De Minsk a Barcelona

Los relatos de Svetlana Aleksiévich nos recuerdan la necesidad de hablar de lo que mejor conocemos, sea Barcelona o la Unión Soviética, sean las mujeres y los niños que la autora bielorrusa ha entrevistado o la gente que baja por la Via Laietana.

De Minsk a Barcelona. Los contrastes literarios siempre son positivos, por eso esperábamos con tantas ganas la visita de Svetlana Aleksiévich, el pasado mes de mayo. Esta es una de las maneras que las ciudades tienen de relacionarse entre sí, de enviarse emisarios, escritores y relatos.

Aleksiévich camina lenta, cansada por las docenas de entrevistas en que ahora le preguntan lo mismo que ella preguntó a sus informantes. Pero también es el caminar lento de quien ya ha llegado donde quería, el caminar suave de quien sabe que ha hecho el trabajo que tenía que hacer. Ha publicado cinco libros que se han ganado un lugar destacado en la historia de la literatura; quizá por ello ahora tiene tiempo de encantarse en los expositores de postales. Los dragones de trencadís fragmentos de cerámica y las fachadas curvas contrastan con la arquitectura que aparece en sus libros. Durante su estancia concede una entrevista tras otra, como todos los días desde que le otorgaron el Nobel. Sus libros provocan mil preguntas, hay historias que impresionan de mil modos distintos. Las preguntas se hacen solas, surgen comentarios e ideas por todas partes. Hay muy pocos proyectos literarios con el alcance y la responsabilidad que se ha impuesto, quizá sin quererlo, Svetlana Aleksiévich.

Ese periodismo que dicen que se muere…

Los periodistas le preguntan sobre sus libros. A mí me apetece preguntarle sobre el periodismo, sobre este periodismo que dicen que se muere. “¿Quién dice eso?”, me interroga. “Algunos periodistas”, respondo. “Bah…”, y hace un gesto con la mano. Y creo que tiene razón, que es fácil hablar del fin de este oficio cuando se hace periodismo de salón. Pero a alguien que ha realizado más de setecientas entrevistas para componer Voces de Chernóbil, todo esto le suena un poco extraño. El periodismo que se acaba es el que ha dejado de serlo, que quizá ya va bien que se acabe.

El Nobel la ha dado a conocer en todo el mundo y clava una pica en el corazón de la industria editorial. En un tiempo de uniformización de los relatos (recuerden qué piden industria y agentes: trescientas páginas de una historia de amor que transcurra en diversos países), Aleksiévich nos explica un mundo local, un mundo particular y casi podríamos decir que vuelve a hacer buena esa idea tan extraña pero tan vigente que se llama literatura nacional. Contra la ligereza, la frivolidad y la disolución de las identidades, la literatura, una vez más.

Los relatos de Aleksiévich, por contraste, nos recuerdan la necesidad de hablar de lo que conocemos mejor, de Barcelona o de la caída de la Unión Soviética, de las mujeres y los niños que ha entrevistado para La guerra no tiene rostro de mujer y para Los últimos testigos, o de la gente que baja por la Via Laietana. La literatura pasa siempre a pocos pasos de donde estamos, quizá por eso la primera tarea del escritor es conocer su entorno más próximo. Quizá por eso se encanta en los expositores de postales y quizá por eso, pese al cansancio y la distancia que se suele guardar en estos casos, de Minsk a Barcelona, no para de hacer preguntas.

Tuvimos suerte. Durante esos días pudimos compartir con Aleksiévich los detalles de la construcción de unos libros que desbordan humanidad, que nos hablan de la necesidad y de la importancia del testimonio y de la cotidianidad para entender la historia, el poder, la política. Hemos sido capaces de traducir del ruso al catalán estas narraciones personales y polifónicas, las hemos leído, pero la pregunta que ahora corresponde hacer es si sabemos aprender algo de la distancia que nos separa. Leer, al fin y al cabo, es esto, recorrer el espacio que nos separa de las chicas que se alistaron voluntariamente para ir al frente durante la Segunda Guerra Mundial, de los afectados por la radiación de Chernóbil o, simplemente, de las personas que un día vieron cómo su país desaparecía. Porque, más allá de la mitomanía de ver a la escritora, lo que realmente nos importa es todo lo que ha escrito, lo que nos han dicho los miles de personas que ha entrevistado durante tantos años.

Aleksiévich es Minsk, pero sus libros están en las librerías. Las editoriales han hecho un esfuerzo enorme para ponérnoslos al alcance. Leámoslos.

Francesc Serés

Escritor

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