Un relato de lucha urbana

Las políticas neoliberales han transformado los tradicionales espacios urbanos de sociabilidad, que han pasado a estar intervenidos por el mercantilismo. La gentrificación, lejos de ser algo neutro, es un proceso definido en términos de conflicto.

Foto: Vicente Zambrano

Dos Barcelonas sobrepuestas: al fondo, Diagonal Mar, construida a partir de los últimos años del siglo XX junto con otras áreas de desarrollo urbanístico y económico como el vecino distrito tecnológico 22@, y delante la ciudad de la primera mitad del mismo siglo.
Foto: Vicente Zambrano

En el capítulo llamado “Fizbo” de la serie estadounidense de televisión Modern family –un retrato de los roles familiares en la sociedad norteamericana, maquillado de progre, pero muy sujeto al orden–, el personaje de Phil Dunphy (padre de familia nuclear, agente inmobiliario) dice mirando a cámara y derribando así la cuarta pared: “Soy valiente. ¿Montañas rusas? Me encantan. ¿Pelis de miedo? He visto Los cazafantasmas unas siete veces. Conduzco regularmente por barrios que acaban de ser gentrificados. Así que no, no le tengo miedo a casi nada”. Más allá del componente de comedia evidente en sus palabras, la referencia a la palabra “gentrificación” resulta ideológicamente significante. Dunphy no tiene miedo a conducir (ya no pasear, sino conducir, sin bajar las ventanillas de su SUV) por una zona aún estigmatizada, que solo acaba de ser gentrificada (“aburguesada”, según la traducción en subtítulos que ofrecía para el capítulo la cadena Neox) y, por lo tanto, se entiende que salvada, revitalizada, regenerada.

Gentrificación es un término derivado de la raíz gentry (la pequeña nobleza británica). La primera en usarlo fue la socióloga Ruth Glass, en 1964. Lo hizo para referirse a la llegada de hogares de clase media, muchos de ellos retornados de los suburbios, a los barrios céntricos y obreros de Londres. La gentrificación es, pues, un proceso mediante el cual un barrio cambia la población que lo habita y usa por otro grupo social que lo habitará y usará, con mayor capacidad adquisitiva, lo que comportará un cambio en el aspecto formal y en los negocios que sustentan al propio barrio. Ahora bien, esta definición suena muy neutra y la gentrificación, lejos de ser algo neutro, es más bien un proceso definido en términos de clase y, por tanto, de conflicto. José Mansilla, antropólogo y miembro del Observatorio Antropológico del Conflicto Urbano (OACU), afirma: “Hay una intencionalidad a veces por acción y a veces por omisión en que los barrios cambien, y que lo hagan para atraer a grupos sociales cada vez con mayor capacidad adquisitiva”.

Para los intereses de Phil Dunphy, la gentrificación produce efectos positivos. Los tiene también para los grandes inversores, que ganan importantes cantidades de dinero e, incluso, para los nuevos vecinos, que obtienen beneficios de distinción identitaria, tal y como argumentan los autores del ensayo First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (ed. Catarata, 2016). Y uso una cita que los propios autores (Daniel Sorando y Álvaro Arduna) mencionan: “La residencia se ha convertido en un identificador crucial, posiblemente el crucial, de quién eres” (Savage et al., 2005: 207). ¿Te gustaría vivir en Gràcia o en el pujante Sant Antoni? Normal, es cool. ¿Eres cool?

Los procesos de gentrificación, sin embargo, sí resultan harto costosos para los vecinos tradicionales. En el mejor de los casos se quedarán en el barrio, pero asumiendo contratos de arrendamiento más caros: de 2013 a 2017, el precio medio del alquiler en Barcelona ha subido un 27 %. En algunos barrios, más de un 60 %. Si no pueden quedarse, se marcharán en silencio en lo que la portavoz del Sindicato de Inquilinos, Irene Sabaté, llama “desahucios invisibles. Muchos se iban a la periferia, pero ahí también se han disparado los precios: “Esta problemática es ya metropolitana, y afecta a municipios como Hospitalet de Llobregat”. La cercanía al estadio del FC Barcelona y la llegada de la L9 del metro han provocado que alguna revista de las que se dedica a señalar qué está de moda haya rebautizado el popular barrio hospitalense de Collblanc como Coolblanc.

En First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades se desgrana la gentrificación, ese proceso de destrucción creativa, en cuatro fases, a saber: abandono, estigmatización, regeneración y mercantilización: “Una intervención urbana que acostumbra a ir acompañada de una guerra de baja intensidad contra los pobres”, se lee en el libro. Para seguir estas cuatro fases, pongamos el ejemplo del Barrio Chino/Raval. El abandono comienza cuando un barrio histórico como este sufre un deterioro progresivo por no contar con el mantenimiento ni los servicios suficientes por parte de las administraciones. Parte de la población residente desiste y se marcha a otros barrios de la ciudad que, si bien no son tan baratos, quizás sí ofrecen más comodidades. Al abandono le sucede el estigma, la abominación de la underclass, la denuncia de guetos y la culpabilización de la pobreza. Las viviendas vacías van quedando ocupadas por grupos sociales con muy pocos recursos, que si bien no disponen de rentas, sí protagonizan y capitalizan luchas urbanas en demanda de mejores condiciones de vida.

Es entonces (cuando los precios tocan fondo) cuando hay que comprar barato. Aquellas casas que aún quedan vacías desde la época del abandono comienzan a ser repobladas por grupos sociales con rentas más altas. Empieza la regeneración. Esta inversión urbanística (que a menudo fue pública) no se destina a rehabilitar las fincas más deterioradas para mejorar el nivel de vida de sus habitantes (un ascensor en esa finca de 1900 hubiese ayudado a las personas, a menudo mujeres, ancianas y dependientes, las más afectadas por la gentrificación), sino que el dinero se destina a abrir la rambla del Raval (cambiarle el nombre al barrio va muy bien), o a traer la Filmoteca, o a lavarle la cara al tejido comercial abriendo tiendas de cupcakes. Todo esto acaba provocando que suba el coste de la vida en el barrio y que sus antiguos moradores no puedan afrontar ni la subida del alquiler ni la del precio de la barra de pan (que ya no pueden comprar en la panadería de siempre, sino en la preciosa tienda de cupcakes, o en la franquicia de turno). Ahora el Raval ya es un sitio multiculti y muy in, donde los vecinos antiguos han de hacer out y el inversor que compró barato puede ahora vender carísimo.

Empezar a gentrificar es muy fácil y no es necesario que se manifiesten procesos de especulación inmobiliaria. Una nueva boca de metro o zona verde, o simplemente unos alquileres más baratos que en el barrio limítrofe pueden llamar a nuevos habitantes con más poder adquisitivo. Entonces, ¿cualquier inversión o regeneración es potencialmente el principio de un proceso de gentrificación? Para José Mansilla, sí: “Aunque no tiene por qué acabar siéndolo, siempre que se proteja a la población que ya vive en la zona en la que se invierte capital”. Para ello se requieren contratos de arrendamiento más largos, con medidas de protección para los inquilinos y más parque de vivienda pública.

Sin un control de los alquileres y del suelo público, la lucha de los ayuntamientos parece restringirse a la creación de redes interurbanas que apuesten por revertir la situación y a la reclamación de reformas y nuevas competencias a órganos de gobierno superiores a los locales. Para Mansilla, desde el OACU, la vía de actuación está clara: “El mejor modo de evitar la gentrificación es asegurar que la gente esté en su casa y que no se asuste porque la vayan a echar.”

Según datos publicados por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), en Barcelona se han llevado a cabo en los últimos tres años 12.322 desahucios, el 84 % de los cuales directamente relacionados con el alquiler. Con un parque público de vivienda de entre el 1 y el 2 %, Barcelona tiene grandes dificultades para realojar a estos vecinos. Desde el Sindicato de Inquilinos se lucha para crear la conciencia de un sujeto colectivo arrendatario que, más allá de la procedencia, la residencia o la problemática, aúne todas las luchas y vindicaciones de los inquilinos y las inquilinas de la ciudad y el área metropolitana.

Irene Sabaté asume que, aunque el alquiler sube más en los barrios populares (es donde era más bajo), la gentrificación se ve con claridad “en la zona del mercado de Sant Antoni, o en algunas partes del Poble-sec, en relación a las transformaciones previstas para el Paral·lel. En la Esquerra de l’Eixample, con el cierre de la Modelo (los precios se dispararon cuando se anunció). Y en el Poblenou, por el distrito tecnológico 22@ y la presión turística. Además del caso clásico de Ciutat Vella”. Preguntado por lo mismo, el antropólogo José Mansilla no deja lugar a dudas: “Toda Barcelona. La dinámica capitalista de mantener el valor en continuo movimiento hace que toda la ciudad esté afectada o pueda estarlo a corto plazo. Esto no va a parar..

Vuelvo a First we take Manhattan: “En pocos procesos como en este [el de gentrificación] son tan elocuentes los principios del neoliberalismo”. Estas políticas, llevadas a cabo durante décadas en la ciudad, han transformado los espacios de sociabilidad (“la gentrificación erosiona el asociacionismo”, apunta Irene Sabaté), que han pasado a estar intervenidos por prácticas mercantiles. Degrada, compra barato, invierte dinero público, atrae a grupos sociales con más pasta, expulsa a los vecinos pobres y vende caro. Ante tal panorama, resurge (o se llama al resurgimiento de) aquella denostada identidad de barrio, y su rol singular de clase subalterna. La gentrificación es tanto un problema global como un relato local de lucha urbana.

Gerardo Santos

Periodista

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