Montserrat Roig, de lejos y de cerca

Autora de registros variados y novelista de las entrañas de la Barcelona clásica, Roig escribió y vivió a fondo todo lo que tenía entre manos. La investigación sobre los catalanes en los campos nazis marcó un antes y un después en su carrera. En noviembre se cumplen veinticinco años de su prematura muerte.

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig en 1990, un año antes de su muerte.
Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig (1946-1991) dejó una obra en transformación y profundización que en gran medida aún podemos descubrir; no la hemos leído lo suficiente. No hablo de una estatura solemne de la obra, sino de la escritura que la autora se propuso y sobre todo de los modos y maneras de la palabra que la acometieron y en que se sumergió con densidad. Una vida corta obliga a no perder de vista el tiempo del escritor, lo concentra. Cómo se las arregló Roig para dejar huella y qué imagen del mundo y de nosotros construyó en conjunto, y sobre todo mientras moría, ya que publicó diariamente hasta el final: probablemente eso es lo que más cuenta.

Foto: Pilar Aymerich

En 1970, embarzada de su primer hijo.
Foto: Pilar Aymerich

En Roig hay una buena dosis de aventura. De la palabra, de la expresión. Fue una mujer que escribió y vivió a fondo todo lo que tenía entre manos, ya se lo encontrara, ya lo buscara. Vida y literatura se conjugan de manera compleja, no hay otra alternativa: en el caso de Roig, la ampliación de las herramientas y de los espectros de la palabra fueron su clave de bóveda, en paralelo a una experiencia vital asimismo prismática y laboriosa. Teatro, narrativa, periodismo, televisión, investigación histórica y de memoria, libros de viajes, conferencias, clases en universidades extranjeras, intervenciones culturales y mediáticas, articulismo. Amistades, amores, viajes, hijos, editores, cambios políticos y sociales, cambios editoriales y cambios en el propio papel del escritor a partir de los años ochenta. Roig había conocido el ascenso de la figura moral del escritor contemporáneo (de morales variadas, ya que el pensamiento único es algo del siglo xxi, que no conoció) y se ahorró ver la confusión y el declive de aquella figura moral en las hiedras del mercado.

Transformación y profundización. Sus últimas prosas constatan y hacen brillar esta evolución, día a día. En los diarios, primero en El Periódico y después, ya enferma, en la última página del Avui. Había luchado por ser una escritora profesional, por vivir de la escritura, y así había practicado diferentes géneros. La reciente biografía, a cargo de Betsabé García, Con otros ojos (Roca), es un buen y dinámico recuento de su trabajo infatigable y sin demasiadas redes editoriales. Era una figura mediática ya en los setenta, aunque entonces no se les llamara así. Urbanita hija de la cultura pop al fin y al cabo, construyó desde los inicios su personaje público e hizo de ella misma una estrella. Las fotos de Pilar Aymerich, cómplice en tantos momentos, dan fe de ello: qué presencia, la Roig. Glamur y elegancia.Y cuando el cáncer la atacó, la hora de la verdad implacable que es la enfermedad hizo emerger el autorretrato que el personaje público obstruía: una escritora lúcida, serena, luchadora, lectora excelente, sabedora de que el franquismo le había arrebatado las raíces de su formación literaria y, por esa misma razón, consciente de sus límites hasta entonces y de las potencias que, enferma, la prosa periodística le brindaba.

Aprovechó la eventualidad de la vida irónica. Con las antenas más orientadas a la vida interior –a la razón del cuerpo, como diría poco después una Maria-Mercè Marçal también enferma– y las herramientas más afiladas en la descripción del mundo social y político, abarcando la cultura en tanto que fermento y abono de la vida personal y colectiva, con las palabras como herramientas precisas de una geometría de expresión noble. Como en el caso de Marçal, fallecida también a los cuarenta y cinco años, y de Helena Valentí, a los cincuenta, me pregunto cuánto más habríamos recibido de ellas si hubieran podido sobrevivir a la dura prueba del cáncer, que tanta iluminación (también) les dio. Las prosas finales de Roig son magníficas, uno de sus mayores legados literarios.

Dentro y fuera de Cataluña

Qué pensaría, qué escribiría de esto y de lo otro. Y un aspecto en absoluto menor: Roig se había tomado seriamente el propósito de potenciar las relaciones (y las traducciones) entre las literaturas ibéricas. Cultivaba contactos fuera de Cataluña y actuaba como puente cultural. También con el País Valenciano. No sé hasta qué punto se sintió correspondida ni si lograba su propósito, solo es plausible decir que ya nadie más parece desempeñar este papel.

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig, entrevistando a un grupo de milicianas en La Habana, en 1982.
Foto: Pilar Aymerich

Algo similar sucede fuera de las fronteras peninsulares. Por contactos y por proyección profesional, Roig contaba. Algunas universidades norteamericanas conocían su obra y la valoraban. En 2004, en Guadalajara, México, en un congreso internacional, me preguntaron qué había sido de su obra, por qué ni estudiosas de la literatura de género ni hispanistas la tenían ya en cuenta. No supe qué decir. El presentismo manda, de manera no sé si fatal. Si no estás, lo que significa que no estás vivo y no puedes ir arriba y abajo avalando tus libros, simplemente no se cuenta contigo. La misoginia hace el resto.

Foto: Archivo familiar

La escritora con Neus Català, superviviente del campo nazi de Ravensbrück, en la inauguración de un monumento a los refugiados republicanos españoles en Septfonds (Languedoc), en octubre de 1978.
Foto: Archivo familiar

Roig fue una mujer de su tiempo, a fondo, en todos los aspectos. Cultivó la mirada propia; en su caso una escritura muy a menudo de mujer cronista, pero no únicamente. Hay en sus libros, en este sentido, una fuerte voluntad política, pedagógica en la dirección de alterar las ideas recibidas en las conciencias y de explorar los márgenes vitales dentro del marco de la libertad de las mujeres, con un claro discernimiento de que este es un punto central de la contemporaneidad. Como todos los escritores, se construyó sus precursores antiguos y modernos. Pese a pertenecer a una familia que no había roto en absoluto con la tradición catalana, sino todo lo contrario, el franquismo no le ahorró la necesidad de recuperar tanta literatura catalana y se volcó realizando entrevistas que aún hoy son imprescindibles, y tampoco la urgencia de considerar la literatura de otros contextos, tanto de la historia literaria como del presente. El feminismo de los setenta fue para ella vía y medio de conocimiento, que así es el feminismo en sustancia.

Enlazándolo todo, la mirada histórica y de memoria. Pienso sobre todo en la extraordinaria investigación sobre los catalanes en los campos nazis, que marcó su obra y su vida trazando un antes y un después. Es este uno de los puntos a mi entender centrales en el análisis de la obra de Roig. Un libro que finalmente pudo ser editado, después de un largo calvario de financiación, en 1977.

La Barcelona de Roig

Foto: Pilar Aymerich

Montserrat Roig con su hijo Roger en el Casino de Lloret.
Foto: Pilar Aymerich

Recordarla debería querer decir leerla, ahora. Tenemos la antes citada buena biografía de base; pero aún falta una lectura integral de la obra que considere a fondo su novelística y contemple el panorama global de su trabajo y, a la vez, de la literatura de sus contemporáneos. El tiempo pone las cosas en su lugar y vale la pena releer unos libros acaso leídos, demasiado a menudo, con condescendencia y negligencia crítica. Sus novelas contienen una Barcelona que, junto a los personajes con nombre, existe como un personaje más y a veces es la protagonista. Narra la historia de la ciudad y el barrio que más conocía, su Eixample natal, pero hay más que crónica –que en sí ya sería valor suficiente. En ellas se puede conocer algo muy interior de Barcelona, prácticamente las entrañas. En una ciudad tan hermética, no es poco. No podríamos decir lo mismo de tantas novelas en que, a fin de cuentas, Barcelona no es más que un decorado, un reclamo editorial carente de significado y sentido, un referente privado, como mucho, de quien las firma.

Mercè Ibarz

Escritora

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