La disputa por la ciudad turística

Los barrios gentrificados son objeto de deseo para muchos turistas y, a la vez, la presencia del turismo refuerza los procesos de gentrificación. Lejos de ser un fenómeno estacional y localizado en espacios específicos, el turismo disputa recursos al resto de ciudadanos hasta generar el desplazamiento de la población residente.

Foto: Dani Codina

Carteles de protesta con el texto “No nos echarán por culpa del turismo”, en el exterior de un establecimiento de la cadena Generator, en la calle de Còrsega, en Gràcia.
Foto: Dani Codina

Barcelona se ha convertido en una ciudad turística en muy pocos años. Con un crecimiento continuo del número de turistas desde principios de los años noventa, ha pasado de acoger a un millón y medio en 1990 a más de diecisiete millones actualmente. La apuesta política para posicionarse como destino urbano, el aumento de la capacidad de viajeros del aeropuerto y el puerto, el incremento continuado y la diversificación de la oferta de alojamientos turísticos y la especialización de zonas centrales en la llamada “economía del visitante” han reestructurado profundamente la ciudad. Hoy no se puede entender Barcelona sin tener en cuenta la capacidad transformadora de las actividades turísticas. A la vez, las actividades turísticas emergen a través de la construcción –material y simbólica– de la ciudad. Una interrelación que se hace especialmente evidente hoy, pero que ha estado presente a lo largo de la construcción histórica de Barcelona y que se ha convertido en una de las piedras angulares del proyecto urbano pre y postolímpico.

Durante años el turismo se consideró exclusivamente como uno de los factores de éxito de la reconversión postindustrial de la ciudad por su potencial generador de riqueza y ocupación, especialmente en tiempos de crisis. Sin embargo, hoy el turismo es también fuente de conflicto y controversia. El malestar social atribuido al turismo no es un trastorno coyuntural ni específico de un área urbana, sino que ha crecido en los últimos años hasta el punto de aparecer como el problema más grave en una encuesta de principios de 2017. Enmarcado en la reclamación del derecho a la ciudad, ha emergido el debate público sobre la gentrificación turística que denuncia la expulsión vecinal –especialmente por el aumento de los precios de los alquileres–, la sustitución del tejido comercial o la masificación del espacio urbano y la dificultad para desarrollar la vida cotidiana en los barrios.

Gentrificación y turismo son fenómenos que se constituyen mutuamente. Los barrios gentrificados son objeto de deseo para muchos turistas y, a la vez, la presencia del turismo refuerza los procesos de gentrificación. Lejos de ser un fenómeno estacional y localizado en espacios específicos, el turismo disputa recursos urbanos al resto de los habitantes de la ciudad –calles y plazas, servicios urbanos, vivienda, transporte– hasta generar el desplazamiento de la población residente. A continuación se exponen cinco cuestiones clave que ayudan a entender la relación entre la emergencia del turismo y los procesos de gentrificación.

En primer lugar, hay que poner el foco en la generación y la apropiación del diferencial de renta del suelo urbano como resultado del uso intensivo de la ciudad por parte de las actividades turísticas. Con un promedio de cerca de cinco días de estancia y un gasto diario estimado por alojamiento de 60,7 euros/noche, se puede constatar que la rentabilidad del suelo que acoge actividades enfocadas a atender las demandas de los visitantes es mucho más elevada que la del suelo que se dedica a la población residente. Este diferencial es clave para entender la especialización turística de la ciudad, tanto en lo referente a la sustitución de los alquileres de larga duración por alquileres turísticos o de corta duración –con licencia o sin ella–, como en cuanto a la reconversión de edificios enteros en hoteles u otros alojamientos turísticos, sobre todo en las zonas centrales de la ciudad –Ciutat Vella, Eixample, Vila de Gràcia– o en zonas en transformación, como es el caso del Poblenou.

En segundo lugar, hay que incidir en la forma de consumo y en la práctica espacial de los millones de turistas que visitan la ciudad. El elevado gasto de los turistas –350 euros de promedio por persona durante su estancia de cinco días, descontando el transporte de acceso y el alojamiento– apunta a uno de los factores clave que hace que muchos de los servicios y las actividades económicas se enfoquen hacia la economía del visitante. Si a ello se añade la elevada concentración de la visita en el destino –donde se ubican los atractivos y los alojamientos, pero también donde se encuentran los iconos que reproducen la imagen y la marca—–, tenemos una fuerte incidencia en determinadas zonas de la ciudad, en las que el turismo se convierte en una práctica hegemónica. Esta incidencia pone en riesgo la pervivencia de la vida cotidiana de la población residente, en especial de aquella con menos capacidad de mantener viva la demanda de baja intensidad, la que responde a necesidades básicas de compra y atención social.

Foto: Vicente Zambrano

Turistas en la calle del Bisbe, junto al Palau de la Generalitat.
Foto: Vicente Zambrano

En tercer lugar, la capacidad del turismo de estructurar procesos de gentrificación no solo responde al aumento de la demanda turística, sino que también es fruto de un proceso más o menos deliberado de construcción material y simbólica de Barcelona. El turismo no es una fuerza ajena que impacta en la ciudad, sino que emerge a través de las políticas de promoción económica y, sobre todo, de la construcción urbanística. Las políticas de renovación del centro histórico o el desarrollo de grandes proyectos de transformación urbana han tenido en el turismo uno de sus factores centrales: Ciutat Vella, el distrito 22@ del Poblenou, la zona del Fòrum y la Marina Port Vell, entre otros.

En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que tanto la gentrificación como el turismo son procesos globales que se construyen a través de un doble proceso interrelacionado de producción y consumo de recursos a escala planetaria. En este sentido, conviene tener en cuenta el rol del conjunto portuario y aeroportuario como nodo de una red de transporte mundial no gobernada desde Barcelona; el proceso de financiarización global del mercado inmobiliario, con especial incidencia en el sector del alojamiento turístico, y la aparición de nuevas fórmulas de comercialización del alquiler vacacional a través de plataformas digitales que permiten obviar la regulación urbanística y que tienen un efecto claro en el mercado residencial, entre otros.

Un marco legislativo que alimenta la especulación

Por último, vale la pena recordar que los marcos legislativos catalán, estatal y europeo alimentan la avalancha especulativa –el uso turístico de los inmuebles no queda exento de ello– y restringen la acción administrativa dirigida a gestionarla. Así, las diversas leyes catalanas de transposición de la directiva europea de servicios modifican la Ley del derecho a la vivienda para facilitar la implantación de actividades económicas –entre ellas, las viviendas de uso turístico–, y la Ley de Urbanismo dificulta la regulación preventiva de actividades comerciales que se consideran “inocuas” –los alojamientos turísticos, la restauración o las tiendas de souvenirs, entre otros–, y debilita instrumentos clave como los planes especiales urbanísticos reguladores de actividades de pública concurrencia. Destacan también las medidas para fomentar la apropiación de plusvalías en suelo urbano consolidado a través de la rehabilitación y la renovación de los edificios; la reducción drástica de las cargas fiscales de las transacciones inmobiliarias –con el consiguiente aumento de la rentabilidad– gracias a la creación de las sociedades cotizadas anónimas de inversión en el mercado inmobiliario (SOCIMI), y el acortamiento de los contratos de alquiler a raíz de la modificación de la Ley de Arrendamientos Urbanos, que genera un encarecimiento de los precios y la desprotección de los inquilinos.

Asumiendo este escenario complejo, el Ayuntamiento está abordando el fenómeno con convencimiento, pese a las limitadas competencias y políticas que puede desarrollar, mediante una estrategia integrada cuyo objetivo es minimizar los efectos negativos del turismo y potenciar la vida comunitaria en los espacios más masificados. Algunos de los instrumentos que se han puesto en marcha son la regulación urbanística de las licencias de alojamiento a través del Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), para impedir el incremento del número de plazas disponibles en el centro de la ciudad; el refuerzo de la inspección para acabar con el alquiler vacacional ilegal; la gestión de la movilidad turística para integrarla mejor en la vida cotidiana; la interlocución constante con los operadores privados, y el fomento de planes de vecindad específicos en las zonas con mayor impacto.

Gestionar Barcelona como destino turístico pasa por abordar el turismo como cuestión colectiva, integrada en los procesos urbanos, y por tomar decisiones a fin de garantizar un equilibrio para que el turismo no sea una amenaza, sino una gran oportunidad.

Albert Arias Sans

Director del Plan Estratégico de Turismo. Ayuntamiento de Barcelona

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