El libro que Vázquez Montalbán publicó en 1987 y que ahora tenemos reeditado en castellano y traducido al catalán y al inglés, sería el libro ideal, puesto que se puede leer y a la vez recorrer como si se tratara de una ciudad.
Barcelonas
Autor: Manuel Vázquez Montalbán
Edita: Ayuntamiento de Barcelona
358 páginas
Barcelona, 2018
En todo libro, sea de ficción, ensayo o poesía, siempre hay un centro de gravedad. Esta es la cuestión que se le plantea a cualquier reseñador. Desconozco si esta ley (suponiendo que lo sea) está enunciada en alguna parte, pero mi larga experiencia en el oficio me lo indica como un precepto insoslayable. Uno se pregunta: ¿sobre qué idea, o sobre cuáles, pivota el libro que estoy leyendo? No hay ninguno sin su o sus centros de gravedad. A las ciudades les ocurre lo mismo. Por ello, cuando visitamos una ciudad desconocida, lo primero que buscamos es su centro. Una ciudad podría también ser vista o “leída” como un libro. Y generalmente para orientarnos en una desconocida hasta entonces por nosotros, cargamos con una guía, un libro, en suma.
De alguna manera, Barcelonas, el libro que Vázquez Montalbán publicó en 1987 y que ahora tenemos reeditado en castellano y traducido al catalán y al inglés, sería el libro ideal, puesto que se puede leer y a la vez recorrer como si se tratara de una ciudad. Estoy casi seguro de que al autor no se le escapó esta simbiosis entre libro y ciudad, este recorrido que permite al lector no solo pasar páginas, sino también recorrer calles, barrios, plazas, monumentos y personas. Y palpar, como se palpa intuitivamente cuando se camina por nuestra ciudad, las capas que la conforman, sus arqueologías diversas, sus superficies contiguas.
Invoco la palabra arqueología con el mismo sentido con que la usa Manuel Vázquez Montalbán en su libro, y me viene a la cabeza el sintagma de “prospección arqueológica superficial”. Este tipo de arqueología hace referencia a un modelo de investigación, que más que al fondo de lo estudiado (las excavaciones) se sitúa en su superficie, como si se observara desde un avión (que también), haciendo que de esa nueva manera de mirar una extensión compleja, un paisaje (algo más que un simple escenario) se obtengan unos resultados más ricos e inesperados.
Pues bien, lo primero que uno descubre en Barcelonas es que no es el típico libro que nos habla de una ciudad articulado históricamente. Por tanto, no es un libro de historia sino de memoria, que es algo muy distinto. Barcelonas no funciona por hitos cronológicos. Es una deconstrucción de Barcelona, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la inteligencia eminentemente deconstructivista que siempre instrumentó Vázquez Montalbán para analizar la realidad. O mejor dicho, las realidades. No hay posibilidad de analizar con garantías, ni morales ni sociológicas, ningún paisaje humano si no registra las contradicciones que lo conforman. Esto es exactamente deconstruir. Y así es como opera la inteligencia del autor de El pianista.
Barcelonas funciona mediante conceptos y perspectivas. Cada uno de ellos es un capítulo, organización que nada tiene que ver con un despliegue histórico, aunque sí historicista. Enumeremos esos conceptos, que a su vez devienen perspectivas y viceversa: “Desde las colinas”, “Las ciudades sumergidas”, “El hombre libre en la ciudad libre”, “La Ben plantada”, “La ciudad ocupada” y “Milenio”. Leído, el libro no esconde una suerte de estructura sincrónica, aunque al final lo que se imponen son las diacronías y superestructuras sobre las que se asienta todo el texto. Barcelona es un cruce de espesor y superficie. El primero está en la segunda, no basta con excavar, sino que también hay que sobrevolar su suelo. Elevarse sobre sus techos. Es una ley que posiblemente exija todo estudio de una ciudad. Tampoco hay que soslayar la formación marxista del autor. Por eso hablé más arriba de deconstrucción, es decir, el método que permite sorprender las contradicciones que alberga toda realidad.
Poniéndonos un poco más solemnes, también diría que Barcelonas es un tratado no solo sobre Barcelona, sino de cómo escribir sobre una ciudad con una larga historia como la nuestra. ¿Hay otras maneras de hacer esta historia? Claro, si leemos, por ejemplo, el también no menos canónico Barcelona, de Robert Hughes, encontraremos una filosofía muy relacionada con el ejercicio habitual de su autor, y una manera de comprometerse con la ciudad que conoció y de la que se enamoró, pero sin perder de vista nunca su oficio como crítico de arte en la interpretación de “su” Barcelona.
Releer Barcelonas hoy nos puede suponer todavía hacerlo con la misma admiración con que la leímos la primera vez. Esa prosa, como programada para restituir en la memoria de los barceloneses la intrahistoria pegada en las paredes de su ciudad, la infamia histórica, la humillación propinada a sus habitantes, alternada con los breves días de alegría desaforada y de esperanza. Estoy seguro de que el autor leyó Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. Y se debió de preguntar a qué categoría podría pertenecer su entrañable Barcelona, siguiendo la clasificación calviniana: ¿una ciudad sutil o según sus cielos, sus deseos, sus nombres, su memoria, sus muertos o sus ojos? Los lectores tienen ahora la palabra.