Los mercados renovados, ¿motor de gentrificación?

Situados en la disyuntiva entre decadencia y renovación, los mercados tradicionales se pueden convertir en herramientas poderosas de gentrificación cuando, apostando por una modernización radical, modifican los usos de su espacio junto con su oferta de productos y los precios vigentes.

Foto: Vicente Zambrano

El mercado de Sant Antoni al inicio de las obras de rehabilitación, que se han prolongado durante un decenio.
Foto: Vicente Zambrano

La reforma del mercado de Sant Antoni de Barcelona era una asignatura pendiente de la ciudad. El vecindario, los comerciantes y el Consistorio veían este hito como una oportunidad para la revitalización del barrio. Ahora, al cabo de una década del inicio de las obras, la apertura del nuevo equipamiento, junto con la dinámica inmobiliaria y comercial que se ha instalado en el barrio, se ve como una amenaza para la vida vecinal. El proceso de gentrificación de la zona es innegable. Los precios tanto de las viviendas como de los locales comerciales se han disparado. Los vecinos y vecinas denuncian que están siendo expulsados por una oleada invisible de finalización de contratos de alquiler y de precios abusivos.

Los procesos de gentrificación, que consisten en la sustitución de la población de una zona, originariamente de clase trabajadora o de bajos ingresos, por población con un poder adquisitivo mayor, se dan tanto en el ámbito residencial como en el comercial. Los establecimientos de proximidad que ofrecían productos de consumo cotidiano, a precios asequibles, para población de bajos ingresos, son desplazados en los barrios gentrificados por establecimientos dirigidos a consumidores de clase media y alta. Se sustituyen comercios de productos de adquisición frecuente (principalmente alimentarios), por otros de consumo esporádico, en respuesta a los nuevos patrones de consumo de las clases medias y altas, en un proceso que algunos han descrito como de boutiquización.

El concepto de comercio de proximidad, en el que podemos situar los mercados municipales tradicionales, hace referencia a la situación física en que se encuentran respecto al consumidor los establecimientos de los barrios residenciales –en contraposición a las grandes superficies, que se ubican en las periferias urbanas–, pero también a una proximidad relacional. Se trata de establecimientos donde encontramos productos de consumo frecuente y que ofrecen una atención personalizada. El comercio de proximidad nos aboca a espacios en que se fomentan las relaciones sociales y de vecindad, asociadas a unos valores de conocimiento y de participación en la vida comunitaria del territorio.

La falta de relevo generacional, la liberalización del mercado inmobiliario y el fin de la moratoria de la Ley de Arrendamientos Urbanos para los alquileres de renta antigua en el año 2015, así como el cambio de patrones de consumo de un cierto sector de la población con capacidad adquisitiva, conducen a que allí donde había establecimientos de proximidad se establezcan tiendas de diseño, galerías, establecimientos de alimentos ecológicos y gourmet, bares, restaurantes y franquicias, que dejan de cumplir esta función comunitaria.

Este fenómeno ha afectado a los mercados tradicionales, que, enfrentados a una disyuntiva entre decadencia y renovación, se convierten en nuevos espacios de gentrificación cuando modifican sus usos junto con los precios y la oferta habitual de productos. A veces la renovación del mercado es consecuencia de un proceso de gentrificación común a todo el barrio, pero en otros casos es precisamente la renovación del mercado la que actúa como factor desencadenante o acelerador de un proceso de gentrificación más global.

En los últimos años los mercados municipales de Barcelona han pasado por un proceso de remodelación física y de cambio de modelo, que ha afectado a esta función relacional del comercio de proximidad. Desde 1995 se han rehabilitado veinticinco mercados, y en todos los casos se les ha incorporado un establecimiento en régimen de autoservicio, es decir, un supermercado, que contribuye a la financiación de la reforma. La propuesta del Instituto de Mercados Munici- pales ha sido modernizar la oferta de los mercados adaptándolos a los nuevos hábitos de consumo, ofreciendo servicios como el aparcamiento o el reparto centralizado a domicilio, incrementando horarios de funcionamiento y reduciendo puestos de venta. La reducción de puestos ha sido en gran parte fruto del mismo proceso de jubilación y no renovación generacional de los dueños de los puestos, pero también de las dificultades para hacer frente a la inversión que supone para ellos hacerse cargo de parte del coste de la renovación. En el nuevo mercado de Sant Antoni se calcula, por ejemplo, que los propietarios de los puestos invierten entre 60.000 y 150.000 euros en sus nuevas instalaciones.

La propuesta de transformación de los mercados de espacios deteriorados a espacios modernizados y competitivos supone en algunos casos una nueva frontera de los procesos de gentrificación. La generación de un discurso ciertamente clasista sobre el deterioro de los mercados municipales justifica su rescate y la revalorización comercial y urbanística, una revalorización que comporta la inclusión de puestos de productos gourmet o de restauración y la expulsión paralela de los comerciantes más precarios y con menos capacidad para adaptarse a la nueva situación. Tal como escribieron Luz de Lourdes Cordero y Luis Alberto Salinas en la Revista de urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile (número 37, diciembre de 2017), “en este contexto, diversos mercados tradicionales aspiran a transformarse en mercados gourmet dentro de un esquema de competitividad urbana en el que las ciudades han evolucionado hacia el desarrollo de ventajas comparativas de consumo, y eso hace que estos espacios sean un reclamo turístico de primer orden”.

Lo cierto es que las renovaciones que se imponen en los mercados municipales a menudo suponen la pérdida de una parte del rol de fomento de la cohesión social, especialmente en aquellos situados en el centro turístico de la ciudad. Mercados como el de la Boqueria o Santa Caterina en Barcelona; los de San Antón, San Miguel o San Fernando en Madrid; el de La Ribera en Bilbao; el de La Bretxa en San Sebastián, o el de La Encarnación en Sevilla serían ejemplos de esta pérdida de espacios (físicos y simbólicos) para uso del vecindario que tiene lugar en los mercados municipales, transformados así en atractivos turísticos o de ocio gastronómico. Estos espacios renovados se convierten en mercados escenificados que resultan excluyentes para amplios sectores de la población que no pueden pagar el precio de los productos gourmet que se ofrecen.

Se transforma así el perfil del usuario del mercado y se transforma la oferta de este adaptándola a un cliente que no busca abastecerse de alimentos para el hogar, sino vivir la experiencia cultural gastronómica in situ. El consumo de productos gourmet y la restauración quitan espacio al producto fresco de consumo cotidiano. Los precios del mercado aumentan y el usuario habitual pierde calidad en la experiencia de la compra, en la que el aspecto relacional era central.

Foto: Vicente Zambrano

El mercado de Santa Caterina, cuya reforma comenzó en 1999 y no concluyó hasta 2005, es unos de los casos más relevantes, junto con el de la Boqueria, de gentrificación inducida por el cambio de usos y la modernización.
Foto: Vicente Zambrano

La Boqueria y Santa Caterina

En Barcelona el caso más emblemático es el del mercado de la Boqueria, en crisis por su mismo éxito como atractivo turístico. Pero el de Santa Caterina sería otro ejemplo relevante. La reforma de este mercado empezó en 1999 y no terminó hasta 2005. Los años de obras, que coincidieron con una profunda reforma urbanística de los alrededores, y el consiguiente traslado temporal del mercado, tuvieron un impacto devastador en el tejido comercial del barrio. Cerca de doscientos establecimientos cerraron, y el mercado de Santa Caterina “dejó de llevar a cabo su función de articulador de la vida económica y social, proceso que algunos vecinos describen como la muerte del barrio”, según palabras de Adrián Hernández en su artículo “De la botiga a la boutique”, publicado en 2016 en el número 6 de la Revista de estudios urbanos y ciencias sociales de la Universidad de Almería.

El nuevo modelo de mercado –pensado, según el citado autor, “no como un centro de comercialización para que los vecinos y las vecinas de Ciutat Vella se pudieran abastecer de alimentos, sino como un espacio turístico y un centro de consumo para las clases medias que progresivamente llegarían al barrio a partir del proceso de gentrificación que experimentaba”– impregna también los alrededores, donde han proliferado la oferta de restauración, los locales de alimentos gourmet, las tiendas de diseño y las boutiques, y en el que no ha vuelto a surgir una oferta de pequeño comercio de proximidad, incapaz de hacer frente a los nuevos precios de los locales comerciales. El proceso sufrido en Santa Caterina puede ayudarnos a vislumbrar los peligros de gentrificación vinculados con la apertura del nuevo mercado de Sant Antoni. El mercado, que incluirá –además de los puestos de producto fresco, encantes y libros del mercado municipal– tres puestos de restauración y seis de alimentación con servicio de degustación, así como un amplio aparcamiento, con el añadido de la supermanzana que lo rodeará, llevará al barrio una nueva dinámica. El peligro de turistificación y elitización del mercado, con su atractivo arquitectónico y de ocio gastronómico, resulta evidente.

El vecindario vive la situación con inquietud y como una paradoja, ya que tanto la renovación del mercado como la supermanzana son reivindicaciones que hacía años que sostenían. Pero el proceso de gentrificación es innegable, por la expulsión del vecindario y del comercio de proximidad. Los propietarios de los puestos del mercado de Sant Antoni han declarado que no quieren convertirse en La Boqueria 2; pero, ¿qué herramientas se están poniendo a su disposición para que esto no suceda? El nuevo plan de usos (y la suspensión temporal de licencias que ha supuesto) es un paso en esta dirección. Sin embargo, será necesario mucho más apoyo público para proteger el comercio de proximidad y, sobre todo, para detener la expulsión del vecindario del barrio.

Iolanda Fresnillo

Ekona SCCL

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