Autor: Adrià Pujol Cruells
Edita: L’Avenç
152 páginasBarcelona, 2018
Els barcelonins de Pujol Cruells no es ni complaciente ni insulso. Mediante la rueda del transcurso del año, traza un retrato de los barceloneses a partir de la observación minuciosa de sus costumbres, manías y chifladuras.
Gran parte de los escritos del siglo XX sobre los ciudadanos de Barcelona evocan a los barceloneses del XIX, en un ejercicio de nostalgia biempensante. Una muestra clara de ello es Los buenos barceloneses, de Artur Masriera (1924), que nos acerca a una Barcelona decimonónica grave y circunspecta, con mucha chistera y mucha levita, en el extremo opuesto de los alborotos revolucionarios. Nace el mito del “señor de Barcelona”. Después de la Restauración de 1874, Barcelona es una ciudad que quiere hacerse perdonar los disturbios, las barricadas y la quema de iglesias y conventos, una tradición muy nuestra que, reproducida actualmente mediante un espectáculo de son et lumière, haría las delicias de los turistas. Por esta razón los barceloneses se pusieron tanto a erigir templos expiatorios como a idealizar la ciudad sin demasiado fundamento, ya que “la historia del hombre civilizado no es otra cosa que la historia de su miseria: todas sus páginas están teñidas de sangre”. Ahora no vamos a contradecir a Diderot.
A Els barcelonins de Adrià Pujol Cruells (L’Avenç), le preceden dos títulos homónimos: Los barceloneses de Sempronio (1959), complaciente y un poco insulso, como exigían los tiempos y a lo que su autor se prestaba sin reparo, y Els barcelonins de Anna Maria y Terenci Moix (1984), un relleno literario dentro de un álbum de fotos de Colita, Oriol Maspons i Xavier Miserachs. Els barcelonins de Pujol Cruells no es ni complaciente ni insulso ni tampoco un relleno. “Vamos para bingo”.
Mediante la rueda del transcurso del año (cada mes se havia publicado un capítulo del libro en la revista L’Avenç en una sección con el mismo nombre del libro), Pujol Cruells traza un retrato de los barceloneses a partir de la observación minuciosa de sus costumbres, manías y chifladuras. Pero Pujol Cruells no es ningún flâneur –no cae en esa cursilería–, sino que se gana la vida, cría a dos hijas y resiste estoicamente los embates de la adversidad en la Barcelona que describe. Els barcelonins arranca con la pérdida de un trabajo estable en una escuela de diseño deshumanizada, que coincide con el encargo, como antropólogo, de una exposición sobre los barceloneses en el Museo Etnológico.
Pujol Cruells pretende “entender cómo se construye la barcelonidad”. O qué queda de ella. Como antropólogo y como ciudadano. Él mismo es un barcelonés como tantos otros, nacido en un pueblo, Begur en su caso, muy ligado al paisaje del Ampurdán y a la vez arraigado a la ciudad después de años de vivir y bregar con ella. Para entendernos, Pujol Cruells estaría en condiciones de presidir el Ateneu Empordanès de Barcelona, en la calle del Pi número 11, si algún día se volviese a abrir.
En Els barcelonins, Pujol Cruells nos retrata una serie de especímenes urbanos característicos, como son los gestores culturales, los artistas conceptuales, los intelectuales a sueldo, los hípsters timeoutistas, los consultores de la Administración, los charlatanes alternativos, los de los hangares de creación y demás. Son nuestros “chulos, toreros y manolas”, el casticismo contemporáneo de Barcelona, todos ellos marcados por un cierto grado de impostura. La identidad barcelonesa es, según el autor, una estrategia. De supervivencia y de poder.
Como contrapunto de esta rúa carnavalesca, Els barcelonins recorre las tradiciones barcelonesas más antiguas: Santa Eulàlia, la feria de Sant Ponç, Sant Cristòfol, la noche de Sant Joan, el Día de Difuntos (pese a que se olvida de la joya de la corona, la procesión de Corpus). En todo momento avanza acompañado por su particular Pepito Grillo, la voz de la conciencia que le amonesta, le advierte y no le deja pasar ninguna impostura. Porque, mientras que Barcelona es Carnaval todo el año, Pujol Cruells es alguien que no se disfraza.