Leer las calles

Barcelona es escenario y protagonista de infinidad de obras literarias, hasta el punto de que cierto imaginario la puebla cuando un lector pasea por sus calles por primera vez, o también cuando un ciudadano vuelve a pasar por un determinado espacio tras haber leído una novela situada en él.

Foto: Albert Armengol
La plaza del Diamant, de Gràcia, un paisaje literario de Mercè Rodoreda.

Leer una ciudad es un viaje de investigación al corazón de la esencia urbana. Con la lectura buscamos saciar nuestra curiosidad y cerrar el libro teniendo la sensación de que hemos llegado a conocer, en cierta medida, la vida de los que pueblan la ciudad. El paseo y la lectura me parecen las dos formas más idóneas y placenteras de alcanzar el conocimiento urbano. Creo que hay un poder evocador muy intenso en el hecho de pasear, y lo cierto es que la combinación de movimiento y de presencia (encarnados en el flânneur y el voyeur) hace que muchos escritores busquen la inspiración en este ejercicio tan cotidiano. Cuando queremos hacernos nuestra una ciudad lejana, la literatura nos sirve de pasarela a unas calles que tenemos que imaginar, poblando nuestra mente de existencias inventadas por los escritores, y, por lo tanto, la ciudad leída configura un imaginario subjetivo perfectamente transmisible y legítimo.

Pero cuando la ciudad es la nuestra, la literatura actúa sobre nuestra percepción como un velo tejido por el escritor, y nos genera un valor añadido a la visión previa de la ciudad. Barcelona es escenario y protagonista de infinidad de obras literarias, hasta el punto de que un cierto imaginario la puebla cuando un lector pasea por sus calles por primera vez, o también cuando un ciudadano vuelve a pasar por un determinado espacio después de haber leído una novela situada allí. Por mencionar solo algunos casos conocidos, la Gràcia de Rodoreda nos traslada a una época de tejados y posguerra, la Rambla de Orwell es asediada por fantasmas milicianos, tratamos de adivinar cuál era la mesa preferida de Carvalho en Casa Leopoldo y, si entramos en Els Quatre Gats, no acabaríamos la lista de personajes y escritores que pasaron por este establecimiento.

A pesar de la riqueza de nuestro patrimonio, por alguna razón somos menos conscientes del carácter literario de Barcelona que cuando visitamos París o Londres, o alguna de las Ciudades de la Literatura de la Unesco, como Dublín, Edimburgo, Cracovia o Praga. ¿Cuál es el secreto de que estas ciudades se lean más, de que la literatura esté en ellas más presente? Un motivo podría ser la proyección internacional de sus literaturas, pero en muchos casos también hay una apuesta por poner en valor este patrimonio en el espacio público, otorgándole a la ciudad un aura literaria. En estas ciudades no faltan las placas, las estatuas, los nombres de calles, las rutas literarias y las actividades que enfatizan a los personajes y escritores que aportaron alma a los espacios. El Shakespeare Globe, el Café Les Deux Magots, las estatuas de Joyce o de Pessoa son lugares consolidados de peregrinaje de lectores y orgullo de sus ciudadanos. Edimburgo está creando un barrio literario en torno a la Royal Mile, y Cracovia ha desarrollado un programa diverso de literatura en el espacio público proyectando poesías en las fachadas, entre las cuales destaca Barcelona, una composición que recuerda el bar homónimo de la bohemia local.

La presencia literaria en el espacio público tiene tres misiones fundamentales: difundir el patrimonio literario, impulsar el reconocimiento de este patrimonio y crear un efecto identitario gracias a la combinación de los dos primeros factores. Si conozco la esencia inspiradora de mi ciudad y la comparto, mi vínculo con la ciudad queda reforzado, y muy probablemente me sentiré embajador de una ciudad que tiene mucho que ofrecer culturalmente. Al mismo tiempo, la preservación de estos espacios literarios servirá de fuente de inspiración a nuevas generaciones curiosas de experimentar la influencia, también espacial, de escritores consolidados.

Barcelona tiene una riqueza plural, pero mientras decidimos cuál es la “gran novela de Barcelona” podemos apostar por el valor seguro de su capacidad de encantamiento, de su poder de impulsar el imaginario desde la diversidad de las calles y la mirada de las obras literarias. Tenemos la oportunidad de seguir trabajando en la visibilización de nuestras letras, a través de las fórmulas de siempre, ciertamente, pero quizás con más empuje. Las calles ya están repletas de letras, solo falta que los transeúntes las puedan encontrar.

Maria Patricio-Mulero

Doctoranda de la Universidad de Barcelona y la Universitat de París VIII – Saint Denis

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