El metro habla

Alguna vez deberíamos fijarnos en el letrero de una estación y preguntarnos qué significan esas palabras. Porque desfilan referencias históricas, geográficas, personales.

© Vicente Zambrano
Imagen de la estación de Liceu de la actual línea 3, que fue final de la línea I entre 1925, un año después de su inauguración, y 1946, cuando se le añadió la estación
de Fernando- Ramblas.

El ser humano nació en el planeta Tierra. Y cuando digo planeta Tierra, me refiero a su superficie: allí donde la especie podía vivir y evolucionar.

Sin embargo, al cabo de unos milenios, intentó conquistar el aire, y lo consiguió. Primero lo intentó en globo y después en avión. Descubrió que podía moverse en un espacio distinto.

Le faltaba descubrir y demostrar que podía moverse aún en otro espacio más, que podía viajar por debajo de su superficie ancestral. Y nació el metro. Podría decirse que era la conquista de una tercera dimensión: la subterránea.

El metro, que primero fue un único túnel, se ha ido ramificando progresivamente hasta convertirse en una red, como un tejido cada vez más denso.

Esto ha permitido la aparición de una percepción absolutamente nueva, que incorpora dos valores fundamentales de la vida: el tiempo y la distancia. Pienso en los tiempos antiguos, cuando el hombre solamente disponía de los pies para desplazarse. Una limitación que compartía con la mayoría de los animales terrestres y que después se modificó con el uso del caballo y del carro. Hasta que el metro aportó una gran innovación: la velocidad. En las grandes ciudades, la velocidad de traslado se consiguió gracias, precisamente, al hecho de que los caminos que abrían los convoyes de metro no se veían entorpecidos por los obstáculos de la superficie y podían mantener, por lo tanto, una velocidad rápida y sostenida.

Hoy, una Barcelona sin metro no es imaginable. La ciudad sería como un organismo al que le han extirpado unos nervios básicos.

Para mí, otra cualidad del metro es que nos habla. Al menos a los que tenemos una cierta curiosidad por leer letreros. Naturalmente, el viajero tiene prisa y solo necesita identificar la placa que le indica dónde tendrá que bajar. Pero, generalmente, no sabemos qué nos dicen algunos de los rótulos sucesivos, además de indicarnos en qué punto de nuestro trayecto estamos.

Quizás estaría bien que, alguna vez, nos fijáramos en uno de los letreros y nos preguntáramos qué significan esas palabras. Porque, a lo largo de todas las líneas de metro, desfilan referencias históricas, geográficas, personales. La Verneda nos dice que, en ese barrio, antes había un bosque de alisos [verns, en catalán]. Igualmente, la estación Llacuna [laguna] nos hace saber que en esa zona hubo, en otros tiempos, una invasión de agua de mar. Drassanes [atarazanas], que cerca de esa estación se construían barcos medievales para la expansión mediterránea de Cataluña. Y Penitents [penitentes], que es un barrio donde había habido ermitaños, algo que ahora cuesta creer.

Los vagones del metro de Barcelona, pues, yendo y viniendo sin cesar, tejen los más diversos puntos de la vida pasada y presente.

Cuando bajo en una estación, miro la placa y, si entiendo qué me está diciendo, le doy las gracias.

Josep Maria Espinàs

Escritor y periodista

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