Capmany, veinticinco años después

El 2 de octubre se cumplirá un cuarto de siglo de la muerte de Maria Aurèlia Capmany (1918-1991), una autora versátil que durante más de treinta años se mantuvo en el centro del panorama cultural con una publicación incesante de títulos y artículos. Cultivó casi todos los géneros, aunque conviene destacar sus ensayos sobre feminismo y juventud.

Maria Aurlèlia Capmany en la legendaria sala La Cova del Drac, con motivo de la presentación de una obra de teatro-cabaret, en 1989.
Foto: Robert Ramos.

Hoy en día, la obra poliédrica de Maria Aurèlia Capmany y la posibilidad misma de realizarla parecen haber pasado a la historia. No me viene a la memoria ninguna autora ni autor actuales entre nosotros tan admirablemente versátiles. Una versatilidad animada por el mundo cultural durante las tres décadas y media, de mediados de los cincuenta a bien entrados los ochenta, durante las que Capmany iba sacando a la luz título tras título, artículo tras artículo. Ahora se necesitaría ser éuskaro para beneficiarse de un clima, público y privado, que permita a un autor cultivar diversos géneros e incluso entremezclarlos en un mismo libro –novela, ensayo, cuentos, poesía, teatro, letras de canciones, guiones de cómics y de filmes y de televisión, traducciones, memorias y dietarios, artículos de periódicos y revistas–, tener bastantes lectores y ser traducido. Capmany hizo de todo lo citado, excepto poemarios –pero, ojo, que las letras de canciones son poesía– y guiones de cine.

Vale la pena subrayar, como saeta certera de los cambios culturales a peor en este cuarto de siglo, sus ensayos sobre el feminismo y el nuevo papel de la juventud. Formidables por la oportunidad, marcaron época. ¡Los escribió a propuesta editorial! ¿No sería hoy igual de necesaria una puesta al día, cuando los cambios generacionales y las mentalidades avanzan en esta doble dirección, por más obstáculos que encuentren? Con todo, si así fuera, no sé si habría alguna editora que se los encargara a una intelectual.

La dona a Catalunya: consciència i situació se publicó hace medio siglo, en 1966, el año de la Captuxinada, en la que la autora participó. Maria Aurèlia –como tanta gente la llamaba, en prueba de su reconocimiento y popularidad– ya era una narradora considerada, desde la publicación de la primera novela, Necessitem morir (1952), ultimada en 1947. Un título alegórico de aquellos años de transformación y recuperación cultural, escrito por una mujer de treinta años que había vivido la guerra y la dura posguerra primera, una fracasada, como  ella misma se califica en sus memorias, sin misericordia, con determinación resuelta de no olvidarlo y a la vez de no quejarse.

También era mujer de teatro, autora y actriz. Profesora, activista antifranquista y catalanista, mujer a contracorriente que, ojos grandes y lengua afilada, tenía más y más presencia pública. Una señora de costumbres bohemias y más. No era una beatnik, pero empezaba a ser una divulgadora de la novela negra norteamericana y una vislumbradora de la contracultura naciente, como se vería después. Una hija de la Rambla de les Flors.

El libro sobre el feminismo fue valioso. Leído ahora, es plausible decir que se trataba de un precedente de los estudios culturales que se gestaban como disciplina intelectual en el mundo académico anglosajón. Capmany daba un buen repaso crítico al contexto y a las mujeres de la pequeña burguesía ilustrada de principios del siglo XX, el feminismo prudente que siempre la sacaba de quicio. Pero también las rescataba del vacío y de la nada cultural. Dolors Monserdà y Francesca Bonnemaison revivían. Tres años después de esta zambullida histórica en un pasado que, de tan opaco, parecía nulo, se sumerge en el presente.

Emerge con La joventut és una nova classe?, en la misma línea de atención a la cultura popular y de análisis que evita hacer de las elites el centro de la exploración. Lo publicó también en Edicions 62, proyecto editorial convertido entonces en una realidad que, vista desde hoy, era gloriosa. No penalizaba la inteligencia y el atrevimiento; al contrario, los alentaba.

Este arco temporal de intereses que va de la historia cultural de la modernidad al presente del país y a las vibraciones del mundo occidental,  pese al franquismo, le daría la proyección aún más pública con artículos en periódicos y revistas. Era una autora informada, conocedora de lenguas y de otros paisajes culturales que, en Francia, en Italia y en Estados Unidos, removían los estatus y espabilaban los entendimientos. Ya se sabía que era polifacética, pero cuando publica el libro sobre el feminismo y luego el de la juventud aparece una autora que va más allá de las novelas, género que seguirá cultivando pero que poco a poco será uno más de los que practica. Mención obligada es el teatro, como actriz, en la compañía Adrià Gual, que tanto haría por acompañar la obra de Espriu. También como autora, de obras como la tan revulsiva de 1971 Preguntes i respostes sobre la vida i la mort de Francesc Layret, advocat dels obrers de Catalunya, coescrita con Xavier Romeu.

Maria Aurèlia Capmany en la biblioteca de su casa en Barcelona, en 1985.
Foto: Robert Ramos.

Una intelectual en un momento espléndido

Capmany fue una intelectual que, por suerte para ella y para nosotros, se encontró con un momento cultural espléndido al entrar en la edad adulta. El ensayo es hoy una quimera para tantos autores y autoras, como lo es la prosa misma si no reviste la forma novelesca o de las memorias, y aún así. Una autora de talento, que escribe muy bien, una prosista nada adocenada, contraria al tópico, atenta de manera luminosa a las manifestaciones de la vida diaria y de los propios sentidos, una argumentadora nata, una provocadora de las palabras. Son cualidades que la relacionan con dos autores coetáneos que pudieron ser exclusivamente prosistas, como si fuesen franceses o italianos, gracias al mismo momento editorial y político, a la revuelta cultural de tintes diversos, en suma, que se expresaba como podía y que les hacía confluir desde diferentes ángulos: Josep Pla y Joan Fuster. Da igual si se tenían manía, si se relacionaban o no. Somos nosotros quienes con la lectura terminamos los libros o los desestimamos, dialogamos con ellos o no, los hacemos revivir o no. De Pla, oímos hablar casi siempre; de Fuster, menos, demasiado poco; de Capmany, casi nunca. Deberíamos preguntarnos las razones.

El yo y el nosotros es el punto central de su obra. Sus últimos libros de memorias son, en este sentido, un documento literario y un sumario moral sobre la vida de una mujer y de una cultura que, para seguir siendo de su tiempo, modernas, las han visto de todos los colores. Rezuman la inteligencia de decir sin decirlo todo, dejando a los lectores el espacio y la responsabilidad que nos corresponde. Poco sabremos de la autora en estos libros, de sus difíciles infancia y juventud, de su vejez aún más difícil. Pero sabremos bastante más sobre nosotros mismos, si así lo deseamos.

Portada de su libro sobre la mujer en Cataluña, de 1966.

Redactó estos libros cuando era una socialista de bandera y había logrado autoridad pública. Aquella mujer que en el caluroso –política y, aún más, meteorológicamente– Mitin de la Libertad de 1976, en Montjuïc, cuando no estaban legalizados ni los comunistas, gritó a la multitud: “¡Sudemos socialismo!” La concejala de cultura que acompañaría al alcalde Maragall durante años, la virreina del palacio de la ídem. Y se pone a escribir Dietari de prudències (1981), Mala memòria (1987), para acabar con Això era i no era (1989), ya enferma de cáncer. Junto con los escritos memorialísticos previos, los dos volúmenes de Pedra de toc (1970-1974) constituyen un compendio inestimable sobre cómo religar el yo y el nosotros. Eso que tanta falta hace todavía.

¡Salud, Maria Aurèlia!

Mercè Ibarz

Escritora

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