¡Ah, aquel cabaret…!

  • Un bohemi al cabaret del món.
  • Vida de Manuel Fontdevila, un senyor de Granollers
  • Quim Torra
  • Editorial A contra vent
  • Barcelona, 2013
  • 194 páginas

 Hace ahora cien años y algunos meses, a mediados de enero de 1913, se inauguró el Bar del Centro en el mismísimo núcleo de la Rambla barcelonesa, junto a la calle Unió. En su sótano abría “el primer cabaret de España”, en palabras de Manuel Fontdevila; un espacio que resultó ser “el refugio, el baluarte de los últimos bohemios que existieron en el país”, como decía Jaume Passarell. Son citas de dos personajes que viven en primera persona la noche barcelonesa de los felices años diez del siglo pasado.

De Jaume Passarell –del cronista más que del caricaturista, así como de los tipos que retrató y dieron carácter y color a aquella Barcelona de nuestros bisabuelos– tenemos una muestra magnífica en uno de los títulos de la colección Abans d’Ara de la editorial A contra vent: Bohemis, pistolers, anarquistes i altres ninots. Pues bien, completando dicha obra, en la misma colección y de la mano del mismo editor, Quim Torra, llega ahora a las li-brerías el volumen que comentamos.

La obra, galardonada con el Premio XV Memorial Joan Camps, tiene un título sugerente por un lado –en torno al fenómeno de la bohemia y la mundanidad y la encantadora turbiedad que desprenden los lugares de ocio nocturnos– y familiar por otro –lo de la vida de un señor de Granollers– que no refleja, a nuestro parecer, todo lo que se puede descubrir y aprender de la vida y peripecias –no solo en la capital del Vallès Oriental, sino en todo el mundo y, especialmente, en la capital catalana– de Manuel Fontdevila: fracasado estudiante de Medicina, humorista de primera categoría, farfullador de periódicos, dramaturgo de escasa producción pero de gran éxito popular, maestro de perio-distas y, finalmente, apenas un exiliado de tercera categoría.

El libro cuenta con un capítulo excelente dedicado, precisamente, a la bohemia barcelonesa y a la vida de asiduo de las tabernas del señor de Granollers; o también, para citar solo otro capítulo, con un acertadísimo análisis de su producción para el popular semanario Papitu, en una de sus épocas más verdes, bajo la sugerente cabecera de “Les hores d’amor serenes” y, luego, de “Barcelona és bona”.

Estos no son los únicos aciertos de la obra, de la que solo podemos criticar, en algunos pasajes, una auténtica sensación de vértigo producida por el enorme torrente de información y de opiniones que el autor nos reporta y que no nos da un momento de respiro. Al contrario, todo el libro, quizás porque en cada momento vamos disfrutando de los despropósitos, las salidas de tono y los disparates del juerguista Fontdevila, respira buen humor, en la línea de la mejor tradición barcelonesa. Con el añadido, ahora que mencionamos la ciudad condal, de que en la obra el lector descubrirá un retrato caleidoscópico, aún mayoritariamente desconocido para el gran público, de aquella Barcelona alegre, noctámbula y neutral de los años de la guerra del 14; retrato de la ciudad que, mientras Europa se desangraba, se convirtió, como contrapunto de la Cataluña imposible, y cuando menos en la porción precisa y concreta que va de la calle Nou de la Rambla a las Drassanes y de la Rambla al Paral·lel –el entonces distrito quinto, aún no Barrio Chino–, en uno de los lugares más pintorescos del mundo, con calles repletas de bares, cafés-concierto, music halls, salas de baile, academias de canto, teatros y casas de entretenidas, todos rebosantes de una fauna turbia de chulos, cupletistas, aliadófilos, germanófilos, mujeres perdidas o que se querían perder, bohemios desastrados, fabricantes enriquecidos, payeses ilusos, jóvenes “bien” sin moral, sinvergüenzas de oficio, políticos de profesión, cocainómanos, prostitutas de todas las categorías, ladrones de todos los ramos, invertidos, macarras, artistas que se creían geniales y morirían en el ano­nimato, estafadores, crupieres, morfinómanos, fumadores de hachís y de opio, espías, policías, alcahuetas, periodistas que vivían del chantaje, pistoleros, etc.

Invitamos a los lectores a zambullirse en el libro. No solo porque, como dice Fontdevila por boca de uno de los personajes de una revistita vodevilesca suya, “el placer, como un buen diputado, tiene su distrito: ¡el distrito quinto!”, sino, sobre todo, porque, como concluye Torra, “hay mucho que ganar recordando y leyendo a Fontdevila, bohemio y periodista, que durante veinticinco años persistió en el ‘lamentable hecho –irreparable– de haber ejercido un periodismo combativo’, que quiso vivir y lo hizo. Sí, hay mucho que ganar recordando y leyendo a este señor de Granollers. Sobre todo, unas inmensas carcajadas”.

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