Acerca de Mercè Ibarz

Escritora

En el asfalto gitano de la Perona

El barri de la Perona. Barcelona 1980-1990El barri de la Perona. Barcelona 1980-1990

Autores: Esteve Lucerón (fotografía), Àngel Marzo (texto)

Editan: Ayuntamiento de Barcelona y Marge Books

176 páginas

Barcelona, 2017

Esteve Lucerón recoge los últimos años de la Perona gitana, cuando el barrio vivía desde hacía tiempo en el conflicto y la exclusión, y lo hace sin prejuicios.

Es extraño evocar un barrio desaparecido por vergüenza. No un barrio que se ha transformado tanto que ya no es ni será como era, sino uno que ha sido eliminado de raíz para dar paso a un urbanismo más pulcro, más anónimo, más indiferente. Las transfiguraciones modulan la vida urbana y una ciudad cambia más rápido que el corazón humano, mucho más rápido; pero, aun así, acostumbra a retener algo de los corazones y las vísceras que la han construido. En este caso, no. Hablamos de una vida urbana que ya no está: ni calles ni casas, ni bares ni mercadillos, ni niños ni viejos ni adultos, ni policía ni maestros ni transeúntes ni vecinos; sin gente. Sin problemas. Mejor dicho, solo con los problemas propios de un parque, el de Sant Martí, que la ha sustituido. Hablamos de la Perona. Ahora vive en fotos y recuerdos.

La Perona desapareció en 1989, cuando se derribaron las barracas que aún se extendían por Barcelona y se inauguraba así de forma visible el primer paso hacia la cita olímpica y la ciudad nueva que desde entonces ha emergido. Antes de la Vila Olímpica y de la apertura al mar, las primeras imágenes que proclamaron el cambio que se avecinaba eran fotografías del alcalde Maragall en estas otras obras públicas que derribaban las barracas de la Perona, entre las más conocidas. Otras eran las del Carmel, de Montjuïc, de rincones de la Diagonal. La destrucción limpiaba y alisaba el camino. La Perona ya no existe desde entonces, como tampoco existía entonces el Somorrostro, cuyos habitantes fueron desplazados precisamente a la Perona cuando las casitas y los campamentos cercanos al mar fueron eliminados porque Franco venía de visita, en 1966. Barrios gitanos.

Foto: Esteve Lucerón

Foto: Esteve Lucerón

Aquella Perona vive ahora en las hemerotecas, en las imágenes privadas de quienes allí vivían, en escasos materiales televisivos. Y sobre todo en las fotografías de Esteve Lucerón, ahora recogidas en el libro que motiva estas líneas. Con la desaparición del barrio los vecinos se trasladaron a los pisos que les facilitó el Ayuntamiento para erradicar las chabolas que ellos mismos se habían construido.

El barri de la Perona. Barcelona 1980-1990 recoge una buena selección de las fotos que Lucerón ha cedido al Archivo Fotográfico de Barcelona, imágenes quese acompañan de textos muy vividos de Àngel Marzo. Un fotógrafo formado en las dinámicas activísimas del Centro Internacional de Fotografía de Barcelona que se propuso documentar la vida de los gitanos de la Perona y así lo ha llevado a cabo, viviendo el barrio como vigilante de los talleres ocupacionales, y junto a él un escritor que fue maestro de la Escuela de Adultos de la Perona.

Situado a lo largo de la ronda de Sant Martí, entre el puente de Espronceda y la riera d’Horta, donde ahora se halla el parque y se extiende también el ramal de ferrocarril de la Sagrera, la Perona no recibió su nombre de las judías verdes –como durante años pensé–, sino de la visita de apoyo al régimen franquista de Eva Duarte de Perón, precisamente llamada “la Perona”, en 1947. Ya se encontraban allí los migrantes peninsulares de la posguerra, que formaba la Perona de los payos, que duró hasta 1967. A partir de entonces se instalaron sobre todo gitanos, hasta la erradicación del barrio.

Esteve Lucerón recoge los últimos años de la Perona gitana, cuando el barrio vivía desde hacía tiempo en el conflicto y la exclusión, y lo hace sin prejuicios. Sus fotos rescatan la vida que había con naturalidad, siguiendo la fortaleza de unas vivencias sostenidas por la familia –“que es un árbol”, escribe Marzo– y por los críos que se van haciendo mayores acompañados por la mirada de las abuelas, que son “la conexión con la línea de un tiempo que no se acaba”. En aquel asfalto gitano lució mucho sol, no solo el conflicto.

En el parque que cierra la recopilación de fotos se encuentran ahora algunos vecinos, me imagino, y también los migrantes que vuelven a vivir de la chatarra en Sant Martí y en el Poblenou, los nuevos nómadas barceloneses, llegados ahora de la diáspora de la pobreza mundial.

Montserrat Roig, de lejos y de cerca

Autora de registros variados y novelista de las entrañas de la Barcelona clásica, Roig escribió y vivió a fondo todo lo que tenía entre manos. La investigación sobre los catalanes en los campos nazis marcó un antes y un después en su carrera. En noviembre se cumplen veinticinco años de su prematura muerte.

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig en 1990, un año antes de su muerte.
Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig (1946-1991) dejó una obra en transformación y profundización que en gran medida aún podemos descubrir; no la hemos leído lo suficiente. No hablo de una estatura solemne de la obra, sino de la escritura que la autora se propuso y sobre todo de los modos y maneras de la palabra que la acometieron y en que se sumergió con densidad. Una vida corta obliga a no perder de vista el tiempo del escritor, lo concentra. Cómo se las arregló Roig para dejar huella y qué imagen del mundo y de nosotros construyó en conjunto, y sobre todo mientras moría, ya que publicó diariamente hasta el final: probablemente eso es lo que más cuenta.

Foto: Pilar Aymerich

En 1970, embarzada de su primer hijo.
Foto: Pilar Aymerich

En Roig hay una buena dosis de aventura. De la palabra, de la expresión. Fue una mujer que escribió y vivió a fondo todo lo que tenía entre manos, ya se lo encontrara, ya lo buscara. Vida y literatura se conjugan de manera compleja, no hay otra alternativa: en el caso de Roig, la ampliación de las herramientas y de los espectros de la palabra fueron su clave de bóveda, en paralelo a una experiencia vital asimismo prismática y laboriosa. Teatro, narrativa, periodismo, televisión, investigación histórica y de memoria, libros de viajes, conferencias, clases en universidades extranjeras, intervenciones culturales y mediáticas, articulismo. Amistades, amores, viajes, hijos, editores, cambios políticos y sociales, cambios editoriales y cambios en el propio papel del escritor a partir de los años ochenta. Roig había conocido el ascenso de la figura moral del escritor contemporáneo (de morales variadas, ya que el pensamiento único es algo del siglo xxi, que no conoció) y se ahorró ver la confusión y el declive de aquella figura moral en las hiedras del mercado.

Transformación y profundización. Sus últimas prosas constatan y hacen brillar esta evolución, día a día. En los diarios, primero en El Periódico y después, ya enferma, en la última página del Avui. Había luchado por ser una escritora profesional, por vivir de la escritura, y así había practicado diferentes géneros. La reciente biografía, a cargo de Betsabé García, Con otros ojos (Roca), es un buen y dinámico recuento de su trabajo infatigable y sin demasiadas redes editoriales. Era una figura mediática ya en los setenta, aunque entonces no se les llamara así. Urbanita hija de la cultura pop al fin y al cabo, construyó desde los inicios su personaje público e hizo de ella misma una estrella. Las fotos de Pilar Aymerich, cómplice en tantos momentos, dan fe de ello: qué presencia, la Roig. Glamur y elegancia.Y cuando el cáncer la atacó, la hora de la verdad implacable que es la enfermedad hizo emerger el autorretrato que el personaje público obstruía: una escritora lúcida, serena, luchadora, lectora excelente, sabedora de que el franquismo le había arrebatado las raíces de su formación literaria y, por esa misma razón, consciente de sus límites hasta entonces y de las potencias que, enferma, la prosa periodística le brindaba.

Aprovechó la eventualidad de la vida irónica. Con las antenas más orientadas a la vida interior –a la razón del cuerpo, como diría poco después una Maria-Mercè Marçal también enferma– y las herramientas más afiladas en la descripción del mundo social y político, abarcando la cultura en tanto que fermento y abono de la vida personal y colectiva, con las palabras como herramientas precisas de una geometría de expresión noble. Como en el caso de Marçal, fallecida también a los cuarenta y cinco años, y de Helena Valentí, a los cincuenta, me pregunto cuánto más habríamos recibido de ellas si hubieran podido sobrevivir a la dura prueba del cáncer, que tanta iluminación (también) les dio. Las prosas finales de Roig son magníficas, uno de sus mayores legados literarios.

Dentro y fuera de Cataluña

Qué pensaría, qué escribiría de esto y de lo otro. Y un aspecto en absoluto menor: Roig se había tomado seriamente el propósito de potenciar las relaciones (y las traducciones) entre las literaturas ibéricas. Cultivaba contactos fuera de Cataluña y actuaba como puente cultural. También con el País Valenciano. No sé hasta qué punto se sintió correspondida ni si lograba su propósito, solo es plausible decir que ya nadie más parece desempeñar este papel.

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig, entrevistando a un grupo de milicianas en La Habana, en 1982.
Foto: Pilar Aymerich

Algo similar sucede fuera de las fronteras peninsulares. Por contactos y por proyección profesional, Roig contaba. Algunas universidades norteamericanas conocían su obra y la valoraban. En 2004, en Guadalajara, México, en un congreso internacional, me preguntaron qué había sido de su obra, por qué ni estudiosas de la literatura de género ni hispanistas la tenían ya en cuenta. No supe qué decir. El presentismo manda, de manera no sé si fatal. Si no estás, lo que significa que no estás vivo y no puedes ir arriba y abajo avalando tus libros, simplemente no se cuenta contigo. La misoginia hace el resto.

Foto: Archivo familiar

La escritora con Neus Català, superviviente del campo nazi de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento a los refugiados republicanos españoles en Septfonds (Languedoc), en octubre de 1978.
Foto: Archivo familiar

Roig fue una mujer de su tiempo, a fondo, en todos los aspectos. Cultivó la mirada propia; en su caso una escritura muy a menudo de mujer cronista, pero no únicamente. Hay en sus libros, en este sentido, una fuerte voluntad política, pedagógica en la dirección de alterar las ideas recibidas en las conciencias y de explorar los márgenes vitales dentro del marco de la libertad de las mujeres, con un claro discernimiento de que este es un punto central de la contemporaneidad. Como todos los escritores, se construyó sus precursores antiguos y modernos. Pese a pertenecer a una familia que no había roto en absoluto con la tradición catalana, sino todo lo contrario, el franquismo no le ahorró la necesidad de recuperar tanta literatura catalana y se volcó realizando entrevistas que aún hoy son imprescindibles, y tampoco la urgencia de considerar la literatura de otros contextos, tanto de la historia literaria como del presente. El feminismo de los setenta fue para ella vía y medio de conocimiento, que así es el feminismo en sustancia.

Enlazándolo todo, la mirada histórica y de memoria. Pienso sobre todo en la extraordinaria investigación sobre los catalanes en los campos nazis, que marcó su obra y su vida trazando un antes y un después. Es este uno de los puntos a mi entender centrales en el análisis de la obra de Roig. Un libro que finalmente pudo ser editado, después de un largo calvario de financiación, en 1977.

La Barcelona de Roig

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig con su hijo Roger en el Casino de Lloret.
Foto: Pilar Aymerich

Recordarla debería querer decir leerla, ahora. Tenemos la antes citada buena biografía de base; pero aún falta una lectura integral de la obra que considere a fondo su novelística y contemple el panorama global de su trabajo y, a la vez, de la literatura de sus contemporáneos. El tiempo pone las cosas en su lugar y vale la pena releer unos libros acaso leídos, demasiado a menudo, con condescendencia y negligencia crítica. Sus novelas contienen una Barcelona que, junto a los personajes con nombre, existe como un personaje más y a veces es la protagonista. Narra la historia de la ciudad y el barrio que más conocía, su Eixample natal, pero hay más que crónica –que en sí ya sería valor suficiente. En ellas se puede conocer algo muy interior de Barcelona, prácticamente las entrañas. En una ciudad tan hermética, no es poco. No podríamos decir lo mismo de tantas novelas en que, a fin de cuentas, Barcelona no es más que un decorado, un reclamo editorial carente de significado y sentido, un referente privado, como mucho, de quien las firma.

Capmany, veinticinco años después

El 2 de octubre se cumplirá un cuarto de siglo de la muerte de Maria Aurèlia Capmany (1918-1991), una autora versátil que durante más de treinta años se mantuvo en el centro del panorama cultural con una publicación incesante de títulos y artículos. Cultivó casi todos los géneros, aunque conviene destacar sus ensayos sobre feminismo y juventud.

Maria Aurlèlia Capmany en la legendaria sala La Cova del Drac, con motivo de la presentación de una obra de teatro-cabaret, en 1989.
Foto: Robert Ramos.

Hoy en día, la obra poliédrica de Maria Aurèlia Capmany y la posibilidad misma de realizarla parecen haber pasado a la historia. No me viene a la memoria ninguna autora ni autor actuales entre nosotros tan admirablemente versátiles. Una versatilidad animada por el mundo cultural durante las tres décadas y media, de mediados de los cincuenta a bien entrados los ochenta, durante las que Capmany iba sacando a la luz título tras título, artículo tras artículo. Ahora se necesitaría ser éuskaro para beneficiarse de un clima, público y privado, que permita a un autor cultivar diversos géneros e incluso entremezclarlos en un mismo libro –novela, ensayo, cuentos, poesía, teatro, letras de canciones, guiones de cómics y de filmes y de televisión, traducciones, memorias y dietarios, artículos de periódicos y revistas–, tener bastantes lectores y ser traducido. Capmany hizo de todo lo citado, excepto poemarios –pero, ojo, que las letras de canciones son poesía– y guiones de cine.

Vale la pena subrayar, como saeta certera de los cambios culturales a peor en este cuarto de siglo, sus ensayos sobre el feminismo y el nuevo papel de la juventud. Formidables por la oportunidad, marcaron época. ¡Los escribió a propuesta editorial! ¿No sería hoy igual de necesaria una puesta al día, cuando los cambios generacionales y las mentalidades avanzan en esta doble dirección, por más obstáculos que encuentren? Con todo, si así fuera, no sé si habría alguna editora que se los encargara a una intelectual.

La dona a Catalunya: consciència i situació se publicó hace medio siglo, en 1966, el año de la Captuxinada, en la que la autora participó. Maria Aurèlia –como tanta gente la llamaba, en prueba de su reconocimiento y popularidad– ya era una narradora considerada, desde la publicación de la primera novela, Necessitem morir (1952), ultimada en 1947. Un título alegórico de aquellos años de transformación y recuperación cultural, escrito por una mujer de treinta años que había vivido la guerra y la dura posguerra primera, una fracasada, como  ella misma se califica en sus memorias, sin misericordia, con determinación resuelta de no olvidarlo y a la vez de no quejarse.

También era mujer de teatro, autora y actriz. Profesora, activista antifranquista y catalanista, mujer a contracorriente que, ojos grandes y lengua afilada, tenía más y más presencia pública. Una señora de costumbres bohemias y más. No era una beatnik, pero empezaba a ser una divulgadora de la novela negra norteamericana y una vislumbradora de la contracultura naciente, como se vería después. Una hija de la Rambla de les Flors.

El libro sobre el feminismo fue valioso. Leído ahora, es plausible decir que se trataba de un precedente de los estudios culturales que se gestaban como disciplina intelectual en el mundo académico anglosajón. Capmany daba un buen repaso crítico al contexto y a las mujeres de la pequeña burguesía ilustrada de principios del siglo XX, el feminismo prudente que siempre la sacaba de quicio. Pero también las rescataba del vacío y de la nada cultural. Dolors Monserdà y Francesca Bonnemaison revivían. Tres años después de esta zambullida histórica en un pasado que, de tan opaco, parecía nulo, se sumerge en el presente.

Emerge con La joventut és una nova classe?, en la misma línea de atención a la cultura popular y de análisis que evita hacer de las elites el centro de la exploración. Lo publicó también en Edicions 62, proyecto editorial convertido entonces en una realidad que, vista desde hoy, era gloriosa. No penalizaba la inteligencia y el atrevimiento; al contrario, los alentaba.

Este arco temporal de intereses que va de la historia cultural de la modernidad al presente del país y a las vibraciones del mundo occidental,  pese al franquismo, le daría la proyección aún más pública con artículos en periódicos y revistas. Era una autora informada, conocedora de lenguas y de otros paisajes culturales que, en Francia, en Italia y en Estados Unidos, removían los estatus y espabilaban los entendimientos. Ya se sabía que era polifacética, pero cuando publica el libro sobre el feminismo y luego el de la juventud aparece una autora que va más allá de las novelas, género que seguirá cultivando pero que poco a poco será uno más de los que practica. Mención obligada es el teatro, como actriz, en la compañía Adrià Gual, que tanto haría por acompañar la obra de Espriu. También como autora, de obras como la tan revulsiva de 1971 Preguntes i respostes sobre la vida i la mort de Francesc Layret, advocat dels obrers de Catalunya, coescrita con Xavier Romeu.

Maria Aurèlia Capmany en la biblioteca de su casa en Barcelona, en 1985.
Foto: Robert Ramos.

Una intelectual en un momento espléndido

Capmany fue una intelectual que, por suerte para ella y para nosotros, se encontró con un momento cultural espléndido al entrar en la edad adulta. El ensayo es hoy una quimera para tantos autores y autoras, como lo es la prosa misma si no reviste la forma novelesca o de las memorias, y aún así. Una autora de talento, que escribe muy bien, una prosista nada adocenada, contraria al tópico, atenta de manera luminosa a las manifestaciones de la vida diaria y de los propios sentidos, una argumentadora nata, una provocadora de las palabras. Son cualidades que la relacionan con dos autores coetáneos que pudieron ser exclusivamente prosistas, como si fuesen franceses o italianos, gracias al mismo momento editorial y político, a la revuelta cultural de tintes diversos, en suma, que se expresaba como podía y que les hacía confluir desde diferentes ángulos: Josep Pla y Joan Fuster. Da igual si se tenían manía, si se relacionaban o no. Somos nosotros quienes con la lectura terminamos los libros o los desestimamos, dialogamos con ellos o no, los hacemos revivir o no. De Pla, oímos hablar casi siempre; de Fuster, menos, demasiado poco; de Capmany, casi nunca. Deberíamos preguntarnos las razones.

El yo y el nosotros es el punto central de su obra. Sus últimos libros de memorias son, en este sentido, un documento literario y un sumario moral sobre la vida de una mujer y de una cultura que, para seguir siendo de su tiempo, modernas, las han visto de todos los colores. Rezuman la inteligencia de decir sin decirlo todo, dejando a los lectores el espacio y la responsabilidad que nos corresponde. Poco sabremos de la autora en estos libros, de sus difíciles infancia y juventud, de su vejez aún más difícil. Pero sabremos bastante más sobre nosotros mismos, si así lo deseamos.

Portada de su libro sobre la mujer en Cataluña, de 1966.

Redactó estos libros cuando era una socialista de bandera y había logrado autoridad pública. Aquella mujer que en el caluroso –política y, aún más, meteorológicamente– Mitin de la Libertad de 1976, en Montjuïc, cuando no estaban legalizados ni los comunistas, gritó a la multitud: “¡Sudemos socialismo!” La concejala de cultura que acompañaría al alcalde Maragall durante años, la virreina del palacio de la ídem. Y se pone a escribir Dietari de prudències (1981), Mala memòria (1987), para acabar con Això era i no era (1989), ya enferma de cáncer. Junto con los escritos memorialísticos previos, los dos volúmenes de Pedra de toc (1970-1974) constituyen un compendio inestimable sobre cómo religar el yo y el nosotros. Eso que tanta falta hace todavía.

¡Salud, Maria Aurèlia!