Acerca de Llúcia Ramis

Periodista

Ciudadanos indignados, ciudadanos creativos

En tiempos de crisis se desarrolla una nueva sensibilidad que quiere cambiar el sistema desde las personas y pretende recuperar la ciudad para sus habitantes. Se crean nuevas redes de apoyo y de protesta, se modifican las preferencias de consumo y se potencian las herramientas de solidaridad, crítica y denuncia social.

Dani Codina

La sociedad cambia de forma permanente. En tiempos de bonanza y gin-tonics, cuando la mayoría está cómoda, lo hace poco a poco, mediante una transformación apenas perceptible. Entonces la idea de éxito va ligada a la adquisición económica: gana quien más tiene, y cada cual vive pendiente solo de sí mismo.

Cuando la situación deja de ser confortable, hay que escapar cuanto antes mejor. Tras una primera fase de desconcierto, comienza otra resolutiva. De repente todo va muy deprisa, y la percepción de que esta evolución es posible genera un optimismo constructivo que la acelera aún más.

En tiempos de crisis se desarrolla una nueva sensibilidad que quiere cambiar el sistema desde las personas y pretende recuperar la ciudad para sus habitantes. Se crean nuevas redes de apoyo y de protesta, se modifican las preferencias de consumo y se potencian las herramientas de solidaridad, crítica y denuncia social.

La autogestión, la objeción ante las situaciones que no gustan, una forma diferente de consumir y nuevas opciones de financiación consolidan una ciudadanía más activa e implicada, emancipada y que ha dejado de ser crédula, según explica un estudio elaborado por una consultora especializada en psicología social por encargo del Ayuntamiento de Barcelona. Son las consecuencias del surgimiento de una nueva sensibilidad personal y colectiva que aspira a cambiar el sistema desde las personas.

La crisis potencia un cambio de valores

Si etimológicamente crisis significa “ruptura”, la crítica es el análisis necesario para emitir un juicio, y criterio quiere decir “razonamiento adecuado”. Así pues, la crisis ha provocado una toma de conciencia que se traduce en nuevos valores y propuestas de actuación.

Dani Codina
Imagen de la segunda edición del festival de manualidades Handmade, celebrada en el recinto ferial de Montjuïc el pasado mes de abril, que promueve la filosofía del “hazlo tú mismo”.

Un sábado cualquiera quizás te despierta el silbato del afilador cuando pasa bajo tu ventana. O tal vez, si es más tarde, los golpes metálicos del butanero contra la bombona. Son los mismos sonidos que oían tus padres y tus abuelos.

Te preparas un té: lo compraste por internet a una empresa del Ampurdán que ofrece productos innovadores, de proximidad y saludables; infusiones de gran calidad con un valor medioambiental bajo la marca registrada Tegust, según se indica en su sitio web. Cada vez que las compras contribuyes a ampliar sus áreas de cultivo, favoreces el trabajo rural y participas en una gestión sostenible; además, una entidad del tercer sector se encarga del empaquetado de las bolsitas de infusión, de manera que también cumples una labor social. Sus creadores han elaborado fórmulas para conseguir sabores exclusivos y bien catalanes, como las infusiones de ratafía o Aromas de Montserrat sin alcohol.

Bajas al mercado. Es más caro que el súper, pero te gusta el ambiente, la sensación de vida, y en ningún otro lugar has encontrado un pescado tan bueno, excepto en la pescadería del barrio, pero ahora no te coge de paso. Los lácteos que consumes son de La Fageda, una cooperativa que, entre otras cosas, hace maridajes con mermeladas y está entre las veinticinco empresas con mejor reputación digital. Después vas a comprar unos bistecs a Casa Ametller, que pasó del mercado semanal de Vilafranca del Penedès a abrir catorce tiendas en Barcelona, y se ha convertido, como los mismos propietarios la definen, en “tu masía del siglo xxi”. Una masía urbana o para urbanitas. Su objetivo es ofrecer una alimentación sana y equilibrada recuperando las esencias originales. Sus productos frescos están recolectados directamente del campo, y con el lema “Hemos cerrado el círculo, producimos para ti”, definen una filosofía que tiene como valores la honestidad y el compromiso con los clientes, los trabajadores, los proveedores y el entorno.

Dani Codina
El Hortet del Forat, un espacio reivindicado por los vecinos del barrio de la Ribera desde 2005, que forma parte del Casal de Barri Pou de la Figuera.

Sentirse buena persona

Cargas la compra en una cesta de mimbre porque las bolsas de plástico han convertido los océanos en un inmenso vertedero, y el otro día viste la noticia de una ballena muerta a la que le encontraron veinticinco kilos de plástico en las entrañas. Te gusta saber que ayudas a salvar el medio ambiente; es sencillo hacer una buena acción, basta con los pequeños gestos, te sientes buena persona. Vas a tomarte un vermú. Esas bodegas auténticas que huelen a madera, y que hasta hace unos años solo frecuentaban los parroquianos con un palillo en la boca, se han puesto de moda. Están siempre repletas de jóvenes que bordean los cuarenta años. Inspirado en este modelo de aperitivo, anchoas, conservas y cerveza bien tirada, se creó Morro Fi, con un estilo más moderno, y que ya cuenta con tres bares, un espacio en L’Illa Diagonal y vende sus productos a sitios como la librería La Central. Sí, se debe reconocer que hay una parte de postureo en lo del vermú. Pero, en todo caso, reivindica la tradición, recupera las costumbres de toda la vida. Costumbres que forman parte de la propia identidad.

Entonces, mientras pides unos mejillones y llegan tus amigos, algunos con los cochecitos donde ríen sus hijos, te planteas esto: ¿hay una intención ciudadana de rehabilitar la Barcelona auténtica frente a esa otra que parece un escaparate para turistas, que siempre se está poniendo guapa y se considera la mejor tienda del mundo?

Cambio de valores

La sociedad cambia de forma permanente. En tiempos de bonanza y gin-tonics, cuando la mayoría está cómoda, lo hace poco a poco, mediante una transformación apenas perceptible. Entonces la idea de éxito va ligada a la adquisición económica: gana quien más tiene, y cada cual vive pendiente de su ombligo, no se fija en lo que gasta ni en qué lo gasta, y tiene manga ancha porque considera que se merece un capricho de vez en cuando. Así se mantiene el sistema.

Una crisis es una separación, una ruptura. Cuando la situación que se vive deja de ser confortable, hay que escapar de ella cuanto antes mejor. Después de una primera fase de desconcierto, que puede provocar ansiedad ante un futuro desconocido, empieza otra resolutiva. De repente todo va muy deprisa, y la percepción de que esta evolución es posible genera un optimismo constructivo que la acelera todavía más. Los cambios se hacen visibles.

La última crisis económica, vinculada a los casos de corrupción, los recortes en las políticas sociales, educativas y los derechos individuales, los desahucios de familias desfavorecidas, la criminalización de los manifestantes y la elevada tasa de paro –la injusticia, en definitiva– han hecho que la sociedad pierda la confianza en las instituciones y se aleje de ellas. Nada quieren saber de los dirigentes que, en vez de gestionar el país, parece que miren por sus intereses, manden y punto.  Se desarrolla una nueva sensibilidad que quiere cambiar el sistema desde las personas y pretende recuperar la ciudad para sus vecinos. Así, se crean nuevas redes de apoyo y de protesta.

En un informe que Labrand, una consultora de estrategias de marca especializada en el estudio de los comportamientos sociales, ha elaborado para el Ayuntamiento de Barcelona, se apunta que una de las consecuencias de este cambio de valores es que la gente ha empezado a salir a la calle para reivindicar los espacios públicos como espacios comunitarios. La autogestión, la objeción ante las situaciones que no gustan, una forma diferente de consumir y las nuevas opciones de financiación consolidan una ciudadanía más activa e implicada, absolutamente emancipada, y que ha dejado de ser crédula. Ha perdido la inocencia.

Dani Codina
Gra de Gràcia, tienda de productos alimenticios a granel.

De la indignación a la reflexión

La indignación de la primera etapa de la crisis se ha convertido en reflexión. De hecho, si etimológicamente crisis significa “ruptura”, la crítica es el análisis necesario para emitir un juicio, y criterio quiere decir “razonamiento adecuado”. Así pues, la crisis ha provocado una concienciación que se traduce en varios aspectos.

Aunque se mantienen valores universales como la amistad o la familia, ganan fuerza otros que hasta ahora no solían destacarse como estrategia de mercadotecnia porque ya se daban por supuestos y no era necesario, o no tenían el significado que tienen en estos momentos. Ahora estos valores necesitan ser reclamados y son, al mismo tiempo, un reclamo. Fijémonos en algunos conceptos que utilizan las jóvenes empresas alimentarias que apuntábamos al principio: honestidad, orígenes, tradición, sostenibilidad, proximidad, salud, compromiso, solidaridad, ecología.

Se ha establecido una relación más directa entre las empresas y el consumidor, que ya no tan solo compra, sino que tiene la impresión de que interactúa con su entorno de manera responsable. La comida de la propia tierra, la ropa reciclada en festivales como el Handmade o los talleres de customización, la artesanía con la que se elaboran cervezas y caramelos, el orgullo de barrio, las cooperativas y el asociacionismo se están convirtiendo en la denominación de origen de la ciudad.

Esta autogestión podría recordarnos al funcionamiento de los pueblos medievales, donde cada uno elaboraba su producto y se lo vendía a sus vecinos. Se creaba un mundo que vivía al margen del señor feudal a quien, eso sí, había que pagarle diezmos y peajes. “La gran diferencia es que ahora hemos adquirido la conciencia de que, uno a uno, se construye un todo activo, de modo que cada individuo, en comunidad, es capaz de cambiar las cosas”, apunta Sergio Prieto, experto en estrategia de marcas y miembro del equipo de Labrand.

La empresa trabaja a partir de la observación de unas formas de expresión incipientes y al principio minoritarias que, poco después, son adoptadas por el gran público. Así, desde el análisis de lo micro, se puede deducir como se verá afectado lo macro.

Dani Codina
Librería de la cooperativa cultural Rocaguinarda, en el barrio del Guinardó, que promueve actividades culturales más allá de la venta de libros.

Cooperar, crear y recrear

Según su último estudio sobre los cambios de comportamiento, hemos pasado del factor humano que el año pasado caracterizaba la reacción de la sociedad ante la sacudida económica a un nuevo estadio que, además de cooperativo, es creativo y recreativo. Consignas como “Nosotros decidimos”, “Sí se puede” o “La calle es de todos” son la muestra de esta voluntad participativa que, ahora y cada vez más, se expresa de formas originales mediante una actitud positiva.

Por ejemplo, si el Ayuntamiento no invierte en Nou Barris y se niega a poner arena en el Prospe Beach, que lleva veinte años celebrando actividades vecinales y torneos de vóley-playa en la Prosperitat, no hay problema: las asociaciones se lo toman con humor, se inventan el Prospe Ciment, crean el blog Nou Barris cabrejada y montan una playa en la plaza de Sant Jaume con pelotas y pancartas para protestar. Aportan con buen ánimo su granito de arena.

El Hortet del Forat se creó en el 2005 en el llamado Forat de la Vergonya [agujero de la vergüenza], en el barrio de la Ribera. Cuando los vecinos se enteraron de que el plan urbanístico de 1999 pretendía convertir en un aparcamiento un solar calificado como zona verde, se movilizaron, y en diciembre de 2001 plantaron allí simbólicamente un árbol de Navidad. Poco a poco añadieron nuevas plantaciones hasta convertir aquel descampado en un espacio común de ocio y descanso. En 2008 consiguieron una subvención municipal para mantenerlo.

Nuestro barrio: para ti, para todos

La autenticidad va ligada a la tradición. Barcelona, que tenía que convertirse en la capital del diseño, ahora rinde homenaje a la profundidad de las raíces y las cosas de toda la vida. Al mismo tiempo, hay ganas de hacer una Barcelona para todos, y se extienden las iniciativas solidarias, de crítica y de denuncia social.

Paralelamente a la sensación de que desde la ciudadanía se pueden alcanzar metas en otros tiempos impensables, va creciendo el sentimiento de pertenencia a los barrios. En los balcones de la Barceloneta ondean banderas conmemorativas de su nacimiento para reivindicarse ante la mala imagen que los últimos veranos les ha dado el turismo de borrachera. Han pasado de la queja al orgullo compartido.

Rutas para conocer Sant Andreu, las caras de los vecinos del Poblenou convertidas en grafitis en las puertas metálicas de sus establecimientos, “El rastre de l’aigua” de Horta-Guinardó, el Mapa Verde de Sarrià, las rutas de tapas, las camisetas y tiendas que incluyen la marca Gràcia o L’Eixample, el micromecenazgo para salvar locales históricos como salas de cine o teatro; todo ello invita a los vecinos a formar parte de un proyecto de ciudad. La ciudad que ellos quieren.

Para dotarla de una identidad, hay que desenterrar su memoria. En su pasado radica la singularidad de cada espacio. La defensa de los edificios emblemáticos o las fotos de una Barcelona desaparecida pretenden reconstruirla desde sus cimientos históricos. Su legado romano cobra protagonismo, así como también la época bohemia en que la burguesía y los bajos fondos del Xino se mezclaban en el Paral·lel, a principios del siglo xx. En Verkami, el proyecto para editar el libro Un barri fet a cops de cooperació. El cooperativisme obrer a Poblenou ya ha recaudado casi 1.500 euros. Este es el segundo volumen de la colección Memòria Cooperativa de la Ciutat Invisible, iniciado con Les cooperatives obreres de Sants.

El bar Núria, en Canaletes, o el Niza, en la Sagrada Família, se encuentran en proceso de rehabilitación. Los vecinos de Badal han conseguido que su ayuntamiento se comprometa a recuperar el refugio antiaéreo. Las Cases Barates del Bon Pastor o los seis mil años de historia del Raval, donde en el Neolítico ya vivían ganaderos y campesinos incipientes, son la base desde la cual se estructura la ciudad.

También hay interés en descubrir las Barcelonas más ocultas o curiosas: el Taller de Historia de Gràcia, por ejemplo, programó un recorrido nocturno para conocer la crónica negra del distrito. Manel Gausa ha publicado Somorrostro, crónica visual de un barrio olvidado. Paseos por sus cementerios o a la luz de la luna, una carrera deportiva en el subsuelo, una ruta científica, rutas en sidecar, los puntos más smart del Born a través de una aplicación del móvil, o el pescaturismo, son otras propuestas que nos muestran la ciudad como nunca la habíamos visto.

La autenticidad va ligada a la tradición. Esta que tenía que convertirse en la capital del diseño –pura estética– ahora rinde homenaje a la profundidad de las raíces y las cosas de toda la vida, como la petanca, los quintos, el desayuno de tenedor, las albóndigas, la absenta o la leche de yegua.

Consumo y solidaridad

Quizás eres de los que se cortan el pelo en las barberías de navaja. Quizás también eres cliente de la clínica Les 1001 Dents, porque te da la satisfacción de que un 13% de lo que pagas por consulta está destinado a financiar la atención sanitaria a personas sin recursos. El precio es el mismo que en cualquier otro dentista, las pocas ganas de ir, también, pero saber que has contribuido a una buena causa hace que tu sonrisa impecable sea más sincera y más amplia.

No nos engañemos. La realidad todavía es dura, pero la solidaridad ha pasado a tener una cara más festiva, como tu sonrisa de dentista solidario. “Si quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo”, decía Mahatma Gandhi. Los barceloneses ya no se adaptan a la ciudad, ni se resignan, sino que aprenden a gestionarla. Y al hacerla suya, al ver que pueden transformarla, el entusiasmo se contagia, y los unos intentan ayudar a los otros.

De hecho, hay diversas iniciativas para que conozcas mejor a la gente que te rodea. SOS Racismo puso en marcha las “Comidas con la familia de al lado”, para que vecinos de orígenes culturales distintos compartan mesa. Así se rompen desconfianzas mientras hablan del independentismo, de fútbol y de la receta de lo que están comiendo. En Barcelona viven personas de más de ciento cincuenta nacionalidades diferentes, y las tiendas incorporan productos étnicos adaptados a la nueva demanda; crece la variedad de compradores y también la de propietarios de los establecimientos.

En Sant Adrià de Besòs, en el tramo de la C-31 que pasa por la ciudad, hay una muestra fotográfica de sus vecinos que deja patente esta diversidad. La Mesa Joven del Raval, junto con entidades que luchan contra la exclusión social, pusieron en marcha una liga de valores entre equipos de fútbol para potenciar el trabajo en equipo, la tolerancia, el respeto y la resolución de conflictos entre los adolescentes.

La Fundación Arrels incorpora en su equipo directivo a dos personas que conocen la indigencia de primera mano. El restaurante Terrasseta, en Gràcia, combina su oferta de comida casera con un comedor social. Una ciudad sin barreras arquitectónicas, con préstamo de lectura a domicilio para las personas con problemas de vista, y que lleva medicinas a casa de esas otras con dificultades para moverse mediante el Whats-App; esta es la tendencia para que nadie sea invisible.

Ciutat Meridiana se conoce como Villa Desahucio. Es el barrio más pobre de Barcelona y el que concentra mayor número de ejecuciones hipotecarias en todo el estado. Su asociación de vecinos es la principal impulsora de las movilizaciones para evitar los desahucios de la zona, junto con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. En las asambleas, en las que participan los perjudicados, se suele incidir en la palabra fraternidad.

La hermandad es un valor positivo. Como también lo son las “recetas de felicidad laboral” que ha elaborado la Fundación IBO, la Liga de Optimistas Pragmáticos o la red social solidaria Barcelona Actua. Se ha creado una responsabilidad social universitaria, y las entidades destinadas a atender a las personas que viven en la calle han impulsado Hatento, un observatorio de los delitos de odio contra los sintecho.

Hay ganas de contribuir a hacer una Barcelona para todos, y hacerla de buen rollo. Documentales de denuncia como Ciutat morta o Bye Bye Barcelona han abierto los ojos a los vecinos y les han puesto las pilas. Después de ejercer su derecho a la protesta, con más o menos fortuna, han pasado a actuar con alegría. Tal vez hay un punto naíf en esta actitud, pero el sistema funciona porque es atractivo y amable; no asusta a los más prudentes, que también quieren implicarse. Todos se sienten afectados y, por lo tanto, también integrados. Poco a poco va dando sus frutos.

Individuos, parejas y familias

Si el capitalismo creaba nuevas necesidades de masas y despersonalizaba al consumidor, ahora es el consumidor quien busca, elige y está dispuesto a pagar por una buena idea; exige un rasgo distintivo. Hemos pasado a hacer las cosas a la medida y al gusto de los demás.

© Dani Codina
Una actividad pensada para las familias: el Brunch Electrònik, en el Poble Espanyol, el pasado mes de abril.

Los científicos del Instituto de Investigación Biomédica grabaron un vídeo musical donde aparecían bailando para conseguir mecenas que sufragaran las investigaciones que llevan a cabo sobre el cáncer, el alzhéimer y la diabetes. En uno de los carteles del vídeo se puede leer: “Together we can make the difference”. Juntos podemos marcar la diferencia.

Este juntos parte de la individualidad (no individualismo). O mejor dicho, del conjunto de individualidades que construyen un colectivo. Hemos pasado del make it yourself a hacer las cosas a la medida y el gusto de los demás. Para los demás.

El éxito ya no se mide por el nivel adquisitivo. De hecho, en épocas difíciles, la gente mira a los ricos con recelo. Ahora el triunfador es el que se ha arriesgado y se dedica a lo que quiere. La medalla es que su cliente, ya sea porque le compra el marco para un cuadro, la fruta que él mismo ha cultivado o le pide que le repare unos zapatos en pleno barrio de la Bonanova, se sienta exclusivo. Es decir, el premio es para los dos. Al comprador le gratifica saber que se lleva una pieza única y que tiene un trato personalizado, quiere tener la impresión de que no forma parte de la anónima cadena de producción de consumo rápido, sino de un intercambio de tú a tú.

Si el capitalismo creaba nuevas necesidades de masas y despersonalizaba al consumidor, ahora es el consumidor quien busca, elige y está dispuesto a pagar por una buena idea; exige un rasgo distintivo. El paseo de Gràcia es un mostrador de marcas llamativo para los turistas, pero muchos barceloneses prefieren las tiendas de barrio, donde se probarán el jersey o el collar que ha hecho una diseñadora a un precio asequible. Los muebles de segunda mano y vintage, comprados en los Encants y restaurados con gusto en sitios como el Meublé, empiezan a ser una alternativa a las gastadísimas opciones de Ikea. Se comparte un lenguaje. Entre emisor y receptor se crea una relación directa y próxima, casi íntima. “Esto que has hecho me gusta, y me gusta que esto que he hecho lo tengas tú”.

El restaurador también busca a su cliente y le ofrece un plus que lo distinga de los demás. Por una parte, cada vez hay más bares que dan la bienvenida a las mascotas, en una ciudad en la que el 15% de las familias viven con un gato o un perro. El Bar Mudanzas, el Calders, en Sant Antoni, o la Casa del Libro aceptan la entrada de animales. La periodista Micaela de la Maza ha publicado una guía de estos establecimientos. También hay peluquerías caninas que ofrecen un servicio de autolavado, y sastrerías, spas y chiquiparks para perros, como Barkcelona.

Por otra parte, la prohibición de fumar en los locales ha hecho que estos se hayan adaptado para que quepan los cochecitos de los más pequeños. Las reuniones de madres y padres con los bebés ya no se hacen en el parque, sino en las teterías o las panaderías donde también sirven café. Hay restaurantes que han puesto en marcha campañas para atraer a familias con niños, y en algunos comercios vemos mesitas, sillitas y juguetes para que se entretengan.

La idea es que no por el hecho de ser padre o madre te tienes que quedar en casa. Cada vez hay más oferta de actividades en familia, como la carrera The Family Run, en la que pueden participar corredores de todas las edades. Valkiria Hub Space es un espacio de cotrabajo que ha habilitado una sala anexa para que las madres trabajadoras puedan dejar a sus bebés. Los alumnos de La Salle de Horta enseñan lectura, escritura y cálculo a los jubilados del barrio. Personas de todas las edades conviven y se mezclan en su día a día.

Los niños son los reyes del Sónar Kids, pero es que hay centenares de ofertas para que aprendan arte, música, ciencia, teatro o circo mientras se divierten. Se suele decir que la creatividad es el talento al alcance de todos, y que lo único que hace falta para que se exprese es potenciarla. El entorno es lo que la inspira.

Renace la ciudad del erotismo

© Antonio Lajusticia
Fotomosaico mural del fotógrafo Joan Fontcuberta titulado El mundo nace en cada beso, situado en la plaza de Isidre Nonell del distrito de Ciutat Vella.

Si París es conocida como la ciudad del amor, Barcelona fue la del erotismo a principios del siglo xx, y quizás ahora recupera esta tendencia.

Las relaciones estables han perdido interés, y las aplicaciones como Tinder o Grindr facilitan los contactos esporádicos, sobre todo en una ciudad (quizás la única del mundo occidental) donde la gente no se habla en los bares. Aquí, y solo aquí, una mujer se puede sentar sola o con una amiga en la barra y no le “entrará” nadie; ni siquiera la mirarán.

Hay que tener en cuenta que Barcelona es pequeña; al final, quien más quien menos conoce a alguien que conoce a alguien, y hay un cierto miedo generalizado al qué dirán y a hacer el ridículo. Por lo tanto, aunque cuenta con reputados clubes de swingers, nunca te has atrevido a ir, no fuera a ser que te encontraras con quien no querías.

No es por pudor. La sexualidad se toma de forma natural. El BDSM se ha hecho popular, en el restaurante del Raval Palosanto se hace pornococina, y el espacio Happ ha organizado debates de tuppersex con vermú. En el espacio Gestalt de Gràcia podemos encontrar talleres de tantra para hombres, y el colectivo de prostitutas Aprosex imparte un curso para enseñar el oficio, visto el aumento de la profesión.

Tal vez este aumento viene provocado por un determinado tipo de turismo que, para muchos barceloneses, pervierte la ciudad y la convierte en pornografía, en un parque de atracciones sacacuartos sin ninguna personalidad. Esta gestión del turismo enriquece las arcas y los negocios, pero quien acaba enriqueciendo a Barcelona de verdad es la gente que vive en la ciudad y que la vive.