El derribo de una contaminante planta por los mismos vecinos que la padecían, a principios de 1977, estuvo en los orígenes del Ateneu Popular de Nou Barris, destacado protagonista de la movilización social y la dinamización cultural de los barrios del norte de la ciudad tras la muerte del dictador.
A finales de 1976 el Ayuntamiento de Barcelona instaló una fábrica de cemento entre los barrios de Trinitat Nova y Roquetes, en un terreno calificado urbanísticamente como parque forestal. El cemento se destinaba a la construcción de las autopistas cercanas.
A petición de la Asociación de Vecinos de Nou Barris, el Colegio de Ingenieros emitió un informe que señalaba que este tipo de instalaciones tenía que ubicarse como mínimo a dos kilómetros de distancia de las viviendas. No fue así. Los vecinos y las vecinas de Trinitat Nova veían cómo se acartonaba su ropa cuando la tendían, al entrar en contacto con el polvo de la planta asfáltica. Era el mismo polvo venenoso que respiraban. Así empezó una lucha en defensa de la salud al grito de “¡Salvemos nuestros pulmones!” Al objetivo de acabar con la planta asfáltica se le añadió la reivindicación de que el espacio se convirtiera en un ateneo popular. En Barcelona diversos barrios los reivindicaban. Los vecinos crearon la Coordinadora Pro-Ateneo con este fin.
Los vecinos toman la iniciativa
El 2 de octubre de 1976 fue nombrado alcalde de Barcelona Josep Maria Socias Humbert. Entre sus objetivos figuraba la “pacificación” de una ciudad que tenía en curso numerosas luchas vecinales. Las primeras elecciones democráticas estaban cerca.
El alcalde nombró una serie de delegados que suplían a los concejales de la dictadura. El delegado de Obras Públicas, reunido con la Coordinadora, se comprometió a cerrar la planta asfáltica. Posteriormente, en una reunión celebrada el 29 de octubre, Socias rectificó y anunció que se mantendría la planta y se instalarían filtros para disminuir el impacto de los humos y el ruido.
La indignación fue enorme, y el domingo 9 de enero de 1977, una asamblea celebrada en una mañana fría y soleada decidió el derribo de la planta asfáltica. Un grupo de vecinos, pertrechados del material necesario –que incluía cuerdas y grandes martillos– se pusieron “manos a la obra” y echaron abajo las instalaciones. Previamente habían encerrado en su despacho al vigilante y se había cortado la línea telefónica.
Sorprendió que a pesar de las horas que duró la operación no interviniera la policía. Posteriormente se supo que estaba entretenida en reprimir una manifestación de la escuela Benjamín, del mismo barrio, que reivindicaba mejoras.
La prensa se hizo eco de lo sucedido. Recuerdo que el periodista Rafael Pradas, posteriormente concejal democrático, calificó a los vecinos de “indios metropolitanos” y denunció que habían destruido unas instalaciones de propiedad municipal valoradas en cinco millones de pesetas.
El alcalde no quiso complicarse la vida. No denunció a los protagonistas de la acción directa y no fueron investigados. No exigió ninguna responsabilidad a la Asociación de Vecinos de Nou Barris y toleró el uso de algunas instalaciones.
Un compromiso constante
La Coordinadora Pro-Ateneo, formada por las vocalías de cultura de las asociaciones de Trinitat Nova, Prosperitat, Roquetes, el Centro Social Roquetes y diferentes vecinos y vecinas a título particular, se reunía todos los domingos.
El 4 y el 5 de julio se celebraron las “30 horas”: una muestra de música, circo, teatro, poesía, debates, exposiciones y diversos tenderetes de entidades sociales y políticas en las que participaron miles de personas. Queda en la memoria la matanza de un cerdo que realizó el vecino Pep Salsetes.
Había comenzado una de las luchas más importantes de Nou Barris. La planta asfáltica se tenía que convertir en un ateneo popular autogestionado.
En 1978 Socias Humbert recibió a la Coordinadora, que se presentó en la plaza de Sant Jaume con una enorme maqueta de escayola del ateneo y su entorno, realizada por los vecinos con la ayuda de varios arquitectos. La trasladaron en una furgoneta y la entraron a hombros por la puerta principal. Socias le dio el visto bueno.
Tira y afloja con el Ayuntamiento
Un año más tarde llegaron las primeras elecciones municipales democráticas. Jordi Vallverdú, socialista y antiguo dirigente vecinal, salió elegido concejal de Participación Ciudadana y no asumió la reivindicación. En 1980 anunció a bombo y platillo: “El Centro Cívico de Nou Barris se abrirá este año”. No cumplió. Se inauguraría catorce años después pero ya no sería un centro cívico teledirigido, sino un Ateneu Popular de Nou Barris autogestionado.
Las diferencias con el Distrito no impidieron que se fueran realizando pequeñas actividades. Eran los años ochenta. La crisis económica golpeaba con dureza las barriadas y los traficantes de la muerte expandían la heroína por nuestras calles. Algunos vecinos, entre ellos los activistas Juanillo y Álvaro, pusieron en marcha unos talleres de malabares y zancos para llamar la atención de los jóvenes. Así comenzó la vocación circense que el Ateneu ha mantenido hasta hoy.
En los años ochenta las asociaciones del distrito no solo afrontaban la lucha por unos barrios mejores. La Coordinadora del Ateneu tomó conciencia de que estaban ubicados en la Collserola pobre, abandonada y atravesada por decenas de torres de alta tensión. Por ello decidió impulsar las Acampadas Populares, que concretaron reivindicaciones en defensa de la sierra y de su entorno (algunas reivindicaciones aún están pendientes). Eran años en los que no se luchaba solo por el asfaltado de las calles y los equipamientos. Las mujeres, desde sus vocalías, ponían en común la lucha por sus reivindicaciones.
Se entendió que “hacer barrios” también era potenciar las actividades culturales. Se recuperaron los prohibidos carnavales y se inventaron nuevos festejos como “La cultura va de festa”. Aparecieron las fiestas mayores de los barrios y se abrieron casals (centros culturales y sociales) también autogestionados, como el de Prosperitat.
Fueron unos años intensos en los que se potenció el trabajo en red, la creación de coordinadoras o comités unitarios para manifestarse contra las agresiones fascistas y para apoyar las huelgas generales, a los insumisos criminalizados o la campaña contra la entrada en la OTAN.
Nada de esto era ajeno al Ateneu, que participaba como una entidad más. Hizo suyo un principio fundamental: la cultura ha de divertir, pero también explicar las cosas, ponerlas a debate y potenciar las respuestas necesarias. Los vecinos y las vecinas debían ser protagonistas. La cultura, que tenía que estar ligada al territorio, tomaba una dimensión mayor año a año. Era necesario que el Ateneu estuviera gestionado por el vecindario. Pero el Ayuntamiento seguía empecinado en abrir un centro cívico al uso, dependiente del equipo de gobierno y con un funcionario como director.
En 1984 se aprobó una nueva división de la ciudad y al distrito le llamaron Zona Nord. Los barrios decidieron reivindicar el nombre de la asociación de vecinos que había encabezado la lucha, y reclamaron la denominación de Nou Barris. El Ateneu la hizo suya. No quería ser un espacio en tierra de nadie. Zona Nord silenciaba la historia de lucha vecinal.
Ante los muchos incumplimientos, la Coordinadora Pro-Ateneo convocó numerosas protestas ante la sede del Distrito: encierros, pintadas, manifestaciones. El volumen de entidades que participaron y la presencia permanente en la calle fueron fundamentales para resistir.
En 1989 se fundó como entidad gestora el Bidó de Nou Barris, en recuerdo de los bidones que se amontonaban en la destruida planta asfáltica. Un paso adelante. Se tenía más claro que nunca que se luchaba por un equipamiento social y cultural y que se quería programar actos de mayor envergadura. Y así fue. El lema “Acción, lucha y diversión” empezó a ser una realidad. El Bidó ha formado parte hasta hoy de la Coordinadora d’Associacions de Veïns i Entitats de Nou Barris. No es casual. Y a principios de los años noventa empezó la reforma del local que, de manera provisional, había ocupado hasta entonces el Ateneu. Lo que tenía que haber durado un año, duró cuatro. Para no morir en el olvido se puso en marcha el Ateneo Ambulante, que trasladó sus actividades a locales y equipamientos de las barriadas.
El 6 de noviembre de 1994, al grito de “¡¡Ya está!!”, se inauguró oficialmente el Ateneu reformado. Habíamos contabilizado más de seis mil días de lucha. Sin duda, la perseverancia de un grupo de activistas y el apoyo del tejido social lo habían hecho posible.
Reconocimiento de la gestión vecinal
En los siguientes años, la lucha tuvo un nuevo objetivo: que se reconociera el carácter vecinal de la gestión. Que no se estuviera obligado a firmar unos convenios que se basaban en la Ley de Contratos del Estado. Teníamos demasiadas dificultades. Éramos entidades sin ánimo de lucro, arraigadas en el territorio. Una lucha larga que se ha realizado conjuntamente con los equipamientos autogestionados de Nou Barris y de la ciudad. La gestión ciudadana se aprobó hace solo un par de años.
El día 11 del pasado mes de febrero, centenares de vecinos y vecinas nos juntamos para celebrar el 40 aniversario del Ateneu. Simbólicamente se echó abajo una planta asfáltica de cartón. Los abrazos y los gestos de complicidad se prodigaron. El acto tenía un fuerte significado. Seguía vigente aquella primera reivindicación: la cultura queremos hacerla nosotros. Cuarenta años en los que la programación cultural se había decidido con total autonomía. Un Ateneu independiente de las instituciones y partidos, autogestionado. Un Ateneu crítico con los poderes. Un Ateneu que forma parte incuestionable del mapa cultural de la ciudad.
Por muchos años más, ¡acción, lucha y diversión!