Las razones de ‘Victus’

Victus. Barcelona 1714

Albert Sánchez Piñol

La Campana Edicions

Barcelona, 2012

608 pàgines

Una novela que muestra el hundimiento moral de un siglo que vive en la pugna entre el empirismo y el racionalismo, entre la luz y la oscuridad. Victus transciende el hecho nacional sin ningún tipo de indulgencia, con seiscientas páginas en las que queda claro que todo es fruto de la dimensión vulgar del hecho de existir y de querer ser, sin héroes y con una sinrazón exasperante que hace avanzar el curso de los hechos.

“He aquí la gran verdad que encierra esta historia: que la razón está en la sinrazón”, nos dice Martí Zuviría, el protagonista de Victus, en uno de los afilados diálogos que abundan en la última novela de Albert Sánchez Piñol, quizás la mejor definición de los argumentos de esta historia contundente. Sánchez Piñol diseña los acontecimientos con el estilo que hace de él un narrador terriblemente eficaz, con un discurso compacto, sólido y adictivo que logra provocarnos la convulsión a través de la viveza del espanto. Como ya pasó con una fuerza inusual en La piel fría (Edhasa, 2005), y como ya subrayó el ingenio sorprendente de Pandora en el Congo (Suma de letras, 2005), los hechos trascienden la ficción para instalarse en el corazón de nuestros propios miedos, nuevamente a través del recurso del acoso y la defensa. En esta ocasión, sin embargo, la trama nos remite, sin poderlo evitar, a los acontecimientos del presente. El horror que proviene de 1714, y que provenía aún de más allá, hoy impacta en nosotros con una intensidad que estremece.

Con todo, uno de los argumentos que carga de razones a Victus es que transciende el hecho nacional sin ningún tipo de indulgencia, con seiscientas páginas en las que queda claro que todo es fruto de la dimensión vulgar –y a la vez maravillosa– del hecho de existir y de querer ser, sin héroes y con una sinrazón exasperante que hace avanzar el curso de los hechos. Una novela que muestra el hundimiento moral de un siglo que vive en la pugna entre el empirismo y el racionalismo, entre la luz y la oscuridad. La novela es una deliciosa ficción humanista que muestra las vergüenzas y la putrefacción de la razón, de los egoísmos, de las necesidades, de los instintos que acaban venciendo al intelectualismo y al raciocinio. En tal sentido, esta fabula sobre la caída de Barcelona está imbuida por el espíritu con el que John Locke supo iluminar los caminos del nuevo siglo: el mundo de Martí Zuviría como reflejo de lo que desconoce, como la Palabra que busca, insistente. Una sola palabra que contiene todo el conocimiento que antes ha sido negado y que será la verdadera razón que mueve al mundo. Enorme y brillante resultará este antihéroe, Zuvi Piernaslargas, pero aún más acertado será el contrapeso narrativo de la horrenda Waltraud, la escribiente alemana que se convierte en el verdadero narrador de la historia. Afortunadamente, el resto de los personajes son, todos ellos, artefactos brillantes al servicio de una historia poliédrica y riquísima, lo que construye una novela con una ambiciosidad argumental que queda perfectamente camuflada en el engranaje minucioso de datos, fechas, preguntas, respuestas, tecnicismos y desgracias. Eso sin perder nunca la chispa de un ritmo endiabladamente adictivo.

Dividida en tres partes, Victus se convierte en un manual de aquella gran y primera guerra mundial, pero también se convierte en un homenaje fiel a la forma clásica de narrar. Tres actos perfectamente marcados por tres partes generosas y pulcras, con una primera de presentación brillante en la que vemos la formación del personaje central, Zuviría; un mentor brillante, Vauban; el descubrimiento del amor, Jeanne, y el posicionamiento de los antagonistas del relato. Una segunda parte de transición hacia el clímax del desastre, en el que incluso creemos que la salvación es posible. Y un tercer acto con la decrepitud de unos tiempos de horror y de vergüenza. En este engranaje hay que destacar la voz del narrador, un prodigio de ausencia total de efectismo y sensiblería. Victus es así, contundente, necesaria y germinal. Es una novela catalana que no está escrita en catalán. Es una conquista de la normalidad de este país que doblega el peso de una derrota de hace trescientos años con un futuro que empieza a escribirse. Es la conquista de un episodio que habíamos escondido en la memoria de las vergüenzas de la nación, es el espíritu que revive de una tradición literaria huérfana de épica.

Sánchez Piñol demuestra en Victus, una vez más, que domina la narratividad, la pulsión y los recursos magnéticos del relato. Demuestra, con la buena nota de siempre, que el estilo está vivo en la manera de interrogarnos, de acecharnos y de ofrecernos un entretenimiento que nos explica mucho más de lo que digerimos con un estilo mordaz, resolutivo y exento de atributos.

Esteve Plantada

Poeta

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