Reivindicación del estado emprendedor

Mariana Mazzucato, profesora de Economía de la Innovación en Londres, se ha hecho un lugar destacado en el mundo académico deshaciendo los grandes mitos ideológicos del emprendimiento privado. En abril expuso sus tesis en el CCCB.

Foto: Albert Armengol

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Al pensar en innovación tecnológica, siempre se nos representa la imagen de emprendedores encerrados en garajes, que invierten todos sus ahorros y exprimen su creatividad en una idea revolucionaria que cambiará el mundo y les hará millonarios. En la era del storytelling, el relato de la innovación que venden los medios de comunicación, las empresas y cierta clase política se liga de modo sistemático a las virtudes del emprendimiento y el sector privado, cuya fuerza creativa se ve constreñida por el dinosaurio estatal y su burocracia. A menudo leemos cosas como que “los gobiernos siempre han sido incapaces de tomar las decisiones correctas” (The Economist), un argumentario que acaba invariablemente pidiendo que se limiten las atribuciones estatales a lo más básico: establecer unas reglas de juego y dejar el campo libre a los revolucionarios.

Lo que omite toda esta mitología de emprendedores y garajes –el garaje en el que nació HP, el garaje de Google, el garaje de Steve Jobs– es que el éxito de compañías como Apple no habría sido posible sin una impresionante financiación pública detrás. Desde internet hasta el GPS, pasando por las pantallas táctiles o las últimas innovaciones, como el reconocimiento de voz del asistente Siri, todas las tecnologías que han hecho posible el iPhone, el iPad y los teléfonos inteligentes son producto de décadas de inversión estatal en innovación. El mérito de la compañía, naturalmente, ha sido integrarlas en una arquitectura revolucionaria, pero no deja de ser paradigmático que ninguna biografía de Steve Jobs dedique ni una sola línea al empujoncito público que permitió a Apple obtener unos beneficios de 26.000 millones de dólares en 2011. Unos beneficios que, pese a ser deudores de tecnologías desarrolladas por la CIA o el Ejército de EE.UU., no retornan a los contribuyentes, muy al contrario: donde sí que la compañía ha invertido de verdad ha sido en una sofisticada ingeniería fiscal que le ha permitido evadir los impuestos de cientos de miles de terminales vendidos en Europa.

Pero ¿cómo plantar cara a toda esta retórica que glorifica a la empresa y fustiga al estado? El David que se está enfrentando a Goliat en esta gran batalla discursiva es Mariana Mazzucato. De origen italiano pero criada en Princeton, esta profesora de Economía de la Innovación en el University College de Londres ha destacado en el mundo académico deshaciendo los grandes mitos ideológicos del emprendimiento privado (la investigación sobre el origen público del éxito de Apple es solo uno de sus casos de estudio más sonados). Su aplaudido El estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado, libro del año para el Financial Times (versión española en RBA), se ha convertido en la nueva biblia mundial en políticas públicas de innovación, y su autora ya ha sido reclamada para asesorar a organizaciones como la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) o el ministerio brasileño de Ciencia e Innovación.

Foto: Albert Armengol

Según Mazzucato –en la imagen, durante la conferencia que pronunció en el CCCB el pasado mes de abril–, la capacidad de asumir riesgos es lo que hace al estado imbatible frente a los business angels y las start-ups.
Foto: Albert Armengol

Mariana Mazzucato estuvo en Barcelona a finales de abril, invitada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y la Barcelona Initiative for Technological Sovereignty (BITS) a un ciclo de conferencias sobre la incidencia de las nuevas tecnologías en la economía y la democracia, comisariado per Evgeny Morozov.

“Desde los años setenta vivimos un ataque discursivo contra el papel del estado en la innovación”, explica Mazzucato, que desde el Mirador del CCCB retó a la audiencia a intentar transformar el paradigma con un cambio de léxico que provoque un cambio de mentalidad: “Hay que pasar de un estado facilitador del mercado a un estado capaz de modelar y crear mercados nuevos. En lugar de dejar que allane el terreno al mercado, ¿por qué no hacemos que lo altere en direcciones interesantes, como por ejemplo dirigiendo la economía hacia el crecimiento verde?” Números cantan: economías como la danesa, que hace años que destina grandes esfuerzos de investigación a la sostenibilidad, empiezan a recoger sus frutos en forma de inversiones millonarias para exportar tecnología verde a China.

“Los países que encabezan la revolución verde son aquellos en que el estado desempeña un papel activo en la innovación”, nos dice Mazzucato, circunstancia que aún hace más trágico el caso español, en que el frenazo gubernamental a las energías renovables será uno de aquellos errores estratégicos que entrarán en los libros de historia. En El estado emprendedor también recoge el ejemplo del banco de inversión estatal brasileño (BNDES), que con inversiones de riesgo en biotecnología o tecnologías limpias está obteniendo beneficios récord con inversiones productivas y no puramente especulativas, con una rentabilidad del 21,2 % en 2010. ¿Cuál es, pues, la receta del éxito? Atreverse a proporcionar crédito anticíclico, y dirigirlo hacia sectores estratégicos en que la incertidumbre frena las inversiones de las multinacionales y el capital de riesgo.

Según Mazzucato, es esta capacidad de asumir riesgos lo que hace al estado imbatible frente a los business angels y las start-ups. Durante décadas, el estado ha demostrado que es el único actor del sistema con una capacidad inigualable de gasto, también en sectores en que el análisis coste-beneficios sugeriría no invertir. “Incluso durante un boom, la mayoría de empresas y bancos prefieren financiar innovaciones incrementales de bajo riesgo, y esperar que el estado tenga éxito en las áreas más radicales”, explica. Y los ejemplos se multiplican: las cuantiosas inversiones que promovieron la última revolución biomédica y farmacológica no han sido provocadas por el capital de riesgo o los inventores de garaje, insiste Mazzucato, sino por “la mano visible” estatal. “Solo en 2012, durante la crisis, Estados Unidos gastó 32.000 millones de dólares en los sectores biotecnológico y farmacéutico”, recordaba Mazzucato en El País. Las millonarias inversiones de Estados Unidos, que promovieron con dinero público lo que ahora es Silicon Valley, son un ejemplo ideal para Mazzucato, pues el gobierno de Washington no es en absoluto sospechoso de ser socialista ni de abogar por una intervención excesiva en la economía.

Lo que tradicionalmente ha hecho Estados Unidos es, según Mazzucato, tener una visión a largo plazo –¿hacia dónde irá la economía?, ¿hacia dónde queremos que vaya?– y focalizar inversiones, actuando en simbiosis con el sector privado, no como un enemigo o un competidor. “El estado tiene que ser un socio del sector privado, y a menudo el socio más atrevido, el que está dispuesto a hacerse cargo de unos riesgos que las empresas no quieren asumir”, indica. Eso sí, Mazzucato defiende un cambio en las reglas de juego para evitar que los beneficios de la innovación, cuando los hay, sempre acaben privatizados, mientras que los riesgos se socializan, y más en un contexto de décadas en que los aumentos del PIB no llegan nunca a los salarios reales.

Repensar el capitalismo no es pedir la luna, sino pura justicia, nos viene a decir Mariana Mazzucato. La economista italiana remató su intervención evocando el programa Apolo: ¿por qué no recuperamos los grandes proyectos visionarios de los años sesenta, como el reto de colocar al hombre en la luna? En esa época el estado fue capaz de articular un proyecto de investigación titánico, que combinaba esfuerzos cruzados de diversas disciplinas para conseguir lo que parecía un imposible. ¿Por qué no impulsar un programa Apolo contra el cambio climático o contra las desigualdades sociales?

Albert Forns

Periodista y escritor

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