, BCASA, forma parte del Barcelona Living Lab on Extreme Events. Todo esto nos ha permitido vivir desde dentro los avances, dificultades y detalles del entramado socioeconómico y su influencia en la vulnerabilidad frente a las inundaciones. Hemos identificado “nidos de tormenta”, la extrema variabilidad de la intensidad de la lluvia dentro de Barcelona, las dificultades en la predicción a escala urbana, los hábitos de la población que deberían cambiarse para reducir el riesgo… Esta colaboración nos ha mostrado, por ejemplo, que sería necesario construir más depósitos pluviales en ciertos puntos estratégicos, incorporar soluciones basadas en la naturaleza y mejorar la predicción y el seguimiento de lluvias intensas.

¿Crees que las tecnologías aplicadas a las ciudades inteligentes pueden ayudar a mitigar los efectos de fenómenos extremos como las inundaciones? ¿Cuál sería su papel clave?

Para responder a esta cuestión, primero debemos comprender bien el sentido de la expresión “ciudad inteligente” en su totalidad. Según el Centro de Terminología Catalana Termcat, se trata de aquella “ciudad que dispone de una buena red de infraestructuras de telecomunicaciones y sistemas de información, y de un tejido tecnosocial innovador que incrementa el capital social y la capacidad de aprendizaje de toda la ciudad, y que da respuesta a los retos económicos, sociales, políticos y ambientales, teniendo en cuenta al ciudadano como punto de referencia básico”. Todo un reto que integra las TIC, la sostenibilidad, la justicia social, el aprendizaje de los ciudadanos y el respeto por la persona.

En este contexto, las tecnologías deben ir más allá del desarrollo de procesos automáticos que decidan la apertura de compuertas en uno u otro punto de la red de drenaje o el desvío del caudal en función de la lluvia que está cayendo o incluso prevista. Ciertamente, esto representa un gran avance, pero no es suficiente ni tampoco estrictamente necesario. Dependerá de las características de la ciudad, de las zonas inundables, de su tamaño, del tipo de inundación, de la mayor o menor posibilidad de aplicar soluciones basadas en la naturaleza o de una combinación de estas con soluciones estructurales.

Por tanto, el primer paso es conocer bien la ciudad y su gente, las soluciones tradicionales frente a las inundaciones, los tipos de inundaciones que se producen y las zonas más propensas a inundarse. Se trata de conocer el nivel máximo de riesgo al que se puede llegar y proporcionar herramientas a la población para que sepa cómo actuar, tanto de forma preventiva como en el momento de la emergencia. Es decidir qué filosofía rige el sistema que se quiere implementar y definir los límites a partir de los cuales las decisiones deban ser tomadas por los expertos in situ y no por la IA u otro sistema automatizado.

Esto no significa que las tecnologías no sean necesarias. Sin duda, pueden ayudar a mejorar cada segmento del proceso, empezando por los sistemas de observación como las redes pluviométricas e hidrológicas automáticas, que proporcionen información cada 5 o 10 minutos, y el radar meteorológico; siguiendo por los modelos de predicción hidrometeorológica a corto y medio plazo; y finalizando con los avisos a la ciudadanía a través de los teléfonos móviles, también conocidos como “112 inverso”.

¿Qué líneas de investigación consideras prioritarias para entender mejor los fenómenos meteorológicos extremos y ayudar a las ciudades a adaptarse al cambio climático?

En general, lo que hoy en día se conoce como sistema de alerta temprana puede ayudarnos a dar respuesta a estos fenómenos. Este sistema se sostiene sobre cuatro pilares: el conocimiento y la gestión del riesgo, la observación y predicción, la comunicación y difusión, y la capacidad de respuesta. Todas las líneas de investigación que aborden uno de estos cuatro pilares son importantes, y su prioridad dependerá de cada ciudad y del riesgo concreto al que nos refiramos. Sin embargo, para que sea eficaz, se requiere una colaboración multidisciplinar y una visión abierta que favorezca un diálogo holístico. Pero, antes que nada, es necesario conocer bien la ciudad y su dinámica espacio-temporal, los fenómenos meteorológicos extremos que pueden afectarla y la influencia potencial del cambio climático sobre ellos, sin olvidar que cualquier medida que se quiera aplicar debe estar alineada con la mitigación del cambio climático. Es decir, no puede aumentar el efecto invernadero.

Desde el grupo de investigación GAMA de la Universidad de Barcelona realizáis una labor muy relevante de investigación y divulgación. ¿Cómo ha ayudado esta combinación a mejorar la preparación ante anomalías climáticas?

La capacidad de respuesta de la población es fundamental. A eso se suma la concienciación del propio papel que uno tiene respecto al cambio y la autoprotección. La investigación que llevamos a cabo desde GAMA está centrada en riesgos naturales y cambio climático, desde las bases de su conocimiento hasta la implementación de soluciones, lo que nos permite intervenir en todos los eslabones de la cadena. Nuestra divulgación siempre ha tenido un sello de concienciación basado en un compromiso intrínseco con la sociedad y el entorno.

Pondré como ejemplo el caso de las inundaciones en un contexto de cambio climático. En el marco del proyecto europeo SPHERE —liderado por el CSIC— y, posteriormente, en una investigación liderada por la Technical University of Wien (Austria), analizamos las inundaciones en Europa y su evolución desde el siglo XV. Esto nos permitió detectar si se habían producido episodios más graves que los conocidos del siglo XX y también identificar si existía una huella real del cambio climático antropogénico sobre su intensidad y frecuencia en Europa. La respuesta fue afirmativa en ambos casos, lo cual nos llama a un potencial redimensionamiento de las medidas preventivas y nos otorga un mayor rigor al afirmar el papel que está jugando el cambio climático en el aumento de las inundaciones.

El proyecto Floodup apuesta por la ciencia ciudadana para entender mejor las inundaciones. ¿Cuáles son los principales retos y aprendizajes a la hora de involucrar a la ciudadanía en proyectos como este?

Existe cierta creencia que confunde la ciencia ciudadana con la concienciación o la divulgación. En la ciencia ciudadana, la persona no científica participa en una investigación científica, normalmente en el proceso de observación o recogida de datos. Por ejemplo, en un estudio de sistemas complejos, la ciudadanía podría indicar el número y localización de mariposas o de mosquitos tigre durante un periodo determinado en una zona concreta. Sin menospreciar el hecho de que el conocimiento siempre conlleva una concienciación en el sentido de “tomar conciencia de” o “darse cuenta de”, no necesariamente el proyecto tendrá también como objetivo aumentar la sensibilidad de la ciudadanía hacia el medio ambiente. Tampoco se requiere, para que sea ciencia ciudadana, que la persona conozca los últimos avances en el conocimiento sobre mariposas. No obstante, con frecuencia, los científicos y científicas que promueven la ciencia ciudadana suelen tener un fuerte compromiso con la divulgación, y esta impregna, por tanto, todo el proceso.

Floodup es, en realidad, un medio para conjugar los tres aspectos. Se trata de una aplicación móvil asociada a una plataforma web que reúne divulgación, concienciación y ciencia ciudadana. A través de ella, se dan a conocer los aspectos más esenciales de los riesgos naturales, y en particular, de las inundaciones, así como del cambio climático. Además, da a conocer, a través de la web, algunos de los últimos avances en este ámbito. De esta manera, se conciencia y se promueve un cambio de comportamiento y una mejor autoprotección. Pero además, la aplicación tiene una parte interactiva que permite recoger y subir comentarios e imágenes sobre situaciones de riesgo hidrometeorológico, ejemplos de buenas y malas prácticas, etc. La herramienta está disponible en catalán, castellano, inglés, francés y euskera, y permite subir en cualquier momento y desde cualquier lugar esta información, que después puede utilizarse para identificar situaciones, puntos críticos, etc. Pero también se emplea en campañas específicas, como la identificación y localización de placas y señales conmemorativas de inundaciones históricas, la campaña “Floodup Francolí” desarrollada tras las lluvias torrenciales de octubre de 2019, o distintas campañas de ciencia ciudadana con escuelas.

¿Qué se podría hacer para mejorar la comunicación de los riesgos meteorológicos y concienciar a la ciudadanía?

En primer lugar, creo que es necesario concienciar a la ciudadanía sobre la capacidad que tiene para contribuir a la reducción del riesgo, tanto tomando medidas preventivas como actuando en situaciones de emergencia. Debemos pasar de una actitud pasiva, que deja toda la responsabilidad en manos de terceros encargados de velar por nuestra protección y por la de nuestros bienes, a una actitud activa que nos lleve a preguntarnos: “¿qué puedo hacer yo?”. Evidentemente, esto incluye un cierto conocimiento del riesgo y una capacidad potencial de respuesta y de toma de decisiones a medio plazo. Esta labor de sensibilización respecto a los riesgos de origen meteorológico debería comenzar en las escuelas, como ocurre en muchos otros lugares del mundo, y complementarse con información accesible para la ciudadanía a través de lugares de paso como ayuntamientos, centros logísticos, etc. Todo ello debería ir acompañado de información específica adaptada a las características del lugar, como puntos de evacuación o —como ya ocurre en algunos casos— refugios climáticos, de forma que la población sepa cómo proceder en caso de alerta. En todo este proceso, se debe tener una consideración especial hacia aquellas personas en situación de mayor vulnerabilidad.

A continuación, otro aspecto que habría que mejorar son los procesos internos previos o simultáneos a la alerta a la población. Estos comienzan con el aviso meteorológico, hidrológico o geológico (como en el caso del riesgo de aludes) emitido directamente por el centro o administración competente, como serían los avisos de situación de peligro del Servei Meteorològic de Catalunya. Estos procesos se van complicando a medida que deben intervenir diferentes organismos como Protección Civil, bomberos, entidades municipales, etc. Tampoco podemos olvidar los mensajes que se deben transmitir y cómo se transmiten, los medios de comunicación utilizados y, sobre todo, la conexión con el receptor final, que es la ciudadanía.