El tiempo de las redes globales y de las ciudades interconectadas

Construir más y mejor paz implica una tarea muy centrada en el mundo urbano, donde serán necesarios esfuerzos de actores privados y públicos para el establecimiento de sinergias y alianzas que pongan el derecho humano a la paz en el centro de las agendas nacionales e internacionales.

Ilustración: Patossa

Ilustración: Patossa

Desde 1947, año en que el sistema internacional diseñado por los grandes vencedores al término de la Segunda Guerra Mundial quedó conmocionado por el estallido de la guerra fría y la proliferación de las armas nucleares, el escenario de las relaciones internacionales ha cambiado profundamente, sobre todo desde 1990, con el fin de la guerra fría.

A finales de 2016, pensar en cómo se puede disminuir la guerra y conseguir una mayor presencia de la paz, y en qué papel deben tener las ciudades para hacerlo realidad, exige recordar brevemente qué ha ido cambiando. Sin ánimo de exhaustividad ni de coherencia cronológica, citemos estos hechos: conflictividad armada lejos del principal escenario de confrontación entre superpotencias (Europa); descolonización progresiva; el auge del Tercer Mundo y después del Sur Global; la progresiva importancia de los factores y las relaciones económicas frente a las diplomáticas y de seguridad; la aparición de nuevos actores privados (empresas, organizaciones de la sociedad civil, redes para defender intereses diversos) y públicos (proliferación de estados debido a la descolonización, de organizaciones internacionales y de poderes no centrales como las ciudades, las regiones o las comunidades autónomas); fin de la bipolaridad y surgimiento de un sistema multicéntrico basado esencialmente en las relaciones sociales y económicas; resurgimiento de los conflictos armados en Europa; impacto de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y de la nueva política exterior norteamericana; crisis de la construcción europea; crisis migratoria y humanitaria, etcétera.

¿Qué tienen en común estos fenómenos, vistos en perspectiva y con proyección de futuro? Tres cosas: la relación con la globalización, el principal rasgo persistente de evolución del sistema internacional; los cambios en la concepción de la seguridad, la naturaleza y la ubicación de los conflictos armados, con la aparición de nuevas formas de violencia directa, y la vinculación con el debate sobre los nuevos actores del sistema internacional, algunos privados y otros públicos no estatales, como las ciudades y las redes de ciudades.

La nueva realidad internacional se caracteriza por la lógica concurrente de actores diversos que intentan emanciparse de la tutela de los estados, es decir, por la progresiva sustitución de un sistema internacional clásico, con fronteras y reglas de funcionamiento bastante precisas, por un sistema social mundializado.

El fenómeno capital es la globalización. Actualmente nadie discute el hecho, pero sí algunas de sus consecuencias y sobre todo el uso justificador que se ha hecho de él. Una manera de evitar las confusiones es distinguir, siguiendo a Ulrich Beck, entre “globalización” (proceso multidimensional, fáctico pero de alcance no del todo claro), “globalismo” (el ideario neoliberal que considera la globalización como un hecho positivo e inevitable) y la “globalidad” (el resultado o los resultados finales).

Se trata de un proceso de carácter multidimensional (económico, social, político, cultural) y con un triple efecto: una mayor interdependencia entre las actividades humanas, una compresión del espacio y del tiempo y una progresiva interpenetración de las sociedades. Lo realmente novedoso, dado que el fenómeno tiene raíces antiguas, es la desterritorialización y la aparición del capitalismo informacional, es decir, una economía global capaz de funcionar como una unidad en tiempo real y a escala planetaria.

El fenómeno persistirá durante los próximos veinte años, de manera asimétrica y en paralelo a un nuevo modo de entender el poder y a una creciente importancia de los países del Sur. Seguirá impregnando áreas tan diferentes como las comunicaciones, la seguridad, la ecología y el medio ambiente, la regulación de la vida cotidiana o la cultura y la ideología. El resultado será un cambio cualitativo en las condiciones de vida, con la aparición de “sociedades globalizadas” en que las ciudades y sus redes tendrán cada vez un papel más central. A efectos de construcción de la paz, el sistema internacional seguirá teniendo una doble cara, global y local, y para aludir a ello se acuña el neologismo de “glocalización”, que se manifiesta en las tres dimensiones básicas de la vida de los actores politicoeconómicos: la seguridad (y por tanto la conflictividad armada y la paz), el crecimiento económico y la política interna, con un papel creciente de los actores estatales no centrales y de los actores privados. Sin embargo, hablaremos solo de una de ellas, la seguridad y la paz.

La erradicación de las violencias directas

Un hecho destaca por encima de todo: actualmente, se produce una media de 550.000 muertos por arma de fuego al año, y solo un 20 % de ellas responde a violencia política directa, es decir, a conflictos armados y a terrorismo. El resto deriva de formas de violencia no políticas, pese a que pueden relacionarse: inseguridad ciudadana, delincuencia ordinaria y transnacional, narcotráfico, etcétera.

Además, han cambiado la naturaleza y la ubicación de los conflictos armados, hoy muy mayoritariamente de tipo interno, de origen político y sobre todo presentes en los países del Sur. El fenómeno seguirá probablemente así. En cuanto al terrorismo, su impacto es mucho mayor en el Sur que en el Norte (solo un 3 % de las víctimas pertenecen al Norte). Dicho de otro modo, hay que reforzar la paz y evitar nuevas Sirias y fenómenos parecidos, pero el gran reto es el control y la disminución de las otras formas de violencia directa antes citadas, en gran parte ubicadas en las ciudades, donde ya reside más del 50 % de la población humana. Por lo tanto, construir más y mejor paz implica una tarea muy centrada en el mundo urbano, donde se necesitarán esfuerzos de los actores privados y públicos para el establecimiento de sinergias y alianzas que pongan el derecho humano a la paz en el centro de las agendas nacionales e internacionales.

Reforzar la paz es factible y probable a medio plazo, pero será inviable sin el esfuerzo tenaz de muchos actores. El derecho humano a la paz exige mucho más que resoluciones y actuaciones de los actores estatales e intergubernamentales, a menudo incapaces de resolver emergencias humanitarias sangrantes. Para mejorar el estado de paz se precisa que la ciudadanía, las personas, los pueblos, las comunidades, las ciudades, den ejemplo y muestren que los conflictos se pueden resolver de forma positiva, sin violencia, con diálogo y con el principal procedimiento que el ser humano ha creado para gestionar la vida social y agregar colectivamente preferencias: la democracia.

Para ello habrá que poner énfasis en tres condiciones para la resolución pacífica y positiva de los conflictos: primero, hay que aprender a analizar los conflictos, a asumirlos como tales y a buscar alternativas mutuamente aceptables; segundo, se requieren no solo instrumentos e instituciones adecuados, sino, sobre todo, valores y principios que nos obliguen moralmente a buscar soluciones mutuamente aceptables, y tercero, hay que ponerse a la tarea en la dimensión más cercana, en casa, en el entorno comunitario, en las ciudades.

Las redes de ciudades, dada la creciente interconexión, se encuentran ya en el centro de la construcción de la paz, no solo como formas de solidaridad con los lugares asolados por los conflictos, sino porque sitúan en el centro las violencias directas, estructurales y simbólicas de las ciudades. Sin paz en las ciudades no habrá paz en el mundo.

Rafael Grasa

Profesor de Relaciones Internacionales de la UAB. Presidente del Institut Català Internacional per la Pau, 2008-2016

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