De vez en cuando, en la India, alguien me pregunta si Barcelona es la capital de España. Como no quiero desengañarles, siempre les digo que sí ?y ponen cara de “ya me lo imaginaba”. El hecho es que la pulsión de capital asoma la cabeza periódicamente desde la Edad Media. Otra cosa es que la Barcelona contemporánea sepa de qué quiere ser capital. Algunos indios, sin embargo, lo tienen claro.
Cuando se vive en Nueva Delhi se hace evidente que Barcelona no juega en la misma liga, ni tiene por qué: no hay poder central ni organismos beneficiarios (o parasitarios) de su calor, como embajadas o multinacionales que vivan de adjudicaciones, grupos de presión, corresponsalías, etc. Una de las distorsiones que genera la capitalidad es que cuentan más las relaciones que lo que se hace o se sabe hacer. Por esta y otras razones, son multitud los que prefieren Nueva York a Washington, Shangai a Pekín, Bombay a Nueva Delhi o Barcelona a Madrid. Porque las ciudades que se han hecho a sí mismas tienen un temple especial. Para ellas, el dinamismo no es una opción, sino una necesidad que suele ir acompañada de otras virtudes como la innovación, la apertura, la ligereza y la alegría de vivir: todo aquello que casa mal con burocracia, jerarquía y formularios.
Ahora bien, el dinamismo se agosta si no se riega o si no logra traducirse en poder o influencia política. Barcelona no puede permitirse que el necesario debate identitario entierre otros debates urgentes que sacuden las economías capitalistas avanzadas. La capital catalana no puede dormirse, porque no está en un callejón sin salida pero tampoco es un cruce de caminos, y no tiene un peso económico ni una masa de población que la conviertan en un dato incontrovertible del mapamundi.
Así pues, Barcelona no es Delhi, pero tampoco Bombay. Aunque, según criterios cualitativos, no cuantitativos, Barcelona sea incluso superior a Bombay –y a muchas otras ciudades emergentes– en la mayoría de parámetros. Y puede seguir siéndolo, aunque deba elegir con más cuidado los retos que se plantea. Algo que ya se vio con el Fórum 2004, un corolario insatisfactorio de los grandes acontecimientos de 1888, 1929 y 1992. Una Barcelona con las arcas vacías ya no puede recurrir a la misma fórmula para reinventarse.
En cualquier caso, Barcelona disfruta de no pocas ventajas. Con respecto a una ciudad india de su tamaño (o diez veces mayor), la más notoria es la fortaleza política y presupuestaria del poder municipal. El hecho de que exista una administración autonómica situada entre la ciudad y el Estado central no es nada sorprendente para los indios, que viven en un estado federal. A un ciudadano de la India ?o de Pakistán? las diferencias entre catalanes y castellanos no le impresionan mucho, pero las acepta de buen grado. Asimismo, la autonomía política, educativa, sanitaria, cultural y lingüística la entenderá perfectamente, porque la India también está organizada así. Cambiar de estado en la India acostumbra a suponer un cambio de lengua oficial e incluso de alfabeto.
Este visitante indio hipotético, al que llamaremos Abhishek, encontrará que en Barcelona se puede vivir muy bien: por la belleza y la personalidad de una ciudad agraciada con playa y montaña, historia y modernidad, buen clima y mejor gastronomía –aunque, ¡es una pena!, no lo suficientemente condimentada–? y agraciada, también, por el salario indirecto que suponen los servicios y transportes públicos, el mantenimiento del orden y la limpieza o los equipamientos cívicos, culturales y sanitarios.
La existencia de aceras transitables –que en la India solo es una sospecha– convierten a la ciudad europea en un continuo urbano: Barcelona es un ejemplo superlativo. Sin embargo, no hay auténticos rascacielos, por lo que el indio medio verá el skyline barcelonés con cierta decepción. El hecho es que en la India se derruye indiscriminadamente, para construir encima, indefectiblemente, un edificio más feo. Antiguo y viejo son sinónimos, claramente inferiores a nuevo y moderno. Los muros se derriban, pero las paredes mentales de religión y de casta se mantienen.
Abhishek quizás verá que en Barcelona hay una lengua oficial al margen del castellano, lo que tampoco le impresionará: en los billetes de rupia figuran dieciséis lenguas y diez alfabetos. Lo que lamentará es que tan pocos hablen bien el inglés. Hay que decir que el catalán es mucho más fuerte en Barcelona que el canarés en Bangalore o el marati en Bombay –también oficiales–, ciudad esta última que no tiene reparos en ser la capital de los medios de comunicación y del cine en hindi (Bollywood). Eso sí, Nueva Delhi respeta escrupulosamente el derecho de los tamiles a vivir en tamil o de los bengalíes a vivir en bengalí, por poner dos ejemplos.
Nuestro amigo ha venido a Barcelona porque, a pesar de haber descubierto a última hora que la capital es otra ciudad, España no había tenido nunca tanta visibilidad en la India como en los últimos cinco años. Y si, a pesar de la crisis, la marca España aguanta, la marca Barcelona sube como la espuma. Como millones de indios, Abhishek ha visto la película Zindagi Na Milegi Dobara, el gran éxito de Bollywood del año pasado, que fue filmada entre Barcelona, la costa ampurdanesa, Bunyol y Pamplona. Abhishek está encantado de que Barcelona sea un gran escaparate del Mediterráneo, que combina fiesta, cultura, espectáculo y gastronomía.
Cuando yo vivía en Lisboa, lo primero que me sorprendía al aterrizar en Barcelona era la vitalidad y el ruido. Con los años esta vivacidad fue subiendo de tono, de la mano de la inmigración de países casi siempre más cálidos, más coloridos y de comida más picante. Ahora las estadísticas dicen que la tendencia se ha invertido. A Abhishek le llamará la atención la diversidad de etnias y nacionalidades, pero no le sorprenderá la falta de integración real.
Es cierto que volver a Barcelona es cada vez menos estimulante. Durante las pasadas Navidades la incertidumbre y el desánimo eran palpables. Pero ni antes éramos “la mejor ciudad del mundo” ni ahora estamos a las puertas de la insignificancia. Abhishek, que tendrá fresco el recuerdo de corrupción y despilfarro de los Juegos de la Commonwealth 2010 en Delhi, quedará sorprendido por las transformaciones urbanas vinculadas a los Juegos Olímpicos y al Fórum 2004, y por su integración en la ciudad.
A mediados de 2008 se tenía la sensación de que todo el mundo iba de puntillas. Y así cuesta mucho de avanzar. Cuando Zapatero dijo que ya habíamos pasado por delante de Italia y que pronto adelantaríamos a Francia, parecía que pidiese a gritos la actual devaluación interna.
Ahora parece que muchos jóvenes formados no tienen más alternativa que irse a Alemania o a Canadá. La Barcelona que daba la espalda a la playa se ha convertido en una prolongación de la playa hasta la Gran Vía, que destruye empleo cualificado y crea Mac jobs para el primero que venga. Parece que Brasil seamos nosotros (empobreciéndonos, pero con fútbol, playa y fiesta de la mejor calidad) y que Brasil sea lo que nosotros habíamos sido. Pero no se preocupen, Brasil y Argentina también empiezan a ir de puntillas. Y el Gobierno indio cruza los dedos.
Pero entre el visitante indio y sus anfitriones barceloneses existe una diferencia fundamental, que además es paradójica. Porque hay cosas opinables y cosas que no lo son. Por ejemplo, la esperanza de vida de una catalana es quince años superior a la de una india (y los años de escolaridad de una multiplican los de la otra). Ahora bien, para el indio el futuro cotiza al alza y ve el mañana con la ilusión de quien no duda que será mejor que el presente. El barcelonés ya no.
El verano pasado tuve la suerte de presenciar en Bombay la exhibición de los Castellers de Vilafranca, que actuaban junto a grupos locales (govindas). Era interesantísimo comprobar cómo un mismo fenómeno se había desarrollado en consonancia con unas sociedades y unos valores completamente diferentes. Los govindas eran todos chicos, pobres y entusiastas, y sus castillos crecían tan rápidamente como se desmoronaban. Los de Vilafranca, que aún logran levantar castillos un piso más arriba que los indios, formaban una piña de hombres y mujeres, niños y niñas, chicos y chicas, de diferentes procedencias, oficios y clases sociales –democracia en movimiento. El alcalde era uno más entre ellos, dejando que sus vecinos le pasasen literalmente por encima. En la India fragmentada por mil prejuicios esto es política-ficción. Si nuestra cohesión aguanta el embate de la crisis e incluso se refuerza, Barcelona seguirá encaramándose, cada vez más alto, durante mucho tiempo. Es el modelo indio el que se debe acercar al nuestro, pero si en vez de esto dejamos que nuestro modelo se hunda hasta las profundidades de la India, lo perderemos todo.
Felicitats per l’article!