Considerada una de sus mejores novelas de posguerra, Incierta gloria se publicó por primera vez en 1956, pero el autor la fue ampliando y modificando hasta la versión definitiva de 1971. Barcelona aparece como una ciudad de retaguardia, donde las paredes están empapeladas con propaganda republicana y los reflectores perforan la noche en pos de bombarderos. En las últimas partes de la obra, publicadas bajo el título de El viento de la noche, la protagonista es la oscura Barcelona de los vencidos.
La Barcelona de Incerta glòria [Incierta gloria en la versión española de Carlos Pujol; Barcelona, 1962] es una ciudad de retaguardia, en que las paredes están empapeladas con propaganda republicana y los reflectores perforan la noche en busca de bombarderos italianos. Es también una ciudad interiorizada, casi metafísica, reflejo de la atormentada religiosidad del narrador, Cruells, y de la transformación espiritual de la protagonista, Trini, joven anarquista convertida al cristianismo. De ahí su inconcreción: tantas caminatas por Barcelona y tan pocas referencias precisas.
Trini, que nació en la calle Hospital, asiste a misas clandestinas en un piso de la calle Arc del Teatre y deambula por La Rambla y los alrededores de La Boqueria hasta detenerse en los que parecen ser los límites de su reducido ámbito geográfico: la plaza de Catalunya, la ronda de Sant Antoni, la calle Pelai, cuyos escaparates vacíos hablan a las claras del desabastecimiento. Lo más curioso es que, durante los casi tres años de la contienda, Trini no vive en la Barcelona antigua, sino en Pedralbes, en la lujosa torre familiar de Lluís, su compañero y el padre de su hijo. En las seiscientas y pico páginas de la novela no se encontrará ningún episodio ambientado en la extensa área urbana que separa Pedralbes de Ciutat Vella. Entre la Barcelona en la que Trini pasa las noches y la Barcelona por la que se mueve durante el día hay un inmenso vacío: el Eixample, por decirlo de alguna manera, no existe en Incierta gloria.
Y lo curioso es que yo siempre había tenido a Sales por un señor del Eixample. ¿De dónde pude sacar esa extraña idea? Supongo que de uno de los episodios clave de El vent de la nit [El viento de la noche, también traducido por Pujol], continuación de Incierta gloria, en el que Sales recrea uno de los hechos más destacados de la resistencia de la Iglesia catalana al franquismo, la manifestación de curas del 11 de mayo de 1966. Ese día más de doscientos sacerdotes fueron a la jefatura de policía para entregar un documento de protesta por los malos tratos a estudiantes y trabajadores. Entre ellos estaba Cruells, quien así buscaba una suerte de redención personal. Cuando los religiosos se plantaron ante la comisaría, los policías no tuvieron reparos en atizarles unos buenos golpes, para luego perseguirles hasta el lugar al que acudían a refugiarse: los jesuitas de Casp. ¡Por fin la geografía literaria de Sales desborda los límites de Ciutat Vella para internarse en el Eixample!
La de El viento de la noche es la Barcelona canalla y ventajista de los vencedores, pero sobre todo la oscura de los vencidos. Sales habría acabado siendo el clásico señor del Eixample si no hubiera sufrido la violenta sacudida de la derrota. Hasta entonces su domicilio estaba en el número 36 de la calle Rosselló, un edificio racionalista de 1930, el primer bloque de viviendas construido por el arquitecto Josep Lluís Sert. Desde su regreso del exilio en 1948 y hasta su muerte en 1983 vivió, en cambio, en una zona bien alejada del centro: en la calle entonces llamada de la Mare de Déu del Pilar, en el barrio del Coll, tocando ya al Carmel. Como quien dice, en tierra de nadie, en pleno campo, en un territorio escabroso y poco accesible al que la familia del escritor solía referirse como “cumbres borrascosas”. Desde esa atalaya veía Sales transformarse su vieja Barcelona.
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