De ‘Yo confieso’ a ‘Nada’

Tanto en la novela de Jaume Cabré como en la de Carmen Laforet, la ciudad rezuma el miedo y el dolor de las posguerras, pero sus protagonistas se mantienen al margen de ello, viviendo su propia tragedia interna. Ninguno de los dos es libre de disfrutar de la vida a su manera.

© Manel Andreu

© Manel Andreu

La inteligencia solo puede ser narrada desde la inteligencia. En Yo confieso Jaume Cabré lo consigue de forma magistral. Y su logro es todavía mayor porque introduce al lector en esa facultad, haciéndole partícipe de ella.

Mientras leía con creciente interés el libro, me preguntaba con curiosidad profesional cómo había logrado el autor adentrarnos en la mente privilegiada de Adrià Ardèvol, además de trasladarnos sus sensaciones y angustias, y hasta ese sentimiento de culpa que desborda al personaje con causas acaecidas hasta quinientos años antes de su nacimiento, conectándonos con la conciencia de culpa universal. Jaume Cabré nos hace vivir el personaje desde dentro y desde fuera, utilizando con gran naturalidad, al referirse a él, tanto la tercera persona como la primera. Quizás por ello la lectura de Yo confieso ha sido para mí una experiencia vivencial. Me he sentido trasladada literariamente a una casa de la calle València, de la misma forma en que viajé a Barcelona por primera vez en la adolescencia, también literariamente, conducida por mi madre, Carmen Laforet, a otra casa del Eixample en la calle Aribau. No conocería Barcelona personalmente hasta años más tarde, de forma que aquella primera presentación a través de Nada quedó fuertemente grabada en mí.

La novela de Jaume Cabré me ha llevado a esa primera imagen. Quizás sea debido a algunas similitudes en la forma de percibir la ciudad tanto de Andrea en Nada, como de Adrià en Yo confieso. En las dos novelas están presentes las secuelas de la Guerra Civil, y en Yo confieso se añaden las de la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos la ciudad rezuma ese miedo y ese dolor. Pero tanto Adrià como Andrea se mantienen al margen, viviendo su propia tragedia interna. Su libertad no solo está restringida por el ambiente gris y rancio de la posguerra. Ninguno de los dos es libre de disfrutar la vida a su manera. Están involuntariamente recluidos en una casa del Eixample en la que se intuye un pasado próspero, de burguesía catalana. Y en ambos casos, cuando consiguen romper algunas de las cadenas que les aprisionan, nos contagian la plenitud y la dicha de pasear por esas calles, hacia la Universitat, hacia el Liceu, hacia la iglesia de Santa Maria del Mar, sensaciones que se añaden a mi propia experiencia cada vez que tengo la suerte de pasear por esta hermosa ciudad.

Cristina Cerezales Laforet

Escritora

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