De Cervantes a Sagarra, y más

Barcelona se ha ido construyendo página a página desde Miguel de Cervantes hasta nuestros días. Es la ciudad más literaria de todas, hecha de páginas y calles, de barrios y de tinta. Es literatura bajo el farol indecente de un prostíbulo. Es algo más que una ciudad.

© Manel Andreu

© Manel Andreu

Percibida en una esquina mediterránea del mapa peninsular, Barcelona es la ciudad más literaria de todas. Hasta don Quijote anduvo por ella y en ella visitó una imprenta. Cabe recordar las palabras que Cervantes puso en boca de su personaje más universal: “Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”. Desde Miguel de Cervantes hasta hoy, la ciudad se ha ido construyendo página a página, quedando definida a partir del siglo pasado con la mirada de Juli Vallmitjana, un autor olvidado en nuestros días pero de una intensidad única a la hora de captar la vida al otro lado de los márgenes. Gitanos, arrabales, chabolas, niños tiñosos y aguas estancadas donde quedó sumergida una época que castigó a Barcelona con la realidad de las epidemias y de la hambruna. La Barcelona que nadie quería ver, la denunció Vallmitjana en sus obras.

Si hay un heredero de Vallmitjana en nuestro tiempo, es sin duda Francesc Candel, hijo de emigrantes que creció en las barracas de Montjuïc y cuyas historias están colmadas de chirlos y sabores obscenos. Años después surgiría otro hijo bastardo de Montjuïc, Francisco Casavella, para quien Barcelona fue madre, novia, esposa y algo peor: una exmujer con la que seguía compartiendo piso, vergüenza y un saludo de circunstancias en la puerta del lavabo. Casavella dejó escritas las mejores páginas de la Barcelona de finales de siglo pasado. Sin duda alguna, el mejor narrador de su generación, que también es la mía. Juan Marsé lo aseguraba.

Ya puestos a escribir sobre Marsé y sobre generaciones, hay que apuntar que Barcelona no sería Barcelona sin la ayuda de Marsé y de sus aventis, que ayudaron a levantar los cimientos de una ciudad que arruinó la guerra. La agresión que sufrió Barcelona por parte de la España de los privilegios se hizo más llevadera gracias a la imaginación de hombres como Marsé o Francisco González Ledesma, que se tuvo que convertir en Silver Kane para entretener la posguerra. Lo hizo escribiendo novelas de bolsillo para adultos; historias de acción directa en las que el héroe era un cowboy quemado por el sol y por la pólvora, pero que bien podría haber sido uno de aquellos libertarios que lucharon por defender la dignidad de su pueblo. Uno de esos personajes de carne y hueso que aparecen en las memorias de García Oliver, el combativo anarquista que formaría Los Solidarios junto con Ascaso y Durruti, un grupo que solo pudo darse en Barcelona, cuna del anarquismo activo.

Con todo, si hay una novela que contiene a todas las demás novelas de Barcelona y que sin ella no existiría ni Marsé, ni Mendoza, ni González Ledesma, ni yo mismo, y que es la madre del cordero de la novela contemporánea escrita en castellano –aunque fue escrita en catalán–, esa es Vida privada, de Josep Maria de Sagarra. Es la historia de los Lloberola, una familia ejemplar a la que se le apolilló la cuna; una familia de clase alta a la que la carcoma del vicio dejaría expuesta. Ahora que preparo una novela cuya acción se desarrolla en Barcelona, cargo mi macuto con las obras de Vallmitjana, Casavella, Candel, Marsé, Mendoza, González Ledesma, Josep Maria de Sagarra; en fin, toda la pandilla. Bien equipado, oriento mi rumbo hacia esta ciudad tan literaria como cierta. Porque Barcelona son páginas y calles, barrios y tinta; es literatura bajo el farol indecente de un prostíbulo. Barcelona es algo más que una ciudad.

Montero Glez

Escritor

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